Por CARMEN CRISTINA WOLF

Los primeros años de Juan

Para recorrer las huellas de Juan de la Cruz hay dos caminos, el primero de ellos se emprende a través de la lectura de sus versos, comentarios, notas y cartas. El segundo consiste en acudir a los apuntes y testimonios de sus contemporáneos, sustentados en anécdotas y recuerdos de los que lo conocieron.

Rosa Rossi, en su libro Juan de la Cruz, Silencio y creatividad (editorial Trotta 1993), inicia sus páginas con el testimonio de un «cofrade suyo», quien refiere la costumbre del santo de sentarse en el suelo, incluso cuando iba de visita a casa de «Señores»: «Le decía la dicha señora que se sentase en buena silla, y no se sentase en el suelo; y el santo no quería, sino que siempre buscaba lo más humilde para sentarse». La autora interpreta este comportamiento como un hábito natural de quien ha nacido en pobre cuna y tal vez se guía por la costumbre de un lugar influenciado por los usos islámicos. O quizá podría interpretarse como un modelo de humildad aprendido en la infancia. Rossi también se refiere a la posibilidad de un comportamiento pedagógico que revela cierta crítica frente al inútil lujo del salón de aquella «señora».

Cuando se trata de los pormenores de la existencia de Juan de Yepes prefiero usar la expresión «parece que», debido a las imprecisiones que rodean las circunstancias de su paso por este mundo. Al parecer el padre de Juan procedía de una familia de comerciantes de tejidos residenciada en Toledo. Se habla de un posible origen judío, dado que esta ocupación era casi exclusiva de las familias judías. En el siglo XVI solía tener graves consecuencias la ascendencia judía en familias españolas, por cuando la reputación, sustentada en las opiniones ajenas, dependía significativamente de ser «cristiano viejo». Los españoles judíos guardaban en celoso secreto su origen, por el peligro que representaba la Inquisición, que había sido creada a mediados de 1400 con la finalidad de obligar a los judíos a «convertirse» al cristianismo, más por la ambición de expropiarles sus bienes que por un genuino interés religioso.

Juan no tuvo que enfrentarse a esta amenaza por su extremada pobreza, pues su padre Gonzalo de Yepes fue desheredado y repudiado por su familia a causa de su casamiento con Catalina, por razones que se desconocen. Su madre aparece como un personaje importante en la vida de Juan. Tejedora y según se cuenta analfabeta, recogía a niños abandonados y los socorría en su crianza pidiendo ayuda a la municipalidad para estos menesteres. La extrema pobreza en que vivían obligó a Catalina a irse de Fontiveros, donde había nacido Juan, primero a Arévalo y luego a Medina, donde vivió desde los nueve hasta los veintidós años, allí Juan hizo sus estudios escolares y superiores.

El Arte en Juan de la Cruz

La madre de Juan lo envió a talleres para que aprendiera los oficios de carpintero, sastre, grabador y pintor. Sabemos por el Padre Jerónimo de San José que, siendo novicio, Juan pasaba las horas de recreación «labrando cruces de madera». Otro de sus biógrafos escribe que labraba curiosamente pequeñas figuras «con una punta de lanceta». El hermano Brocardo de San Pedro —compañero carmelita— dice que «el tiempo que le sobraba de sus obligaciones y ocupaciones, que eran muchas, lo gastaba, como por recreación, en labrar unos Cristos de madera que hacía».

Cantar desde la noche oscura

En una noche oscura

con ansias en amores inflamada

¡oh dichosa ventura!

salí sin ser notada,

estando ya mi casa sosegada (…)

Nos llega la noticia de que el poema “La noche oscura” fue escrito por San Juan mientras estaba en la prisión de Toledo. En aquella especie de tumba en la que estaba confinado, prácticamente abandonado “de toda cosa criada”, «sin arrimo y con arrimo,/sin luz y a oscuras viviendo», allí su espíritu emprende vuelo y escapa de su cárcel de huesos y de las rejas de la intolerancia. “Salí sin ser notada / estando ya mi casa sosegada”. En la oscuridad, sin consuelo de criatura alguna, hacen silencio los sentidos y el frailecico Juan entra en trance místico olvidado de toda preocupación. Una sola cosa queda en pie, que no es sino aquella “luz y guía / (…) la que en el corazón ardía”.

Según testimonio de la hermana María de San José, religiosa de Segovia, en el año de 1616 ella misma escuchó decir al padre fray Juan de la Cruz «que las dichas canciones de la Noche Oscura las había escrito él en el tiempo en que le mantuvieron preso en Toledo. También la Madre María de la Concepción dice en 1624, hablando de la cárcel de Toledo, «que era tan oscura y lóbrega que aun para leer no le entraba casi luz ninguna; y que la proveyó Nuestro Señor, pues por un agujero bien pequeño le entraba un rayo de luz y sol con que se consoló. Y pudo escribir la declaración de aquellas canciones espirituales que comienzan: «En una noche oscura».

La lectura de este poema de San Juan me produce una especie de encantamiento, me sobrecoge e induce a entrar en un silencio gozoso sin encontrar palabras que puedan expresar el asombro de estas vivencias. Una especie de vertiginoso anhelo me sale de las entrañas y desearía la quietud de la noche, sin nadie a quien llamar, sin nada que distraiga mi ser para convertirme en deseo absoluto por el encuentro con el Amado:

Salí sin ser notada

¡oh dichosa ventura!

a escuras y en celada,

estando ya mi casa sosegada;

en la noche dichosa

en secreto, que nadie me veía

ni yo miraba cosa,

sin otra luz y guía

sino la que en el corazón ardía.

Aquesta me guiaba

más cierto que la luz de mediodía

a donde me esperaba

quien yo bien me sabía,

en parte donde nadie parecía.

En la frialdad de las paredes de la cárcel, San Juan no encuentra formas a las cuales aferrarse. «Su alma está desasida / de toda cosa criada / y sobre sí levantada / y en una sabrosa vida / solo a su Dios arrimada». Los sufrimientos causados por la reclusión, la excesiva humedad, el frío y la poca luz de la celda son sublimados y olvidados por la compañía del Amado. Únicamente se encuentra asido a la fe en su Dios. Todo para que reine el Ser en el alma, esta se despoja «de toda cosa criada». Se Vacía de todo contenido para que pueda albergarse Dios en su casa del alma.

«La nada es lo más cercano al Ser y es lo que somos: somos nada». Josefina Chacín Ducharne

Y en la oscuridad de las cosas aparece un vislumbre del fuego de Dios.

Sugiere este poema la confesión de quien manifiesta su nostalgia y necesidad de unión en el amor perfecto cuando el alma se queda vacía de imaginación y deseos. Unión que solo llega a consumarse en la noche de la razón de los sentidos. Cuando se acallan los pensamientos, la mente y el cuerpo se sosiegan y «desaparecen», se llena el alma de luz. Dejamos de sentir las preocupaciones y los deseos, las penas y alegrías y el alma vuelve a nacer.

¿Cómo puede ser que en circunstancias tan penosas el fraile Juan haya escrito versos de semejante hermosura? La existencia más sencilla y austera, las horas de mayor dolor pueden ser ocasión propicia para un encuentro con la poesía. Pareciera que nos desentendemos de todo lo que concierne a las cosas mundanas y deja de importarnos nuestro propio destino. Entonces, esa añoranza primigenia que nos hace suspirar por nuestra esencia, Aquel que nos trasciende, el absolutamente Otro que al propio tiempo es un espejo, nos llama con mayor fuerza y es posible escuchar su voz en lo intangible.

No me atrevería a decir que San Juan, a la manera de los practicantes de algunas disciplinas orientales, no desea nada. No. Vive él con muy pocas cosas tanto en el vestir como en el comer, es amigo de la simplicidad en habitaciones y oratorios. Mas él ambiciona lo más grande con que puede soñar persona alguna: ser uno con Dios. Su encuentro con el Eterno, con el sí mismo. Y en busca de Aquel no vacila en despojarse de los bienes y de las lisonjas. No vacila en renunciar a los placeres más sencillos. Y declara que el único camino de caminar hacia Él es «quitando quereres»:

porque para venir del todo al todo

haz de negarte del todo en todo.

Senda escarpada, difícil la que propone San Juan. Prescindir del deleite que producen los lujos, las buenas comidas, el prestigio y los halagos. Ese creer que somos el centro de los demás, ese sentir que somos mejores, más importantes. Hay que saltar al abismo, desatarse de amarras, perder seguridades. Hagamos un ejercicio de imaginación: lo hemos perdido todo: casa, familia, amigos y buena imagen. Cerremos los ojos frente a una noche sin luna y quedémonos quietos, callados, confiados en que Él va a venir.

San Juan dice que así el alma se prepara para el encuentro y la luz se hace presente cuando el ser humano tiembla de amor y deja de vivir como un ser separado de Dios, porque ambos se transforman absolutamente en una misma y única Voluntad. Hay una semejanza de amor.

*Fragmento de libro inédito de Carmen Cristina Wolf.


**Bibliografía

Juan de la Cruz, Silencio y creatividad. Rosa Rossi. Editorial Trotta.

Arte y Pensamiento en San Juan de la Cruz. Biblioteca de autores cristianos.

Aproximación a San Juan de la Cruz. Domingo Yndurain. Editorial Cátedra.

Hermenéutica y Mística: San Juan de la Cruz. José Ángel Valente y José Lara Garrido (editores). Editorial Tecnos.


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