EL PASEO, THEO GUÉDEZ

Por RUTH AUERBACH

I.

La vida en el barrio es un laberinto, nos comenta Theo Guédez. Su propuesta pictórica se nos presenta así como una intrincada cartografía vernacular que retrata un territorio complejo, minado de tensiones internas –sociales y económicas–, a partir del cual el artista concibe una realidad distintiva y variopinta, centrada en un sistema de representación propio. Construida desde la contingente travesía del emigrado –que eventualmente retorna a sus orígenes–, su investigación visual atestigua una narrativa identitaria, anclada tanto en la memoria como en una noción abierta a la continua transformación de sus referentes.

Desde los inicios de su breve trayectoria, la práctica artística de Theo transita en su totalidad alrededor de la representación del barrio y su idiosincrasia cultural. Una reflexión vital que opera a partir del más honesto deseo por otorgarle visibilidad a los diversos sectores y vecindades, ubicados al margen de los centros urbanos. Theo nace y crece en el oeste de la ciudad de Caracas, entre Los Magallanes de Catia y el 23 de Enero. Enclaves densos y heterogéneos que sirvieron para el asentamiento de la clase obrera en Caracas y donde también se pusieron a prueba –en su momento– los postulados de un urbanismo arquitectónico plenamente moderno que, finalmente, sucumbió al intento. En la actualidad, este circuito se caracteriza por una población multicultural que ejerce la actividad comercial e industrial a la par de una desbordada economía informal; un paisaje pluridimensional y caótico donde también se manifiestan carencias de toda índole y se desata la arbitraria violencia, al ser este un territorio de circunstancias complejas y de condiciones sociales atrapadas en lo marginal. No obstante, el neoexpresionismo sensible de la pintura de Theo describe estos escenarios a partir de la mirada afectuosa y definitivamente genuina del entendido. El trazo enérgico y espontáneo que distingue su obra documenta, desde el más legítimo apego al barrio y al espíritu heroico de sus habitantes, una realidad mixta y contradictoria, representada en rotundas imágenes que evidencian el sentido de comunidad y la naturaleza de su estructura colectiva.

II.

Luego de más de una década recorriendo el viejo continente, Theo Guédez –artista autodidacta y tatuador de oficio–,  establece  su taller en la ciudad de Zúrich, Suiza. Allí emprende una acción creadora empírica y singular que da origen a un contundente   cuerpo de trabajo cuyo proceso se nutre de experiencias personales, sustentadas en una observación intuitiva de la cotidianidad y el entorno en el cual se desarrolló. Aún en la distancia global y, precisamente por la necesidad de recuperar una genealogía de historias, paisajes, retratos, costumbres y objetos comunes, atesorados en su archivo de memorias, el artista nos entrega, a manera de cronista visual, otra forma de (re)crear mediante la imaginación, su arraigo al contexto. Cada imagen se constituye en documento gráfico que ocupa un lugar significativo y simbólico en lo que pareciera próximo a una narrativa autobiográfica. Sin embargo, sus representaciones pictóricas construyen el referente de una iconografía contemporánea en términos más amplios donde lo caribeño y el sincretismo latinoamericano se perciben como un estado mental constante. La confluencia entre sus protagonistas y el medio da cuenta de un comportamiento colectivo que se adapta invariablemente al presente. En este compendio de imágenes, no se trata de idealizar el barrio ni estereotipar la heterogénea comunidad que allí habita, mucho menos de estigmatizar la noción de lo marginal. Lejos de exponer juicios de valor, sus obras devienen en signos de un contexto tangible y genuino, en tanto que su relato irrumpe como argumento de pertenencia; proyecta realidades simultáneas y un sentimiento pleno de sensibilidad y emociones compartidas, pues su trabajo no se enuncia desde el trauma ni la herida: Theo le da “la vuelta” para mostrarnos el lado luminoso de esta narrativa.

III.

La práctica de Theo Guédez se deslinda de los géneros y formulismos estéticos tradicionales para trazar otra historia de la pintura, aquella que se ubica en los límites de las subculturas vigentes. Su propuesta recoge referencias universales que bien podrían vincularse al Art Brut –término que Jean Dubuffet utilizó para designar las tendencias marginales a la cultura normalizada: arte ingenuo o popular–, como también al expresionismo picassiano, las perspectivas alteradas de Bárbaro Rivas, el simbolismo de Luis Méndez y la experiencia libérrima de Armando Reverón, artistas estos a quienes rinde su tributo.

Donde los sueños abundan, primera exposición individual de Theo Guédez en Venezuela, reúne un revelador conjunto de pinturas, dibujos y cerámicas realizados en diversos formatos y soportes. La singularidad de su propuesta nos presenta un poderoso repertorio visual que describe las legítimas y auténticas imágenes que habitan el barrio caraqueño a partir de una perturbadora descarga cromática. Sin las herramientas propias del antropólogo social, nos entrega un imaginario saturado de códigos culturales que debemos descifrar. En su desarrollo, se detiene en aquellos tópicos y protagonistas determinados por las convenciones de lo que hoy subsiste al margen o la periferia de los centros medulares. Así, lo doméstico es representado por las contradicciones de una precaria economía familiar, la riqueza de la gastronomía popular y la escasez de los servicios. La mujer, de rostro y personalidad imponentes, es retratada como la hembra recia que lucha por su supervivencia, al tiempo que muestra desenfadada sus cicatrices físicas y espirituales. El hombre, en su imprecisa condición de malandro o defensor del barrio, aparece armado, o no, cual arquetipo de los invariables modelos que se han tejido alrededor suyo. Asimismo, la moto –vehículo de transporte por antonomasia– es representada a modo de analogía al fiero jaguar americano, en imágenes donde el motorizado se funde a la máquina como fuerza masculina: el cazador, el amigo popular, el triunfador y, en el reverso, satanizado como el  delincuente. Todos ellos interpretan sus historias sobre una abrupta topología  que nace en el valle y se eleva a los cerros; laberintos que albergan viviendas compactas y multicolores, amalgamadas con el paisaje urbano y proyectadas a partir de una perspectiva intuitiva. Cada pintura, dibujo u objeto, evidencia la complejidad de los protagonistas de esta narrativa y su relación con una colectividad que marca un importante y desafiante impacto social.


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