Rubén Monasterios

Por RUBÉN MONASTERIOS

Homus porcus

Homenaje a George Orwell, visionario

¿Les había comentado que yo fui criado por cerdos? En efecto, siendo un bebé, mis padres me abandonaron en una granja remota; me dejaron cerca del corral de cerdos, o sea, del chiquero, quizá con la intención de que fuera devorado por ellos; pero los animales no lo hicieron y muy en sentido contrario me aceptaron como uno de los suyos, criándome según sus hábitos y enseñándome su lenguaje.

El granjero quedó muy sorprendido al descubrirme en la piara: me comportaba como un cerdo, no obstante, mi apariencia era humana; por cuanto su intelecto no le daba luces para mayor análisis, decidió dejar el asunto así y admitirme como puerco; al fin y al cabo, un cochino significa beneficios, en tanto un humano sólo traería problemas.

Con el correr del tiempo observé que ocasionalmente algunos puercos, fuesen lechoncitos o animales adultos y gordos, desaparecían del chiquero; intrigado, le pregunté a la cerda que me había asumido como hijo:

«Mamá, ¿ghrum, grha; oink, oink, splung groin ahh?»

Y la cochina me dijo que eran puercos seleccionados como mascotas por los humanos, en razón de lo cual los llevaban a sus casas, los alimentaban con golosinas y los mimaban en diferentes formas.

Tomé sus palabras bajo sombra de duda, por cuanto ya sabía que los porcinos son mentirosos: es parte de su naturaleza; de esa característica de su carácter viene el proverbio «Miente como un cerdo». Sería maravilloso de ser verdad, pero si no lo era, ¿qué significaba la desaparición de los cerdos?

Un acontecimiento casual fue revelador. Encontré un libro perdido por alguien (falso: lo robé), objeto que despertó mi mayor interés; entendí que estaba escrito en el idioma de los humanos y me empeñé en descifrar esos símbolos; a partir de muchos esfuerzos logré comprender el título, el cual era: «Al hombre le gusta el cerdo»; evidentemente, mamá, por excepción, me había dicho la verdad; no obstante, al avanzar en la comprensión del idioma entendí, no sin horror, que el libro en cuestión era un recetario de cocina. Mi puerca madre putativa me había engañado.

Razoné entonces: «¿Qué es mejor, comer o ser comido?». Obviamente, lo primero es preferible; y aunque en el chiquero disponía de refugio y abundante alimento, así como de cerdas muy bellas, vale decir, de la satisfacción de las tres necesidades básicas de la existencia, decidí asumir mi condición de humano, comenzando a comportarme como tal. Pero no podía despojarme de mi educación como cochino, modo que resultaba un tipo raro, algo así como un humanoide, o un mutante al revés.

Por suerte, esos acontecimientos ocurrieron en un lugar que se había vuelto un erial habitado por un gentío hambriento, acosado y desesperado, que alguna vez fue conocido como República de Venezuela; de modo que cuando los que se habían apropiado de la granja se dieron cuenta de que yo era capaz de revolcarme en la mierda, de mentir a diestra y siniestra y de decir «Oink, oink» ¡me nombraron ministro!

Soluciones para la hambruna

Debo advertir que no entiendo el clamor desesperado por la escasez de alimentos, cuando en Venezuela hay comida de sobra deambulando por todas partes. Nuestros compatriotas deberían seguir el ejemplo de los chinos. ¿Por qué pasar hambre con tanto perro y gato rondando por ahí? Además, si usted siente escrúpulos a causa de su amor por los animales, no tiene que matar al perro: es suficiente cortarle una pata trasera; siendo grande el animal suministra alimento por una temporada.

Podría comer insectos; está de moda la gastroentomología; la gente rica paga fortunas por comer lo que los asiáticos y otros pueblos han hecho toda su vida, hartarse de gusanos, saltamontes y arañas monas. En nuestro país abundan las cucarachas; la sopa de cucaracha es alimenticia, grata al paladar de contar con la debida condimentación y del todo saludable, por cuanto el hervor elimina los agentes patógenos que esos animales portan consigo por su hábito de arrastrarse por las cloacas. La rata también es una fuente de proteínas y el sabor de su carne es semejante al del marrano; en nuestro país existen por millones y son fáciles de atrapar; es suficiente transitar por la Cota 905 —si está dotado del valor necesario— y hurgar un poco en las montañas de basura existentes en la ladera del cerro; son enormes, como conejos, abobadas por exceso de alimentos y acostumbradas a la interacción con los humanos, porque con ellas juegan los niños de los barrios en la parte de arriba de la montañas de inmundicias.

Otra posibilidad es la Proposición Borges, consistente en comer lo poco a su disposición frente a un espejo, de modo de tener la impresión de estar comiendo el doble; o conseguir un hueso de jamón, colgarlo ante una fuente de luz y pasar un mendrugo de pan por la sombra.

Bueno, como tampoco hay pan, puede lamer la sombra.

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Es sumamente probable que le resulte imposible obtener el hueso, en cuyo caso puede dibujar una costilla de res, un T-bon, una chuleta… ¡la pieza de su agrado!, recortar la figura y seguir el mismo procedimiento.

También puede poner en práctica la idea del economista y escritor Jonathan Swift expuesta en su ensayo Una modesta proposición (1729) con el fin de mitigar la hambruna que asolaba a su país, Irlanda. Consiste en que los pobres vendan sus hijos a los ricos con fines alimenticios; de tal modo se logran los siguientes objetivos: reducción de la población que hay que alimentar; satisfacción de la necesidad de alimentación de los ricos y mejora de las condiciones de vida de los desposeídos, que podrían comprar algo de comida con su ganancia.

Siendo el agua lo escaso, lo recomendable es seguir la idea del doctor Otrova Gomas, consistente en mezclar una molécula de oxígeno con dos de hidrógeno, con lo que dará forma al preciado líquido; es inexplicable que la gente se queje de sed e injustamente maldiga al gobierno por la ausencia de agua, estando uno literalmente rodeado de esos elementos.

La idea de Chaplin de comer zapatos hervidos también es buena; al fin y al cabo, siendo de cuero, el zapato proviene de los vacunos o animales semejantes.

Una solución un tanto más radical es comerse a sí mismo; ampútese un brazo o una pierna y tendrá carne para un buen rato. Lo puede hacer por su cuenta valiéndose de un machete bien afilado; en realidad casi no duele, porque ciertos mecanismos neuroquímicos bloquean los centros del dolor del cerebro. Si encarga de la tarea a un cirujano competente, de los que quizá quede alguno en el país, hágalo vigilar, porque podría ocurrírsele huir llevándose el miembro separado para alimentar a su propia familia. Recuerde que en épocas de crisis primero es el estómago y luego la moral. No recomendamos ponerse en manos de un médico de formación cubana, por cuanto esos infelices ni puta idea tienen de arterias, venas, tendones ni nervios.

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En cualquier caso, cuídese de no hacerse mutilar los dos miembros del mismo lado; lo correcto es despojarse sucesivamente del brazo izquierdo y de la pierna derecha, o viceversa; de otro modo no tendrá forma de usar una muleta. Aunque en realidad eso no tiene mayor importancia de estar usted dispuesto a sacrificarse del todo; a dejarse comer íntegro, quiero decir, en beneficio de los miembros restantes de su familia. Estando imposibilitado de moverse no podrá defenderse cuando vengan a cortarle una rebanada.

Ahora bien, si carece usted de altruismo y no lo anima suficiente amor por sus parientes, entonces puede comerse al otro, a un vecino; con tanto muerto impune que hay en el país cada día nadie se va a preocupar por uno más aquí y allá. Ni siquiera tiene que beneficiar a la persona: róbese un cadáver fresco de cualquier morgue; en la actualidad se encuentran en ellas niños y adolescentes. ¡Ni se darán cuenta con las docenas de occisos ingresados cada día!

Antropofagia gastronómica

Ha circulado el supuesto de un restaurante de Caracas que ofrece a su clientela carne humana. Con tanta fabulación corriendo por la red —desde elaboradas teorías de conspiración hasta gruesos embustes y calumnias— uno no puede admitir ninguna información como veraz, sin disponer de evidencias; pero la realidad es que si bien lo de Caracas puede ser falso: un componente más para sazonar el horror que vivimos, no lo es en otros casos comprobados; además, algunos pueblos son culturalmente antropófagos; en algunos países azotados por la miseria se ha convertido en una práctica habitual y hasta se ha sugerido la antropofagia, más o menos solapadamente, como una solución a la hambruna de mundo.

No es ninguna novedad, sea dicho al desgaire; a principios del s. XVIII el economista y escritor Jonathan Swift, a propósito de mitigar la hambruna en Irlanda, propuso que los pobres vendieran sus hijos a los ricos para ser comidos; de ese modo los últimos quedarían satisfechos y los desposeídos mejorarían su condición al tener menos bocas que alimentar.

Es una idea lógica: hay hambre y sobra gente; no obstante, por sus implicaciones jurídicas, morales y de otra índole la idea exige una reflexión detallada.

El canibalismo es del todo normal entre ciertos animales; en algunas especies de arañas la hembra devora al macho, de lograr atraparlo, a partir de la copulación; en otras la madre es la primera comida de sus crías apenas eclosionan del huevo; numerosos insectos canibalizan a sus congéneres; en condiciones de crisis alimenticia lo practican los saurios, los cánidos, los félidos y ciertos primates omnívoros, como los chimpancés; también acontece entre los humanos, ocasionalmente en condiciones de supervivencia, o, según lo reseñé, como hábito en algunos pueblos. Hace poco una pareja de aventureros se salvó por un pelín de ser el festín de una tribu de Papúa. En India existe la secta de los Aghori; por razones religiosas canibalizan ritualmente los cadáveres de personas que aparecen flotando en el río Ganges. En estos días pasados un alemán fue asado y devorado en una región remota de la isla Nukú Hiva, de la polinesia francesa.

Pero no se suponga que es cosa de ceremonias arcaicas, de dementes, de salvajes o de gente desesperada por el hambre; también ocurre en contexto de civilización y prosperidad; tanto, que según algunos observadores en el mundo moderno la antropofagia gastronómica se perfila como una tendencia asociada al refinamiento alimentario. Los snobs gastronómicos siempre están atentos a las innovaciones culinarias; es cool comer insectos; una ración de gusanos vivos cuesta un ojo de la cara en restaurantes de lujo; ¿por qué no la carne humana?

Los observadores conjeturan que la moda ha sido estimulada por la popularidad de los filmes de zombis y del personaje de ficción Hannibal Lecter, un psicópata ilustrado creado por Thomas Harris. En sus novelas y en las películas protagonizadas por Anthony Hopkins (El silencio de los inocentes, J. Demme, 1991, y sus secuelas) da la impresión de ser un ente monstruoso sólo producto de la imaginación; no crea, abundan los casos semejantes en la vida real; y no todos son locos.

Corre la voz de que por toda Asia existen restaurantes que ofrecen como exquisitez carne de bebé; aunque según los sibaritas es mejor el fricasé de útero de hembra humana joven. En el comedor de un hotel situado en Anambra, Nigeria, el platillo más caro en el menú era precisamente carne humana. Numerosos indicios confiables sugieren la existencia de establecimientos que la sirven en otras importantes urbes de África, América y Europa; desde luego, por razones obvias, la oferta es discretísima; los interesados acceden a ella mediante una red de complicados contactos y contraseñas. El hecho real es que la ingesta de carne humana por humanos, o sea, el canibalismo antropofágico gastronómico, está en auge underground y quizá no falta mucho para que salga de las sombras y se vuelva overground.

¿Horrorizado? ¡Tómelo con calma, no hay razón para ello! El canibalismo, aunque nos resistamos a aceptarlo, es del todo normal. Apreciado desde la perspectiva evolucionista el tabú al canibalismo entre humanos, o antropofagia, no es más que un fenómeno cultural, y en tal sentido, variable en el tiempo y en el espacio; en cambio, el canibalismo en general es inherente a la naturaleza; más aún, la Naturaleza en sí misma, en todas sus dimensiones, desde la subatómica hasta la cósmica, es caníbal.

Las estrellas binarias de rayos X son pares de estrellas en el que uno de los miembros ha «muerto» y el otro se alimenta de su compañera, vale decir, hace un canibalismo necrófago (o carroñero) cósmico. Los agujeros negros literalmente devoran cuanta cosa entre en su franja de influencia, y también eructan tras el hartazgo de estrellas y gas. Podríamos citar numerosos casos de canibalismo cósmico verificados por astrofísicos.

En la indagación del tema podemos ir más a fondo; no le sorprenda enterarse de que los humanos y otros animales somos autocaníbales; en efecto, nuestras células digieren sus propios componentes cuando disponen de pocos nutrientes; en estas condiciones activan un mecanismo denominado autofagia o autocanibalismo a través del cual degradan componentes propios como las mitocondrias y los complejos proteicos, que les servirán como fuente de nutrientes.

Nuestros antepasados prehistóricos fueron antropófagos. En los yacimientos arqueológicos de Atapuerca (España), hay evidencias de canibalismo gastronómico ancestral humano hace 800.000 años o más; con toda certidumbre, esos antecesores no fueron comidos a causa de una hambruna o de sacrificios religiosos, sino por placer. Colón se encontró con los caribes al tropezarse con el Nuevo Continente; indios bravos y antropófagos que asolaban a las etnias vecinas capturando víctimas destinadas a satisfacer su apetito; incluso niños que castraban y criaban como animales de granja con el fin de comérselos.

Todas las evidencias conducen a entender que el canibalismo es un fenómeno del todo natural; tiene continuidad filogenética en el reino Animalia, desde las formas vivientes más elementales hasta Homo sapiens, y se extiende más allá, hasta las dimensiones cósmicas.

Y si a usted no lo convencen las razones científicas, disponemos de argumentos teológicos a favor de la práctica. Veamos el asunto en el marco místico; observe que diversas religiones le rinden tributo simbólico al canibalismo; la eucaristía o sagrada comunión, es el sacramento del cuerpo y la sangre de Jesucristo, gracias a la consagración vueltos pan y vino; representa un signo de unidad, vínculo de caridad y banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da prenda de la vida eterna. Jesús partió el pan y sirvió el vino, y dijo: «Tomad y comed, este es mi cuerpo… Tomad y bebed todos de él, porque esta es mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía.»

El comerse al otro, sea de diferente especie o de la propia, está en nuestro genes y en nuestra espiritualidad.

¿No es usted aficionado a ver documentales sobre la vida natural? A mí me encantan; los considero emocionantes, así como de gran valor educativo en lo concerniente a la alimentación tal como lo dispone la madre Naturaleza. Siento un estremecimiento visceral cada vez que una manada de leones atrapa a un ñu y lo hacen morir a dentellada limpia ante la mirada impávida de sus congéneres, los cuales seguramente pensarán: «¡Bueno!, esta vez le tocó a Paquito, ¡lástima, era un buen ñu!; pero ya están hartándose los leones y yo puedo seguir comiendo mi yerbita en paz». Suelo cenar disfrutando en la tv de los aludidos programas; estimula mi apetito ver a un cocodrilo capturar a una cebra, ahogarla, batirla contra las piedras hasta destrozarla y tragarse íntegros los pedazos; pienso entonces: «El pobre debe comer; ¿acaso yo no estoy devorando un bisté que proviene de una vaca sacrificada y troceada?». Lo único diferente es la tecnología.

Habrá notado lo gordos y rozagantes que lucen los animales salvajes en los documentales. Se debe a que siguen las leyes de la Naturaleza. Ocurre con la generalidad de los humanos que sólo seguimos la ley natural de la supervivencia del más fuerte, según la cual come primero, más y mejor el dotado de mayor poder; y omitimos la primera de las leyes de la conservación de las especies cuyo enunciado es comed cuanta cosa se ponga a vuestro alcance, incluso los unos a los otros. (La segunda es: Y estando hartos, reproducíos para generar más alimento.) La 1ª ley se manifiesta en la escala alimenticia de los mamíferos: los herbívoros se alimentan de los vegetales; los carnívoros se comen a los primeros y cuando estos faltan, se devoran entre sí.

No hay razón alguna para el hambre en el planeta. En la modernidad, los campesinos de la república socialista de Corea del Norte le han dado un revival al canibalismo gastronómico; a causa de la escasez y la consecuente hambruna empezaron a comerse los unos a los otros; a breve plazo se hizo costumbre y se volvió antropofagia de placer o gastronómica. La carne humana se vende bajo la apariencia de cerdo en los mercados; es un secreto a voces: todo el mundo sabe su procedencia, pero nadie se da por enterado, y las autoridades miran para otro lado; de hecho, no está penalizado comprar y comer la carne humana, ni desenterrar cadáveres a tal efecto. ¿Por qué no imitar a nuestros aliados norcoreanos? Al fin y al cabo, en Venezuela vivimos condiciones similares y hasta compartimos el mismo sistema de gobierno.


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