Las investigaciones sobre los posibles efectos de la televisión han evidenciado que este medio tiende a reforzar valores y contravalores dependiendo del tiempo de exposición, de las alternativas culturales, de los referentes disponibles y de la necesaria orientación de la familia y de la escuela. La televisión puede ejercer una influencia determinante en los hábitos, preferencias, conductas y pensamientos si este medio se convierte en la principal fuente de información y de entretenimiento de nuestras vidas.

El hecho de que la institución televisiva establezca vasos comunicantes con la sociedad nos lleva a considerar que su poder de emisión y de influencia no se puede explicar en el vacío, como si no existiera un antes, un durante y un después de la interacción con este medio. De ninguna manera se pretende excusar a la televisión de la difusión de programas con altas dosis de violencia, morbosidad y consumismo estéril que atentan contra la salud psicosocial de niños y adolescentes, situación que se agrava en contextos donde la familia y la escuela desatienden el consumo televisivo.

En ocasiones, los padres son quienes animan a los niños a ver sus programas favoritos a partir de una suerte de negociación que se resume en frases como: “Si te portas bien, ves la comiquita”, “Tienes que hacer la tarea para que veas la tele”, “No molestes tanto muchacho, ve la tele”.

Lo anterior nos lleva a reflexionar sobre dos interrogantes que se han planteado los estudios de recepción televisiva desde la década de los cincuenta hasta nuestros días: ¿cuál es la influencia que ejerce la televisión? y ¿qué hacen las audiencias con este medio?

La primera interrogante se inspira en la teoría de la información del politólogo y sociólogo Harold Lasswell. Y la segunda, se basa en el modelo comunicacional del escritor y periodista Wilbur Schramm. Si Lasswell considera que el poder de emisión de los medios tiene que lograr el efecto deseado en la audiencia, el planteamiento de Schramm reconoce el rol activo de la audiencia, capaz de reinterpretar los mensajes a partir de sus mediaciones psicológicas, sociales y culturales. En esta dirección se dice que la recepción televisiva es contradictoria y compleja porque como televidentes rechazamos, complementamos y hasta podemos suscribir totalmente un mensaje.

Imaginemos esta escena: una familia ve televisión. La niña no sale de su sorpresa porque la “tele” le acaba de decir abiertamente, “a todo pulmón”, que quienes ven televisión son subnormales. Los padres aceptan sin aspaviento ese mensaje. Obviamente, estamos en presencia de una caricatura sobre la recepción televisiva. Sin embargo, muchas veces aceptamos, en mayor o en menor medida, los mensajes audiovisuales sin compararlos con nuestra realidad.

La teoría de la información de Harold Lasswell considera que el mensaje debe persuadir a la audiencia para que responda de manera uniforme a sus requerimientos ideológicos. Que a mayor exposición de los mensajes, aumenta considerablemente el efecto deseado. Que los receptores son definidos como sujetos aislados, pasivos e individualistas, blanco fácil de cualquier tipo de estrategia comunicacional que fomente el consumo y consolide matrices de opinión.

Los factores de influenciabilidad de los medios no se presentan en estado puro, sino que se manifiestan interactuando unos con otros de manera combinada. Los efectos inmediatos de los medios se producen cuando aprendemos por imitación los estereotipos y modelos de conducta que se difunden en los programas televisivos. Los niños y adolescentes imitan la manera de hablar, de comportarse o de vestir de un personaje que aparece en una telenovela o en una serie televisiva juvenil.

Lo que sí resulta altamente riesgoso para una sociedad democrática es la reproducción incesante y exagerada de programas televisivos que puede conllevar a la imitación de acciones violentas y de conductas minadas de contravalores que lesionan la moral y las costumbres sociales establecidas. Censurar un programa por simple capricho no es la mejor estrategia para reflexionar sobre los valores y estilos de vida globalizados. La familia y la escuela deben ofrecer alternativas de vida a niños y adolescentes para atenuar por la vía moral y pedagógica el poder de influenciabilidad de los medios.

Los niños son más proclives a identificarse con los estereotipos raciales, religiosos y hasta mágicos porque no tienen muy clara la diferencia entre la ficción y la realidad. Porque la fascinación artificial de la televisión tiende a gratificar a la audiencia tanto en lo sensorial como en lo psíquico. Al respecto, las investigaciones sobre recepción televisiva han demostrado que usamos este medio de muchas maneras: telón de fondo, somnífero, compañía, radiotelevisión, ansiolítico, desenchufe del estrés cotidiano, profilaxis del alcoholismo, como prevención ante una realidad hostil. Citemos algunos ejemplos:

  • Nos apoltronamos en nuestro mejor sillón y vemos un programa para alcanzar el anhelado sueño. Quizás nos hemos habituado a ver la telenovela que menos nos gusta y que se ha convertido en nuestro somnífero preferido para transportarnos suavemente hasta los brazos de Morfeo.
  • Encendemos la televisión para ocuparnos de las actividades hogareñas. Ni siquiera la estamos viendo, pero nos parece apropiado que este medio nos sirva como telón de fondo mientras leemos el periódico o preparamos nuestro platillo favorito.
  • Preferimos ver la tele para desenchufarnos o aislarnos de los asuntos cotidianos que tenemos pendientes.
  • Las esposas complacen a sus maridos para que vean el programa que ellos desean con el objeto de que no salgan a la calle a beber licor. Este medio actúa como agente preventivo.
  • Mientras escribimos en la computadora, escuchamos los canales de música o los informativos sin ver las imágenes. Internet se ha convertido en una suerte de “tele-radio” online.
  • “Si la televisión atrae es porque la calle expulsa”. En sociedades con alto índice delictivo, las familias obligan a los niños y adolescentes a ver televisión por la violencia que campea en el barrio.

La televisión puede actuar como una institución que coopera para reforzar valores y contravalores así como estereotipos de vida y de consumo que pueden influir de manera determinante en nuestra percepción del mundo.

Los niños en situación de calle no tienen acceso a los modelos de entretenimiento que ofrece la televisión. Para estos niños la televisión está apagada. Y si por alguna circunstancia tenemos que hablar de efectos sociales, uno de ellos sería el de imitar la hostilidad que se vive en la misma ciudad, colmada de violencia física y psicológica. Por lo tanto, no podemos convertir la televisión en el chivo expiatorio de las endemias sociales. Esta manera de racionalizar el asunto evita encarar de manera pedagógica un conjunto de problemas que le corresponde resolver a las instituciones como el Estado, la familia y la escuela. El rol de los medios, en este caso, consistiría en difundir contenidos orientados a fortalecer los valores humanos y democráticos.


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