Alejandro Otero. Coloritmo 1. 1955

Por ROBERTO GUEVARA

En el curso de la vida de un artista, la obra puede ser tan clarificadora como la existencia misma. Al decir de Camus, ¿no busca acaso la vida soluciones por nosotros? Era su gran arma contra el absurdo, ese reconocimiento elemental, determinante, de la prioridad del hecho vivo que siempre nos precede y que jamás podríamos cuestionar. Es posible que también la obra creadora tenga su mayor vigencia en el hecho real, concreto, de las manifestaciones sucesivas. Es como si la obra estuviese también “adelante” y buscara, por sí misma, conclusiones y acuerdos en la versatilidad creadora de un artista. Es el caso de Otero. Donde los críticos, y probablemente el mismo artista, encontraron alguna vez rupturas o cambios, la obra de Alejandro Otero ha terminado por establecer profunda coherencia, como un sol clarificador, capaz de admitir desarrollos expresivos sin perder su ilación vital.

Prueba de todo esto la encontramos en la última exposición del gran artista. La llama Tablones. También nos dice (en entrevista con Orlando Araujo) que “se trata de decir lo mismo con otros medios”. Y esta constante es un concepto rigurosamente planteado y desarrollado a través de su obra: “el espacio como dimensión activa y practicable”.

Los Tablones son de hecho pintura plana, sin relieves ni recursos externos de complicación alguna. Es un paso sorpresivo para quien haya seguido la obra escultórica de Otero en los últimos años, una tentativa colosal por aprender “ese movimiento real” que anhelaba Gabó, por los años veinte, y que señalaba en su Manifiesto realista como una meta para el arte, que debía al fin “despertar de veinticinco siglos de ritmos estáticos”. Con los agentes del mundo real, la luz, el color, el movimiento del viento, la obra escultórica de Alejandro Otero desarrolla aquel ideal de Gabó, mediante un lenguaje luminoso, sutil, donde se logra la difícil alianza con la tecnología, cuyos alcances deslumbrantes no deben sobrepasar la proposición del creador, sino ajustarse a ella. Otero ha sido, en este sentido, uno de los raros artistas contemporáneos que ha dominado con rigor los recursos tecnológicos, hasta convertirlos en expresión dúctil, personal, y hasta diríamos llena de asombrosas sutilezas.

El trabajo presente es consecuencia de todo el trabajo del artista en las pasadas décadas. Es algo que se decanta de un proceso rico en proposiciones y manifestaciones en torno al dinamismo como principio activador de la obra plástica. Desde Las cafeteras el primer intento por desdoblar la imagen en valores autónomos, Otero ha venido proponiendo diversos ámbitos para la activación del contexto plástico. Los Coloritmos muestran la combinación de los elementos clave de la obra de Otero, el contenido espacial, la exigencia estructural y el dinamismo cromático. También lo manifestaron su serie de Papeles coloreados y, desde luego, sus esculturas metálicas de tamaño colosal, concebidas para establecer un diálogo abierto con la intemperie. Los Tablones recuerdan ciertamente a los Coloritmos, sólo que ahora la experiencia de las esculturas grandiosas ha liberado y decantado a la vez el lenguaje del artista. Los colores están sueltos en el espacio y el intercambio de valores crea una transparente unidad en el proceso de interacción entre los elementos. Digamos que la libertad de procesos que conjugan luz, color y movimiento en sus esculturas ha logrado cifrarse aquí de modo más estable. El artista mismo señala una manera de interpretar estos Tablones, en relación con los otros aspectos actuales de su obra: son maneras de “escribir” procesos dinámicos.

Los Tablones son, en alguna medida, un proceso de liberación del artista. Se “siente” el disfrute que puede tener un creador al dar rienda suelta a un lenguaje que domina tan bien, con tanta sabiduría en el uso de los recursos utilizados. Es casi una celebración. El regocijo de crear, a un nivel donde sería difícil desentrañar la parte intuitiva, de ese otro quehacer que formulan la experiencia y el oficio.


*Publicado originalmente en el diario El Nacional el 31 de diciembre de 1974.


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