Rafael López-Pedraza | ©Carlos Ayesta

Por PABLO RAYDÁN

Cuando pienso en lo que fue la psicoterapia para Rafael López no lo hago a través de definiciones ni conceptos, sino a través de la memoria afectiva que ha dejado en mí, pues para él la psicoterapia era una vivencia, más que la aplicación de una técnica, y añadiría que era una particularidad que tomaba toda su personalidad y que él reconocía en sí mismo, tal como lo refleja en el prólogo de la ultima edición revisada de su libro Hermes y sus hijos:

La psicoterapia (…) se enfoca dentro de una concepción que traspasa los límites del tratamiento analítico: nuestra supervivencia requiere que vivamos nuestra vida como si fuera una psicoterapia permanente, dándole prioridad a nuestra psique, permitiéndole distinguir entre lo que es psíquico y alude a su naturaleza única y lo que no es, y dejándola vivir los sentimientos y emociones que la alimentan. Esta es la vía más inmediata para conectarnos con nuestra naturaleza, instintos e historia, así como a nuestro vivir cotidiano (pág. 8).

Para él los límites de la psicoterapia no empezaba ni terminaba dentro del espacio de la consulta sino que abarcaba la experiencia toda. Eso lo constataba en cada visita y cuando compartíamos una buena comida con él, en un fin de semana en la playa, en el momento de los vinos después de una conferencia y cuando visitamos el museo británico de su mano para ver vasijas griegas con dioses animados por su relato o sus pintores favoritos. También, por supuesto, en el consultorio, cuando hablábamos de las imágenes de un sueño o simplemente lo veía contar sus monedas, un gesto que hacía para darme una lección sobre el complejo del dinero casi sin darme cuenta; mientras hablaba, desde la sala de su apartamento por teléfono, sobre la importancia de la soledad de su existencia mientras yo lo esperaba en la soledad de mi consultorio. Por eso, como López bien decía, la psicoterapia (…) supone la intención de hacer la vida tan psíquica como sea posible, manteniendo nuestra psique en movimiento. (H y H: 7).

Muchas de nuestras conversaciones versaban sobre psicoterapia y, especialmente en mi caso, le apasionaba que conversáramos sobre mi entrenamiento médico y psiquiátrico, como si su interés fuera a enseñarme a diferenciar lo médico psiquiátrico de lo psíquico. Su libro Hermes y sus hijos, dirigido especialmente al psicoterapeuta, llamaba mucho mi atención y era central en nuestras conversaciones; siempre me ha resultado un verdadero manual de psicoterapia, o mejor dicho, su manual de psicoterapia.

Hermes, visto por él como propiciador del “movimiento psíquico”, era una piedra angular de su quehacer terapéutico y muchas veces lo oímos decir “lo importante es mantener la bola en movimiento”, al referirse a la psicoterapia. Frases como éstas, que llevaron a algunos a definir su psicoterapia como la psicoterapia hermética, las aprecio más bien como muestra de su apego a la imagen, “stick to the image”, y  una invitación a desarrollar la capacidad de imaginar por parte del psicoterapeuta. Como él mismo decía:

“Quiero darle a Hermes y a su extraña imaginería un lugar esencial en la psicoterapia, conectar a Hermes con los procesos de curación y concebir al terapeuta como un imaginero” (H y H: 11).

Hermes y sus hijos también evidencia su empeño de mantenerse en el “pensamiento mítico” como fuente fundamental del diálogo psicoterapéutico, lo cual requiere, según él, que los psicoterapeutas estemos al tanto de las expresiones mitológicas de la psique y que nos abramos a la posibilidad de hacer nuestro ejercicio de ver el conflicto de la psique con una imaginación mítica; algo que no siempre significa ser un erudito en la materia.

Esta aproximación a la psicoterapia lo vincula, por un lado, al legado de C. G. Jung y su psicología de los arquetipos y, por otro, lo posiciona como impulsor de la práctica psicoterapéutica que se ha denominado movimiento arquetipalista. Y, aunque López siempre se negaba a verse a sí mismo como creador de técnicas de psicoterapia, su aporte como fundador de esta escuela de psicología de los arquetipos ha sido de fundamental importancia. Como él mismo señalaba, la psicología basada en los arquetipos es ver a través del mito para alentar el movimiento psíquico, aunque no desde el mito, pues es importante no crear identificaciones con él mismo.

Otro aspecto de su particular enfoque de la psicoterapia lo encontramos en el abordaje que hace de los temas sombríos de la personalidad apoyándose en la imaginería dionisíaca, los cuales trabajó básicamente en su obra Dionisos en exilio. Para él, aproximarnos a la imaginería dionisíaca permite encontrarnos con su naturaleza contradictoria y su irracionalidad, y es, precisamente, esa irracionalidad de Dionisos la que nos sirve de vehículo metafórico para explorar zonas de sombra en la naturaleza humana.

Esas extrañas dotes de sosiego y quietud, propias de Dionisos, me evocan una frase de uso frecuente de López, que siempre repetía en un peculiar acento francés, parafraseando a Pierre Janet: “Abaissement du niveau mental¨, que  señala:

“El ´sosiego´ y la ´quietud´ son indispensables para que el psicoterapeuta logre sentir su propio cuerpo. El arte de la psicoterapia radica en constelizar  una incubación en medio de esos extraños ´sosiego y quietud´, tan fundamentales en una situación psicoterapéutica” (DE: 9).

Su manera de acercarse a las imágenes del descuartizamiento, el canibalismo, la caza, la matanza, los rituales de sacrificio, la tauromaquia y otras imágenes propias del inicio de la historia de la humanidad pueden ser vistas, según él, como “complejos que se formaron en el alba de la historia” (DE: 26). Las mismas pueden ser consideradas como “el choque del divino niño Dionisos con las fuerzas titánicas, como una iniciación en el proceso dionisíaco de la vida” (DE: 26), y conformaban un elemento cotidiano en su terapia. Si desde la niñez no nos familiarizamos con las emociones trágicas nos arriesgamos a vivir una vida sin defensas o, peor aún, hebefrénicas o psicopáticas, según decía.

Y ello me lleva a un aspecto fundamental en nuestros encuentros. López hablaba con insistencia de centrar la psicoterapia en la “emoción”, término que usaba apegado a la concepción griega de pathos. Su interés primordial en la práctica psicoterapéutica era, precisamente, la patología (pathos), aun cuando no sea fácil ver los problemas psicológicos en función de las emociones. Es decir, para López, la psicoterapia pasa por ver las emociones en términos dionisíacos. A menudo, adjudicaba parte de las dificultades de la psicoterapia moderna al exceso de teorías, conceptos, reducciones y técnicas psicoterapéuticas que constituyen un obstáculo para que la práctica psicoterapéutica se centre en la emoción.

López le daba importancia a la represión en esta dinámica dionisíaca. Decía que “Dionisos es el dios mas reprimido ” (DE: 38), y con ello nos llamaba la atención a tener conciencia de esta represión. Para él, la «conciencia sobre Dionisos sólo es posible a través de la represión, que actúa como un ritual propiciatorio del dios. Un ejemplo evidente es el del aficionado al vino, quien a fin de propiciar los beneficios del vino, debe disponer de las ocasiones apropiadas para beberlo, porque, de lo contrario, se convertirá en un alcohólico. A través de la represión uno puede conectarse y domar las fuerzas dionisíacas” (DE: 38), una dinámica que hace de motor en la psicoterapia. Siempre nos recordaba que lo más valioso que se podía alcanzar en psicoterapia es lo que él llamaba el cuerpo emocional y esto, obviamente, esta relacionado con Dionisos.

La psicoterapia de López se apoya también en otro mito, el de Eros y Psique. “El único en toda la literatura mitológica que nos habla de la ´iniciación del alma con imaginería mitológica y de cuento popular o de hadas” (EP: 21). Para él, el terapeuta es un iniciador de lo psíquico; alguien que hace una terapia de la psique centrada en que ésta aprenda. López hablaba de un vivir conectándose desde el Eros con la vida psíquica, por eso, para él, la hija de Eros y Psique, Voluptuosidad, es la hija de un vivir “psíquico erótico” (EP: 107).

Su psicoterapia siempre buscaba dar una “expansión que va desde la ceguera de las bodas de la muerte hasta la luminosidad de las bodas olímpicas” (EP: 107). Un proceso que no es ni consciente ni inconsciente, sino que sigue el camino de Psique en sí, con sus propias raíces metafóricas.

Una terapia, como yo la entiendo, que no huye del sufrimiento, que aborda esos intersticios brindados por la imagen. Usemos otra metáfora del mismo libro, que ayuda a entender ese vivir erótico: “Me parece esa gracia que se nos da por momentos, un minuto de balance psíquico visto a través de la psicología arquetipal, logrado al final de un penoso sufrir. En ese instante de equilibrio, máximo suceder del vivir, parece como si nuestra experiencia interna y externa tuviera un marcado orden arquetipal” (EP: 106).

Al referirse al sufrir (Emociones, una lista: 77) destaca la importancia que  tiene para la psicoterapia distinguir cuando el que carga con el sufrimiento es el ‘yo’, pues apunta a serios problemas psicosomáticos, y esa no es la función natural del ‘yo’.  En cambio, cuando el sufrimiento es soportado por la psique, podemos decir que es el órgano que le corresponde por naturaleza, esa es su función y permite que el proceso ocurra a en lo psíquico, lo cual lleva a un ampliación de la consciencia.

No quisiera dejar por fuera un elemento que considero que cada uno de los que tuvimos contacto cercano con Rafael López como pacientes, como terapeutas o simplemente por haber compartido con él pudimos apreciar: la ´compasión´ expresada en el reconocimiento, el respeto y la aceptación de cada una de nuestras particularidades.

En el libro Emociones una lista, al mencionar la compasión, nos dice que esta emoción es fundamental para la psicoterapia y que sin ella no se atrevería a decir que haya en verdad psicoterapia. Él mismo señala: “Para mí la compasión significa estar y conectarse psíquicamente con el otro, en este caso, el paciente. Y esto es lo único que hace posible la simetría como fundamento esencial de la psicoterapia” (E: 78).

Quiero cerrar citando el último párrafo de este libro, que resume para mí esa concepción de la psicoterapia tan particular de Rafael López y que sigue siendo un estímulo para mí en mis propios estudios y guía mi interés por la psicoterapia.

“Creo que el conocimiento de las emociones nos ayuda a valorizar nuestro vivir y el mundo de las relaciones en que nos movemos, ya que abre un entendimiento mucho mayor a la tolerancia y a la comunicación entre seres humanos” (E: 78).

Me viene a la memoria que poco antes de morir mencionaba que en la última semana había tenido unas emociones nuevas para él y eso me dejó sorprendido y pensativo. Sólo ahora, después de mis vivencias de los últimos cinco años como migrante, puedo apreciar lo que significa que aparezcan nuevas emociones cuando se siente que ya se conoce uno ese repertorio. Espero que este nuevo hallazgo enriquezca mi tolerancia y mi capacidad de comunicarme como ser humano, por lo menos me siento más  compasiva no sólo conmigo sino con mis pacientes; algo que parece indicar que mi camino como individuo y psicoterapeuta va por donde quiero transitar, ese del que López me ofreció un mapa para no perderse.


Referencias bibliográficas

  • López-Pedraza, Rafael (2000). Dionisos en exilio. Caracas, Festina Lente
  • __________________________ (2001) Hermes y sus Hijos. Caracas, Festina Lente
  • __________________________ (2003) De Eros y Psique. Caracas, Festina Lente
  • __________________________ (2008) Emociones: una lista.  Caracas, Festina  Lente

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