Samuel Rotter Bechar | Carolina Perelman

Por JOSÉ URRIOLA

Aseguraba Ludwig Wittgenstein que llamamos identidad a ese relato de nosotros mismos que ha cristalizado en la memoria. No somos otra cosa que criaturas conformadas por palabras, monstruos armados y organizados a partir de narraciones. Narrarse es ordenarse, y es también confeccionarse.

Nada nos pertenece, primera novela de Samuel Rotter, es un artefacto que pone en marcha los mecanismos de la memoria. Y como si se tratara de un juego de matrioshkas, la estructura de esta novela nos va mostrando progresivamente una historia que calza dentro de otra, que a su vez calza dentro de otra historia más grande. Como si se tratara, valga la metáfora, de una película sostenida sobre un largo zoom cinematográfico, donde creemos estar en presencia de una historia en primer plano, pero que al ampliar la mirada más adelante se convierte en un plano entero y luego esa perspectiva se abre nuevamente para descubrir el nuevo panorama que nos muestra el plano general.

Samuel no le tiene miedo a la experimentación. Se atreve a jugar no solo con la estructura del relato sino también con el cruce de géneros. A veces estamos ante un texto que parece autobiográfico, luego indaga en los territorios de lo telúrico, lo histórico, lo social y lo político; más tarde se sumerge en lo documental, después en el relato psicológico que coquetea con matices alucinados e incluso fantásticos. Y lo logra, Samuel Rotter en Nada nos pertenece logra con maestría tejer todas esas partes y todos esos retazos de muy diversa naturaleza.

El ejercicio de Samuel, mucho cuidado, no es epidérmico y pirotécnico, pues todo se soporta sobre un espíritu sólido, sobre unos personajes a los que conocemos, nos encariñamos con ellos, nos angustiamos por ellos. Cada muñequita de la matrioshka resulta entrañable y perturbadora a la vez. Para cada una de ellas hay además una banda sonora, una carga cromática, una atmósfera muy bien definida, también alguna obra artística con la cual establece un diálogo.

Nos hallamos ante una novela que propone un pulso entre una fuerza centrípeta (vamos a meternos en la piel y en la mente de estos personajes) y otra centrífuga (oímos su música, viajamos con ellos por esos paisajes, nos sumergimos en las pinturas que tienen un gran valor simbólico para ellos). Viajamos como subidos a una cinta de Moebius hacia el interior y al exterior al mismo tiempo. Como si el tránsito por estas páginas fuera similar al que haríamos dentro de una obra de esas de arquitectura imposible de M.C. Escher.

Nada nos pertenece es una frase que se pronuncia como un leitmotiv en momentos cruciales a lo largo de la novela de Samuel Rotter. En esa frase ciertamente hay un desaliento por todo eso que hemos tenido y perdido. Por todo lo que alguna vez fuimos y ya no está, o está pero tan desdibujado que ahora nos resulta irreconocible. Nada nos pertenece es también una metáfora del crecimiento y de la madurez. Solemos pensar que somos nuestras posesiones, nuestra obra, nuestro oficio, nuestros familiares, que somos todo aquello a lo que podemos anteponer un pronombre posesivo de primera persona. Pero con la maestra vida nos vamos dando cuenta de que realmente nada nos pertenece, nada de eso somos, excepto una sola cosa: nuestra memoria. Esa carga de recuerdos, experiencias, olvidos, enaltecimientos, embellecimientos, demonizaciones, risas y duelos, que cristaliza en un relato que nos da sentido, nos organiza y acaba confeccionándonos eso que llamamos la identidad. De eso va esta novela. Y vaya que no es poca cosa.

Samuel Rotter con Nada nos pertenece se muestra como un narrador lúcido y lúdico, peculiar, arriesgado, auténtico. Alguien a quien definitivamente hay que leer hoy y habrá que seguirle la pista mañana.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!