JOSÉ RATTO-CIARLO (1904-1997), ARCHIVO FAMILIAR

Por RAMÓN J. VELÁSQUEZ

Para mí resulta particularmente  grato hablar de Ratto-Ciarlo, tratar de mostrarlo tal cual es. Ante todo, puede hacer suyos los versos de Antonio Machado:

“He andado muchos caminos,

he abierto muchas veredas;

he navegado en cien mares

y atracado en cien riberas”.

Desde el Perú llegó a nuestras costas. En Lima le dio Ratto-Ciarlo sentido a su vida. Fue la época en que la angustia nacional había sido canalizada a través del pensamiento genial de Mariátegui. Como la nuestra de Santa Rosa en la década de los 20, la vieja universidad de San Marcos remozó sus claustros con los brotes revolucionarios. De esa permanente actitud de Mariátegui, del anhelo juvenil de aquellos días derivó nuestro personaje su actitud ante la vida y dentro del cuadro de sus actividades.

Mozo aún, junto a su familia, llegó a Maracaibo. La ciudad estaba en plena efervescencia petrolera y la Fortuna andaba como desgaritada por calles y campos. No había mucho tiempo disponible para especulaciones intelectualistas. En las cervecerías de la plaza Baralt se marcaba el acento urbano de las nuevas promociones.

La madre de Ratto-Ciarlo semejaba una estampa bizantina y poseía una exquisita sensibilidad. El padre deleitaba a los vecinos con el melódico rasguear de la guitarra y su contagiosa alegría. En Ratto se conjugaron los disímiles temperamentos: ensoñación; espíritu de artista; cuerpo escuálido de cenobita con alma de Palemón.

De Maracaibo partió hacia la tierra de sus mayores a estudiar arte. La obra llevada a cabo por el hombre en las ciudades; el limpio cielo, la Naturaleza toda, invitan a la imaginación. Cuando regresó, había madurado sus conocimientos y habían aumentado sus inquietudes. Ejerció la docencia y fue profesor de griego. No voy a seguirlo en estas andanzas pedagógicas.

Sus estudios y los viajes fueron provechosos para la formación espiritual y le facilitaron la posterior redacción de algunas obras, como La Utopía del reino de Dios. Un libro de accidentada elaboración. Allá, por 1933, lo inició recogiendo las primeras fichas a raíz de una tertulia. En Valera, en 1946, hizo una primera ordenación de materiales. En 1953, en La Mesa de Esnujaque, preparó un proyecto de redacción. En 1955 lo reelaboró en la misma población trujillana y, al poco tiempo, lo dio a la imprenta. Ratto se ha ocupado preferentemente del arte, de cuestiones antropológicas y etnográficas americanas y ha hecho indagaciones en torno al sentido místico del hombre, intentando explicarse el porqué de esos períodos de fe o de agnosticismo, épocas en las que la humanidad se busca dentro de sí misma o se reduce a vegetar, sin otras preocupaciones que las de pervivir.

Sus inquietudes en este sentido son espoleadas por San Pablo, quien con Buda o Platón, ha sido uno de los hombres que mejor han entendido la esencia divina. A Saulo no le llegó el conocimiento tras una exploración interna, ni por la penitencia y el ascetismo en la soledad. Saulo comprendió cuando en el exceso de la pasión sintió el aguijón de la duda y contempló, deslumbrado, el esplendor de la verdad.

Al cabo de los años, la influencia de sus lecturas de mocedad y su antiguo entusiasmo no los ha perdido, ni tampoco aquella cedió ante otros ídolos. Por ello se ha empeñado en hallar puntos de equilibrio entre la concepción dialéctica inicial y su nunca desmentido misticismo.

Nuestro amigo, sin embargo, no estaba hecho para las mesuradas labores docentes. Quería desligarse un poco de los espíritus suaves y rudos, las síncopas, apócopes o aféresis, los duales, voces medias y aoristos. Inquieto siempre, iba de un lado a otro buscando un puerto. Peregrinaba incansable tratando de encontrar su vocación, una razón trascendental de ser.

En un país rural, no era fácil hallar una. En un país aislado del mundo no abundaban campos propicios donde espigar la adecuada. Las principales oportunidades se las reservaban los hombres de presa. Los intelectuales o los artistas llevaban existencia de topos o de caracoles. En unos casos, enterrados en vida. En otros, construyéndose apropiadas armaduras contra el ambiente, agregándose a la traílla de los oportunistas, a la clientela de los explotadores. Las sombras fatídicas de las desesperanzas se extendían por todos los ámbitos y la amargura del alma ponía salmos de desesperación en los labios resecos de los perseguidos.

El ambiente del país era sofocante hacia 1935. Tan sofocante como el propio clima marabino si corre por las riberas del lago el viento sur. Muchos caminos había trasegado ya Ratto-Ciarlo con impetuosa vehemencia, cuando la desaparición del general Gómez permitió alzar la lápida de plomo que pesaba sobre las conciencias. ¿Cuántos quedaron cegados con la luz democrática que, entonces, se encendió?

El resplandor del rayo en las tinieblas deja ver el rumbo. Ratto-Ciarlo al fin se descubrió y se encontró capaz de enfrentarse a la nueva vida en un campo que desde esa época le atrajo. Había elegido la profesión de periodista. Se impuso, desde luego, una misión áspera. Una misión que se ha de emprender con entera devoción y desinterés. Sus comienzos fueron amargos en 1936. El periodismo en esa época implicaba voluntad de sacrificio, heroísmo. Todavía es profesión riesgosa si se ejerce con honestidad. Ratto-Ciarlo quiso editar un periódico que consignase sus anhelos. Esta primera salida no le produjo rendimientos. Como el Ingenioso Hidalgo, Ratto retornó descorazonado, ya que apenas si publicó el primer número de su vocero.

La vida acrisola los espíritus; el tiempo da forma los caracteres y depura los estilos. La experiencia es como un alambique, a través de cuyo serpentín la vida destila sus esencias. Poco a poco se fue haciendo el autor de la obra que tenía por delante, a conformar su angustia. Ahora Ratto Ciarlo no es aquel mozo que en tierras zulianas soñó cincelar versos en mármol de Paros bajo las doradas palmas de la ribera.

Ahora es hombre de severas disciplinas y fino crítico de arte, acrisolado por sus preocupaciones clásicas  y sus conocimientos y comprensión de los movimientos modernos. Ha regresado, a través de la prensa, a sus años juveniles, aquellos años en los que estudiaba en Italia y era aticista. Lo logró después de trabajar en muchos periódicos y revistas. Al fin de la jornada, llegó a El Nacional, diario en el que creó la Página de Arte. Desde su mirador, ha laborado intensamente por la cultura nacional, estimulando iniciativas, patrocinando nuevos valores; dándole, en fin, calidad, finura a la parte profesional de una tarea a veces ingrata. A la verdad, ni ha sido egoísta, ni ha sentido odios, ni la envidia se ha aposentado en su espíritu. Por su generosidad intelectual ha vindicado la crítica, transformándola en sacerdocio de la belleza, en ejercicio del gusto.

Las páginas que van a continuación reflejan las virtudes y los defectos de José Ratto-Ciarlo. Su apasionamiento por las ideas, por las obras de arte, por las escuelas literarias. Pasión que está presente en cada línea de sus tareas intelectuales, bien sean las muy elevadas de sus especulaciones filosóficas o el diario escribir informaciones sobre diversos temas para cumplir las labores periodísticas. En muchas oportunidades se señala a Ratto-Ciarlo por su activo partidismo por tal o cual tendencia pictórica, por sus vehementes condenaciones o su exaltado fanatismo por los personajes que representan las corrientes culturales en nuestro medio. En verdad, él procura ser objetivo y actúa con la más auténtica pulcritud mental. Pero, de la misma manera que tantos políticos vibran y se descomponen ante una partida de dominó, así también este escritor se exalta y se atrinchera tras las barricadas de sus tesis en el mundo de las artes y de las letras.

Por nuestra vecindad en la casa del diario, he tenido oportunidad de observar la maduración de la mayoría de estos ensayos, son fruto de larga elaboración. Durante toda su vida, la habitación o el despacho de trabajo de Ratto Ciarlo-han sido islas rodeadas de libros por todas partes. Libros que forman pirámides, libros que ocupan las sillas cual solemnes visitantes, libros que han tenido que aceptar la humildad del suelo porque estantes, mesas, sillas y repisas están invadidos por una multitud universal. Pero textos que han sido leídos, releídos y manoseados con angustia y placer. En esas andanzas encontró los personajes que ahora estudia (Bello, Unamuno, Frost…). Relee cuanto conoce, agrega nuevas noticias, examina interpretaciones, busca en la obra original. Y somete al visitante o el compañero a un interrogatorio acerca de sus propias ideas sobre la vida y milagros del inmortal que examina. Esta familiaridad con los autores, esa inquietud por encontrar criterios valorativos diferentes al propio, para contraponerlos y acendrar el concepto, da mayor valor a las indagaciones del autor.

Excelente el propósito de Hans Neumann de rescatar estos ensayos del peligroso campo de las colecciones de periódico en donde mueren tantas obras valiosas. Son páginas escritas con devoción trabajadas con esmero. Merecen volver a los lectores, ahora en la forma consagratoria del libro.


*Los inmortales, José Ratto Ciarlo. Ediciones de la Fundación Neumann. Caracas, 1966. Incluye ensayos sobre el pintor Rafael Monasterios, el poeta Robert Frost, el artista Miguel Ángel, el escritor Miguel de Unamuno, el prócer musical José Ángel Lamsa y el humanista Andrés Bello.


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