SOL LINARES, POR ATILIO SAAVEDRA

Por SOL LINARES

Una gallina llamada Carlota abre los ojos. Justo en ese instante, a la altura de su corazón de gallina ―museo de las formas más antiguas del miedo―, algo cruje. Cruje desprendiéndose, en gerundio: desprendiendo. De nuevo es esa cosa. Algo, como un dolor redondo, baja de nuevo hacia su culo. Es el ducto por el cual una gallina puede hacer varias cosas sin tener conciencia: cagar, comunicarse con el exterior, contar los días, ser violada, y por supuesto, volverse señora. Señoras siempre son, desde chicas. Es la única forma de nacer señora; naciendo gallina. ¡Si supiera lo bella que se pone cuando finge estar atenta a sí misma! La más abnegada de las ignorantes, la más feliz de las desdichadas. Tan insignificante, que gallina es gallina hasta en latín. Es tan señora una gallina, que tiene cara de casada desde que rompe el huevo. Si llegara a escribir un libro, lo firmaría Gallina de Torres, o Gallina de Gutiérrez. Siempre gallina De. Así parece su alma. Y es tan feliz.

Excepto cuando baja esa cosa. Cuando baja esa cosa se asusta tanto que, si de casualidad se queda dormida, capaz sueña con que se atraganta con un huevo gigante que no la deja cloquear.

Ahí viene de nuevo, eso como un dolor redondo.

Ella se asusta y observa fijamente dos cosas: por un ojo mira el aguadero y por el otro ojo la rueda abandonada de una bicicleta. Casi se reprocha mirar dos cosas al mismo tiempo sin entenderlas. También abre ligeramente el pico, como lo hiciera Greta Garbo cuando va a besarla quien la ha humillado. Ahí viene. Viene eso redondo y mostaza (no lo sabe, y tal vez no lo sepa nunca, que una gallina está llena de crepúsculos. Que todos los días el sol se mete en ella y sale por el culo y es horrible). Ahí viene. Desea escapar y por eso se queda quieta. Estira el cuello. Grita: cló-cló-cló. Y pone un huevo.

Sus esfínteres, laxos, caen en un abismo interior, en el basurero de sí misma. A pesar de su cara agotada, como si acabaran de encontrarla culpable en un juicio conducido por Ulpiano, Carlota estrena su nueva y ovalada maternidad. Se trata de un óvalo que, aunque lo ponga cada veinticuatro horas, todavía sigue naciendo. «Este es un huevo persistiendo», casi piensa. Y como las gallinas piensan en gerundio (en ellas todo está aconteciendo una y otra vez), su pensamiento es más o menos así: «siendo un huevo persistiendo». Cualquiera que las escuche, pensaría que son turistas con muy mal inglés pidiendo una dirección en una calle de San Francisco: «¿Dónde encontrando gallina que tía viniendo ayer?». Es tan simple el hablar de una gallina, que cuando cree que existe, dice: «Siendo gallina». Si picotea un ciempiés, piensa en gerundio «pobre ciempiés corriendo tan lento con tantas patas». Por eso si una gallina aprende inglés solo se aprende los gerundios, eating, running, flying, sleeping, aprende solo los verbos que la explican como gallina, ni más ni menos: poniendo, durmiendo, clocando, comiendo, cogiendo. Cinco verbos le bastan a una gallina para existir. «Uno aprendiendo de una lengua solo los verbos que usando».

Pero hoy Carlota está afligida. Cree que el huevo de hoy es el mismo huevo de siempre. Por eso su rostro desesperado, asediado por un déjà vu. Supone que algo en ella anda mal, porque debe estar muy mal una gallina que pasa su vida poniendo el mismo huevo. Gallina poniendo, piensa.

Es un déjà vu que se atraganta en el culo y se empuja como un dolor redondo. Una repetición sin sentido, un látigo que cae en la misma herida. Cualquier gallina cree, por lo tanto, que todos los meses son agosto; que en el mar nada más hay mantarrayas, que en el mundo solo hay ciudadanos Hemingways, que las rockolas siempre repiten la canción de Turley Richards I Heard the voice of Jesús; y que todos los escritores del mundo escriben a la misma hora La conjura de los necios.

Así, una gallina estaría de acuerdo con Miguel Hernández cuando dijo “boca poblada de bocas, pájaros llenos de pájaros”, lógico, las cosas llenas de las cosas. Gallinas llenas de gallinas. Carlota sacude la cabeza, no soporta un pensamiento tan falaz. Una gallina no está llena de gallinas; está llena de un huevo que nace siempre.

Pero esta vez Carlota da un salto en el nido porque justo en este instante se le acaba de ocurrir (ocurriendo) una gran idea. ¿Y si le pone nombre a cada huevo? ¿No quedaría resuelta su incertidumbre? Por primera vez está feliz, siente que su pensamiento (pensando) es inédito, útil a la sociedad de gallinas.

Entonces echa una mirada a los tres huevos juntitos en el nido. Con ponerle un nombre a cada uno, cada quien será y tendrá un destino irrepetible. Orgullosa por llegar a tamaña conclusión, medita durante horas los nombres de sus huevos. A uno lo llamará, naturalmente, Ernest Hemingway, a otro Turley, y a otro John Kennedy Toole. Empolla con tanto sentido del futuro, que planea a tientas la vida que podía tener un huevo llamado Hemingway, por ejemplo. Ahora que lo piensa bien (pensando), nada le daría más orgullo que poner huevos de escritores y cantantes. Si promueve una atmósfera intelectual, John Kennedy Toole pudiera algún día escribir La conjura de los necios, y Turley cantar I heard the voice of Jesús, y Ernest ser un ciudadano Hemingway.

Pobre Carlota, no sabe que Jhon Kennedy Toole jamás vio publicada su obra. Que después de cantar la canción, Turley Richards quedó mudo, y que Hemingway se voló la tapa de los sesos con una escopeta.


Sol Linares (Escuque, 1978). 

Novelista, cuentista, ilustradora. Su obra narrativa ha merecido varios premios nacionales e internacionales. Entre sus libros destacan La circuncisa, Canción de la aguja (Premio Municipal de Literatura Luis Britto García), Cuantafarsas (Premio de Nacional de Literatura Ramón Palomares), Percusión y tomate (Premio Internacional de Novela Alba Narrativa 2010); Mamás por Whatsapp (LP5 Editora, Chile, 2021); La silla cruza las piernas (Asuntos Editoriales, Argentina, 2022); No todos los cíclopes nacen ciegos (Premio Internacional Tristana de Novela Fantástica, España). Muestra de su trabajo narrativo ha sido recogido en distintas antologías plurales como Antología sin Fin (Escuela del sur, 2012), De qué va el cuento (Alfaguara, 2013), Nuestros más cercanos parientes (Editorial Kalathos, España 2016).


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