Germán Carrera Damas / Roberto Mata©

Por TOMÁS STRAKA

A finales del año 2007 Germán Carrera Damas se incorporó como Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia.  En un acto que no dejó de generar polémicas, la corporación y quien había sido uno de sus mayores críticos hallaban su reconciliación.  La Academia había dejado atrás muchas de las cosas que durante el último medio siglo había señalado Carrera Damas; y él demostraba que sus observaciones no eran un asunto personal, sino el resultado de importantes diferencias en torno al concepto de la historia y a la función social del historiador.  En algún grado, su elección como Individuo de Número era la victoria de la verdadera revolución historiográfica que tuvo como epicentro la Escuela de Historia de la Universidad Central de Venezuela, y a él como su líder más destacado, que ya llegaba incluso a los salones de lo que se veía como el gran reducto de la “historia tradicional”.  Desde que en 1958, como resultado directo de la democracia, se fundó la Escuela de Historia de la UCV y el joven Germán Carrera Damas regresó al país, la historia, al menos para los nuevos historiadores, dejó de ser el rosario de fechas y episodios heroicos que se tenían por tal, nada quedó exactamente en su lugar, ninguna las grandes verdades en las que creíamos quedó sin haber sido puesta en cuestión.

Por supuesto, no puede decirse que aquella revolución llegó a todos.  Basta leer la prensa o ver la efectividad que tiene la llamada Historia Patria en ámbitos como el político, para darse cuenta de ello.  Pero eso no significa que ha sido en vano el trabajo de los hombres y mujeres que al menos desde 1958 (algunos comenzaron antes) se esforzaron por dar otra visión de las cosas.  Ya el paisaje de la memoria histórica venezolana es otro.  En momentos en los que la manipulación y la falsificación se han llegado a niveles singularmente altos, en la obra de esos historiadores se han encontrado formas de responderlas y contrarrestarlas.  Por eso hoy, que Germán Carrera Damas alcanza sus noventa años, revisitar su obra es, además de pertinente, un asunto de urgencia.  En la misma clave en la que él auscultó el concepto de historia en los mejores historiadores venezolanos de la primera mitad del siglo XX, es importante iniciar la revisión detenida de sus trabajos, con resaltador y tomando notas, para identificar no sólo sus grandes tesis sobre el devenir venezolano y latinoamericano, o sobre la teoría y la metodología de la historia, sino sobre el sentido en sí mismo de ser historiador, de construir conocimiento histórico, de leer libros de historia.

La libertad: base para la historia

El tamaño y la densidad de la obra de Carrera Damas representan un desafío para quien quiera estudiarla.  Pero, por otra parte, ofrece la ventaja de que él mismo se ha encargado de decirnos bastante sobre lo que piensa acerca de la historia, sin contar con que sus acciones han sido lo suficientemente congruentes como para demostrarnos en términos prácticos de qué van tales ideas.

Cuando en 1958 fue contratado por la UCV, encuentra en ella un entorno muy favorable para la revisión crítica de la historiografía venezolana.  La carrera de Filosofía y Letras tenía un departamento de Historia que ofrecía una mención.  De hecho, de ella salieron, como Licenciados en Filosofía y Letras, los primeros historiadores profesionales venezolanos, como Ildefonso Leal.  El Departamento fue elevado a Escuela en 1958 con todas las ventajas que ofrecía la naciente democracia venezolana: autonomía universitaria, libertad de cátedra, libertad de expresión y, lo que no es poco, recursos para la investigación y sueldos sólo comparables con los del Primer Mundo.  Además, se puso bajo la dirección de un historiador y pedagogo de talante tan democrático como J.M. Siso Martínez.  Él promovió que las mejores cabezas (Eduardo Arcila Farías, Miguel Acosta Saignes, Federico Brito Figueroa, Carrera Damas) simplemente reinterpretaran de arriba a abajo la historia venezolana, publicaran sus libros, propusieran proyectos de investigación y cursos.  Cosa especialmente notable, si contamos que todos ellos eran comunistas, políticamente opuestos a Siso Martínez y a la democracia naciente. Pronto Carrera Damas y Siso Martínez se harían estrechos amigos, pero no todos actuaron con el mismo respeto y agradecimiento hacia el director de la Escuela, ni mucho menos hacia el sistema que les permitió llevar adelante su obra.

Puede decirse que la obra de Carrera Damas es en gran medida producto de la libertad.  Tanto en el hecho de haber generado las condiciones para su producciónm como el propósito que la movía. Cuando el Partido Comunista, del que formaba parte desde sus días de estudiante en La Sorbona, le exigió revisar sus trabajos antes de publicarlos, aquello representó el último obstáculo entre Carrera Damas y su completa liberación.  Aunque venía dudando del comunismo desde los días de la Invasión a Hungría, esta especie de censura fue la gota que faltaba para que abandonara la militancia.  No las ideas de izquierda, en el sentido de clásico de la búsqueda de una sociedad más libre e igualitaria; ni tampoco el marxismo, que sigue siendo su universo conceptual básico.  Pero sí el apego a los dogmas de la Academia de Ciencias de la URSS y la creencia de que el modelo soviético pudiera conducir a la felicidad de los hombres.  Era, pues, ya el historiador crítico, irreverente ante cualquier fe y autoridad, que se había propuesto ser.  La amistad con el adeco —dicho así, con el tono peyorativo con que lo entonaban los comunistas— Siso Martínez fue sólo una muestra de esa libertad de conciencia.

Porque de eso se trata todo, de liberar a la conciencia.  Es un fenómeno que ha sido explicado de diversas maneras a través del tiempo.  La tesis de Comte de que “los muertos gobiernan a los vivos” se manifiesta en el conjunto de valores y visiones que nos legaron, moldeando nuestro pensamiento y nuestras decisiones.  Solemos aceptarlas como algo natural, de forma acrítica.  Suelen ser verdades de Fe, ídolos en sentido baconiano, o incluso en el más básico de los “Becerros de Oro”.  Pues bien, poniendo a los ídolos en su lugar, la verdad histórica, o al menos lo que podamos avanzar hacia ella, cumple en alguna medida el aserto evangélico de la verdad: nos hará libres.  La historia nos libera de la Historia.  Es decir, el conocimiento histórico, al generar conciencia de lo que somos y tomamos por natural, nos ayuda a liberarnos de nuestro pasado.  O a asumirlo de forma más asertiva.  En todo caso, pone el control en nuestras manos.  La buena nueva con la que Carrera Damas asume el cometido de buscar la libertad, de derribar los ídolos en la conciencia, es la historia crítica.  La lucha, como ha dicho, contra la credulidad.  El sometimiento severo a la crítica histórica de todo cuanto sabemos y de todo cuanto habremos de conocer.

Rápidamente Carrera Damas se convirtió en la figura más prominente de los cambios que se producen en la nueva Escuela de Historia.  Toda la década anterior de formación —privilegiada formación de quien había estudiado en La Sorbona, militado en el Partido Comunista Francés, después estudiado en la Universidad Nacional Autónoma de México, trabajado como asistente de investigación en el Colegio de México, alternado con Gustavo Machado en México— se vuelca a aprovechar las oportunidades que ofrece la democracia y la entonces vibrante y próspera UCV.

De ese modo a su década de formación (había salido de Venezuela en 1948) siguió otra de trabajo febril releyendo y problematizando la historiografía venezolana, tratando de separar el grano de la paja, reinterpretando críticamente lo que se daba por indiscutible.  Aunque no puede decirse que antes no hubiera habido algunos trabajos historiográficos, como los de Diego Carbonell y J.L. Salcedo Bastardo, la verdad es que la historiografía nace como disciplina con Carrera Damas.  Ya en el mismo 1958 publica un libro con título que ya es una toma de postura irreverente ante la historia: Entre el bronce y la polilla.  Frente al rostro solemne de la historia “bronceada”, de las estatuas, está el de los documentos y vestigios hostigados por los lamparones, la polilla, la descomposición. La crítica histórica debe abrirse camino entre ambos extremos, formularse preguntas, inquirir los documentos, mirarlos sin reverencia de verdad absoluta, como tampoco ve al bronce de las estatuas.  En 1961 publicó el primer tomo de su célebre antología Historia de la historiografía venezolana: textos para su estudio, cuyo prólogo sigue siendo la lectura obligada para todo aquel que quiera iniciarse en serio en el estudio de la historia venezolana.

En el seminario de historiografía que dictaba, siguiendo de forma estricta el método de los seminarios en los que efectivamente se investiga y construye un conocimiento en conjunto, estudia a los tres mejores historiadores de la primera mitad del siglo XX, José Gil Fortoul, Laureano Vallenilla-Lanz y Caracciolo Parra-Pérez.  No todo había sido malo en la historiografía anterior venezolana.  De hecho, ellos demuestran que hubo talentos innovadores, críticos, capaces de ofrecer visiones distintas a las de la llamada Historia Patria y al culto bolivariano.  Así produjo tres trabajos colectivos que hoy se consideran clásicos: El concepto de la historia en José Gil Fortoul (1961, firmado por J.M. Siso Martínez, que participó siendo Director de la Escuela, Carrera Damas y los alumnos Miguel Hurtado Leña, Martín L. Hernández, Carmen Gómez, M. de L. Carbonell, Josefina Gavilá y Josefina Bernal), El concepto de la historia en Caracciolo Parra-Pérez (1962, y firmado por Siso Martínez, Carrera Damas y los alumnos Luis Cipriano Rodríguez, H. Peñalver, Antonieta Camacho, Lupe B. de León, Carmen Moreno, Jaime Jaimes y S. Santaella) y El concepto de la historia en Laureano Vallenilla-Lanz (1966, firmado por Carrera Damas y sus alumnos Carlos Salazar y Manuel Caballero).  Y todo esto era sólo parte de lo que estaba haciendo y de lo que le quedaba (¡de lo que aún le queda!) por hacer.

Historia: herramienta de la libertad

En la década de 1960 Carrera Damas se propuso demoler los mitos (los ídolos) que seguían imperando en la historiografía venezolana.  Comenzó con Boves, con ciertas interpretaciones equivocadas sobre Humboldt, con la idea general que se tenía de la independencia, hasta que llegó al más grande y poderoso de todos: el mito bolivariano.  El culto a Bolívar. Esbozo para un estudio de la historia de las ideas en Venezuela, aparecido en 1969, no es sólo un hito en la historiografía, sino en la historia de las ideas de Venezuela.  Por primera vez se analiza con sentido crítico el fenómeno sociocultural que representa Simón Bolívar para los venezolanos.  Lo que había sido visto hasta el momento como algo natural e indiscutido, Carrera Damas lo revela como un constructo ideológico, en gran medida hecho desde el poder con fines legitimadores.  No se trata, como piensan algunos, de una crítica en sí a Simón Bolívar (quien, como todos, es también susceptible de ella), sino de la manipulación de su pensamiento.  Como cabe suponer, aquel libro generó (y aún sigue generando) sensación.  Algunos se sintieron muy ofendidos y hasta solicitaron formalmente su remoción de la cátedra en la UCV.  Pero el tiempo demostró hasta qué punto el bolivarianismo puede funcionar como una herramienta del poder, qué tan lejos puede llegar la manipulación, cuáles pueden ser sus consecuencias más graves.  El culto a Bolívar marcó un hito no ya sólo en la historiografía, sino en la historia de las ideas venezolanas.  Es un libro académico, es decir, dista de ser una lectura sencilla y, sin embargo, ya está cerca de la decena de ediciones, entre venezolanas y extranjeras, impresas y digitales.

Si algo demuestra el concepto de la historia en Carrera Damas es este libro.   De 1969 al día de hoy ha escrito muchas cosas más, algunas consideradas verdaderos clásicos, como Una nación llamada Venezuela (1980), El dominador cautivo: ensayos sobre la configuración cultural del criollo venezolano (1988), Aviso a los historiadores críticos (1995), El Bolivarianismo-Militarismo, Una ideología de reemplazo (2005), Colombia 1821-1827: aprender a edificar una república (2010) y Rómulo histórico (2013).  O la coordinación de la Historia General de América Latina editada por la Unesco (1999, nueve tomos), pero por su impacto, y en particular por lo que Venezuela ha vivido desde 1999, El Culto puede considerarse el texto emblemático de su idea de lo que es ser historiador.  Así, cuando en 2007 se incorporó a la Academia Nacional de la Historia, es un historiador más preocupado que nunca por el devenir de la democracia venezolana.  En la Revolución Bolivariana y en Hugo Chávez ve combinados algunos de sus peores temores sobre el culto a Bolívar y sobre el comunismo, al que ya había dejado muy atrás.  El momento era, entonces, propicio para hacer una verdadera deontología del oficio de historiador: “Sobre la responsabilidad social del historiador venezolano”.

¿Cuál es el objetivo del historiador? “Contribuir a la formación y afinamiento crítico de la conciencia histórica socio-individual”.  Es decir, lo que ha venido haciendo desde 1958, cuando empezó a reinterpretar críticamente todas las verdades consagradas.  Liberar a la sociedad de los mitos que la atan y enceguecen, hacer que las personas actúen con una conciencia liberada (válgase acá el guiño hegeliano) y tengan un control más pleno de su destino. Para que no se dejen arrebatar la libertad.  Obviamente, no es el primero en ver la historia como ejercicio de la libertad, pero sí uno de los que mejor lo ha explicado desde la perspectiva del historiador y su labor concreta.  Leemos en su discurso de incorporación a la Academia:

 En primer lugar, asumir el compromiso generado por la comprensión de la importancia y la significación de la secuencia de instancias en la cual se inscribirá el producto de su labor de historiador-investigador. Tal secuencia concatena los siguientes estadios: conciencia histórica conciencia nacional conciencia social conciencia política. En segundo lugar, y por consiguiente, el historiador-investigador ha de mantenerse alerta respecto de que en un régimen sociopolítico republicano moderno esa secuencia es la base de la condición de ciudadano; puesto que esta última, en su función proveedora de respuestas a los requerimientos sociales, sentimentales e intelectuales del individuo social expresados como los sentidos de procedencia, pertenencia y permanencia, ha de fundarse en el ejercicio pleno, y por lo mismo libre, del precepto de Soberanía popular. En tercer lugar, el historiador-investigador ha de advertir, de manera informada, a la conciencia pública, respecto de que el cambio de los regímenes sociopolíticos suele conllevar un activo reacondicionamiento instrumental de la conciencia histórica, con miras a procurarle al cambio una legitimación historicista llamada a compensar flaquezas de origen, viciado ejercicio o perversidad de propósitos. En cuarto lugar, el historiador-investigador, como genuino intelectual, está llamado a reunir el coraje requerido para comunicar sus resultados de investigación; dispuesto a asumir las consecuencias, de todo orden, que ello pueda suscitar, comenzando por las del propio errar.

Así las cosas, el conocimiento histórico, construido sobre la base del método crítico, se convierta en la base de la conciencia histórica de una sociedad y así en “principio activo, en la conciencia social y, mediante ésta, en la conciencia política”.   Todo el esfuerzo de Carrera Damas en la defensa de la democracia, que se ha intensificado especialmente después de 1999; toda su labor desde que llegó a Venezuela tras caída de Marcos Pérez Jiménez y que se centró en formar conciencia histórica, en llegar —sigamos con los guiños a Hegel— a la autoconciencia, superando esa suerte de “conciencia desventurada” que nos ataba a los ídolos.  En fin, buscar esa verdad histórica, que “os hará libres”.  Que sin duda nos ha hecho más libres.

Ese es el concepto de historia que atraviesa a la obra de Carrera Damas.  Hay muchos otros textos en los que podemos profundizar en el mismo, desde el auroral Entre el bronce y la polilla, al extraordinario Aviso a los historiadores críticos, tratado fundamental de teoría de la historia.  Especialmente en todas sus luchas por la democracia desde 1999, los “Mensajes Históricos” que difundía por la red, sus análisis sobre Rómulo Betancourt y el destino de la república.   Tal ha sido el espíritu de la “revolución historiográfica” que se desencadenó en la UCV y que tuvo en él a uno de sus líderes fundamentales, el espíritu que ya está en todos los historiadores, comenzando con los que hacemos vida en la Academia, pero sobre todo el espíritu con el que hoy, a los noventa años, sigue luchando cada día para que la conciencia histórica siga avanzando hacia todos aquellos a los que no les ha llegado, a los que siguen dominados por los ídolos en sus mentes, y así se convierta en conciencia política capaz de actuar crítica y libremente, de sostener la tan amenazada Libertad.  Ese es el concepto de la historia en Germán Carrera Damas.  El de una larga lucha por la Libertad.


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