DANIEL CHACÓN ARO —DANKCO—, POR SAÚL YUNCOXAR

Por YANUVA LEÓN

La foto es literalmente una emanación del referente

Roland Barthes

Humo, espectro, fantasmagoría, contraste, mancha, mancha, mancha, sobreexposición, blanco, negro, difuminado, desborde, alteridad, afuera, adentro, intermediación, figuras, translucidez, libido de la deformidad, ectoplasma…

El poeta y artista visual Daniel Chacón Aro, dankco, toma el término “sinalmidad”, de Elizabeth Povinelli, traducido por Cristina Rivera Garza, para titular su serie de autorretratos conformada por cinco trípticos, declarada aún en proceso, pero que va logrando impacto y recepción en el ámbito artístico de Caracas e internacional.

Uno de estos trípticos resultó ganador del 14 Salón Nacional de la Coexistencia en la categoría de Fotografía; otro, el Juror Selection del New York Center of Photography for Arts, y algunas piezas de la serie se exponen desde el 19 de noviembre del 2023 en la Sala Mendoza de la Universidad Metropolitana.

Lo espectral es evocado de modo explícito, desde el propio título, en su concepto, pero además este da sustento teórico-político a la obra al remitir a una noción pensada y desarrollada por la intelectual neoyorquina dedicada a Estudios de Género.

Compartiré tres de mis propios acercamientos.

Primera mirada: lo gótico / lo ectoplasmático

La consabida relación simbólica entre “fotografía” y “espectro” tiene su origen en la creación misma del retrato fotográfico, pero dankco tensa esta ligazón hasta una frontera tan extrema que termina en un derrame creativo: accede a lo multiforme por informe, a lo fantasmagórico. La presencia de un algo parecido al ectoplasma es tan patente en Sinalmidad que por momentos adviene la interrogante por el médium que vomitó aquella materia paranormal, ¿dónde está?

Toda fotografía es simulacro, digo bastante apoyada en las ideas de Baudrillard, y en este caso lo que estaría simulado no es un yo, es su fantasma, por tanto, el gesto vendría a ser el simulacro de un simulacro.

Es potente la lectura que asocia la obra a una psique en crisis, a sus procesos inestables, sobre todo cuando se sabe que las piezas fueron logradas a fuerza de experimentación con los recursos técnicos de un aparato frente a una pared blanca y cuando el propio artista acompaña su obra con comentarios y textos que incluyen la palabra “neurodiversidad”. Pero es posible ir más allá, atisbar la densidad que describe el discurso de Sinalmidad en términos de filosofía política, que podría, por ejemplo, invocar conexiones con las ideas desarrolladas por Deleuze y Guattari en Capitalismo y esquizofrenia. “La foto-retrato es una empalizada de fuerzas”, aseguró Barthes. En la espesa bruma fotográfica de dankco el tema central es la insistencia en una dura negación: “no hay”. De hecho, tal bruma es resultado de una enfática trama de negaciones: no hay objeto, no hay paisaje, no hay referente legible, no hay modelo, no hay unidad cognoscible o reconocible, no hay profundidad, no hay perspectiva, no hay naturaleza (ni viva ni muerta).

Si en la Modernidad la noción de lo Mismo era esto conocido, completo, suficiente, parecido a mí, formado, y, en oposición, lo Otro era aquello desconocido, incompleto o extralimitado, insuficiente o de más, diferente a mí, deforme; entonces, ¿qué tiempo es este en que el yo ha devenido monstruosidad indeterminada?

Solo nos queda el simulacro de un simulacro perdido.

Segunda mirada: Narciso posmoderno

¿Qué pasa con el Sujeto en estas imágenes?, ¿está escondido o en trance de pulverización?, ¿se trata de una exposición voluntaria y performática del sí-mismo en un afán crítico o en un afán de mera experimentación estética? El artista tendrá su intención, la interpretación cero, si se quiere, pero siendo su propuesta radicalmente poética (por difusa, multiforme, polisémica, abstracta) la cosa es proteica y de una fuerza metafórica casi demencial. ¿Estamos ante una secuencia de selfies mórbidas? El selfie: ese artefacto visual tan común y aparentemente inocuo: rostros en poses que suponen espontaneidad, contingencia, aunque cada vez conlleven más niveles de edición (filtros, ángulos, efectos, fondos)…

Los selfies de dankco podrían entenderse como un negativo del que las redes eyectan por cascadas; pero Sinalmidad no anuncia timidez, se trata, por el contrario, de la ruidosa y espectacular aparición (en su acepción sinónima de fantasma) de un Narciso posmoderno, uno consciente de que no solo su imagen está comprometida, sino que también su subjetividad se desdibuja bajo las altas presiones y condensaciones de un sistema que nos fagocita física y metafísicamente. Este Narciso no se regocija y embelesa en la nitidez de su imagen, está atrapado en sus opacidades, en su fuga. No hay victimización; más bien descuella cierto cinismo ofensivo, un suspenso amenazante: un sí ultraprocesado que pierde su posibilidad de evidencia justo en el territorio de lo evidente. Esa entidad (o conjunto de entidades apelmazadas) alude a la singularidad en disolución, bajo los efectos ácidos de un plasma que metaboliza y masifica todo.

El Sujeto moderno se consideraba unidad cargada de significados y significaciones (míticas, teológicas, ontológicas, teleológicas, psicoanalíticas), prácticamente el Signo por antonomasia. ¿Qué ha sido de esa circularidad? ¿Las inquietudes creativas de dankco apuntan a un cuestionamiento de sus bordes o más bien a una necesidad de resguardarlos? Como sea, en esos espectrales autorretratos se filtra un correlato del estado actual del Sujeto occidental, borroneado en los fluidos del capitalismo tardío. Aun así persiste una conciencia sofisticada de la autoenunciación; consciencia del desbordamiento y permeabilidad del yo. He allí el gesto al que se aferra mi esperanza, mi pesimista pero pertinaz esperanza.

Estas obras en conjunto me permiten poner a dialogar mis lecturas de Barthes (La cámara lúcida) y Mark Fisher (Constructos flatline), y a las voces que ambos traen consigo. Barthes enfatizó la cualidad única de la fotografía, su noema, dijo, sería “esto ha sido”; a partir de su indagación confesamente fenoménica de la foto, el semiólogo francés aseguró que esta es capaz de ofrecer una certeza que las demás artes de la imagen no: el referente estuvo allí en “realidad”. La fotografía de una manzana evidencia que en algún momento la fruta (su materialidad), cuya imagen nos llega, estuvo delante del lente de una cámara. De manera que, en tanto obra fotográfica, Sinalmidad testimoniaría: “Esta persona ha sido” o “este sujeto ha sido” o “este hombre ha sido” o “este venezolano ha sido” o “este ser humano ha sido” (y así podríamos continuar en el lacerante juego de las identidades). Pero ¿qué persona?, ¿qué sujeto?, ¿qué hombre?, ¿qué venezolano?, ¿qué ser humano? Ese salpicado de oscuridades amorfas que algo parece ¿es el retrato de alguien? ¿Un autorretrato?

Fisher aborda el concepto de “materialismo gótico” y lo relaciona a la noción de “abstracto” que, para su concepto de “máquinas abstractas”, Deleuze y Guattari toman y digieren del teórico de arte Wilhelm Worringer (para quien lo opuesto a la “representación” es lo “abstracto”). Así, concluye Fisher, el materialismo gótico (este que encarnamos, nos adviene y acometemos, este que navegamos y nos codifica en la era posmoderna) es a su vez un materialismo abstracto.

Atrás quedó el tiempo de la representación; otra fue la época de la “esencia humana”: pureza que se aferraba a un núcleo inefable e indescifrable, único e impenetrable, esa joya tan preciada para pensadores como Descartes y tan rigurosamente interpelada por mentes como la de Donna Haraway. Tal constructo se desbordó; la obra de dankco parece decirlo, fue percutido y vaciado (como un globo ocular) por el poder hiperacelerado de la tecnología capitalista (no hay otra), y sus concomitantes filosófico-culturales hacen lo que pueden con sus restos y fantasmas.

Tercera mirada: test de Rorschach

Frente a las fotografías de dankco, miradas y remiradas por esta mujer tan ajena a la teoría y praxis del arte fotográfico, me fue inevitable sentirme ante un test de Rorschach. Provocador en un sentido irónico, como si mi respuesta fuese insignificante, precisamente porque proviene de una subjetividad modelada. Pero ahí estaba martilla que martilla la gran pregunta: ¿qué ves?

Yo no pude detener el impulso de dar formas (las mías, las que ingenuamente consideraba más inteligentes y acertadas) a ese conjunto de manchas (luces, sombras, blancos, grises, negros, saturaciones y vacíos); como si hubiera alguna oportunidad de atinar en una diana móvil a velocidad de vértigo:

Es el artista comunicando que esto es él; esto hace de él la realidad con todos sus flujos (sociales, políticos, económicos, culturales, médicos, tecnológicos); y quizá la mirada sensible e informada de otra subjetividad lo pueda configurar toda vez que lo perciba.

Sin embargo, tampoco puedo, así en incómodo presente, dejar de sentir que alguien se burla de mí, que hay trampa, que al final del dispositivo suena una indolente carcajada. ¿Esa risotada maligna es mía?, ¿es de dankco?, ¿es de su entidad, ya viva por cuenta propia?

En todo caso, en un punto de mi observación sentí uñas removiendo antimateria en mi entendimiento, sentí ardor y cosquilleo: el mecanismo que en un principio bosquejó fantasmas y luego la fragmentación estéticamente proyectada de un Narciso posmoderno, ahora sugería que esas imágenes y su semiosis me embarazaban de mí, que yo estaba produciendo lecturas de mis propios códigos; no de una alteridad distante, allende mis contornos, sino que aquello que intento comprender me envuelve. Eso y yo estamos revueltos en la viscosidad omnívora de la tecnorrealidad. Quizá estuve ante una pantalla mágica que devuelve parte de lo que sea que soy en mi interioridad, mientras intento definir lo Otro Afuera. Y esto interior, que creo ser, rezuma hacia un Allá que, a modo de ola, regresa y me penetra.

En este punto no vi más opción, aliviané mi rigor intelectual, me entregué franca, desprevenida, obscena, y dije:

La verdad es que también veo humanoides, máquinas, espectros y criaturas, pedazos orgánicos e inorgánicos, en un fluir ectoplasmático, violándose, cogiendo entre el dolor y el placer, tragándose en un festín de muñones y oquedades, copulando en una orgía, no interespecie, sino transhumana, que repugna demasiado, que seduce demasiado, que promete la mixtura bella, potente, asquerosa y atroz de futuros que ya están aquí.


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