Por MARIANNE KOHN BEKER

La muerte de Agnon plantea —al menos en el ámbito judío— una interrogante cuya implicación puede ser el final de una larga trayectoria de un tipo de vida cuya originalidad fue la resultante de una historia marginal, para dar paso a nuevas generaciones, a quienes, quizás, no llegará su mensaje.

Si es este el caso, estamos ante una doble muerte, pues no se trata únicamente de aquella que ha inmovilizado su pluma, por lo cual nada más habrá de decir sobre lo dicho, sino que se van con él también las formas que inventó y plasmó en la nueva modulación de un lenguaje arcaico, el hebreo, para hacerlo clásico, y los temas que se esforzó en recrear para otorgarle una dimensión estética a la vulgar, por cotidiana y demasiado frecuentemente mísera, vida judía, despojándola de los burdos ropajes que la ridiculizaban para presentarla desnuda en su sublime simplicidad.

Lo más probable es que Agnon escogió de propósito tanto su temática como la forma de expresarla. En ellas parece haber encontrado la clave para hacerlas imperecederas, invulnerables a los avatares del tiempo. Y, paradójicamente, por ello, se escapan del aquí y del ahora, para enrarecerse como humo o deshacerse como espuma.

La inquietud dominante, la nostalgia, se presenta enriquecida de significaciones colaterales que la convierten en un sentimiento particular capaz de reforzar su inspiración y alentarlo en la continuación de su actividad creadora. Es esa nostalgia singular la que debería salvarse a toda costa si se quiere conservar y valorar la obra de Agnon. Ella confiere a sus escritos la ironía, la distancia, la incertidumbre, la desolación de esa espera desesperanzada del abandono, cuya salvación solo puede provenir de aquel, el mismo ser humano que lo hizo objeto del escarnio, de la humillación, de la condición precaria.

Esta nostalgia ansiosa y desdichada de la aguná, nombre hebreo que designa a la mujer abandonada por el esposo sin haberla liberado de la palabra dada, pendiente de un regreso que no llega, imposibilitada de optar por el olvido, por la resignación, prisionera del pasado, sin presente y condenada a no tener otro futuro que la espera de la vuelta de lo ya ido, es la palabra que escogió «Agnon» como seudónimo. Ella sintetiza de una sola vez, tajantemente, el destino judío y la fatalidad que lo persigue. Ella condiciona una existencia elevada al plano ideal, simplemente porque se le ha despojado del plano real. Y desde esa altura se obtiene una visión de su mundo que, a cambio de no «vivir» le ha ofrecido el amargo consuelo de «sobrevivir», a pesar de la hostilidad y el desprecio.

Describir una situación desde distintos ángulos, sin temor a las contradicciones, mostrar el mundo a través de ojos ingenuos, para disfrazar la agonía de quien escribe, y no ofender al lector con frases lacrimosas, exclamaciones y quejas, es, posiblemente, la más importante de las moralejas de Agnon. Un secreto orgullo le obliga a pulir cada expresión hasta alcanzar una distancia abismal entre su propio yo y quien lo lee. Esta tremenda obra de depuración máxima da lugar a una literatura demasiado extraña a la moda actual, y envuelve al autor en un halo de misterio que, o bien despierta desconfianza, o bien se prefiere ignorar con el pretexto de una falsa indiferencia.

El mismo Agnon no debió hacerse muchas ilusiones acerca del valor de los escritos. En una de sus obras Ad Henah (Hasta ahora) dice: «De tiempo en tiempo el alma despierta y recuerda lo que fue antes, cómo hubo sabios y poetas y cómo de toda su poesía y sus libros de sabiduría nada en absoluto queda, porque fueron usados como combustibles para cocer comidas y hornear pan» (Agnon, Ad Henah, 1962, s.p.).

Es posible, sin embargo, que la obra de Agnon sea reconocida y alcance el sitial que se merece en la cultura judía y si esta otra moraleja suya llega a cumplirse: «Esta es la ironía del destino, que yo regresé de mí mismo hasta el lugar del que huí».

*Referencias:

Agnon, S. Y. Ad henah. Schoken Publishing House, New York, 1962.


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