RODRIGO RIERA/ARCHIVO

Por RUBÉN MONASTERIOS

Una feminista recalcitrante escribió esta joya del berrinche: “La guitarra es un instrumento machista; sin el menor pudor se rinde al hombre; el hombre la agarra por el cuello, la monta en sus piernas y la acaricia a su antojo”.

El exabrupto, en primer lugar, me hizo pensar en cómo calificar, digamos, al clarinete, tocado por una mujer; ¿será machista o feminista? Considérese que el instrumento es un tubo largo y grueso, la mujer se mete el pico en la boca y lo acaricia a su antojo en toda su extensión.

Una vez calmada la hilaridad, reflexione sobre el asunto. En realidad, no  tiene el menor sentido ese  enfoque en el intento de establecer relación entre instrumentos musicales y la sexualidad.  Es tan descabellado como lo de identificar rasgos de la vida íntima de célebres compositores a partir del título de algunas de sus obras por el estilo del siguiente ejemplo.

Dicen que Bach era infeliz por sufrir de eyaculación precoz, según lo da a entender en su Tocata y fuga; mientras que Beethoven brincaba de alegría porque se refocilaba con una nena bombón de chocolate con trufas, relación amorosa que le inspiró su bagatela ¡Me lo Para Elisa!  Chopin experimentaba Impromptu gloriosas erecciones, pero sólo en ratos Nocturnos, y Stravinski era una fiera con su Pájaro de fuego. Debussy acostumbraba hacer el amor al mediodía y a continuación dormía La siesta de un fauno.  

Mahler los superó con su Sinfonía N° 8, o  Sinfonía de los Mil polvos; e insatisfecho con ello solía masturbarse en el baño, dando lugar a que centenares de huerfanitos se perdieran  por las cañerías de desagüe, en cuya memoria compuso sus Canciones para los niños muertos; en su  vasta obra también deja sospechas de infidelidad a su amante en sus años mozos, en su ciclo de liders El cuerno mágico de la juventud.

Schubert vivía amargado por su Sinfonía inacabada. Pero la verídica estrella sexual entre los músicos clásicos fue Mozart: de él se decía que era un don Juan, realizó un Rapto en el serrallo pasando por las armas de seguido a ocho de las odaliscas del sultán; tenía el pene delgado, como una flauta, pero lo usaba con tanta eficacia que lo apodaban El de La flauta mágica; y provocó un escándalo al componer Cosi fan tutti (“Así lo hacen todas”), ópera en la que explica cómo era el desempeño sexual de las mujeres llevadas al lecho de Eros. Deja constancia de su desaforada sexualidad la respuesta dada a su padre al recordarle este su deber de casarse con su prima Konstanze, con quien había tenido jugueteos eróticos: “Si tuviese que casarme con todas las que me he divertido, tendría doscientas mujeres».

Pero esto es  un chiste, en cambio lo de la  feminista, según entiendo, es en serio.

En función del propósito de sexualizar los instrumentos musicales, deberían identificarse tales artefactos artísticos según su género (la guitarra, la trompeta, son femeninas; el violoncello y el trombón, masculinos, etc.) y al mismo tiempo, el de su intérprete. De tocar una dama música la trompeta, ¿debería concluirse en que es una vinculación lésbica?

Casi todos los instrumentos de cuerda frotada se tocan como la guitarra; aunque con un  agravante perverso, porque además de dominarlos asiéndolos por el cuello, para hacerlos sonar  hay que darles con un palo, eufemísticamente llamado arco; ergo, violín, viola, chelo y contrabajo serían instrumentos masoquistas. Además, debemos tomar en cuenta el inquietante asunto de que, exceptuada la viola, los otros de la familia del violín son masculinos, y con frecuencia tocados por hombres.

La técnica de tocar los de viento, por su  parte, es semejante a la descrita  para el clarinete: ponerse el tubo en la boca y darle donde es con los dedos de las manos. Y todavía quedaría un caso complicado: ¿cómo calificar al corno, el único instrumento que para hacerlo sonar hay que meterle la mano por el agujero?

En uno de mis desvaríos empeñado en hacer filosofía erótica inspirado por la música, llegué a la conclusión de que la auténtica relación entre instrumentos musicales y sus intérpretes, tomando como referencia la sexualidad, es la siguiente: toda mujer es un instrumento, y su amado amante, el intérprete; y la calidad del sonido depende de ambos. El varón puede tener en sus manos un Estradivario, pero si no lo toca con maestría y sapiencia, jugando con el forte, el delicato, la pausa, el vibrato, el lento, el pizzicato… no a va a sonar bien.

El saber tocar es el arte de amar, piensan algunos; vale decir, que no  importa el instrumento, sino la maestría. En sentido opuesto, otros le dan prioridad a la calidad del  instrumento.

En realidad, no es así: tan importante es uno como el otro de los dos componentes de esa dicotomía; hay violines, digamos, que ni tocados por Paganini suenan bien, e instrumentos finísimos a los que un mal músico sólo le saca berridos. Algo sí es cierto: es indispensable saber muy bien cómo afinar ese instrumento y leer la partitura  inscrita en el mismo, cada nota-deseo en las coordenadas a lo largo de la piel; de otro modo —dice Marisela García— “un inmenso silencio marcará la retirada en busca de nuevos intérprete y versiones”. Ahora bien, casi no vale la pena consignar el punto, porque los buenos músicos saben de esas cosas.

Dialogando sobre el tema, Tugomir Yépez —exiliado en París, autor de una paradójicamente simpática y coloquial aunque demoledora  carta destinada a Rosainés— narra una anécdota de un compatriota, de esos cuya obra le ha dado lustre al país, que viene muy a lugar tanto por su relación con  el tema de este artículo, como por cumplirse en estos días de agosto  su aniversario luctuoso.

Aludo a Rodrigo el Chueco Riera (Carora, Lara, 19/Sep./1923-9/Ag./1999), reconocido como uno de  los maestros mundiales venezolanos de la guitarra clásica. Cuenta Yépez: “Conocí al maestro Riera en NY, donde ambos vivíamos y cosechamos una muy grata, aunque corta, amistad. Luego de su partida de NY rumbo a Caracas, nunca volvimos a coincidir. En un concierto programado en Hofftra University, en Long Island, tuve el gusto de llevarlo a la sede de esa institución”.

“Realizado el recital, un periodista del NY Times le hace una entrevista en la cual actúo como intérprete  por cuanto el maestro no hablaba muy bien el inglés. El entrevistador elogia la calidad de la ejecución; el discurrir del encuentro, pregunta la marca del instrumento usado por Riera; este le responde que tocó con una Velázquez. El periodista  exclama: ‘Oh, not wonder!’ (¡Oh, con razón!) y así se lo traduzco. El maestro se toma unos minutos de silencio; a continuación me pide que le pase la guitarra que ya estaba guardada en su estuche; con gran calma y parsimonia se la extiende al periodista, y a través de mí le dice ‘A ver, tóquela usted’… El hombre, avergonzado por su torpeza, se levanta, agradece la entrevista, da las buenas noches y se marcha”.

Ahora en  serio, y con el mayor respeto, digo que Rodrigo Riera es una de las glorias musicales de Venezuela; y, desde mi perspectiva personal, un hombre admirable; no tuve el privilegio de Tugomir de ser su amigo, pero habiendo pasado mi adolescencia en Lara y siendo asiduo visitante de Carora, atractiva por su gastronomía folclórica, aprendí a valorar al personaje y  más adelante formé parte del público de sus recitales.

Riera fue un guitarrista de concierto de brillante trayectoria internacional y compositor, autor de un impresionante número de obras, probablemente unas ciento cincuenta y tantas, entre originales, transcripciones y arreglos. Buena parte de su creación es nacionalista, vale decir, basada en géneros y estéticas de la música tradicional venezolana. Actuó como difusor de la música tradicional de nuestro país; en sus presentaciones no faltaba alguna pieza del rico folclore larense.

Debe destacarse su papel como importante educador de la guitarra clásica. Contribuyó con más de 25 años de docencia en la Universidad Centro Occidental Lisandro Alvarado (UCLA).

Recordemos con admiración, afecto y orgullo a Rodrigo Riera, un hombre proveniente del estrato social menos favorecido, el de trabajador campesino, convertido en figura universal luminosa gracias a su esfuerzo y talento. Es de los venezolanos que debemos tener presente en estos tiempos oscuros de descarada delincuencia, abusos, desarraigo, miseria, exilio  y demás sombras canallas sobre nuestro país.


Biografía novelada de Alirio y Rodrigo. Fragmento

Por JUAN PÁEZ ÁVILA

¿Cómo se produjo esa metamorfosis artística, estética, de dos niños nacidos, uno en un desierto que avanza hacia la destrucción de la vida, y otro en un barrio donde la miseria económica y social anula el potencial y la voluntad de los más pobres? Para darle respuesta a esta interrogante, pensé, no era suficiente narrar los hechos fundamentales que conformaban la vida de dos niños que atravesaron serias dificultades para coronar exitosamente sus aspiraciones. La vida de ambos estuvo rodeada de ciertos enigmas humanos, misterios de la naturaleza y circunstancias sociales e intelectuales que crearon un contexto que ellos mismos iban asimilando y modificando en la medida de su genialidad; personajes con vida propia e independiente, con quienes ambos guitarristas dialogaron, dispuestos a oír y a aprender; escenarios montados para otros tiempos y para otros artistas, sobre los cuales Alirio y Rodrigo se presentaron para darles vigencia en su propio devenir, fueron moldeando sus vidas como los personajes principales de una novela esencialmente realista, pero que no podía obviar la leyenda, la mitología, la invención, el misterio que envuelve a todos los grandes artistas del universo. Recrear sus vidas paralelas, el tiempo que les tocó vivir, sus relaciones amistosas, amorosas y fraternales, sus estudios y sus éxitos, me exigieron realizar como narrador el recorrido que ellos hicieron como amantes y estudiosos de la guitarra, desde La Candelaria, Barrio Nuevo, Carora, Trujillo, Barquisimeto, Caracas, Madrid y Siena, donde coronaron sus estudios; y luego los principales teatros de Roma, Berlín, París, Londres, Nueva York, Buenos Aires, Sao Paulo y Lima, para luego retornar a Carora al Teatro Alirio Díaz, al Festival Latinoamericano de la Guitarra que lleva su nombre y al Festival Latinoamericano de Composición para Guitarra Rodrigo Riera.


*Fragmento del artículo Biografía novelada de Alirio y Rodrigo, de Juan Páez Ávila, a propósito de su novela Dos guitarras: Rodrigo Riera y Alirio Díaz (1999). Artículo publicado en la revista Carohana, número 55, julio-agosto de 2022.


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