apagón total oscuridad ¿dónde fue? en todas partes

La sangre de la aurora, novela Premio Las Américas de Narrativa Latinoamericana escrita por Claudia Salazar Jiménez, muestra el horror, el miedo y el trauma durante el oscuro tiempo del Sendero Luminoso en Perú, desde los ojos de tres mujeres cuya conexión resulta inevitable: Modesta, campesina; Marcela, guerrillera; y Melanie, periodista. Así como en toda guerra el cuerpo femenino es campo de batalla, territorio explotado y mutilado, cuerpo fragmentado / desde / para la guerra, así mismo la narración de esta novela va dándose de manera espasmódica, quebrada, entre apagones y hachazos de luz, a partir de tres encuentros o reuniones que presentan a las protagonistas y su entorno. En la novela, la temporalidad no es lineal y la repetición es la norma: la historia es muchas historias repetidas ad infinitum y poco importa lo que ha ocurrido antes o lo que ha ocurrido después. La fórmula para el horror se reproduce desde, en, y contra lo femenino. La sangre de la aurora nace del cuerpo femenino y muere como un río, como tres ríos, en él. Tres ríos de cuanto líquido pueda correr en el torrente de la anatomía mujer.

Al inicio de la novela un episodio enciende la luz roja. Encarcelada por su militancia, Marcela, camarada Tres en una tríada de alto poder revolucionario, es abordada por un recuerdo: la hija de cuatro años aterrada ante su hundimiento en un arenal mezclado con tierra muerta. La hija es tragada por la tierra. La hija pide auxilio. La madre la rescata. Secándole las lágrimas, limpiando su cabello sucio, para calmarla (para calmarse) le ofrece más que un consuelo un grito de guerra: Ya deja de llorar. Nosotras somos valientes. Así, la madre dice con / ausencia de / lenguaje mucho más de lo efectivamente dicho: se instaura como fisura profunda, muestra el alcance (roto) de la compasión cuando lo que prevalece es la ideología. La tierra, ese cuerpo informe e incontrolable que es el suelo sobre el que los personajes se desplazan, se convierte en peligro y razón para el miedo. En su búsqueda de auto-determinación, para alcanzar la libertad femenina y la supuesta independencia del otro (hay que decirlo: un otro sin nombre propio, un otro desdibujado en la masa); para cambiar el curso de la historia a toda costa, Marcela se vuelve herramienta para el horror. Pero la historia que eligió ha sido diseñada, inicia y acaba, bajo el peso masculino: El poder nace del fusil. La historia, su historia, será también fagocitada como la hija por la arena movediza y la tierra muerta.

Hemos dicho tres mujeres y tres encuentros. En una primera reunión, camarada Líder advierte a las dos comandantes de la cúpula (otra tríada): Pasar de las masas campesinas desorganizadas a masas militarmente organizadas requiere estar dispuesto a todo… El objetivo primordial es el poder. Ya lo dijo Lenin, camaradas: Salvo el poder, todo es ilusión. En esta búsqueda extática de poder, la mujer se incorporará a la guerra popular para ocupar los espacios que el Estado le ha negado. Se ocupará de la injusticia que la hegemonía política ha decidido no mirar. La revolución le ofrecerá (o le demandará) asumir el supuesto rol histórico que como profesional o intelectual merece. Así, camarada Tres ha dejado su vida familiar atrás, a aquella niña absorta ante la voracidad de la tierra muerta. Y se dice (para calmarse): Nada que me debilite. Aumentar mi fuerza para ponerla al servicio de la revolución. Éxtasis.

Guarda tu rabia y tu odio muy bien. Consérvalos, le recomienda Fernanda: El odio nos abrirá el camino hacia grandes cosas.

La segunda fiesta es una fiesta en la Sierra, donde la chicha corre como el río. Modesta, la segunda mujer en esta historia enraizada en arenas movedizas, se siente mareada no más prueba la bebida. Los jóvenes del pueblo están emocionados, juguetean y flirtean con avidez preguntándose qué vendrá después. Son tomados por la magia vital del primer encantamiento, por el nacimiento del deseo y su devenir. El árbol de la yunza está repleto de globos, serpentinas y regalos. Los lugareños bailan alrededor del árbol. Un hachazo, dos, tres, y cae un regalo. Luego otro. Los globos de colores explotan también entre machetazo y explosión, anunciando un final, la llegada del destino imprevisto. Pero antes de que todo termine, en este pueblo que es siempre río, río de fiesta, río de ganas, Modesta y Gaitán enamorados hacen un torrente sobre el que se desplazan, ¿hacia dónde? el torrente se teñirá de rojo. En la Sierra la vejación y el horror serán pronto los únicos comandantes, el cuerpo femenino / la tierra madre será territorio explotado: cuántos fueron el número poco importa veinte vinieron treinta dicen los que escaparon contar es inútil crac filo del machete un pecho seccionado crac no más leche otro cae machete puñal daga piedra honda crac mi hija crac mi hermano crac mi esposo crac

La tercera es una fiesta de alcurnia. Melanie, la periodista y tercera protagonista de esta historia, da vueltas al vodka y pensando en su entorno se dice Tal vez la burbuja sea también una cárcel. La anfitriona es dueña de un medio de comunicación (única en esta historia con nombre y apellido; de resto impera o bien la secrecía guerrillera, o la masa campesina casi informe) y se codea acá con una aspirante a congresista y otras mujeres del poder. Entre vodka y vodka el hecho noticioso: la trágica masacre de un pueblo a machetazos, según la historia oficial a manos de los guerrilleros, de los rojos, de los comunistas radicales (ni los bebés se salvaron); según la historia alternativa a manos de los militares, del gobierno aterrado, de la conveniencia política del status quo¿Por qué asesinarían los guerrilleros a quienes supuestamente quieren reclutar?, se pregunta Melanie atestiguando el cruce de historias. Pero no hay que temer o no aún. Un tanto más se mantendrá firme aquella burbuja/cárcel; hasta que la periodista decida su devenir y lo intersecte con el destino de Modesta, ambas a disposición de la furia sanguinaria de guerrilleros y militares por igual. Si bien al inicio de la historia la periodista ha dicho preferir morir bailando que con la explosión de una bomba; pronto elige ver la realidad y adentrarse en tierra muerta, antes que seguir en la burbuja.

Será en ese viaje que Melanie experimentará en carne propia el espanto. Será en la casa de Modesta que se convertirá en herramienta para el vaciado del odio, que será junto a la campesina vasija a ser colmada por la violencia tanto del sistema hegemónico como de quien está contra él. También Marcela tendrá tarde o temprano el mismo destino bajo la bota militar. En esta historia la mujer está muy cerca del odio, como artífice y como víctima. El horror, por su parte, se muestra demasiado ajustado y cercano al poder masculino: el presidente Líder, sus comandantes; el Presidente del país, sus militares, inundan de fluidos el territorio a su paso: todos juntos somos uno dentro de ella la que ya no nos mira ni habla pecho de sangre empapados ellas todos hermanos todos la tropa entera en ella en ellas. Una mujer que son las tres, que somos todas, responde: Soy una herida abierta. Ciérrate, cuerpo. Ciérrate antes de que el mundo te atraviese. Ciérrate.

En esta novela, Salazar Jiménez ofrece una mirada a una desgarradora época del Perú y muy especialmente al involucramiento de lo femenino en los sucesos durante esos años oscuros. Guerrillera, campesina y periodista son una sola voz, una sola mujer, una sola madre, una sola hija a merced del mecanismo que las relega. Las tres están indefectiblemente ligadas, sus destinos demasiado anudados, demasiado similares como para ser pasado por alto su parentesco. En La sangre de la aurora lo femenino, fractura en el tejido social desde siempre, es revisado como potencia (se queda en potencia, no alcanza el poder) y como cuerpo damnificado (se vuelve pelvis estallada, cuerpo roto, narración fragmentada, historia trunca). Esas arenas movedizas, esa tierra muerta que ha amenazado con tragar a la hija al inicio de la novela, está siempre bajo sus pies. Cuando el tejido está roto continúa rasgándose desde su fragilidad y es cuestión de tiempo antes de que se termine de rasgar.

Es así que La sangre de la aurora, navegando en el fluir de un río de discursos y voces espléndidamente diseñadas y diferenciadas, es también y sobre todo una novela sobre la unidad ante el horror y la pesadilla. Estas tres protagonistas son todas las mujeres en todos los tiempos y lugares. Así, esta novela se instaura, desde la prosa ajustada, el hilo bien tejido y el río brioso ante el precipicio claramente anunciado, como recordatorio, como alarma que es preferible no desoír.


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