Por FEDERICO PACANINS

“En nuestro grupo literario de la República del Este todos queríamos ser el Conde Lautréamont —contestatario, extraño, surrealista, original—, aunque solamente el poeta Muñoz se acercó a serlo”. Así recordaba Rubén Osorio Canales, poeta por derecho propio, el genio y figura de Rafael José Muñoz (Guanape, 1928-Caracas, 1981).

Autodidacta, con una infancia y adolescencia marcada por la guía de una madre culta, pero de moderados recursos económicos, se trasladó a Caracas los  14 años y en 1948. Como consecuencia de la caída del gobierno de Rómulo Gallegos, se inscribió en el partido Acción Democrática, donde conoció como compañero y líder estudiantil a Carlos Andrés Pérez, con quien compartió filiación política, acciones de insurgencia y cárcel.

Ya en los años sesenta trabajó como maestro rural en San Diego de los Altos y publicó frecuentemente en la Revista Nacional de Cultura y en Zona Franca, donde también fue jefe de redacción. Se casó con Nelly Olivo, con quien tuvo cuatro hijos. Murió en el Hospital Clínico de Caracas el 9 de noviembre de 1981 a los 53 años.

Desde los años sesenta  la obra del poeta Muñoz comenzó a difundirse bajo el sino de una muy original surrealidad tropical. Varias revistas culturales publicaron sus escritos de crítica cultural y, también, su poesía, contenida en 6 libros: Selección Poética (Ediciones de la Revista Hispania. Caracas, 1952); Los pasos de la muerte (Ediciones Mar Caribe. Caracas, 1953); El Círculo de los tres soles (Ediciones Zona Franca. Caracas, 1960); En un monte de Rubio (Edición privada. Caracas, 1979); Doña piedad y las flores (Edición privada. Caracas, 1981) y Sonetos para Zoila Carolina (Edición privada. Caracas, 1981).

Van a continuación dos poemas de El Círculo de los tres soles, libro con la fama de recoger las visiones mágicas de Muñoz, producto de supuestos estados de trance que le hacían escribir hasta 20 poemas en un solo día. Luego ofrecemos el poema que da  pórtico y algunos fragmentos de “En un monte de Rubio”, curiosa e incandescente elegía lírica dedicada a su compañero político y protector, el presidente Carlos Andrés Pérez. Por último, compartimos “Sobre mi poesía”, suerte de ars poética del autor publicada por la Revista Imagen, en su edición de diciembre de 1994.

De “El Círculo de los tres soles”

Perfil de trueno

 

Mi pulso está esperando su armonía

y esperando de familia a familia que almuercen;

tengo impaciencia por llegar allá

donde tuñen los algodones,

donde el toro muge a lejanos truenos,

donde no hay dimensión ni loma neutra.

 

Mi pulso está esperado su armonía

y esperando a la familia que murió.

Caracas, 27 de junio de 1964.

 

Caravanas hacia Cristo

Esas flautas que suenan ahí,

esa congregación de animales santos,

ese sol que amanece sobre el hocico de la jirafa:

¿De dónde vienen, qué gritos los traen?

¿Vienen como semillas arrastradas por el río?

 

Esa anunciación de la luna nueva,

de tres veces asomada a su cielo,

de manchas lentas de sol a sol:

¿De dónde vienen, qué significan

en su trozo de llanto mortal?

¿Qué quiere decir la caravana?

 

Estoy muy triste en primero de a mes.

Voy de diciembre a enero, a ver qué pasa.

 

Caracas, 27 de junio de 1964.

De  “En un monte de Rubio” (Pórtico y fragmentos de la elegía)

 

– Pórtico

Naciste en un monte de Rubio. La montaña estaba gris,

los mangos resplandecían, cazabas mariposas;

veías pasar la perdiz quietamente hacia los campos,

el río hacía pumplunes, oh tachirense,

tachirense ataviado por los brujos, colombiano

investigando la unidad de una tierra que presintió.

 

Hombre: eres un voto unitario de una guerra

que tú mismo emprendiste, voluntario de hombre solo:

cómo no celebrar tus sueños

de hijo que se desviste,

de padre que anuncia una Cruzada

para reconquistar el Santo Sepulcro en la vista de una montaña.

 

Cazabas mariposas. Lo sé.

Te ibas por los camino. Lo sé.

Madrugabas con las vacas. Lo sé.

Sollozabas cuando oías los perros ladrar. Lo sé.

 

Pero cuánta angustia había en tu mirada,

cuánto de buey entonces, 30 años antes.

 

Teo te durmió en la cama, mientras Doña Blanca soñaba.

Venías de una soledad de tamarindos.

Sin embargo, los celajes de un resplandor

te descubrieron una virgen que aparecía.

 

Por los montes de Rubio se ven sombras,

vacas que aúllan en la oscuridad.

La hermosa Sherezada tiene miedo:

alguien anunció que la barca se iría.

La misma cadencia lenta y pomposa de la luna

hizo que el pueblo se estremeciera de pavor.

¿Qué día fue ese? El mismo poeta Muñoz se sintió

melancólico y se fue a buscar las gallinas.

¿Cuál no sería su sorpresa cuando se encontró con Nicasio

arrodillado sobre una barrica y abriendo la Caja de Pandora?

Unos perros salvajes se amotinaron en su rancho.

Nicasio abrió un suiche mágico que tenía,

la luz se encendió, Nicasio vio en los ojos de los perros

resplandores nocturnos. De pronto vino el hacedor de la lluvia

y dejó el mundo en la oscuridad.

Él dijo: mi rancho es uno de esos ranchos

que tiene comunicaciones subterráneas, y está

rodeado de árboles.

Ahí se observa la confabulación del viernes con el sábado

y termina la semana con un burro montado sobre el domingo.

 

Esta es la historia que comienza. El matorral se estremece.

Carlos Andrés,  temiendo  un rapto a Costa Rica, se quita los

zapatos, es el tiempo del hombre. Sus amigos

preparan una lata de caraotas. Vamos a comer dice un brujo.

 

El matorral comienza a mecerse,

los pinos silvestres silban

y bosques de alerces, traído por Figueres, se arrodillan

junto a los rododendros y los ojaranzos.

Carlos Andrés se va solo con su plato de caraotas y una

perla que le trajeron del Himalaya.

 

Pero no hemos hablado de las aves. Ni del lagarto hembra,

ni de la víbora que enciende al macho;

no hemos hablado de la serpiente de vidrio,

ni la que se desnuda después de la lluvia;

no hemos hablado de una cabeza que aparece

de tiempo en tiempo hacia el oeste.

 

Caminamos bastante: es una pesadilla. Es el golpe fuerte de los

espantos. Es la nervazón de los páramos, y es

la Torre de Babel.

 

El tiempo avanza, y no hemos encontrado el furioso limo.

La  brillante nada.

Al fin una colina que moja un monte

y las torrenciales piedras para persignarse.

Yo en este sitio reúno el otoño y la salamandra que me quiere

ver llorar. Porque le dije a ella: tengo el corazón lleno de

amargura.

Desde entonces, la niebla de Rubio, la bruma de Belén,

acompañan tus pasos con líquidos sombríos.

 

Muchas ansias de viajar tuviste,

soñaste con Sherezada, desde entonces estás allí.

Muchas ansias de viajar, oh, hijo mío;

apaga tu ceniza para siempre, enciende el cigarro.

 

Te han obligado a morir, han querido matarte,

pero tú recuerdas el canto de los arrendajos.

Te han querido hacer lágrimas, pero los recuerdos

pueden en ti más que el crimen y la envidia.

 

No sabes con cuánta ternura

cuento tu inspiración, tu voz de calles nuevas,

no sabes que en ella vive una lámpara muerta,

para que tú la enciendas entre los venados.

 

Yo te diría, como Vallejo en su homenaje a España:

¡Vivan los compañeros: Carlos Andrés!

 

***

 

Señor Presidente de la República

Carlos Andrés Pérez

 

Sé que estuviste en la casa de José Antonio Gil,

un olor de café enjundiaba tus lágrimas, tu pobre tristeza,

tu deseo de morir.

En tus ojos traías la oración de las esquilas,

lo que añora su color de oro,

el establo donde duermen las vacas.

 

¿Quién pensaría que ibas a ser un rey soñado,

quién pensaría que te ibas a dormir para siempre?

Tus pupilas en trance daban la impresión de recordarte.

¿Quién eres, hijo mío? ¿Por qué te marchaste sin regresar?

 

Los caminos de un pueblo son como una pisada tenaz.

Tienen nombre de montaña, de campo feliz y frío.

Eres como los montes cubiertos de nieve.

Me pareces a tu mamá y sueñas.

 

Cada quien vive de su vida, pero tú no.

Tú te entregas a la ensoñación, a la vida para ella.

Solicitas un corazón que sangra.

Sus ojos son para ti nubes.

(…)

 

Te sentabas en la silla presidencial,

leías en el jardín, cantabas;

bebías champaña en las tardes grises,

un pífano seguía tus encendidos besos.

 

Soñabas la soledad, pasabas;

encontrabas el recuerdo en la mirada;

te ibas asustando de delirios;

tranquilamente organizabas la oscuridad.

(…)

 

Eres como el ojo en un pajonal de nieve.

Te alumbran las estrellas. Eres dos.

La simetría de un buen augurio te acompaña.

La merienda recuerda los campos.

 

Ibas a ella cuando tronaba el recuerdo,

te llenabas de oscuridades, de un espejo ausente.

Decías: soy hijo del relámpago.

La melancolía era una araña en la aldea.

 

Bajo el arco de las campanas creíste fallecer,

pero a pesar de todo la brujería creció,

creció tu alma de caminante, ante cardones.

Una vaca apacentó los bueyes, recordando

 

(…)

 

Es extraño,

en Venezuela no hay Lago de Los Cisnes.

Pero hay astros que nos inclinan a pensar así:

Venimos de la noche y hacia la noche vamos,

Atrás quedó la tierra envuelta en sus vapores

donde vive el almendro, el niño y el leopardo.

Atrás quedan los días con lagos, nieves, renos…

pudiera ser que en Rubio hubiera renos, como hay truchas.

No sé cuántas flautas existen,

pero oigo remolinos despedregándose

también esta historia.

 

(…)

 

Llegó el Sincero: Rómulo Betancourt: pasaba por Caripe con manos inflamadas. Venía de la tormenta, amarrado solitario sobre una ampolla.

Llamó a las aves y les pidió un poco de pan; contempló el viento que arrisia la pradera y el sol del año pasado, y las gallinas. Rómulo Betancourt se extasió en ese mapa bucólico y dijo:

De las sombras bajaron los pastores

trayendo perfumadas sementeras;

sonando con sus duras calaveras

los esqueletos nubios de las flores.

Yo los vide bajar, entre forores, liando jardines, grises venideras; yo los vide venir, viniendo eras: las avenidas de los ruiseñores. Gleboso del 38 de yuga flauta forsei.

 

Me contaron que andabas con alpargatas de Figueres,

recias manchas de topocho acompañaron tu soledad.

¿Ibas envuelto en neblinas, venías de un país de tártaros?

Ya comenzabas a ser un conquistador.

(…)

 

El bramido de las vacas resonaba en la montaña como perros, como tremendas lamentaciones.

En ese momento soñabas con Sherezada acostada sobre un colchón de plumas y “sobre la cola de un anfibio muerto”.

Por eso te llaman tirano, asesino, entre tanto, en tu

costado izquierdo, temblaba el amor.

Soy un testigo de tu herencia. Machamente te digo que recuerdo las sombras de tu alcoba.

Yo sé quién fui, quién soy y quién seré, no quiero despertarte del sueño en que caíste.

(…)

 

A veces yo quisiera amansar las huellas de tigre

para que no te arrastren con sus giros.

a veces yo quisiera sentir las tres puntadas

Por donde tu llegaste a donde mismo.

A veces yo quisiera, pero pienso:

De malaquita están llenas tus lágrimas,

de hueso emplumado, de nosotros.

Estás hecho de una corriente fosforal,

de una pila que esconde su rostro.

De malaquita estás hecho tú

que aguardas con las nubes un farenjeith glorioso.

 

Tú tomaste contigo 12 fábulas, ¿qué se hicieron?

Rompes la tierra con fórmulas paralelas.

Te asemejas a un zodiaco que marcha.

 

Soy de la primavera como tú,

enraizo un 27 de octubre

mientras aciago y ciego, con el hombro de abajo

toco llaves y hago flaquear viejas paredes.

Ah, onomástico alegre a pesar de tu prisa,

oh, raza de las cumbias.

 

Cuando fui a la acuarela, a tu rostro de melancolía,

nunca pensé que fuera sábado.

Mitigué con olvido la cinta de tus ojos,

me fui a orinar, le di al turpial agua de poroporo

y bajé hasta el crespúsculo

para verlo sonar sus ardeduras.

(…)

 

Yo no soy un hombre cualquiera. Me eduqué en la Escuela de Saís, tengo la sabiduría de Platón y Sócrates. Mis ojos anduvieron por orillas viejas.

Yo estoy acostumbrado al combate de los malvados. Usted no se acuerda, no, pero lo vimos, sí, era un gran animal con un ánfora verde. El sitio que habitaba estaba custodiado por la tierra que los hombres labran (…)

Entremos en la operación número 7. Fue una exigencia del gobierno de Egipto. Queríamos presenciar la operación de Zósimo. Esta consiste en respaldar Silesio (S1) a Olimpiodoro (S5) y sobre todo a Zósimo, valga leer el programa de Gotha y mandar a Marx a bailar el sóngoro cosongo.

Sobre mi poesía

Esta poesía fue escrita después grandes desgarramientos, de grandes dolores, de tormentosas experiencias. No es una poesía convencional; no responde a los moldes de lo que la mayoría de la gente entiende por poesía. En ella la palabra juega un papel especial, tiene una significación simbólica profunda, responde a imperativos requerimientos interiores. Ninguna de las palabras nuevas que aparecen en estos poemas, han sido escritas caprichosamente. No. Parecen más bien dictadas por alguien (por alguien que reencarnó en mí o por voces que quieren manifestarse a través mío). Sintetizando, puede afirmarse que esta obra, este libro, estos poemas, son un tratado de ocultismo, entendiendo éste en su significación más entrañable. En ellos están inscritas revelaciones formuladas por varios maestros, cuyos nombres no pueden mencionarse. Algunos dijeron sus nombres, otros solo las iniciales. Así en grandes sueños o abstracciones, cuando tales revelaciones me fueron hechas, aparecieron algunas iniciales: A. L., P. C., J., J. L., P. B. y un nombre como de indio Macuma.

También responden estos poemas a una profunda compenetración del autor con las cosas de la naturaleza.  El autor tuvo que convertirse en pájaro para descifrar el canto de éstos, lo que significan en sus melodías (por cierto los animales están sujetos, como el hombre, al mismo rigor del pecado original, y también a una organización muy parecida a la nuestra. De ahí que posean nociones sobre el tiempo y el espacio semejantes a las que tenemos nosotros. Por ello vemos que, periódicamente, casi de 15 en 15 minutos, el turpial da la hora. Pero hay otros pájaros que ya no cantan, que llegaron a la compresión del silencio. Esos, en la naturaleza, pueden compararse a los grandes ocultistas, a los grandes maestros, a los yoguis, por ejemplo).

Volviendo a la influencia de la naturaleza en estos poemas, debo decir que algunos elementos de la misma coadyuvaron fundamentalmente a su creación. El canto de las ranas, sobre todo en tiempos de lluvia (hay una estrecha relación entre las ranas, los sapos y la lluvia), la contemplación del trabajo de las hormigas; un ramaje que adquiere, de pronto, formas extrañas; siluetas encontradas en ciertas cuevas, o en trozos de paisajes, de rocas, de colinas; la certidumbre de la que la vida normal es muerte o sueño, en tanto que la vida auténtica es la conjunción de uno con el todo. Experiencias de toda índole: apariciones de fantasmas, alucinaciones, etc. Pero hay más. Hay poemas jeroglíficos, como algunos descifrados por el autor en ciertas piedras o en ciertas paredes trabajadas por ignotos albañiles. Hay, además, poemas donde se revela lo que el artista recibió como respuesta a ciertas preguntas formuladas a seres de una sabiduría superior, que viven entre nosotros, en ciertas órbitas de este espacio terrestre, órbitas de aquí mismo, que a veces parecen colocadas en lo lejano, en otros planetas, o en ciertos lugares que parecen existir en las constelaciones más distantes; ciertos sitios de una luminosidad sublime, inefable, donde el hombre se siente el verdadero creador del Universo y se ve en el centro de un cosmos de un azul tan brillante que a veces toma colores o destellos de gemas preciosas, o de perlas.

En ningún momento se ha hecho en esta poesía, concesiones a la ligereza, a la superficialidad o a la impaciencia por querer escribir. Nunca. Esta poesía es genuina en todos sus matices. En ella hay mucho de un secreto que se intuía, pero que no se conocía, acerca del cual el autor no tenía conciencia alguna. A veces el poeta se vio sorprendido por ciertos hechos. Hubo oportunidades en que oía voces que lo llamaban desde muy lejos, desde más allá del mar, desde donde se hace el viento; voces envueltas en paisajes celestes, donde, sin embargo, había materia, grandes arenales hechos de una sustancia finísima; nieblas en las cuales el viento parecía tener su seno; sitios donde había lunas rojas a soles como simple rosa de girasol. Pero en ocasiones, había algo más. Las visiones venían de una hoja mustia tirada en el suelo o en algún jardín; de un poco de comida abandonada en un rincón; de amontonamientos de tomillos, de llaves, de maniguetas, de martillos, de serruchos, tijeras, de una máquina Singer, de switches, de cables, de paredes donde aparecía la historia de la humanidad registrada a través de animales que portaban la luz. Todo esto está aquí. Y también alucinaciones de ciertos períodos en que el autor se iba a ciertos sitios donde había como fragmentos de grumos que adquirían perfiles de santos; o apariciones en los cristales de la Biblioteca Nacional. Y hasta una aparición de Cristo, muy sencilla, observada en una habitación que está al lado de uno de los ascensores del edificio Disconti. Esa mañana, el autor iba hacia la revista Zona Franca. Antes de tomar el ascensor, la ascensorista salió de él y abrió la puerta de la pequeña pieza que estaba al lado del mismo. Al abrir la puerta, se le apareció al autor la imagen de Jesús. Estaba incrustada en la pared. No dijo nada. Sólo se movió como despidiendo fulgores. Asombrado por el fenómeno, el poeta cuando bajó de Zona Franca e iba hacia la calle, preguntó a la ascensorista si en el pequeño aposento que ella abriera antes había alguna imagen de Cristo. La ascensorista dijo que no y abrió de nuevo la puerta de la mencionada habitación. En efecto, no había allí ninguna imagen de Cristo.


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