Ludovico Silva | Alba Ciudad

Por FEDERICO PACANINS

A principios de los años ochenta del pasado siglo apareció en la prensa nacional un insólito aviso de oferta. Se trataba de los servicios intelectuales de un profesional en la materia, Ludovico Silva (Luis José Silva Michelena, Caracas, 1937—1988), quien se ponía a disposición mediodías y tardes, preferiblemente, para discurrir sobre cualquier tema a petición del contratante interesado, bajo unas condiciones económicas más que razonables: moderada suma en efectivo por cada sesión de trabajo y, eso sí, el costo de un largo almuerzo bien rociado.

El anuncio en cuestión resultaba tan extraño, que tenía el positivo efecto publicitario de al menos despertar curiosidad en ciertos seguidores de la literatura nacional y sus recovecos: ¿Ludovico Silva, el mismo intelectual de inmensa cultura del Antimanual cristiano-marxista, transformado en un Ludovico Viadana cualquiera para explicarnos los secretos del canto solista, por decir? ¿Acaso un mecanismo viviente de acceso a las cosas poéticas, mediante la propia Crucifixión del vino? ¿Tal vez la garantía de entrada —un pase, pues— a los legendarios confines de la República del Este?

Y pensar que tan solo era cosa de levantar el teléfono y darle oportunidad al poeta que, ciertamente, tenía un vasto curriculum de ensayos políticos o literarios, con títulos de apreciación histórica o artística y, también, libros de poesía que hoy nos dan pie a ofrecer esta selección.

De Un dragón y otros poemas (2017)

Un dragón no es un

dragón hasta que un

poeta no lo decide.

 

Yo decido que hay un

dragón que no vomita

fuego, sino piedras.

 

Y que mira a un rostro de mujer.

Extrañamente, como si

quisiera cantar con ella

el coro de la luna.

 

Sus escamas de piedra

pesan sobre el mundo.

 

¡Oh, dragón unicornio

de mis alucinaciones

nocturnas!

De Cadáveres de circunstancias (1979)

Chez Pepe

Tengo un Rembrandt en el ojo derecho

y un Picasso en el otro.

Mi oreja izquierda es tímpano de Wagner

y la otra de Albinoni.

 

Con mi mano derecha escribo misas

y con la otra a Orfeo invoco.

 

Las cosas todas son lo que no fueron,

cada uno cae en su propio vacío

en su pozo.

Cada estatua antigua nos mira

como el recuerdo de nosotros.

 

La poesía se me revuelve

como en un gran corral de toros.

Y no soy yo el culpable,

son los otros.

Ser y soledad

La vida es soledad acompañada

que marcha hacia su propio destierro.

Ir a la nada, es algo.

Venir del fondo del ser, es más aún.

Fragmento del diálogo de Orfeo con Plutón, en La soledad de Orfeo (Cantata, 1980)

ORFEO

(Solo. Infiernos)

Como quien va hasta el fondo de sí mismo

y allí aprende a sentir que toda cosa

es por dentro un sereno cataclismo,

 

regresaré a la fuente milagrosa

sonando volveré al antiguo prado

donde el don de los dioses aún reposa.

 

Y el cuerpo de la esposa, ebrio y rosado,

miraré florecer hondo y divino

como un otoño límpido y sagrado.

 

Sobre esta cuenca de odio mi alma inclino

en un ramo de lámparas eternas

buscando libertad en el destino.

 

Mi voluntad me trajo a estas cavernas

donde la luz se mueve prodigiosa

como un sonoro pueblo de linternas.

 

Techos iluminados y rocosas

nervaturas de tiempo detenido

donde brilla el recuerdo de las cosas.

 

Silbos de soledad, masas de olvido,

muerte continua y fija en el tormento

y la vida llorando, ciervo herido.

 

Héroes, dioses, pasan con el viento

y mi divino cuerpo siente humano

toda la eternidad en un momento.

 

Dentro el abismo atroz, no sé qué mano

se me sale del cuerpo y todo toca

y hace de estas cavernas un gran piano.

 

No sé qué certidumbre de mi boca

suena por la techumbre iluminada

como queriendo conmover la roca.

 

Resuena la caverna condenada

cuando desesperados testimonios

caen como pedruscos en la nada.

 

Y su aleluya cantan los armonios

mientras el dios total se rompe vivo

en un vitral inmenso de demonios.

 

Con esta voz que vuelve sensitivo

el muro del infierno permanente

y da quietud al cielo fugitivo;

 

con esta voz de címbalo demente

regresaré a las fuentes de la vida

y reiré cantando entre la fuente.

 

PLUTÓN

 

¿Cuál es el cruel azar que te convida

a huir con tu destino hacia el amor

como una virgen yegua perseguida?

 

¿Cuál es ese dolor,

cuál el altar

donde tu ayer sin fin cruje y delira?

¿Dónde el altar en que la ira

de tu millón interno de demonios

sangra bestial como una fiera?

¿Dónde ese sirenaico soplo de los armonios

las iglesias que caen, el Dios entre los muros,

los pedros confesados, los cristianos antonios,

los seres más oscuros?

 

ORFEO

 

Mi universo es de espuma, pero es hondo;

en este movimiento de la espuma

todo es claro y feliz, puro y redondo.

 

¡Todo, todo es al fondo

fatal, hasta el azar!

Todo es comienzo y fin definitivo,

pero mi libertad conozco y vivo

como conoce el barco los vientos de la mar.

 

PLUTÓN

 

¿Y las iglesias, y los pedros, y los antonios?

 

ORFEO

 

Que se los lleve el demonio,

el demonio, el demonio.

 

PLUTÓN

 

Que no te engañe la vida;

cuídate de zozobrar

con tu pobre barca herida

sobre las aguas del mar.

 

ORFEO

Las brisas vienen del hombre

como vienen de la mar.

Con la mar se viene el viento

y con el viento el azar.

¡Plutón! Las barcas humanas

se van a vivir al mar

sabiendo que barca es barca

cuando sabe zozobrar.

 

Entra el agua por los poros,

cae el hombre salado hasta el hombre,

se echan al agua todos los tesoros

y el agua canta universal su hambre.

 

PLUTÓN

 

Aire tienes de dios, y hasta tu mano

donde toca, despierta lo divino;

pero ese vacilar de tu destino

solo es humano

 

Cuando veas el río de un murmullo

fatal, como un naufragio de profetas,

son los dioses que van como saetas

al Acto suyo.

 

Pero si ves alguna tú has sentido

en tu memoria arder reminiscencias

y el río de tu ser arrastra ausencias,

humano has sido.

 

La brisa de las cosas, libre y fina

es la fatalidad de lo mudable,

y los ríos, de muerte interminable,

sangre divina.

 

Te hace divino tu morir si huyes

por la puerta final de cada instante

y haces de tu morir vida constante

y hacia la vida por la muerte fluyes.

 

(Se retira)

 

ORFEO

(Solo. Hielos. Infierno)

 

El corazón que tengo no se espanta

como jamás el corazón se arredra

cuando la voluntad de un hombre canta.

 

¡Subir por el amor en verde hiedra

hacia la rama que el dolor levanta

y el abismo caer como una piedra!

 

La voluntad de amor se me agiganta

viendo cómo la masa de la nada

con pasos de elefante el ser quebranta.

 

Y aunque vea caer nieve sagrada

sobre el extraño bosque de la historia

no quedará mi rama congelada.

 

¡Diamante de los hombres, ebria gloria

de ser y no ser presente ausencia

y ser hijo, no más, de la memoria!

 

¿Qué permanecerá de mi honda historia

si no llego yo a ser de los que han sido

una clara y fatal reminiscencia?

 

¿Y seré alguna vez lo que he elegido

ser, si no resucito y rememoro

el ser que tuve y canta el olvido?

 

Yo tuve un ser escrito en letras de oro

que en eleusinas agua sonreía

y era estrofa de luz en el gran coro.

 

Hoy soy un hombre y tengo la voz mía

y con mi genio quiero y con mi esfuerzo

tener la que mi ser antes tenía.

 

¡Ah la felicidad de ser un verso

preciso, ebrio, sonoro, articulado

en la estrofa coral del universo!

 

(Silencio. Eurídice va apareciendo

lentamente por el fondo

llega al lado de Orfeo)

De In vino veritas (1977)

Poema que todos pueden leer

Ellos creen que he muerto. Nunca se han desvivido.

Para tener recuerdos hay que saber de olvido.

 

Ignoran cuanto dicen, no saben lo que quiero.

El día que yo pacte conmigo mismo, muero.

 

Veo ríos que van hacia su mar, tranquilos;

veo arañas que urden, en soledad, sus hilos.

 

Veo paisajes crueles. Mares que se levantan

y enormes animales que todo lo quebrantan;

 

tumbas que se estremecen y expulsan siglos, dioses

que modulan, cantando, viejas y extrañas voces.

 

¡Voces del tiempo de la vida y de la muerte!

¡Qué tristeza, Dios mío, que yo no pueda verte!

 

He preferido el canto de los mares divinos

donde vivientes hablan misterios eleusinos.

 

El mar, donde los muertos flotan. Allí florecen

todos los sembradíos que en la tierra perecen.

 

Yo no he muerto, yo vivo —y esa es mi diferencia—

de estructura y verdades, y nunca de apariencias.

 

Si alguien dice que he muerto, que se muera leyendo

estas cosas extrañas que estoy escribiendo.

 

De Cuadernos de la noche (1973)

Anoche vi pasar un camello

borracho, con un libro y maldiciendo

frente a mi ventana.

Y me hubiera asomado, de no ser

que después del camello pasó un hombre

feliz y almidonado, a su trabajo

 

De Crucifixión del vino (1996)

6.

Vivir es hacer daño

En nombre de la Poesía

YO, REY

filósofo, poeta, alquimista, borracho

digo que la miseria

no está en estas botellas:

ellas son inocentes,

es malvado el que las vende.

Marx pensó que era

una moneda

desconocida.

De Papeles desde el amonio (2002)

Por favor, tráeme

Pepsicola esta tarde

 

Te ama,

Luis


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