Miguel Ramón Utrera | Archivo

Poeta, periodista y educador, Miguel Ramón Utrera (San Sebastián de los Reyes, 1909- 1993) desarrolló vida y obra en su poblado natal.  De joven se trasladó a Caracas a cursar educación secundaria y regresar a San Sebastián de los Reyes en 1932, donde hizo carrera como  periodista y docente (director de la Escuela Pedro Aldao, desde 1937 hasta 1950).

En sus inicios literarios recibió oportunidades de publicación en la revista Viernes, órgano divulgativo del grupo literario homónimo, así como en el suplemento Artes y letras de El Universal.  En 1940 se publica Nocturnal, con el que inicia una obra lírica distinguida cuatro décadas después, en 1981, cuando le fue otorgado el Premio Nacional de Literatura, que rechazó. Su obra poética fue recogida en una publicación de la Contraloría General de la República (serie Letra viva, 1993).

Ofrecemos a continuación una entrevista donde el maestro Utrera expone claves de suArs poética; luego sus Reminiscencias, conformadas por ocho poemas de su libro Edades de la flor(1982), y, por último, un poema breve del libro Memorias de la espiga (1975).


-UN SALUDO QUE SABE A METÁFORA

(declaración a Harry Almela  en 1991, publicada en la Revista BCV Cultural, mayo de 2007.)

La relación de sustantivos que hablan de la naturaleza con adjetivos que denotan sentimientos humanos es muy a propósito para darle significación. Siempre hay en mis cosas una reflexión sobre lo humano, sobre emociones y reacciones de la vida humana. El árbol es una imagen de la vida humana: arraigó, creció, se alimentó de la tierra, echó sus ramajes, floreció y dio sus frutos. Y en la imagen del camino y del río también está el hombre. Al entrar por un camino a la sierra o al llano, tropiezas con el nativismo por todas partes. Cuando le hablas a un hombre de aquellos, te responde con un saludo que sabe a metáfora.

Todo es paisaje. Lo subjetivo también es un paisaje. Y al igual que en el verso de Machado, ¿en qué parte no se encuentra uno con el recuerdo de aquella aldea?


-REMINISCENCIAS (1982)

I.

Tiene esta bondad el árbol

prolongar  su oculto aliento

por dar aliento a otra vida

que es gajo azul de su cuerpo

 

Convertir la ruda espina

en ala libre de sueño;

nutrir de música libre

la arteria gris del silencio.

 

Tiene esta virtud el árbol:

ser donador de su tiempo.

II.

Tiene esta historia la roca:

ser su propia carcelera

para impedir que se escapen

los elementos que encierra.

 

Ser de los siglos aliada;

velar su paz y su guerra,

sin hallar quién en los siglos

la libre de condena.

 

Tiene esta virtud la roca:

ser cautiva y carcelera.

III.

Tiene esta angustia la huella:

andar buscando un camino;

el mismo que siempre hollaron

los viajeros del olvido.

 

Por seguros derroteros

señalar rumbos distintos;

menos el que busca, ansioso,

el caminante vencido.

 

Tiene esta angustia la huella:

buscar sus pasos perdidos.

IV.

Tiene este sino la llama:

mirar siempre desnuda

por más que su aire la adorne

con múltiples vestiduras.

 

Querer rescatar del fuego

su torturada figura;

y en ese afán consumirse

sin esperanza alguna.

 

Tiene este sino la llama:

vivir estando difunta.

V.

Entre ocultas facultades

ejerce esta magia el surco:

abrir sus hondos talegos

a la esperanza del mundo.

 

Tomar la frágil semilla,

llevarla a un país oculto

y devolverla cargada

y con otro acento maduro.

 

Encierra el surco esta magia:

trocar la palabra en fruto.

VI.

Mantiene el lirio este anhelo;

Ser capitán del aroma

para estar siempre de guardia

a la puerta de la aurora.

 

Pero no podrá lograrlo

porque lo impide la historia

de sus largos devaneos

con las nocturnas corolas.

 

Quedará el sueño del lirio

como otra olvidada historia.

VII.

Tiene este secreto el humo:

estar ausente y cercano;

dejar huella en el aire

sin que se note su paseo.

 

Ser imagen de la vida

y estar de la muerte ufano;

andar siempre fugitivo

y a la vez encarcelado.

 

Tiene este secreto el humo:

estar presente y lejano

VIII.

Tiene esta virtud la rosa:

mirar su faz en el río

y levantar a las nubes

el propio reflejo henchido.

 

¿Siete colores deseaba?

¿Siete gracias ha pedido?

Siete lágrimas de fuego

cayeron del infinito.

 

Tiene esta virtud la rosa:

dejar su cielo en el río.


-en MEMORIAS DE LA ESPIGA (1975)

Cualquier camino sirve a un caminante

para forjar ausencias infinitas,

aunque el retorno duela, como duelen

algunas cosas duras de la vida.

 

Ausentarse es volver. En cada viaje

las mismas huellas guardan para el tiempo

ausencias infinitas.


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