Luz Machado / Revista El Farol

Luz Machado (Ciudad Bolívar, 1916 – Caracas, 1999). Poeta, ensayista y diplomática. Premio Nacional de Literatura en 1987; dirigente del Movimiento Feminista Venezolano, fundadora de la Asociación Venezolana de Escritores y del Círculo de Escritores de Venezuela. Sus trabajos periodísticos fueron publicados en El Nacional  y en  revistas como Contrapunto, Élite, Shell, Revista Nacional de Cultura e Imagen.

Más de veinte libros de poemas dan cuenta de la palabra aparentemente sencilla, cotidiana, aunque de sabia contundencia femenina; jamás débil o desvalida. Hemos elegido uno de sus últimos libros, A sol y a sombra (Ediciones de la Contraloría  General de la República. Colección Medio Siglo. Serie A letra viva. Caracas, 1997) para ofrecer nueve poemas fechados y  preludiados por un epígrafe, seleccionado por la poeta, de San Agustín de Hipona:

“En la narración verídica de las cosas pasadas, lo que se extrae de la memoria no son las cosas mismas que pasaron, sino  las palabras que sus imágenes hicieron concebir, las cuales, pasando a través de nuestros sentidos, quedaron en nuestro espíritu marcadas como huellas” (Libro XL. La palabra creadora).


Fuera del conocimiento (23-3-1977)

De pronto quiero

no conocer nada más.

Imaginar solamente.

Por cada palabra oída o al aire

suelta por otro,

tomar la punta del sonido

y por ahí viajar por la imaginación.

Volver a conocer otros mundos

cuyas relaciones

emergen de mí,

del sitio de mi cabeza,

que es donde los siglos han fijado

La rectoría del hombre.

Imaginar.

Así nació también,

así han nacido tantos mundos.

Y la poesía.

Y este primer apunte para un texto

fuera del conocimiento.


Los viejos templos (11-6-1974)

Se alzan solos

como periódicos de piedra

de un solo día, hace tiempo.

La intemperie, con cinceles ávidos

labra y labra

sus claustros

por donde el hombre pasa

su brizna palpitante y sonora,

indefensa.

En vez de volvernos polvo

deberíamos convertirnos en piedra

para seguir presentes y acompañando

como esos templos

a todos lo que quieran estar juntos

con nosotros,

aunque sea sin sentidos, sin sentirnos,

mas, presentes,

fuertes contra los cataclismos,

dioses por ya haber pasado

este fuego terrible de la vida,

su gran selva donde la palabra

aparece,

desaparece,

juega con la inmortalidad

por cuanto representa.


Acordes (19-9-1975)

Que el viento mueva las ramas del árbol

para poder ver, debajo,

que se mueve.

Que las mueva y no las rompa.

 

Parece un banco de parque

para el amor de los pájaros.

No estaba antes ahí.

Y lo he visto sin buscarlo

cuando miraba la lluvia

cayendo.

 

Pero está solo.

No hay nadie sentado, esperando,

dormido.

Bajo el árbol y las ramas

alguien seguramente pensó en el amor

y lo trajo.

 

Las toma el recuerdo ahora.

 

Un banco que trajo alguien.

Un árbol, en esta plaza.

La lluvia, los pájaros, el sol.

Indudablemente,

es la vida lo que miro.


Tiempo (26-5-1989)

Me gustan los almanaques,

los relojes

y paso y me miro frente a los espejos

porque creo

que no debemos olvidar el tiempo.


Babel  (17-3-1976)

Ninguno habla como yo

—me dice el olvido

desde su pompa vacía

de colores, sonidos, imágenes—.

Ninguno me habla.

Y si me hablaran,

el gesto de sus cabezas

parecería decir a los demás:

“ella no es nadie,

pueden acercarse

hablar, oír,

que no hace daño,

y ya no es nadie”.

Y así pasan los días.

Y la soledad es la única

habitante de este largo olvido.


Apunte (17-7-83)

Es bondad del tiempo

saber que alguien está vivo

y recordándonos,

aunque todo lo demás sea

un gigantesco muro invisible

separándonos.


Marina (26-7-1976)

No solamente el río que fluye

deja de ser, siendo,

sino la ola del mar sobre la arena

yendo

y viniendo.

Es condición del agua

ser

negándose.


Cuidados (17-5-1984)

Cierro la puerta, la reja,

con dos vueltas de llave

cada una.

Con dos vueltas

que recorren el metal durante el día,

breve chispa fría de acero

al este y oeste de mi mano

En la clausura.

El sol afuera,

aún permanece.

Pero ya no se ve el horizonte.

 

Esta ciudad no tiene horizonte.

Cerros y cerros y edificios

como árboles fantasmagóricos

fantasmas de la piedra

levantada

bajo esa luz solar

liviana y cruda,

áspera y simple

de la aurora a la noche,

que una no sabe cómo no queda su línea

marcada en la curva de las horas.

 

Ya he cerrado la puerta.

Se acabó el día.

Pienso en el Río.

Enciendo las luces

mientras ciertas rosas de penumbra

colorida,

florecen en los rincones,

esponjadas.


Figura (12-7-1979)

Como no viene nadie,

dejo abierta la ventana

para que entre el aroma

de los lirios del patio vecino.


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