Rubén Osorio Canales / La Razón

Rubén Osorio Canales

Distinguido comunicador social y poeta perteneciente al grupo La República del Este. Una penosa y larga enfermedad dio lugar a que en los últimos dos años intercambiásemos opiniones y textos inéditos a través del correo electrónico. A continuación, y como homenaje de despedida al entrañable amigo, poeta como el que más, comparto algunos fragmentos de una reveladora y premonitoria carta −suerte de “ars poética”− que me me remitiera el 11 de agosto de 2019, y tres poemas (uno de ellos inédito).

Federico Pacanins

Querido  Federico, meses atrás te envié los «Poemas de Dios» y estaba por escribirte esta carta para decirte que en la actualidad estoy escribiendo unos textos bajo el nombre general de «Soliloquios» (…)  Si no los remití antes fue porque mis problemas de salud lo impidieron. Una hemorragia interna provocada por una úlcera en el esófago, producto dicen los médicos del “estrés”, me llevó a permanecer cinco días en terapia intensiva y seis días de hospitalización. Fue un trance duro y me llevó a pensar lo peor. La buena noticia es que estoy en casa con Gisela (Guédez) en vías de recuperación y trabajando en esa escritura que va más allá de mis artículos políticos. Pensé incluso en enviarte una primera parte del libro, a la que le falta ese repaso final, con el que pretendemos los poetas minimizar nuestro temores de parto, pero eso tardará algunos días porque el tiempo de reflexión pasado en la clínica me llevó a reconsiderar alguno de los textos ya escritos (…)

Querido Federico, es posible que estos «Soliloquios» representen el  último acercamiento de mi palabra al servicio del hecho poético. Si bien me quedan restos de energía y claridad, siento que  el tiempo se me agota (…) Y lo siento porque sé que falta, que todavía hay escollos que mi escritura debe y tiene que vencer. Un día, hace  algo más de cincuenta años, andaba yo inmerso por los mares torrenciales de Ezra Pound tan lleno de juicios extremos, pero muy certeros sobre la poesía. Y leyendo sus consideraciones sobre William Blake, T.S. Eliot, me tomó por asalto, más que una imagen, una secuencia cinematográfica  en la que aparecía un mar muy extenso, como suelen ser los mares, y en sus orillas una multitud de poetas cuyo reto era llegar a la otra orilla. De pronto una señal ordenó la partida y la carrera empezó y, en la medida que el mar se hacía más intenso y poderoso, aquella multitud se iba reduciendo de manera alarmante, devorada por el oleaje. Al final, en la otra orilla aparecían robustos y llenos de vida Homero, Dante, Petrarca, Safo, Lao Tse, Dasgupta,  Hafiz, Tagore, Garcilaso, Villón, Rilke, Bacon, Baudelaire, Whitman. Otros seguían luchando, tratando de mantenerse a flote. Fueron muy pocos los que lograron completar la travesía. Unos se ahogaron y otros tratan de mantenerse a flote lejos de esa orilla.

Para entonces yo andaba por los veinticinco años y esa suerte de revelación plasmada en la secuencia que acabo de describirte,  me llevó a entender lo largo del camino, la inmensidad del reto, la fortaleza de sus oleajes y corrientes invisibles a superar,. Y también me llevó a entender que si me aventuraba a recorrerlo, sería a cuenta y riesgo, sin póliza de seguro contra el naufragio. No obstante decidí recorrerlo en solitario y hoy lo que trato de saber después de tantas brazadas, para decírmelo a mí mismo, es  hasta qué parte del mar llegué. Esa secuencia que mi imaginación produjo al leer y releer a Pound ha sido una guía y al mismo tiempo un temor que me acompaña cada vez que salgo en busca del hecho poético, hecho que de alguna manera y con otras palabras se lo escribí a Juan Sánchez Peláez, en el poema “Sin ningún regocijo” que le dediqué en mi libro “Amigo Mío, Hermano Mío”.

Importan las palabras.

Quedarán algunas, ciertamente,

de esas que se dijeron y escribieron antes,

entre ellas las tuyas.

Quedarán grabadas en el aire,

esculpidas en las aguas de un mar azul e intenso,

talladas en los lomos de caballos rojos

que correrán sobre prados verdes .

Si, es posible que algunas palabras queden

después de esta tormenta que se anuncia

y estos rayos que dejan caer su ira,

sobre los campos de Dios.

“Soliloquios” es el resultado de un impulso que sentí como una necesidad vital e inaplazable de poner en blanco y negro estas ansias de vivir y buscar la poesía. Un intento de también rescatar una memoria llena de  recuerdos esquivos, difusos, y encontrar algunas respuestas a las muchas preguntas que a lo largo de la vida me he formulado. Estos soliloquios son simplemente textos escritos con las palabras de la poesía. Los poemas, querido Federico,  los que pude y me atreví a escribir, están en «La Vida Por Los Pies», «Asuntos», «La Rara tregua», «Amigo Mío,Hermano Mío», «Estado de Sitio», «Los Poemas de Dios» y «Extravíos», libros que escribí pausadamente tratando de llegar a la otra orilla. No sé hasta dónde llegué, no sé cuán larga es la distancia que me separa de la orilla,  pero lo que sí sé es que todavía estoy vivo y no he naufragado, y que en muchas de esas brazadas que he dado para superar el oleaje toqué la poesía. Y esto lo digo desde las profundidades de mi verdad interior, sin jactancia, porque si algo me enseñó y atesoró en mi alma este largo andar en la búsqueda de la palabra, fue la humildad.

Te dije antes que el envío de la primera parte de los ‘Soliloquios’, se tardara unos días (…) sentí en los días de mi terapia intensiva que aun faltaba  una sensación que nada tiene que ver ni con la filología, ni con sesudos ejercicios semánticos, ni con intentos de propuestas para revolucionar nada, sino conmigo, con mi visión, con mi lenguaje,  y con mi manera de entender la poesía, con lo que ella es para mí, con lo que pude, puedo y podré hacer con ella.

Estoy claro. Sé  que llegué al punto del no retorno, lo que fue, fue…  y lo que no fue, sencillamente, no fue. Pero lo que no puedo, ni quiero apartar de mí, por ser lo mejor y más puro de mi aventura, fue el amor y la humildad con que lo hice. Hoy mi intuición pareciera estar llegando a una revelación y esto me da pie para rogar a Dios un poco más de tiempo y poderla desnudar, tal y como la veo, llena de rituales, a veces extraños,  que rara vez imaginamos. No oculto mis temores, ni la ansiedad que me da estar en semejante antesala, pero tengo que ir a su encuentro, aún corriendo el riesgo de perderme y no llegar, en cuyo caso no me quedará otra, que volver a empezar.

La que llamo segunda parte está concebida en la mente, puesta parcialmente en el papel y solo falta poner los dedos sobre el teclado y dejar correr las palabras que faltan, por la autopista de mi alma.    La materia prima ya está procesada, almacenada, escrita y, si se quiere, lista para la impresión de un libro que titulé “Extravíos”, con el que batallo desde hace ya doce años, toda vez que, a veces, su visión se me hace borrosa. Antes de dejarlo a la intemperie, en el olvido, recordé que Giacometti decía que había que desbaratar lo hecho y volver a intentarlo de nuevo para lograr aproximarse a la verdad del objeto pintado. En mi criterio,  también esto ha valido siempre para la poesía.

En el caso de «Extravíos», hay algo así como una nube que me impide no ver claros algunos de sus recodos, no sé si se trata de un exceso de autocrítica, o si esa nube que cuelga y ensombrece mi claridad, es parte viva del mismo extravío. Hace dos días con renovado  entusiasmo, comencé a fijar en el papel una versión distinta de los mismos textos y tengo la sensación, en la medida de su desarrollo, que se les abre una nueva perspectiva. Dios quiera que tenga el tiempo necesario para concluirlo. La mente quiere hacerlo y el cuerpo, resentido como está, lo acompaña a ratos. La selva que recorro me es desconocida, pero no importa, igual me adentro en su maraña. Ahora mismo Gisela, mi divina alondra, prepara el tratamiento con el que la ciencia trata de concederme el tiempo que necesito para terminarlo, solo que hace falta el permiso de Dios.

Querido Federico, prescindiendo de lo que Dios disponga, quiero decirte que celebro en grado sumo nuestra amistad, real, verdadera, sólida, profunda, respetuosa y con diálogos, suficiente para afianzar nuestra mutua fe en la poesía que es obra de Dios y del hombre.

Por los momentos y con la fe puesta en que tendremos otros momentos para seguir nuestro diálogo, este poeta solitario que soy, deja  estas líneas hasta aquí.

Un abrazo inmenso. Tu  amigo ROC

Poema 38

Hay trompetas roncas

que desgarran el aire.

El viento se hace garfio

y araña las flores.

La tierra se hace remolino

y de polvo enceguece toda vida

que a su paso toca.

Se ha creado el escenario

para la gran matanza.

Los disparos comenzarán

a una hora sin nombre.

En sucesión vendrán :

manojos de flores muertas,

el tiempo herido de tiempo,

la vida tirada por los pies

y el silencio del ruiseñor.

Nada saciará su sed de sangre.

Entonces echarán sobre nosotros

el dolor de los días,

el puñal del  otros por la espalda,

todas viejas, dolorosas  costumbres.

Tenemos que echar esa alma enferma

que sin piedad nos sitia.

Para ello llevamos  siempre

la poesía enredada en los dedos,

en los ojos, en el alma,

el fulgor de la palabra,

la fuerza del silencio,

la reciedumbre de la espera.

La hora se ha vuelto gris y sofoca.

Van a disparar, nada los detiene.

Entonces, bajo la estricta protesta de Dios,

que disparen, pues, que disparen.

-*Pertenece a “Estado de sitio” (2017).

La Patria

A Caupolicán Ovalles

¿ Dónde está la Patria, hermano,?

Venezuela ¿dónde está ?

¿Qué máscara le han puesto

que no la reconozco ?

¿Cual enfermo maquillaje

le ha cruzado, burdamente,

sobre la herida, por tanto tiempo,

al descubierto ?

La prefería  unida, y viva,

con sus lamentos ciertos

que se hacían cantos

al paso de cada corazón.

Cuando era una herida

y estaba abierta,

nos dolía.

Si de  su huella de puñal en el costado

salían lamentos,

nos dolía.

Si respiraba su memoria,

nos dolía.

Cuando era una herida

que hacía correr su sangre

por la inmensa geografía

y bañaba el rincón

de nuestros muertos, gritaba

y nos dolía.

Cuando era un cuerpo vivo

que resistía y asía la espada

y cantaba himnos

y enfrentaba al enemigo,

nos dolía.

¿Dónde está ahora que no la encuentro?

¿Quién apagó su voz?

¿Quién quebrantó su espada de luz?

¿Quién sumergió su manto de libertad

y la hizo estopa ?

¿Quiénes y en cuál charca

pretenden sofocar su corazón?

¿En cuál polillosa estantería

van a esconder su memoria?

¿En cuál barranco echarán sus cantos?

Patria mía, Patria nuestra,

¿Dónde rasgaron tu piel de primavera?

¿Cómo hicieron para desmembrarte

y vaciar la miel de tus entrañas vivas?

¿En cuál cueva apagarán tu luz?

Patria mía, Patria nuestra,

que estas en la entraña de esta tierra,

dinos, con la mejor de tus voces,

¿Cómo cantarte?

 

Te arrebatan tus lirios,

empañan el camino de tus pasos,

tapan con niebla oscura

la verdad de tu horizonte,

sofocan tus velas

tan de viento, tan de mar.

Te dejan en un charco

con tu sangre a chorros,

con tu sangre de llanto,

con tu sangre de luto,

con tu sangre.

¿Qué están haciendo contigo?

¿Adónde quieren llevar tus huesos

y esos lirios de amor

que nacen en ti cada mañana?

Hay que recoger tu sangre,

sanar tu herida,

abrir tu memoria

para que corra

como corrían tu alegría y tu libertad.

Todo de ti lo quiero vivo.

Para que siembre y duela.

Para que renazca y duela.

Para que sea parto vivo y duela.

Quiero, hermano, que todo tenga su rostro.

Que cada primavera la nombre.

Que cada rayo de sol

se haga canto en sus auroras.

Que la acaricien manos limpias.

Que la riegue la inocencia.

Que la mantenga en pie

la  palabra del poeta.

Eso quiero hermano, para la Patria.

Que nada altere  su paisaje.

Que la montaña no conozca el fuego.

Que el río no sepa de la sequía.

Que el mar sepulte los vientos del huracán.

Que la vida sea sólo vida

y sus sueños conformen la eternidad.

Eso quiero hermano, para la patria.

*Pertenece a “Amigo mío, hermano mío” (poemario inédito).

 

Sobre la tumba del corazón 

No, por Dios.

No cerrarle los ojos

en la plenitud de la luz.

No cortarle la voz

en el asalto del silencio.

No cancelar sus manos

en la hora de la siembra.

Que respire siempre intacto,

incontaminado,

encendido,

protegido por todos en cada circunstancia.

Que no lo toquen perdigones.

Que no se le hiera la sangre.

Que no lo alcance la muerte.

No, por Dios,

no levantar el puño

sobre su rostro de manzana,

no deslizar las blasfemias

en la mitad de sus rezos,

no cerrarle las rejas

ahora que hay luna llena y es de noche.

No, por Dios,

dejarlo libre

Siempre, siempre,

afuera la vida está esperando

la plenitud toda de su mansedumbre.

Yo lo entrego todo.

Tomadlo amigos, es de todos,

pero cuidad de no hacerle daño

en la hora terrible de la rebatiña.

No dejarlo caer de ningún sitio.

No asustarlo.

Han dicho del faro y del castillo

que es frágil y se rompe,

que tiene apenas una mitad de día

y una mitad de noche,

que es de fuego a toda hora.

No dejarlo caer en la mitad del océano

alejado de todas las embarcaciones,

se apagaría,

se perdería,

se moriría…

*Pertenece a “La rara tregua” (1976).


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