Elisa Lerner, Leonardo Azparren y Arlette Machado | Vasco Szinetar

Por FEDERICO PACANINS

En el vasto silencio de Manhattan luce como título improbable para un premio de teatro venezolano, otorgado en 1964 a una valenciana de origen judío residenciada en Caracas.  La urbanización San Bernardino, de franco arraigo en la comunidad judía caraqueña también fue curiosa sede de aquel “vasto silencio” neuyorkino, cosmopolita y femenino —por no decir feminista— ofrecido por Elisa Lerner Nagler (Valencia, 1932), en su condición de dramaturga nacional avalada por aquel Premio Anna Julia Rojas del Ateneo de Caracas.

Ya para 1960, algo antes del premio del Ateneo, la entonces  novel escritora había llamado la atención de los círculos culturales de Caracas. “Una entrevista de prensa o la Bella de inteligencia”, mostraba una dramaturgia inteligente e irónica, con tal tono propio que daba una secuela estilística diferente a las de Ida Gramcko y Elizabeth Schön, sus reconocidas predecesoras.

Dramaturga, narradora, periodista, abogada, diplomática y cronista, formó parte del grupo literario Sardio, junto a los escritores Adriano González León, Salvador Garmendia y Rodolfo Izaguirre. Desde entonces ha escrito múltiples crónicas y reseñas literarias en la prensa y en las principales revistas culturales del país, siendo notables sus crónicas humorísticas publicadas por la revista El Sádico Ilustrado.

Al igual que sucedió con el Vasto silencio de Manhattan, su pieza Vida con mamá, estrenada en 1975 por el Nuevo Grupo, fue aplaudida y galardonada con el Premio Municipal de Teatro del Distrito Federal y el Premio Juana Sujo. En 1992, el Channel Four de Londres estrenó la película Crónicas ginecológicas de Mónica Henríquez, basada en su obra homónima. En 1999 fue galardonada con el Premio Nacional de Literatura.

Su producción dramática comprende dos obras extensas y una media docena de piezas breves. A continuación  compartimos, en primer término, el monólogo Jean Harlow (Revista CAL, 1962, Caracas), que hemos tenido el gusto de llevar a escena en varias oportunidades durante la última década;  luego ofrecemos un diálogo de El País Odóntológico y el fragmento inicial del primer acto de Vida con mamá (Teatro/Vida con mamá, 1966, Caracas, Monte Ávila Editores).   Por último, de su libro Sin orden ni concierto (2022, Caracas, Fundación para la Cultura Urbana), escogimos varios soliloquios numerados, que también dan la idea de cómo puede aguijonear la pulida creatividad dramática y literaria de doña Elisa Lerner.

JEAN HARLOW  (1962)

El montaje escénico de este monólogo, protagonizado por Greisy Mena y dirigido por Federico Pacanins en el año 2020, puede apreciarse gratuitamente en el canal youtube de la Asociación Cultural Humboldt, link:  https://www.youtube.com/watch?v=OBlVGCHYZLc

Yo soy la mujer más linda de Norteamérica en 1930. No hago nada, me demoro en mi peinador blanco, en un lecho blanco y estoy en un cuarto todo blanco. Me levanto tarde. En1930, en Norteamérica, soy una de las pocas personas que se levanta tarde. Hay una gran depresión, hay hambre. Este temible cielo de invierno comienza ya en el octavo o noveno piso de los edificios. Los pisos han quedado vacíos, sin gente. El cielo oscuro, sin pájaros. La gente en este tiempo se levanta muy temprano. Incluso a veces se ahorran los lechos: no duermen. Muchos restaurantes han quebrado. No hay comida, hay hambre. Pero no pasa conmigo. Yo, además de ser la mujer más linda de Norteamérica, soy artista de la pantalla. No sólo como tres comidas diarias: como bombones, cajas enteras de bombones y pronto la uniformada sirvienta vendrá con la vajilla de plata del desayuno. Mientras tanto como bombones, aquí, en mi lecho blanco. La alfombra también es blanca, en ella me gusta regar incontables cajas de bombones. Muchas cajas nunca serán abiertas, empiezo a vivir demasiado intensamente cuando comienza la filmación de una película. En la alfombra están los bombones, en el lecho yo, la más bella, la más linda norteamericana de 1930.

Pero la camarera se atrasa hoy. Aún no veo resplandecer en el día, la vajilla de plata del desayuno. Haré sonar el timbre. El timbre sonará en paredes, puertas y la camarera aparecerá con los valiosos instrumentos del desayuno. La camarera no está mal con su uniforme negro. Aprecio su delantal, que tiene la gracia de una de mis cajas de bombones.

Untaré un poco de mantequilla al pan tostado y así las infinitas comunicaciones del día habrán empezado. Este es un tema muy arduo en que la vida toma parte: pensar en eso me cansará fácilmente. Pero me reconfortaré de inmediato, tomándome un vaso de leche. De nuevo recuperada, trataré yo misma de entrar un poco en las aventuras de la mañana. La doncella está todavía frente a mí y para entrar en las aventuras de la mañana le preguntaré dónde están mis pantuflas. Mis pantuflas son también blancas y de tacón, alfombras y tacones separan a las mujeres como yo de las miserias del asfalto. La doncella me trae las pantuflas. Ahora estoy más fuerte, no sólo para deslizarme en las alfombras. Ahora puedo asumir tareas más serias. Abrir cajas más bastas que las de bombones. Podré moverme ahora con extrema fluidez por el cuarto, la alfombra y abrir las cajas que contienen mis sombreros. Mientras, tengo una severidad cerca. La única, en realidad, que me gusta tener cerca.

La camarera con su uniforme negro que aún permanece en el cuarto, con el carruaje y los instrumentos de plata del desayuno.

Porque todo tiene que seguir un orden. Si yo empiezo a mover el día en mis pantuflas blancas de tacón, el carruaje del desayuno y la camarera tienen que detenerse. Si no sería el caos, un movimiento sin cansancio y completamente ilógico.

Cuando yo regrese a mi lecho con cajas de sombreros y un espejo de marco blanco que he tomado del tocador; cuando yo haya vuelto sana y salva a mí lecho, después de las primeras experiencias de la mañana, la uniformada sirvienta saldrá silenciosamente de la habitación con el carruaje del desayuno. Todo se habrá dado con tal orden y armonía, que podría pensarse que la doncella lleva en el carruaje un pequeño bebé dormido.

Y porque todo ha ocurrido tan exitosamente, me gustaría encontrarme en el espejo de marco blanco no sólo la belleza de mi rostro. Asimismo, la belleza de mi nuevo sombrero. Me gusta ver mi rostro en el espejo. Desde que me levanté, he estado tan ocupada. Pero, en medio de esta depresión general, no puedo olvidarme de la difícil situación que se confronta. Restaurantes cerrados… hay hambre… Muchos cocineros sin empleo. Tanta vajilla que hubo de botarse a los basureros de la ciudad… no hay pan… Platos, tazas, resultan invisibles. No hay mesas… no se come… El vacío es más notorio. Si no hay mesas, no hay centros o apoyos. Crece un gran espacio, un desierto. Además no hay manteles. Todo se hace más desnudo. Se ha vuelto a la primera madeja.

No entiendo porqué hablo tanto. En verdad lo que quiero decir es que si ya no hay restaurantes, cocineros, vajillas, manteles y mesas ya que hay hambre y miseria, prefiero ver espejos. No quiero ver hacia los asfaltos.

Veo mi rostro que es tan hermoso. Como las otras gentes no tiene espejo… ni mucho menos rostros tan hermosos como el mío… preguntaré a los productores qué les parece si mandan a imprimir una serie de ejemplares de fotos con mi rostro. Las gentes verán hacia mí, las norteamericana más linda de 1930. Enseguida llamaré a los productores. Le diré a la camarera que me alcance el teléfono. Yo siempre me enredo en su cuerda. Esa cuerda no me parece una, sino varias, muchas.

Estos tiempos que corren por poco permiten, que pierda la viva alegría que me produce mi nuevo sombrero. Si el cielo sigue distante y sin mayores claridades en él, al menos debe una ayudarse, probándose,  comprando nuevos sombreros. Este sombrero es negro y es como tener un pequeño gato de terciopelo sobre mis cabellos tan rubios.

Aproximadamente las tres cuartas del agua oxigenada de los más escogidos “drug-stores” de Estados Unidos gastan los estudios en mi pelo. Aunque mi pelo, por otra parte, sin el sombrero negro en él, tiene una blancura de océano muy frío, de océano con nubes.

Creo que he cansado demasiado mi bello rostro. Está casi herido, ahora pasaré sobre él una mota rolliza, diferentes polvos. Mas, en efecto, he hablado con los productores y me han dicho que lo de las fotos lo discutiremos en una fiesta a la cual quiere que asista. La fiesta es a la ocho. Allá irán los productores. Son personas muy informadas. E igualmente, unos ingleses muy finos, los actores Lionel y John Barrymore; Kay Francis y Dolores del Río, actrices de cine.

Para revestirme con el más bello maquillaje, con el objeto de estar lista a las ocho para la cena regresaré otra vez a mi lecho que es como un cielo blanco. Es necesario que no piense más en la depresión, tampoco en los productores. Antes daré mi última orden a la uniformada sirvienta. Le diré: ─“Mis Harlow quiere dormir. Que nadie ose molestarla”. Agregaré incluso: “Si lo considera necesario para el silencio de mi sueño, puede despojar a los teléfonos de sus cuerdas”. Los teléfonos parecerán entonces hombres que han perdido sus cabezas en la horca de los verdugos.

En fin, la actriz más bella de Norteamérica en 1930 quiere descansar. La fiesta es a las ocho y luego comenzaran las fatigas, los amantes.

Son tiempos difíciles, de depresión. Los productores. Los productores son buena gente. Acaso decidan, realmente, entregar mi rostro en interminables cartulinas y en tiradas tan gigantescas como las de “New York Times”. Cuando hay hambre, miseria, un rostro, los rostros se comen. En un “party” en Nueva York… mi fama comenzaba… yo vestía de satén blanco… oí decir algo parecido a un escritor. No recuerdo bien si se trataba de Dos Passos o de Sinclair Lewis. Mi infancia fue pobre. No fui a las escuelas. No sé mucho acerca de escritores. Pero creo que ese escritor dijo ¡Y cómo el satén de mi traje brilló en esos momentos! Algo así como “La memoria ha ido en busca del perdido rostro de nuestros padres y lo ha devorado como si fuese comida”.

En los difíciles tiempos que se vive, mi bello rostro, en cierta forma, podría ser la comida a la que se refirió ese escritor. Una gran mayoría comería de él, se sentiría reconfortada con él y ya, yo no me debería únicamente  al egoísmo de mis propios espejos. Mi boca será como pan. Quizá será necesario que llore, que sufra, para que esa mayoría tenga un plato de sopa, su imagen. Me espera un trabajo arduo. Me empiezo a llenar de temores. Me estoy durmiendo ya. La cena es a las ocho. Dinner at eight.

EL PAÍS ODONTOLÓGICO (1966)

Fragmento de la escena inicial.

Dos mujeres –una de unos treinta años, periodista mediática y otra, muchacha en sus veinte, artista novel–, se encuentran para una entrevista en “Un café de la ciudad. Las dos mujeres están sentadas frente a frente en una mesa. De lo alto del escenario y hacia su centro está colgado un cuadrado de hojalata que dice: “El Vasto Diente. Café para poetas, pintores y miméticos”. A su vez del cuadrado pende una fina cuerda y desde ella se mueve como insegura escultura móvil, un colmillo bastante visible que recuerda los cuernos de la artesanía “beatnik”. Un locutor obsequioso se escuchará a través de un grabador.

MUJER:            ¿Lo que tú quieres es escribir?

MUCHACHA:   Quiero escribir mucho.

MUJER:            Escribir es para damas rentables. Para escribir no basta poseer un lápiz, comprado en la papelería más próxima.

MUCHACHA:   ¿No bastan un lápiz, una cuartilla?

MUJER:            Una solitaria cuartilla es un simple estremecimiento nupcial.

MUCHACHA:(Estribillo infantil)    Quiero escribir.

MUJER:            Pero, ¿dónde están tus rentas? ¿Tienes alguna colección plástica? ¿No posees Vasarelys? ¿Ni un Léger?

MUCHACHA:   Sólo me interesa la palabra poética, las cerámicas que pueden esplender en medio de túneles.

MUJER:            Si un escritor es coleccionista de cuadros termina por escribir maravillas, catálogos.

MUCHACHA:   Estoy… estoy… para ayudarme intentando buscar un cargo en un Instituto de Cultura

MUJER:           ¿Qué vas a responder a los cuestionarios que te entreguen? ¿Vas a decir qué escribes?

MUCHACHA:    Oh, no. No soy una escritora. No aparecí en la reciente antología de la respetable revista latinoamericana, “El gato planetario y en fragmento”.

MUJER:             Escritor es el que sólo quiere sus palabras.

MUCHACHA:    Pero no tengo rentas…

MUJER:             Sé lo que sigue. Está recogido en cinta magnetofónica. Porque estamos recogiendo muchas voces y sonidos humanos en infinitas cintas magnetofónicas. En nuestro país no sabemos cuándo vuelve de nuevo el silencio, el suplicio para la voz, la palabra y el diálogo. Pero esta vez estaremos más preparados. Estamos grabando aun las entrevistas más insulsas. Si se nos negase otra vez la libertad, la claridad, pondríamos en movimiento esas voces que hemos ido almacenando en cintas grabadoras para que se escuchen en plazas y pavimentos como el canto de un lúcido océano. Pero escucha la voz del grabador.

VOZ DEL GRABADOR:     ¿Ningún cuadro de Vasarely? ¿De Jasper Johns? ¿Ninguna reproducción siquiera?

MUJER:    Es mejor no tener reproducciones: toda reproducción es mimética. Pero un mimético consigue un cargo con mayor rapidez.

“VIDA CON MAMÁ” (1975)

(Comienzo del primer acto. La madre y la hija en la escena de su casa.. Durante el desarrollo de esa escena, se oye un sonido confuso, inconexo. Casi indiscernible.)

MADRE:    Tocan. Alguien que viene.

HIJA:          No es nada.

MADRE:     Una visita.

HIJA:          Nadie.

MADRE:    Se impacientan. Tocan con más vigor. Alguien anheloso de entrar, toca la puerta.

HIJA:         Buscaré mis binóculos de teatro.

MADRE:    Están en el closet.

HIJA:         Son lo único que hay en él.

MADRE:    También están las bolsas de Naftalina.

HIJA:         Todo lo ocupan las naftalinas. ¡Aquí están los binóculos!

MADRE:  ¿Es que estamos en el teatro?

HIJA:        En el teatro los vidrios de aumento que titilan en la sala dan una ilusión de compañía a todo lo que nos rodea.

MADRE:   No me colocaré los binóculos. Si de antemano acepto que soy la espectadora, no vendrán los visitantes.(Terca). Llaman con mucha insistencia.

HIJA:        La ciudad que es ruidosa.

MADRE:   Siguen llamando, siguen golpeando.

HIJA:        Es la hora del gran tráfago de autos.

MADRE:   Los puentes levadizos del vecino castillo se abren de par en par en estos momentos. (Genuflexiones). “Bienvenida” contestan en los puentes levadizos. (Cesan las genuflexiones). ¿Qué esperas para abrir?

HIJA:       En este instante, los televisores se encienden como una puntual fogata nocturna. Son las voces, desde la televisión, que hacen el recuento del último boletín noticioso y que todos escuchan sin decir palabra alguna, casi aterrorizada. (Pausa) “Jacobo Kramer”

MADRE:     …En la última visita que tuvimos…

HIJA:           Diez o quince años atrás.

MADRE:     ¿Hace tanto tiempo?

HIJA:           Fue bajo la anterior administración.

MADRE:    ¿Estábamos con el gobierno o con la oposición?

HIJA:          No me acuerdo.

MADRE:    Conclusión: para ese entonces, no estábamos ni con el gobierno ni con la oposición.

HIJA:        Jacobo Kramer era el más diligente repartidor de comestibles de toda la ciudad.

MADRE    El único repartidor de comestibles de toda la ciudad. Fue muy gentil de su parte hacernos esa visita, antes de marcharse definitivamente para Miami.

HIJA:        Los judíos siempre están diciendo adiós. Todo el dinero lo invierten en estampillas postales.

MADRE:   Jacobo Kramer sus repartos los hacía desde lo alto de una bicicleta.

HIJA:       ¿Por qué lo recordamos haciendo los repartos montado en una nube?

MADRE:   ¡Los hacía con tal ligereza!

HIJA:        Un hombre que de joven se deslizaba en una radiante bicicleta, a la larga pondría de manifiesto su singular condición de viajero internacional.

MADRE:     Luego que iba a la tienda de comestibles, no dejé de preguntar si había llegado carta de Jacobo. Una vez recibí allí una postal muy azul con la piscina de un gran hotel de Miami.

HIJA:         Los ojos de Jacobo eran azules, muy azules (Terminante). Por eso envío la piscina.

MADRE:   ¡Quién sabe! Él llevaba durante el trabajo un holgado overol azul.

HIJA:         En ese tiempo, todos los hombres usaron holgados overoles azules. Fue una época de gran esclavitud.

MADRE:    Después no se supo más de Jacobo. El sector donde estaba situada la tienda fue demolido, mientras en los cócteles se comenzó a hablar con euforia de la “picota del progreso”.

HIJA:        ¿Antes de que empezara la televisión, lo que se creyó importante se dio en los cócteles?(La Madre toma de la cómoda un viejo pero aún espléndido espejo de tocador).

MADRE: (Mirándose con melancolía en el espejo):     Ver la desaparición de la parte vieja de la ciudad fue como si el espejo que ha acompañado a mi rostro desde su infancia, hubiera saltado hecho pedazos.

SIN ORDEN NI CONCIERTO (2022)

(Selección “Sin orden ni concierto” de 10 mínimos soliloquios tragicómicos numerados.)

311.

 “Nos estamos conviertiendo en un País de reemplazo. Los de la primera fila se han ido a toda prisa y son suplantados por otros que permanecen detrás en filas más borrosas”, dijo un hombre que se pasó la vida haciéndole suplencias  a todo bicho de uña.

390.

“Siguen yéndose a granel. Ya no me amoldo a los viajes. Finalmente he claudicado. Hecha a la oscura aceptación solo estaría a gusto en un país como la extinta Alemania Oriental”, dijo la mujer que alguna vez fue considerada la más alegre y fiestera.

54.

“La memoria, poderosa herramienta del corazón del novelista”, dijo un hombre que no era cardiólogo.

198.

“Con letra de viejo bolero tropical, “Sombras nada más”, canturrea a solas en su biblioteca el historiador lacónico cansado de opinar sobre la escena nacional”, dijo su aventajado discípulo.

266.

Se dan ocasiones en que la luna como una mujer alegre sale a hacer la noche”, dijo el fumador agradecido que fuma a la intemperie.

323.

“El amor, hoy en día, es otra forma de comida rápida”, dijo el gastrónomo de usos antiguos.

110.

“Pasado : escenas de un cine muy fragmentario que el proyeccionista arranca de la memoria”, dijo el espectador despistado.

195.

“En un país como el nuestro, el escritor es el inquilino de la última habitación de una casa en estado de abandono”, dijo una señora que vive de alquilar habitaciones baratas.

60.

“No ceso de correr al espejo como si fuera el mapa de mi propio país”, dijo la mujer que saca partido a su belleza.

281.

“¡Oh, mis rubíes, mis zafiros, mis topacios, mis joyas preciadas!”, dijo la vieja dama al contemplar en éxtasis su pequeño cajón de medicamentos en un país sin remedios y sin remedio.


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