Canales
Rubén Osorio Canales | Cortesía del autor

Por RUBÉN OSORIO CANALES

SOLILOQUIO 1

Cada día me levanto agradecido con la sorpresa de abrir los ojos y sentir que Dios está vivo y aquí a mi lado siempre, y con esas certezas me interno en las selvas más profunda y navego tormentas cada día más enrarecidas.

Hoy me levanté preguntándome si la travesía valió la pena, si a este largo o corto recorrido los vistió el tiempo correctamente, y si todo lo recibido en sus espacios me fue útil y provechoso, y mientras saludaba al viento y veía desde mi ventana esa magnífica inmensidad con la que Dios se me muestra, me dije que sí, que aún los golpes y las caídas más aparatosas, valieron la pena. Que incluso aquello que quiso aplastarnos y quemar nuestra última flor, dejó grietas, algunas muy profundas que vale la pena repasar. Que de las cenizas que dejó el infortunio, que no fueron pocas, también sale la luz… esa hermosa y mágica palabra, que debe ser pronunciada siempre con la amable cadencia con la que se pronuncian palabras como amor y todas aquellas que nos hagan pensar en los milagros. Porque la luz es eso, un milagro.

Que alguien diga que no se conmueve con el lento rayo de sol que aparece detrás de la colina como pidiendo permiso para iluminarnos. Que alguien niegue la alegría del alma cuando siente su esplendor. Que alguien se atreva a desconocer la presencia de Dios cuando la vida te golpea y caes de bruces y luego te levantas con un pedazo de humildad recién descubierta pegada a tu alma, reflejada en tu mirada, en tus gestos, en tu entrega, en tu nueva manera de estrechar las manos del otro, de los otros y de los que están por venir.

Una noche muy oscura descubrí que la luz debe asumirse sin dar un paso en falso, que hay que salir a su encuentro sin presumir que es el fin de la oscuridad. La oscuridad estará siempre en acecho, pero nada será, si la luz está encendida donde debe estar, en el espíritu. Que si no la tienes sembrada en tu corazón y en tu fuerza, das tumbos, tropiezas con todo, t<e empujan sin piedad, te ponen de rodillas, te vacían el alma y pueden acabar con todo tu equipaje y dejarte en cualquier parte sin señales en el camino y lleno de ingrimitud.

Cada vez que digo Luz, cada vez que la nombro, y por qué no decirlo, cuando apenas la presiento, o la imagino saliendo del rincón más oscuro, dibujo todas sus letras en mayúscula con la certeza de que la salvación existe.

SOLILOQUIO 4

Repito siempre que hago apuntes, pienso cosas, escribo cosas y las dejo allí como una mala o buena conciencia sobre el escritorio, para volver sobre ellas, hurgar en el lado oculto que mantienen las palabras que pude dibujar sobre un papel que esperaba por mí, no recuerdo desde cuándo. En esa ruta amaneció hoy mi pensamiento, dándole golpes a mi alma para que abra las puertas y me permita ver más allá. Siempre me digo y me repito,  hasta sacarme de quicio, que nada se escribe en vano, que cada letra dibujada en un papel es una señal que ha quedado tímidamente al descubierto, y, querámoslo o no, son parte de nuestro hallazgo.

Allí estaban sobre la mesa y no era una invención, los apuntes sobre el hombre devenido en pordiosero hurgando  en la basura en busca de su alimento. Los aires llenos de violencia en los grafitis de la calle, diciendo que todo tiene un aire de guerra que no se entiende y llena de miedo el alma, el niño abandonado a su propia suerte que llora su desconsuelo. Las madres que guardan un luto siempre inesperado. Y ese nuevo silencio que me invade, para advertirme que la nostalgia no tiene cabida en este instante y  que mejor es dejarla desvanecer en las danzas del aire y que no es tiempo de metáforas. Entonces leo:

Ya no puedes tomar el camino de regreso. Hay ruidos que se agitan en la calle, multitudes que se desplazan en una misma dirección. Hay gritos enfurecidos. Vientos torpes y huracanados que rompen los cristales de las iglesias.  A ambos lados de la línea negra que parte cualquier vida en dos mitades y apostados como sombras, extraviadas y perdidas, los muertos miran y tejen silencios.

Después de leer ese apunte escrito por mí, con una letra de molde para no confundirme, he comenzado a  escribir centrando la mirada en la huella más oculta de las cosas, y descubrir dónde se esconde la última ilusión, o el último desespero  de la palabra que estoy a punto de pronunciar. No siempre acierto, pero no caigo en derrota, porque la poesía ha venido en mi auxilio y me ha devuelto a un camino que, entre rosas y espinas,  debo recorrer, con la certeza de que al final, algo aparecerá.

SOLILOQUIO  9

Nada puedes hacer cuando el miedo te embiste de frente. Hoy me asaltó y fue con un dolor desparramado entre el vientre y la espalda, acompañado por una persistente sensación de piel irritada sin señales visibles. Trato de ver en el espejo alguna señal pero no la hay. Recorro con mis dedos una y otra vez esa superficie, y solo siento el fastidio que provocan mis dedos al sobar esa piel. Quito los dedos y entonces el fastidio lo provoca el roce de la tela con mi piel. Si no me toco y me quedo inmóvil sentado, o acostado, solo siento que se aleja sin dejar de mandarme las señales de   su presencia. Me quedo quieto y trato de centrar mi atención en un libro, o en la escritura, o viendo algo en la televisión, pero cualquier movimiento involuntario lo despierta, entonces le coloco las manos encima para calmarlo, otra veces me desespero y de pronto me entran como unas ganas de llorar y siento un vacío que se anuda en la boca de mi estómago y en mi garganta y entonces todo se pone oscuro dentro de mí y comienzan a desfilar recuerdos, circunstancias, presentimientos, oscuros presagios y trato de hacerles frente desde el fondo de mí.

Entiendo que debo reforzar mi argumento principal  que no es otro que mis ganas de vivir. Quiero paz, pero la sensación corporal en un sitio tan preciso como recurrente, me perturba. Está allí cada vez más presente y me asusta. Trato de pensar en otras cosas y no hay forma. Se presenta y araña mis sentidos. No es exactamente doloroso, pero está allí amagando, fastidiando, dándole puños a mi tranquilidad. No sé cómo quitármelo de encima y eso comienza a desesperarme. Pienso que por el camino que va, entre él y yo, no hay entendimiento y sé que debo tomar una decisión para no andar a ciegas. Quiero llegar al fondo de la verdad si es que hay una oculta en mi organismo, para saber a qué atenerme. La situación general empeora y me derrota la incertidumbre de no saber cómo enfrentar la gravedad que se avecina con los pasos oscuros de un verdugo sin piedad. Trato de refugiarme en la escritura, y a veces la búsqueda incesante de la palabra precisa que requiero para completar la frase, logra borrar el fastidioso asunto,  pero eso no dura y entonces voy a dar de nuevo con el verso aquel que una tarde de agobio escribí, en el que hablaba de la danza en los acantilados, de una sirena de barco invadiendo el aire, de victorias y derrotas y hasta de cierta inutilidad de la existencia y es que me pregunto mientras veo el mar y me unto una crema para calmar la sensación que perturba mis sentidos, si escribir a estas alturas y en estas circunstancias tiene algún sentido, si ese empeño loco por dejar mis pensamientos en orden y a la disposición de quien quiera tomar algo de él, tiene sentido. Busco dónde ahogar todos estos pensamientos antes de que se conviertan en una perniciosa desesperación. Me digo que temerle a la muerte es natural, pero, vivir, despertarse y ver toda la maravilla que Dios ha dispuesto para nuestro goce, es algo a lo que ningún espíritu que haya amado la vida quiere renunciar.


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