Rómulo Betancourt | Archivo Fotografía Urbana

Por LUIS A. CARABALLO VIVAS

La importancia que tiene Acción Democrática en la historia contemporánea de Venezuela se deriva del hecho de haberse conformado como la primera organización política moderna del siglo XX y singularmente venezolana para iniciar la construcción definitiva del proyecto democrático nacido en las entrañas de la generación del 28. Es así, a ellos les debemos, a los estudiantes, que encendieron la antorcha con la cual  abríase de alumbrar el camino para transitar de una forma de gobierno autoritario a uno democrático y constituir la experiencia vital más importante que  hayamos  logrado en nuestro devenir como pueblo.

A comienzos del siglo XX no era posible construir un orden democrático, el atraso era de tal magnitud que se expresaba en la recurrencia de la violencia como forma de dirimir las contradicciones entre quienes solo podían ejercer la política pero en su forma más degradada, aquella que se comenzó a practicar una vez terminada la Guerra de Independencia, es decir las guerras civiles que no condujeron a nada positivo sino a alargar el sufrimiento durante el caótico, anárquico e infructuoso siglo XIX del reinado de los señores de la guerra.  El “cansancio histórico” de esa sociedad se manifestaba también con cifras que mostraban en 1900 que Venezuela era un país paupérrimo y con pocas fortalezas para emprender la tarea de cambios estructurales que permitieran, ya cercano al primer Centenario de su Independencia, comenzar a cristalizar el propósito seminal de fundar un Estado-Nación, para eso habíamos “roto las cadenas”. La imposibilidad de que surgieran condiciones de todo orden para crear una democracia en el país hizo que esa tarea se retardara hasta que comenzara el periodo donde se echarán las bases institucionales para posibilitar una sociedad estable. Esta tarea le corresponderá realizarla con el amanecer de una nueva centuria a los gobiernos de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, los constructores del Estado venezolano, como una acción de despliegue institucional con las cuales solo podría ponerse punto final a la violencia endémica, solo así se entendió que el “cuero seco” no volvería a levantarse. Para que aquello fuera una realidad era necesario crear una institución, el Ejército nacional, para que fuera garante de la estabilidad del orden y de la paz que la república no había conocido.

Teníamos, más que Ejército, montoneras al servicio de los caudillos, a los señores de la guerra solo se podían someter creando las condiciones para erradicar las causas que la producían, solo así y universalmente ha sido demostrado se crearon los estados nación en el mundo. Es esa la razón por la cual esos gobiernos autoritarios y dictatoriales convirtieron en la columna vertebral de su sistema al Ejército al cual fueron sumándose otros componentes castrenses durante esos 35 primeros años del siglo XX. Los logros fueron evidentes en el corto plazo y las guerras civiles se concluyeron para siempre en Venezuela y los caudillos comenzaron a ser personajes algunos románticos, otros tristes de nuestra literatura patria. Con su extinción desaparecieron también aquellas dos agrupaciones políticas, que no partidos políticos, con los cuales se arroparon para darse el vestido de alguna justificación; los liberales y conservadores.

Así se logró construir el Estado en Venezuela, pero también surgió una anomalía estructural en su desarrollo institucional y que consistió en crear el “principio” de que al presidente de la república solo lo podía suceder el ministro de la Defensa, aspecto que comenzó a evolucionar aguas abajo de la institución como una condición de aspiración político-burocrática en la cultura corporativa de la institución. Este aspecto no lo puedo desarrollar en los límites de este artículo como también el segundo aspecto, solo los enuncio: el Estado creado adquirió como una condición única para la realización de su cometido: el de una alta centralización que encajaba en la naturaleza y propósito de cualquier ejército, la verticalidad del mando, convirtiendo a la administración pública en el músculo o el esqueleto del cuerpo corporativo estatal venezolano. De allí entonces surgió esta deformación: las fuerzas armadas venezolanas no fueron cultivadas para hacer la guerra sino para participar, institucionalmente, en la política.

Ese era el modelo y el funcionamiento del Estado en Venezuela cuando irrumpe en la escena política nacional el movimiento estudiantil del 28, surgido en el alma máter donde se vencen las sombras. Entre ellos se destacaban algunos de los que tendrían a su cargo crear las nuevas instituciones políticas que eyectarían a Venezuela hacia la democracia. Tarea de titanes fue lo que comenzaron a proponerse, nada más y nada menos, que iniciar la construcción de partidos políticos modernos para cambiar de raíz la estructura política y construir el orden democrático en Venezuela; en una sociedad en transformación puesto que recién había comenzado el tránsito del campo a la ciudad, para dejar de ser campesinos y mutarse  en ciudadanos, la ciudad el lugar de ejercicio pleno de la ciudadanía y único escenario de la democracia. Todo se estaba iniciando, la sociedad era más compleja y radicalmente diferente a la de 1900, pues estaban surgiendo nuevas clases sociales y sectores diferenciados en razón de los cambios económicos que estaban aflorando. El país estaba siendo integrado nacionalmente, comenzaba a superarse el aislamiento regional, carreteras, comunicaciones, aeropuertos, radiodifusión, industrias que como la petrolera hicieron posible la germinación de la clase obrera y el peón comenzaba a convertirse en campesino. Esos años de Castro y Gómez habían creado un país distinto en el que ahora sí comenzaban a existir las condiciones para posibilitar la democracia como sistema político.

Había tocado a las puertas de la historia el surgimiento de esta generación, que por su propio origen, la Universidad, le daba un rasgo de distinción, además se entroncaba con la tradición civilista, la que había generado toda la justificación filosófica y política,  para fundamentar el proceso más importante de comienzos de siglo XIX, como lo fue la lucha por la Independencia, una vez concluida esta, emergió aquella forma de ejercicio de la “política” y del poder basado en su ejercicio por el caudillo. La fuerza de la armas se impuso, nada escapó a ella, y sin embargo esa civilidad persistió a lo largo del tiempo y en medio de su soledad mantuvo el ejercicio de pensar y proponer un país distinto. Que el intelectual  haya sobrevivido en aquella Venezuela a la soberbia de la sinrazón está fundada en el poder de su actividad: las ideas que legaron van a formar parte del acervo nutricio formativo de los jóvenes del 28, puesto que, con mucho estudio, cárcel, privaciones  y exilio, debatieron, deslindaron posiciones y dieron origen al nacimiento del primer programa político a partir del cual se organizaría la más importante institución partidista de todos los tiempos en Venezuela: Acción Democrática.

Programáticamente este partido nació una década antes, como tenía que ser: primero la maduración de un nuevo proyecto nacional fundado en un conjunto de ideas motrices que orientaran y cohesionaran las aspiraciones de una sociedad nueva, las demandas de libertad e igualdad, constantes dominantes de nuestra historia y las cuales le dan la singularidad al proceso político venezolano y fundamento de nuestra democracia, de ayer, hoy y mañana, tenía que iniciar la marcha de la concientización en esas ideas, en el reconocimiento de hacer colectivo que Venezuela podía vivir en libertad y conducida hacia ese escenario por una nueva hornada de hombres y mujeres posesionados de un espíritu y una acción transformadora. El Plan de Barranquilla, suscrito el 22 de marzo de 1931 en la ciudad costeña de Colombia y uno de los hogares del exilio juvenil venezolano, hace los planteamientos que serán la guía del comienzo por construir el orden democrático en Venezuela. Su redactor, Rómulo Betancourt, había cumplido 23 años, la edad promedio de todos los firmantes, posesionados de dar a luz “nuestra segunda Acta de Independencia”, como lo calificara Mariano Picón Salas. De aquí en adelante la ruta quedaba despejada, hacia allá se orientaba la lucha y otro integrante de esa misma generación, Carlos Irazábal, escribiría por esos años un libro, en 1939, con el título Hacia la democracia y establecía, refiriéndose a las transformaciones en la economía y sociedad venezolana: “A esos cambios que se han operado en la economía corresponden cambios políticos correlativos. De allí las nuevas formas de lucha política, porque ya no se combate como antes por el principio en abstracto sino por el principio en función de la economía. Se lucha hoy por modificar la economía, para que así pueda prosperar la norma política, pues sabemos que en la actualidad que esta norma —la democracia en el caso concreto de Venezuela— requiere una determinada realidad económica y social”. No había vuelta atrás. Si algo demuestra el nivel de conciencia política de aquellos jóvenes es la claridad del planteamiento de sus objetivos. Solo basta que aquí citemos los dos primeros puntos de su Programa:

I. Hombres civiles al manejo de la cosa pública. Exclusión de todo elemento militar del mecanismo administrativo durante el periodo preconstitucional. Lucha contra el caudillismo militarista.

II. Garantías para la libre expresión del pensamiento, hablado, escrito, y para los demás derechos individuales (asociación, reunión, libre tránsito, etc.).

Y concluyen este programa con un compromiso de convicción y realismo político de cuál es la empresa que tendrán que crear para llevar adelante su propósito: “Los que suscriben este plan se comprometen a luchar por las reivindicaciones en él sustentadas y a ingresar como militantes activos en el partido político que se organizará dentro del país sobre sus bases”. Primero las ideas y después la organización que las exprese.

Transcurrirán 10 años a partir de aquella fecha para cristalizar el mandato. El 13 de septiembre de 1941, en el Nuevo Circo de Caracas, nace Acción Democrática; culmina la etapa formativa de la organización después de largos debates, de innumerables obstáculos y deslindes, de rupturas ideológicas y personales. Y comienza también la marcha hacia el futuro que estará lleno de imponderables acontecimientos y grandes sacrificios hasta el momento de construir de manera definitiva el sistema democrático venezolano que fue pregón de Rómulo Betancourt desde 1932.

Para valorar las dimensiones de la trascendencia de Acción Democrática, la que fue la Universidad Popular Alberto Carnevali editó en 1991 la Colección Cincuenta Aniversario de Acción Democrática, obra en 5 volúmenes y titulada ACCIÓN DEMOCRÁTICA EN LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE VENEZUELA. 1929-1991. Su autor, el profesor de la Universidad de Los Andes Ramón Antonio Rivas Aguilar, compila el cuerpo documental que demuestra la obra transformadora más intensa y profunda que partido político alguno haya acometido para la prosperidad de la nación venezolana.

ADDENDA

  1. Rómulo Betancourt no solo creó un partido político, hizo de ese instrumento el vehículo para inocular en la sociedad venezolana la cultura de la civilidad, la pedagogización política y con ello logró establecer de manera definitiva que la preminencia de la soberanía popular, expresada en el derecho universal, directo y secreto del ejercicio del voto para todos los venezolanos, se convirtiera en el mecanismo de elección de sus gobernantes y fuese la forma de resolución de los conflictos en Venezuela. A partir de ese momento la violencia quedó a un lado y comenzó la democracia a ser régimen político y forma existencial del ser venezolano.
  2. Nunca antes y tampoco después del 13 de septiembre de 1941 se construyó en Venezuela un partido político como Acción Democrática. Rómulo Betancourt entendió, a diferencia de los comunistas con los que polemizó acerca de la naturaleza del modelo de partido, que una organización que tuviera como objetivo crear la democracia debía ser expresión de la sociedad, parecerse a ella para poder expresarla y transformar el régimen político que impedía su desarrollo y prosperidad. Allí radicó el éxito político, se requería un partido policlasista en el cual se representaran todos los sectores sociales que conformaban la nación venezolana. Además, como un hecho característico de la singularización acciondemocratista que consistió en la interiorización de todas las expresiones de la cultura nacional, destacándose entre ellas la educación como el instrumento más importante para la civilidad.

Ha llegado Acción Democrática, la obra de Rómulo Betancourt, a la senectute, 80 años de existencia, y los momentos que vive son un avatar, un torbellino le ha borrado el camino que emprendió aquel 13 de septiembre de 1941, cuando profetizó “La convicción de que este Partido ha nacido para hacer historia”. Ese legado se cumplió, todo el cuerpo doctrinario que alentó la acción se tradujo en las más grandes realizaciones nacionales. Por ese cumplimiento agotó su agenda, y no ha tenido desde entonces el espíritu de volver a enamorar y entusiasmar al pueblo al cual se debe.

Desde la última elección presidencial que ganó en 1988 hasta hoy han trascurrido 33 años en los contornos del poder. Debilitada la organización e intervenida por la fuerza abusiva del autoritarismo que nos gobierna, se debate entre la vida y la muerte. Un gran capital político todavía subyace en el imaginario colectivo venezolano esperando un nuevo llamado como el que hizo Rómulo Betancourt al final de su discurso:

“Concluyo ya, pidiendo excusas por haberme dejado arrastrar por el impulso oratorio. Y lo hago lanzando el mismo llamamiento que, como sostenido ritornelo, se ha escuchado de todos los oradores, en esta tarde inolvidable. Un llamamiento a todos los hombres y mujeres demócratas de Venezuela, de todas las clases sociales, a que vengan a buscar un puesto de acción, de responsabilidad y de trabajo bajo las limpias, acogedoras banderas de nuestro Partido.

“Acción Democrática se dirige a los hombres y mujeres de los cuatro costados del país, porque uno de sus propósitos fundamentales es el de contribuir a que termine para siempre eso de andinos, orientales y centrales, doctrina del desmigajamiento nacional forjada por politiquillos de aldea, por miopes caciques de caserío. Acción Democrática aspira a ser —y será— el cemento que amalgame a todos los venezolanos que amen su nacionalidad. El cemento que amalgame —para hacerla cada vez más fuerte y viril— el alma inmortal de la nación”.


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