¿Qué es la poesía si no salva

naciones ni pueblos?

Czeslaw Milosz

1.- Una primera cuestión es que Carmelo Chillida hace literatura, no política. En este libro como en los anteriores, Carmelo Chillida no es más que un poeta ofreciéndonos su arte y su oficio.

Los poetas de verdad no pueden hacer otra cosa.

2.- Nos conocimos en octubre de 2016, en el XIX Encuentro de Poetas Iberoamericanos en Salamanca y en nuestra amistad, veloz, intensa y profunda, son frecuentes las bromas sobre lo que escribimos, y también sobre todo lo demás. Cuando me mostró este libro, lo calificó de “político”. Ese calificativo lo interpreto como una broma al medio o canal que sus nuevos versos piden. Y aquí debo aclarar que el humor de Carmelo es amplificador y no reduccionista. El género es el suyo: la poesía. El territorio natural de Carmelo Chillida. La novedad de esta entrega se halla en la urgencia, en la vitalidad, en el carácter peleador de poemas como “Resistencia” que me permito reproducir completo: Los versos contra las dictaduras / suelen durar más / que las mismas dictaduras.

3.- En su libro anterior, Desde el balcón (2013), se incluye un texto en prosa, a modo de poética, en el que Carmelo se confiesa antipoeta y testimonial debido al lenguaje cotidiano empleado y al peso de lo autobiográfico en sus versos. En Rojo como la cabeza de un fósforo nuestro poeta sigue coherente a este doble asidero. Así, por el lado antipoético despliega libremente su oficio sin importarle quebrar ritmos y metros, desafiar asonancias o dar el protagonismo a las palabras crudas que se gastan a diario. Resulta inevitable acordarse de la pila bautismal de esta corriente, el eterno chileno Nicanor Parra, pero también del verdadero socio fundador, Walt Whitman; un Whitman denunciador que sabe que cualquier cosa puede ser blanco literario, como en este caso el tirano específico que nos ocupa (el César); tampoco hay que olvidar el vínculo polaco de Chillida: Herbert, Szymborska, Rózewicz, Milosz, o los posteriores Zagajewski y Baranczak, traducidos y asimilados por el poeta como voces hermanas más próximas en la esencia poética que otras más cercanas en el espacio territorial e idiomático. Por el lado testimonial tal vez la cosa sea más compleja de ver, pero está sin duda, de manera concluyente además. No hay más que leer los poemas bisagras que rodean el libro, ese preludio en el que se concreta la fecha del fallido golpe militar del 92 como metáfora futura de toda una generación; metáfora que cristaliza a su vez en la vida del propio hijo del poeta. Y esto también lo notamos en esa coda de poemas sueltos, donde se confirma el fantasma del exilio mientras el carcajeo del “heredero al trono” resuena “despiadado” por la televisión.

4.- “Las palabras son actos”, afirma el poeta. Son elementos activos que pueden constituirse como sostén del “mundo delirante, irreal” en el que vive el César y desde donde ejerce su poder y violencia. Es su verbo también llamarada, “más violento que el fuego”, en ese incendio tropical que ya ha esquilmado a Venezuela social, económica y diplomáticamente. El epíteto de César, por un lado niega el nombre al protagonista real del poemario (y no seré yo quien contradiga al poeta mencionándolo aquí), a la vez que le iguala como representante de ese imperialismo contra el que dice instaurar su régimen. Calígula y Nerón, dos de los peores representantes de la desquiciada dinastía Julia-Claudia, conviven junto al propio Felipe II, aludido y presente, como modelos del innombrable tirano. Me atrevo a pensar que no habría comparación que más le molestara a ese César. Es esa guerra, la de las palabras, la que el poeta puede ganar, pues sabe que “El César habla solo”, que no escucha a nadie pues es la función de coro y no la de interlocutor la que prefiere, y a la que se ciñen, temerosos o extáticos, quienes le rodean. Es como un teatro de Epidaurus siniestro y a tiempo completo. “A esto se reduce tanto discursear”. Del César “salen tanto ladridos como palabras ininteligibles” a las que no es difícil corregir con oficio e inteligencia poéticos. Pese a que su verbo“destila veneno”, Carmelo sabe que el bufón es el único que puede ponerse el sombrero en presencia del rey, y a la manera de los lúcidos humoristas de corte que utilizara Calderón como contrapunto de sus tragedias, decide desmontar el argumento único, desafiar la gran mentira con lo único que no pueden arrebatarle: las palabras.

5.- Rojo como la cabeza de un fósforo es un poemario contra la monocromía: el rojo que tiñe las prendas, las banderas, la plaza tomada, el agua que se bebe, el rojo de la imposición totalitaria de un país uniforme. Pero rojas también las palabras, los actos definitivos a los que antes aludíamos. Son esas palabras y la violencia que desatan las que causan la aparición de otro “rojo más oscuro” que es el de la sangre. No hay inocencia ni ingenuidad en las palabras del poeta. La poesía de Carmelo Chillida, a la contra y en pie, reivindica el oscuro mate de las ovejas negras, y ya de paso el resto de la paleta, a excepción del verde oliva apropiado por los militares.

6.- El yo poético de mi amigo es civil, apartidista, casi libertario, observa y describe la realidad de su país “que se quiebra, / se viene abajo”. Estamos frente a un libro enraizado en la columna vertebral de lo que podríamos llamar el proyecto Chillida, si Carmelo fuera amigo de los despalabros completivos que tanto abundan en los catálogos de cierto arte contemporáneo. No en vano en la poética antes citada, manifiesta su interés en la poesía “como experiencia más que como género literario”. Aquí está la experiencia del Poder cuando se abalanza, totalitario, sobre la Verdad para maquillarla a su capricho; y la dura experiencia de los que no pueden sino situarse al margen. De aquellos desahuciados que ya solo pueden hacer resistencia.

7.- En el libro ¿Un poema de amor? (2011) mi amigo se exhortaba: “No entonarás la perorata del exilio”. Pues bien, en Rojo como la cabeza de un fósforo, esta máxima se cumple aunque la realidad sea que Carmelo Chillida haya dejado su casa, su trabajo, sus amigos y familiares en el momento de esta publicación desde la distancia. Yo creo que la condición de Carmelo no es ni más ni menos que la de un hombre libre, y que si hoy está aquí en vez de allá (soltando tacos con acento vallecano, trabajando en un medio comprometido con el cambio en su país y tomándose las cervezas conmigo) es porque allá había dejado de serlo, y tenía que fugarse (como es el deber de todo prisionero). Esa herencia se la dejó su abuelo Tino, emigrante republicano español que empezó una nueva vida en Venezuela. Ambos sabemos que no la venderá jamás.

Nos lo quitaron todo. / Solamente nos quedan las palabras. / Y nuestra última palabra es resistir.

Ahora la última palabra la tienen ustedes, los lectores, Carmelo Chillida les deja aquí la suya. Una vez más.

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Salvador Galán Moreu (Granada, España, 1981) es poeta y narrador.


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