Fidel Rodríguez, Juan Francisco Sans, el maestro Ángel Sauce, Roberto Cedeño y Numa Tortolero. Conservatorio Juan José Landaeta (Caracas-20 de julio-1993)

Por FIDEL RODRÍGUEZ LEGENDRE

Registro

El deceso de Juan Francisco, un 27 de agosto de 2022, generó una oleada de elogios y reconocimientos por haber sido uno de los más importantes musicólogos de los últimos treinta años, además de un venezolano “honesto”, “solidario” y “sencillo”. En ese momento, el maestro Miguel Astor apuntó lo siguiente: “Su obra académica y artística se pierde de vista y, estoy seguro, que este país no va a comprender lo que significa su pérdida”.

No sabemos cómo será valorada su obra, no obstante, afirmamos que cuando se investigue la vida socio-musical académica venezolana de las últimas cuatro décadas, los musicólogos se toparán con Juan Francisco Sans y Mariantonia Palacios. En tal sentido, los estudiosos que aborden sus distintas facetas deberán, inclusive, descifrar el liderazgo específico que Juan desplegó en su quehacer artístico, investigativo, docente y de gestión, distinto a otras experiencias registradas en Venezuela en el área musical. De esta forma, su acción no podría encuadrarse en las modalidades del “caudillaje musical”, del “caudillo cultural”o del “gerente cultural”. Antes bien, logró construir una interacción cercana, dando lugar a un “entorno vital solidario” al cual muchos de nosotros acudimos, para dialogar con un ser humano de nuestra misma generación, con nuestros mismos anhelos, y que por un acto de confianza que no logro discernir con exactitud, generaba una acción de fe, quizás porque intuíamos que estábamos ante un espíritu honesto más allá de sus virtudes y limitaciones.

En un plano más personal, algunos de los que estuvimos bajo su tutela, llegamos en 1989 a la cátedra de composición del Conservatorio Juan José Landaeta como estudiantes de contrapunto del maestro Antonio Mastrogiovanni, quien, al retornar a Uruguay, nos dejó con sus más aventajados y recién graduados alumnos. Esta circunstancia marcó un punto de transición, ya que esos jóvenes compositores asumieron la difícil tarea de dar continuidad al trabajo del maestro uruguayo. Recuerdo las clases de Víctor Varela (Instrumentación y Orquestación), Miguel Astor (Fuga), Mariantonia Palacios (Contrapunto) y, por supuesto, de Juan Francisco (Análisis, Música de Cámara y Pequeñas y Grandes Formas Musicales), además de la cátedra de Música Electroacústica regentada por Eduardo Kusnir, siendo los primeros egresados Armando Cisneros y Juan de Dios López Maya.

A ese experimento acudimos inicialmente, según recuerdo, Josefina Benedetti, Felipe Barnola, Roberto Cedeño, Ryan Revoredo, León Zapata, Icli Zitella, Rodrigo Segnini, Rubén Alfonso, Corín Akl, Carlos Calderón, Víctor Prato, Numa Tortolero y quien escribe estas líneas. Y esa especie de “taller creativo”se fue reforzando con la ejecución de nuestras primeras obras en el marco de los conciertos de “Juventudes Musicales de Venezuela”, circunstancia clave, ya que se configuró un “circuito de circulación social de la música” alternativo, adaptado para los estudiantes de composición. En consecuencia, se organizaron presentaciones donde se interpretaron nuestras piezas y las de algunos compositores invitados: Oscar Galián, Andrés Barrios, Mateo Rojas, Alonso Toro, Julio D’Escriván, María Arencibia, Pedro Rincón, Tenreiro-Vidal, Ricardo Lorenz, Alfredo Rugeles, Rafael Zapata y Milton Ordoñez, entre otros, iniciativa complementada con una serie de discos compactos titulada Bajo el signo de la postmodernidad, con grabaciones de los mejores trabajos.

Desarrollo: Cuatro fotos para cuatro momentos

Insistiendo en el peculiar liderazgo de Juan, siempre recordaré el Concierto de Grado de los alumnos de la Cátedra de Composición (20 de julio de 1993), en el cual nos graduamos un grupo de esos estudiantes. De dicho concierto conservo una borrosa foto en blanco y negro, donde aparecemos de derecha a izquierda Tortolero, Cedeño, el maestro Ángel Sauce (director del Conservatorio), Sans y quien narra este breve relato. En esta imagen observo la yuxtaposición no conflictiva de dos generaciones con lógicas y sensibilidades distintas: la del maestro Sauce, representante de la Escuela de Santa Capilla y de la tradición de Vicente Emilio Sojo, y la de un grupo de jóvenes amigos que, con ilusión, sencillamente querían celebrar la vida mediante la creación.

Para ese momento, yo comentaba que éramos unos “escribidores de música”, y que independientemente de la trascendencia o no de nuestros trabajos, necesitábamos crear y expresarnos mediante los sonidos y los silencios, porque era el recurso del cual disponíamos para, precisamente, “celebrar la vida”. Y es en este punto donde importa señalar que Juan, en ese ejercicio de liderazgo cercano, siempre nos estimuló para que, aun siendo “escribidores de música”, expresáramos nuestras inquietudes estéticas y espirituales sin complejos.

Posiblemente, las anteriores referencias ofrezcan pistas para entender otra valoración de Astor: “Juan Francisco era el mejor de todos nosotros”. De hecho, comparto estas palabras, entre otras razones, por esa consistencia espiritual que se expresaba en una sencillez prístina y una solidaridad empática. Y como no puede existir solidaridad empática sin ética, sus acciones estuvieron siempre iluminadas por la honestidad como norma, amén de una férrea constancia y continuidad.

Años después, muchos de nosotros acudimos a la Maestría en Musicología Latinoamericana (Facultad de Humanidades y Educación-UCV). Ese curso fue fundamental ya que ofrece señales para una comprensión sobre la labor de Juan Francisco, pues posiblemente permitió una definición inicial de su posterior trayectoria musicológica.

De esa experiencia recuerdo la defensa (año 2000) de la tesis de Astor, bajo la tutoría del maestro Rugeles: “Aproximación Fenomenológica a la obra musical de Gonzalo Castellanos Yumar”, y de la cual conservo una foto. En ella aparecen los maestros Castellanos y Rugeles, además de Astor, Sans y mi persona (para ese momento fui designado coordinador de la Maestría, no porque fuese el más capaz, sino porque era el primer egresado y, en consecuencia, el único para desempeñar burocráticamente esta gestión administrativa). Esa imagen podría interpretarse como la conjunción entre épocasy trayectorias específicas, encarnadas en Castellanos, Rugeles, Astor y Sans, en el marco de una transición entre distintas generaciones. Además, desde una valoración personal, en esa foto observo el hito definitivo de la disciplinada labor que veintidós años después llevaría a Juan Francisco a ser considerado uno de los más importantes musicólogos de Latinoamérica.

Fidel Rodríguez, Gonzalo Castellanos, Juan Francisco Sans, Miguel Astor y Alfredo Rugeles. Maestría en Musicología Latinoamericana – Universidad Central de Venezuela (Caracas-2000)

Seguidamente, para comprender su prolífica actividad es fundamental mencionar a su esposa, ya que Juan Francisco resulta indescifrable sin Mariantonia Palacios. Es indudable que para entender la acción de ciertas personas con una obra trascendente debemos abordar elementos contextuales, coyunturales e, inclusive, psicológicos. Pero en el caso de Juan Francisco, hay una dimensión familiar y afectiva importante. Y quizá, incurriendo en el desatino de la infidencia, me arriesgo a señalar que el Dúo Sans-Palacios, además de ejecutar obras para piano a cuatro manos, gestionar, organizar y dirigir, también, a cuatro manos, ambos asumieron la delicada y siempre ardua dimensión familiar.

Conservo —retomando el Concierto de Grado del 20 de julio de 1993— otra foto, en la cual aparece Mariantonia llegando al Conservatorio en una camioneta, donde se observan unas siluetas en los asientos traseros que corresponden a sus tres pequeños hijos.

Mariantonia Palacios. Conservatorio Juan José Landaeta (Caracas – 20 de julio – 1993)

Nueve años después, cuando fui nombrado jefe del departamento de Promoción Cultural, finalizada una Junta de Profesores de la Escuela de Artes-UCV, con Mariantonia como directora, al salir del local, pude ver esta vez a Juan Francisco, en la misma camioneta, con sus hijos más adultos y en uniforme de colegio: eran Juan Pablo, Alejandro y Francisco. Estas referencias revelan un espacio de complementación, responsabilidad y compromiso, pero sobre todo de sentimientos y afectos para compartir todas las dimensiones vitales posibles, y que años después nos permiten descifrar el funcionamiento de esa relación simbiótica entre Mariantonia y Juan Francisco.

Finalmente, no creo ofender ninguna sensibilidad si señalo que la situación del país fue cambiando, y que, ante las dificultades, decido junto con mi esposa buscar nuevas posibilidades de subsistencia y seguridad para nuestros hijos fuera de Venezuela. Por tanto, nos establecemos en Madrid (2003), lo cual significó alejarme de familiares, de amigos, de la UCV, y del camino emprendido con Juan. Pero tuve la alegría de encontrarme con él en cinco oportunidades: la última el 24 de octubre de 2019, donde lo pude escuchar dictando una ponencia en la Universidad Complutense de Madrid. El tema me desconcertó, pues consistía en un “Estudio de la diáspora musical venezolana”, con un registro de 1.569 músicos que estaban fuera de Venezuela. De ese encuentro conservo una foto, junto con el flautista venezolano Jorge Holgado. Seguidamente, como cabía esperar, nos despedimos, pero sin imaginar que sería la última vez que nos veríamos.

Jorge Holgado, Juan Francisco Sans y Fidel Rodríguez – Universidad Complutense de Madrid (Madrid-24 de octubre-2019)

Epílogo

La ausencia de Juan, además del desasosiego que todavía me acompaña, también me genera contrariedad, al pensar que la diversidad de su obra, en algún punto, pudiese perderse en el olvido (más allá de los ingentes esfuerzos de su esposa Mariantonia). Y en este sentido, debo confesar que la hora de la fe equivaldría a la labor que los jóvenes musicólogos venezolanos pudiesen llevar a efecto, para preservar y analizar su legado.

Y estoy seguro de que al investigar y escribir sobre su trabajo creativo, pedagógico, musicológico y de promoción cultural, junto con el de otros “héroes civiles venezolanos”, que tanto han aportado sin pedir nada a cambio, descubrirán que están narrando pasajes importantes de esa “Nación llamada Venezuela”, y que además estarán contribuyendo al rescate y reconstrucción del arquetipo necesario y verdadero de lo que significa la “venezolanidad”, entendida como solidaridad, sencillez y honestidad; esa “venezolanidad” que siempre ha luchado por objetivarse en el transitar de su historia, para la estructuración definitiva de un pueblo libre. Si a partir de esta rogatoria, el joven musicólogo emprende la noble acción que estimo le corresponde, entonces sabremos que habrá comenzado la hora de la fe, y será muy hermosa, porque sé que la Providencia nos acompaña y que Venezuela, en estos momentos, lo requiere.


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