Me había convencido de que al leer el box score se podía tener la radiografía de un juego de béisbol. Quién fue el mejor bateador. Qué tan bien lanzaron los pitchers. Cuántos ponches hubo, cuántos boletos. Hasta se podían conocer detalles defensivos como dobleplays, o errores.

También sabía que mediante la hoja de anotación de un juego se podía tener una visión más detallada del mismo. Si determinado ponche fue cantado o tirándole. Hacia dónde fueron bateados los imparables. Cómo se realizaron los outs. Si el pitcher fue sacado por un bateador emergente o fue relevado mientras estaba en el montículo.

También existían las reseñas. Allí los periodistas deportivos narraban otros aspectos del juego como las discusiones entre los managers y los árbitros, los incidentes entre los peloteros y algún análisis sobre las decisiones de los managers y cómo estas afectaron el resultado del juego. La mayoría de esas reseñas me parecían aburridas, casi una copia de lo que estaba reportado en el box score y la hoja de anotación. Así que regularmente las pasaba por alto.

Hasta que descubrí la amena prosa de un periodista que escribía en el diario El Nacional. Quizás una de las reseñas más ilustradas e intensas que haya leído, la disfruté dos días después de haber presenciado un juego entre los Tiburones de La Guaira y los Navegantes del Magallanes en el estadio “José Bernardo Pérez” de Valencia. Me llamó mucho la atención el título del texto de Rodolfo Mauriello: “Magallanes ganó maratón de los increíbles”.

Ya había leído a Mauriello. Había sido colaborador en la revista Sport Gráfico, gerente general de los Navegantes del Magallanes a mediados de la década de 1960, reportero de béisbol en El Nacional, comentarista  del circuito radial del Magallanes. Cubría el béisbol desde las pequeñas ligas hasta el profesional con la misma pasión.

Cuando leí el primer párrafo de aquella historia estuve de vuelta en el estadio de inmediato. La manera como describió hasta el calentamiento de los pitchers abridores me transportó a la segunda fila de asientos ubicada sobre el dugout del Magallanes. Parecía Ernest Hemingway descargando todo aquel suspenso al describir a Ben Callahan, el lanzador abridor del Magallanes. Mauriello dibujó una gran duda respecto a lo que podía ser la actuación de Callahan. Repasó una por una todas las dificultades de Callahan en su temporada de ligas menores de 1983. Llegué a pensar que estaba sentado en el dugout al lado del manager o en la oficina de un scout de avanzada.

Leí esa reseña más de tres veces la mañana que compré El Nacional. Y cada vez que la he leído desde entonces me sigo sintiendo sorprendido, intrigado, maravillado. No sé qué pensar. Por momentos pienso que me encuentro en medio del episodio de las mariposas amarillas de Gabriel García Márquez en Cien años de soledad, cuando Mauriello dibuja la atrapada de Joe Orsulak ante el linietazo de Clint Hurdle hacia lo profundo del jardín central. Al avanzar un párrafo, la historia se asemeja a la más intensa ficción histórica de E.L. Doctorow cuando desgrana la tradición de pitchers magníficos que ha tenido La Guaira a través de los años: George Brunet, Marcelino López, Luis Tiant, Jim Rooker, Odell Jones. De esa manera quería retratar qué tan buena había sido la actuación de Martin Decker.

Al leer el artículo puedo entender mejor los elogios de Humberto Acosta, uno de los discípulos de Mauriello en El Nacional, acerca de la capacidad ética y analítica de este periodista. “Mauriello era el primero en llegar a la redacción deportiva y estaba todo el día investigando, escribiendo, planificando, ajustando. Una vez se me acercó y me preguntó si podía ir a trabajar una mañana sabatina. Al principio yo no quería ir. Era mi día libre. Pero cuando noté la voluminosa carpeta llena de papeles acerca de la inducción de Sandy Koufax al Salón de la Fama, me emocioné mucho y hasta le agradecí por darme esa oportunidad”, dijo Acosta.

La forma oscura en la cual describió cómo La Guaira había anotado una carrera en el noveno inning para irse adelante retrató en mi piel la sensación exacta del miedo que sentí en el estadio. Fue como si viviera ese momento de nuevo. Imaginé cómo casi abandoné el estadio, porque de la manera como Decker estaba lanzado era casi imposible que Magallanes reaccionara. Esas líneas, esas palabras, esos párrafos, me sumergieron en el cuento más intenso de Edgar Allan Poe, en el poema más triste de José Antonio Ramos Sucre, el malinterpretado poeta de Cumaná. Volví a experimentar el miedo de aquel cierre del noveno inning. Las palabras de Mauriello recreaban una a una todas las maneras como pensaba que Decker iba a retirar a los bateadores magallaneros para ganar el juego.

Al apreciar la pasión de esa escritura, recordé algunas presentaciones de béisbol que Mauriello ofreció en la sala E de la Universidad Central de Venezuela con el apoyo de otro gran seguidor del juego, el cardiólogo Daniel Gutiérrez, quien se encargó de la logística del evento. En una de las presentaciones orales, uno de los asistentes inició una discusión muy acalorada debido a lo que Mauriello había dicho. Fue realmente impresionante la tranquilidad y la paciencia con las cuales escuchó al tipo, y cuán didáctico y comprensivo fue al explicar sus razones con total sangre fría.

Luego llegó el cierre del noveno inning. “Orsulak abrió el inning con sencillo y avanzó hasta segunda base mediante passed ball del receptor Antonio Córdova. Luego de un out, Benny Distefano bateó un roletazo candente por el medio del cuadro que siguió hasta el jardín central y se convirtió en el imparable que igualaba el marcador. Gustavo Polidor le llegó a esa pelota, pero cuando iba a tomarla, la esférica incrementó su velocidad como si se le hubiera encendido un motor turbo y pasó por debajo de su guante”, escribió Mauriello.

Cuando vi que el roletazo de Distefano llegó hasta el jardín central, de inmediato seguí la carrera de Orsulak desde tercera base hasta el plato. Me parecía que era el corredor más lento de la liga. Me pellizqué cuatro o seis veces la palma de la mano izquierda para comprobar que no estaba soñando. Era la primera carrera del Magallanes en 18 innings contra los pitchers de La Guaira. En los primeros ocho innings solo le habían bateado dos imparables a Martin Decker.

“La Guaira rompió el empate en la apertura del duodécimo inning ante el relevista Jeff Zaske. Empezó el episodio boleando a Hilario Pacheco. Entonces Carlos Porte cometió error ante rodado de Gary Pettis por segunda base. Había corredores en primera y segunda sin outs. Héctor Rivas salió de corredor emergente por Pacheco y anotó la carrera de la ventaja cuando Oswaldo Guillén disparó sencillo. Los corredores avanzaron hasta segunda y tercera base con el tiro al plato. Félix Leon relevó a Zaske y boleó a Clint Hurdle”.

“Eso sirvió la escena para la llegada de Nelson Torres al montículo, con las bases llenas en el duodécimo inning. Torres ponchó a Juan Monasterio quien había largado tres sencillos seguidos, incluyendo del impulsor de la carrera de tomar la delantera en el noveno inning. Torres retiró al próximo bateador, Jerry Davis, con roletazo al cuadro y eso fue todo”.

Cada vez que tomo ese pedazo de papel, me tiemblan las manos. Puedo experimentar la inminencia de la derrota mientras viajo de nuevo a la noche de ese juego. Si Decker había estado imbateable, el relevista Jeff Dedmon estaba intocable. No quería ni mirar el juego. Podía imaginar cuan débiles lucían los bateadores ante Dedmon.

Cuando vi a Wolfgang Ramos en el círculo de prevenidos al bate, en lugar de Carlos Porte, no sentí esperanza alguna de que pudiera hacer algo. Ramos recién había llegado al equipo mediante un cambio. No tenía tiempo de haberse ajustado a su nuevo equipo. Pensé que todavía se estaba adaptando al dugout magallanero. Ernesto Gómez abrió ese cierre del duodécimo inning con imparable cuando Ramos ejecutó su swing y la pelota tronó en su bate, tuve que saltar muy alto para ver la curvatura de la línea. No tuve tiempo de rezar para que la pelota cayera en territorio bueno. La pelota aterrizó sobre la línea de cal, cerca del rincón del jardín derecho. Terminé estirando el cuello entre los tipos que estaban delante de mí. Corrí con Gómez desde primera base hasta el deslizamiento en el plato. No podía creerlo, Magallanes había empatado el juego por segunda vez y tenía la carrera de la victoria en tercera base. Pero eso fue todo. Los momentos difíciles regresaron cuando Dedmon retiró a Billy Hatcher y a Orsulak para seguir el extrainning.

Cada vez que leo ese artículo de Rodolfo Mauriello, me voy otra vez a la noche del 9 de noviembre de 1983. Puedo sentir el olor de perros calientes mezclado con cerveza sobre el verde del cuadro interior. Miro hacia atrás y siento la desesperación de la multitud. Nadie en el estadio creía que los Navegantes del Magallanes podían ganar ese juego. Yo también lo estimaba muy difícil, pero en el fondo de mi corazón escondía una pequeña esperanza en que los milagros existían.

Cada vez que leo la prosa de Mauriello es como si estuviera inmerso en una gran novela de suspenso. Tal vez Mauriello había escrito ese texto de pie, como Ernest Hemingway. Cada palabra era un alfiler, cada oración un martillo, cada párrafo una tormenta. “El coach de tercera base, Pompeyo Davalillo, fue uno de los hombres más criticados por los fanáticos de La Guaira. Al comienzo del juego él mandó a Clint Hurdle hacia el plato y el jardinero central Joe Orsulak hizo un gran disparo para que el catcher Stan Cliburn resistiera el empuje de Hurdle y completara un out magnífico”.

Lo que más me impresionaba de la escritura de Mauriello eran sus finales. No sabía cuándo terminaba el artículo y cuándo empezaba a imaginar estar en el lugar o el momento que describía con tal pasión. Para el momento cuando Ernesto Gómez cruzó el plato mediante el imparable de Stan Cliburn al jardín central, yo estaba de nuevo en el estadio, saltando y alejándome de los vasos de cerveza lanzados al aire. En ese momento entendí lo que significa para los escritores esa delgada línea entre ficción y realidad. Cómo manejan los elementos para hacer creer al lector que la fantasía más grande ocurre frente a él. Toda aquella noche había pensado que Magallanes solo podría ganar ese juego en el sueño más fantástico. Y eso fue lo que ocurrió y lo que experimento cada vez que leo ese artículo de Mauriello.


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