“De la vida salen las palabras y, a veces, las historias. En la vida están los problemas que se vuelven preguntas y luego ideas” / Foto Rodrigo Echeto Marczuk

Roberto: ¿los asuntos que te preocupan o que te interesan en la vida de todos los días son los mismos que te preocupan o te interesan a la hora de escribir? ¿Cómo llevas esa relación entre vida y escritura?

Gustavo: La vida de todos los días es la rutinaria agenda de salir de la cama, ducharse, comer, ir a al trabajo, etc., pero todo eso va unido a las fantasías que nos carcomen, las pequeñas paranoias y la memoria, que opera como una máquina de hacer ficciones. La vida es todo ese material real e imaginario, que incluye además la experiencia de los otros, nuestra relación con el poder, las historias que leemos o escuchamos. La vida es como un monstruoso y gigantesco ovillo. Y escribir es tirar apenas de algunos de sus miles de hilos, bien sea para transcribirlos, transformarlos, o las dos cosas juntas. Vista así, Roberto, mi relación entre vida y escritura no admite separación posible. Ambas se retroalimentan y canibalizan. ¿Lo vives de la misma forma, o sientes que la experiencia de la escritura es un ejercicio paralelo, como abrir una ventana o escotilla y dejar que el aire pase? Lo que me lleva inevitablemente a preguntarte: ¿cómo es escribir hoy en día en (y desde) Venezuela, de qué manera las condiciones actuales del país impactan en tus rutinas, pero sobre todo en tu imaginación literaria?

Roberto: De la vida salen las palabras y, a veces, las historias. En la vida están los problemas que se vuelven preguntas y luego ideas. Hay una continuidad entre vida, lenguaje e imaginación que cultivamos sin saber y que debemos cuidar porque cada parte influye sobre la otra. La vida influye en el lenguaje y la imaginación, el lenguaje forja y modela la imaginación y, por tanto, la vida; la imaginación reta al lenguaje y rehace la vida… Es una combinatoria que no se acaba y que se alimenta si ampliamos lo que consideramos vida, así como lo que consideramos lenguaje e imaginación.

Me preguntas por Venezuela y no puedo dar una respuesta sencilla. Nuestra patria es la escuela del horror donde hemos aprendido que las emociones no andan solas, que vienen mezcladas y que la desdicha, por muy honda que sea, puede venir junto a la conmiseración, a la solidaridad, a la rabia, al humor, y así, en un mismo instante, lloramos, nos sorprendemos, reímos, rabiamos, sentimos el dolor ajeno, nos desplomamos, nos levantamos… Venezuela es para mí un reto en muchos sentidos, pero el mayor tal vez sea lingüístico. Encontrar las palabras adecuadas para hablar de las mezclas tan raras, tan acentuadas y tan extremas de sensaciones y emociones por las que viajamos todos los días, es doloroso y fascinante a la vez.

¿Qué buscas con la literatura? O ¿qué buscas en la literatura?

Gustavo: Me cuesta concebir mi trabajo como literatura. Prefiero hablar de escritura, que es un término más atado al oficio y a su artesanía. Y yo escribo para saber lo que quiero decir. Escribir es como limpiar el vapor de agua en el espejo del baño. Yo lo que busco es “desopacar”, lo que no quiere decir que logre mi objetivo. Creo que eso es lo que yo busco con y en la escritura. A veces escribir también se parece a utilizar un telescopio, para poder ver escenarios lejanos y remotos en nuestra memoria individual o colectiva, o al contrario, un microscopio, para amplificar algo que tenemos tan cerca que no logramos ver sus detalles. Escribir es una máquina de hacer detalles. También una suerte de estado de embriaguez o felicidad, o al menos su ilusión. Rubem Fonseca decía que la única exigencia ética del escritor era decir lo que no se puede decir. Y para hacer eso hay que tener coraje. Eso también busco con la escritura: que me proporcione coraje. Siguiendo esta línea, Roberto, ¿te parece que hay cosas que no se están diciendo en nuestro campo literario y que deberían decirse? ¿Crees que los escritores nos debemos a eso?

Gustavo Valle ganó en 2013 el premio Transgenérico por Happening / Foto cortesía

Roberto: Estoy de acuerdo contigo. Escribir es descubrir y, a veces, redescubrir. Sin embargo, no puedo dejar de pensar que lo que hacemos forma parte de algo más grande. Aquello que somos y queremos ser ya está contenido en la literatura universal. Así, cuando no entendemos algo de nosotros, quizás encontremos su explicación en alguna página o, tal vez, en alguna línea que otro alguna vez escribió. La literatura es una extraña forma de compañía. Las palabras ordenadas en renglones y párrafos nos hablan, nos susurran y nos llevan a donde no iríamos si nos dedicáramos a otras actividades. Escribir es formar parte de esa enorme conversación y acompañar a otros con nuestras palabras, así como otros alguna vez nos acompañaron y nos siguen acompañando.

Gustavo: “Esa extraña forma de compañía”. Me gusta eso. John Williams, el autor de Stoner, decía que el amor es el proceso mediante el cual conocemos a una persona. Y pienso que la lectura es eso: el proceso de conocer a un autor, o a un personaje. En la vida “real” ese proceso se nos ofrece también a través de la amistad. Cuando uno subraya una frase en un libro es como decirle a un amigo: “oye, qué bueno eso que dijiste”. Leer nos reconcilia con nuestra soledad. Hace poco releí Sobre la historia natural de la destrucción, de Sebald. Lo había leído hace años y sin embargo fue en esta segunda vuelta cuando me encontré realmente con él. Es evidente que como venezolano me sentí esta vez mucho más identificado. Ese proceso de conocimiento debe venir acompañado de ciertas circunstancias. El olfato de un lector es saber qué necesita leer en un momento específico.

Roberto: Volviendo a lo que decías, ¿cómo trabajas? ¿Cómo te planteas (si te lo planteas) un proyecto de escritura?

Gustavo: Primero aparecen intuiciones, señales más o menos confusas, y voy en busca de esa señal, escarbo y escarbo hasta la obsesión. Y cuando la obsesión se instala entonces trazo estrategias según la naturaleza del trabajo, y comienzo a maniobrar con el tiempo de dedicación que, sobre todo en la novela, es muy importante. Pero no tengo eso que podría llamarse una manera de trabajar. Depende mucho del tipo de proyecto. Por ejemplo, no soy de tomar notas. Pero sí leo mucho para tratar de encontrar el tono o el estilo que necesito. Hace muchos años le pregunté al gran Alfredo Silva Estrada cómo escribía un poema. Me dijo que cada poema exigía ser escrito de una forma distinta. Que no había un patrón, que cada texto buscaba, digamos, su propia armazón. Es una verdad tan enorme como difícil de asumir, pues implica que no hay aprendizaje, que siempre comenzamos de cero. Con el tiempo ganamos oficio. Pero el oficio no nos garantiza nada. Escribir es ese vértigo.

 ¿Cómo dialoga en tu caso el artista visual con el escritor?

Roberto: No dialogan. Son lo mismo o, más bien, soy yo mismo. En ambos casos produzco imágenes. Imágenes comprimidas y en movimiento. Para mí el dibujo, el collage o la escritura son vehículos para compartir imágenes. El efecto es distinto, pero en el fondo, trabajo con la misma materia intangible. Para mí lo más importante es diseñar un lenguaje que me contenga.

¿Y tú? ¿Te sientes cómodo creando dentro de las formas tradicionales?

Gustavo: El que se siente cómodo, pierde. En este oficio siempre debemos estar más o menos incómodos. Tanto el que escribe como el que lee.

Roberto: ¿Quieres añadir algo más? ¿Quieres que hablemos de lo que habla todo venezolano en esta época malhadada? Yo no.

Gustavo: No hace falta.  Ya lo dijiste más arriba: “Nuestra patria es la escuela del horror”. Yo solo añadiría: “también de la paciencia”. Somos expertos en eso.


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