Foto 1: Roger Norum / Mathilde Van Der Berg - Foto 2: Alejandro Reig / María Lourdes Orta

Por NELSON RIVERA

—Por lo general, asociamos la idea de civilización a estabilidad, a fijeza. Al cerrar Migrantes, esa idea cambia: sugiere que las civilizaciones son el resultado de constantes movimientos migratorios. ¿Qué relevancia tienen las migraciones en los procesos civilizatorios?

—Sí, puede decirse que la movilidad humana, considerando su rol fundamental de transporte de tecnologías, de ideas, fuerza de trabajo, formas culturales, y por supuesto de información genética, ha tenido a través de la historia un efecto enriquecedor extraordinario en la configuración de las distintas formas de vida y civilizaciones. La idea que asocia el crecimiento civilizatorio a las poblaciones sedentarias y conectadas a un territorio de forma necesaria es quizá parte de distintos proyectos históricos de control y dominación que exigen la estabilidad de la presencia de gente en un sitio, asegurando la continuidad de sistemas de manejo de los recursos y la producción. De estos proyectos, el que nos es más familiar por cercanía y actualidad histórica es el Estado-Nación, cuyas lógicas interiorizamos y reproducimos permanentemente. Piénsese en el desprecio y el desconocimiento con el cual la historiografía convencional venezolana ha tratado a nuestro pasado indígena, por ejemplo: “Aquí no había culturas, solo grupos nómadas”. Esta afirmación no solo es ignorante, sino tendenciosa, pero la hemos leído en los libros de texto escolares desde siempre, y si se le pregunta a cualquier ciudadano común seguramente dirá algo parecido. Si evitamos estos sesgos y nos enfocamos en los movimientos de personas, en las conexiones entre diferentes grupos humanos con distintas formas de hacer las cosas, herencias y conocimiento del manejo de los recursos, y en las transiciones entre una y otra situación relativamente estable de las sociedades, obtendremos un panorama no solo mucho más rico, sino mucho más acertado del devenir de la aventura histórica humana.

Pero hay que reconocer tanto la importancia de las sociedades con estabilidad continua en un sitio —sedentarias—, como la de las sociedades móviles. Han estado y están enlazadas una dialéctica de interrelación permanente, que alimenta a cada una de las partes. No por enfatizar la movilidad tenemos que dejar de valorizar y entender la lógica de creación de lugar, de identificación con el sitio, que es igualmente una pulsión cultural humana fundamental.

—Migrantes sugiere como dato axial la tendencia humana de ir siempre de un lado a otro, por decisión propia o empujado por fuerzas de distinto carácter. ¿Cómo convive esta tendencia a desplazarse con nuestro deseo de arraigo? ¿Luchan entre ellas? 

—En el libro proponemos que, visto en perspectiva, siempre existe un contrapunto entre estas dos tendencias, y que este es un rasgo medular de las sociedades, y en suma de la humanidad misma. Pero si nos enfocamos en la vida concreta y cercana, es claro que esta dinámica en muchos casos está lejos de constituir un diálogo, o por lo menos un diálogo apacible. Y en innumerables situaciones hay un enfrentamiento descarnado entre estas dos formas de ver y de hacer, a cualquier escala en la cual lo queramos mirar. En una misma sociedad, en un mismo país, en un mismo poblado, en una misma familia incluso, encontraremos personas que eligen irse a otro lugar o se ven impelidas a hacerlo, y otras a las que no se les pasa por la cabeza la idea de irse de su sitio de siempre, y que incluso prefieren mantenerse aferradas a este en las más difíciles condiciones. Incluso en las situaciones de expulsión de distinto tipo, en las que hay que escaparse para no perder la vida, o porque la vida es insostenible, como en el caso de los refugiados, donde la movilidad es la condición definitoria, pueden encontrarse actitudes y expectativas de los dos signos. También hay gente que quiere pero no puede irse, y hay gente que se va sin irse nunca, comunidades enteras incluso. Y, ¿donde situar la certeza sobre el piso real de la vida? ¿En el lugar de destino imaginado, en el lugar que se ha dejado, en el deseo de volver a un sitio que ya no será el mismo, y que se idealiza y reconstruye a la distancia? Amos Oz en su novela autobiográfica Una Historia de Amor y de Oscuridad tiene unas páginas extraordinarias sobre su abuela, que emigró a Palestina desde Lituania y siempre percibió el Levante como un sitio insalubre, y desarrolló una serie de rituales de limpieza cotidianos para salvarse de la infección del sitio, por así decirlo, de un Oriente sensual y tentador, y mantenerse dentro de las coordenadas seguras de su cultura judía del noreste de Europa. Y sugiere que, aunque murió en Jerusalén, nunca se atrevió a estar realmente allí.

—Tendemos a percibir el fenómeno migratorio como un problema de nuestro tiempo. Migrantes ofrece otra perspectiva: ni es necesariamente un problema, ni muchos menos una realidad exclusiva de estos años.  

—Sí, sin duda la migración ha sido un fenómeno que ha definido a nuestra especie desde sus orígenes, y por supuesto antecede a estos. Lo sintetizamos en la frase de Peter Bellwood: “Sin la migración no existiría la especie humana, o por lo menos no existiría más allá de una pequeña región de África”. La migración ha sido una fuerza modeladora de los distintos espacios geográficos, culturales, políticos y sociales del planeta desde tiempos inmemoriales. Dedicamos un capítulo entero a hacer un recorrido histórico por las migraciones que dieron forma al mundo tal como lo conocemos. En muchas coyunturas históricas ha surgido el recurso de estigmatizar a los que vienen de otros sitios o hacerlos culpables de los males de la región o del lugar que los recibe, y esto está asociado a la tendencia humana a establecer una línea entre nosotros y ellos, entre propios y extraños. Esta tendencia quizá se configuró en el período más largo de nuestra historia, las decenas de miles de años en los que la población humana estaba constituida por muchos grupos pequeños de cazadores recolectores en distintos paisajes del planeta. Pero la construcción actual de la noción de que la movilidad de las personas es peligrosa, amenazante, y que la migración es en sí misma un problema, es bastante nueva, y está asociada a la constitución de los Estados nación. Lo que la investigadora Liisa Malkki llama “el sesgo sedentario” puede ubicarse históricamente, idea también trabajada por Bridget Anderson y Saskia Sassen, entre otras. Y entender esto permite desnaturalizar la percepción de la migración como problemática. Como decimos en el libro, la migración hoy por hoy, especialmente —pero no solo—, la laboral, es esencial para el funcionamiento de la economía global. Y el problema no es el movimiento de las personas, sino la incapacidad de los Estados para gestionar de manera conjunta —y con los migrantes— estos movimientos que son útiles y necesarios. Citamos a Sami Naïr, que ha mostrado cómo en las décadas recientes han sido los Estados europeos mismos los que generaron buena parte de las crisis de acogida en que se han visto comprometidos, al suspender los programas de visas laborales temporales. Pero nuestro reconocimiento del rol fundamental, humanizante o creador de humanidad, por así decirlo, de la migración en términos amplios, no pretende minimizar las dificultades y conflictos concretos, a escala cercana, asociados a la movilidad de las personas, ni deslegitimar las resistencias a la movilidad. Hay que reconocer también que las crisis de acogida, y las incapacidades de muchas sociedades para recibir grandes números de migrantes en poco tiempo, constituyen problemas reales llenos de aristas complejas. Pero la peor forma de enfrentarlos es utilizar a los migrantes como rehenes de la refriega política, y mientras tanto seguir explotando su situación de limbo legal.

—¿Quiénes migran en nuestro tiempo? ¿Solo los que huyen de determinadas realidades? ¿Hay distintos «tipos» migratorios?

—¿Quiénes migran en nuestro tiempo? En cierto modo, como decimos al principio del libro, todos. Todos somos migrantes. Lo es la gente que se escapa de determinadas realidades difíciles, sí, pero también la gente que migra con quizás menos urgencia —porque tienen el lujo de poder determinar sus propias realidades—. El problema de usar la palabra «migrante» es que está tan cargada de bagaje político: es un término que ha sido esgrimido por distintos grupos políticos y sociales para servir a sus propios propósitos. Así, por ejemplo, nos encontramos con varias categorías que a su vez sirven para colocar a las personas en cajas: refugiado, migrante, expatriado, nómada global, exiliado. Las categorías son importantes, como afirmamos en el libro, porque los seres humanos necesitamos marcos para ver el mundo. Pero pueden volverse peligrosas cuando se usan de manera demasiado estricta y estrecha, porque entonces los fenómenos del mundo terminan siendo definidos en términos demasiado fijos y no dan cuenta de todas las zonas grises que hay en las sociedades y en la vida social humana. Tal vez la idea de «tipos’ migratorios», como dices, sea una muy buena forma de encuadrar estas diferentes formas de migración y diferentes maneras de ser un migrante, en lugar de tener categorías de migración, de las que puede ser difícil escapar. Así que volviendo a la pregunta original: nuestro argumento es que todos estamos migrando —todos estamos ciertamente en movimiento—, pero de diferentes maneras y en diferentes grados, y con diferentes fines. El libro, en parte, argumenta que la migración es a menudo problematizada por las mismas personas que son migrantes, aunque en diversas escalas. Si pensamos en Nigel Farage, uno de los críticos más severos de la migración en el Reino Unido: Farage trabajó como eurodiputado electo al Parlamento Europeo en 1999, 2004, 2009 y 2014. Viajó entre Londres y Bruselas durante años, pasó mucho tiempo fuera de su país de origen y se casó con una ciudadana alemana. Pensando de manera conservadora en el significado de la migración, Farage no se consideraría en absoluto un migrante. Pero si se amplía un poco esa definición de migración, las líneas se desdibujan.

—Me resultó de especial interés el capítulo «El juego de los números», en el que hablan de las manipulaciones estadísticas de los migrantes. 

—Sí, lo que hacemos allí, basándonos en el trabajo de un equipo de investigadores austríacos, es mostrar cómo las cifras globales y regionales de migrantes que circulan en la opinión pública, buena parte de ellas provenientes de las fuentes oficiales más reputadas, como las Naciones Unidas, son manipuladas por distintos actores políticos e institucionales. La investigación austríaca mostró que muchos países no publican datos sobre las corrientes migratorias bilaterales, es decir, la migración recíproca entre dos regiones o países. Más bien, los datos que se publican con más frecuencia son los relativos a los movimientos internacionales amplios de personas. Por esta razón, muchas de las estadísticas (e infografías) que vemos a menudo son de migraciones internacionales a gran escala (por ejemplo, de Afganistán a Suecia, de Indonesia al Reino Unido, de Irán a Alemania, etc.). Los movimientos más pequeños (por ejemplo, Siria-Líbano-Turquía, Asia meridional-Península Arábiga, etc.) se dejan frecuentemente fuera de los debates sobre la migración, aunque en muchos casos comprenden un mayor número de personas en movimiento. Los autores de esta investigación utilizaron una serie de nuevos métodos para analizar los datos del Banco Mundial y las Naciones Unidas para estimar las trayectorias migratorias bilaterales entre 1990 y 2015 de todos los pares de países de origen-destino. Se trató de un esfuerzo sistemático por ofrecer una visión global y holística de la migración mundial que nadie había hecho antes. La “manipulación” de la cual hablamos en el libro tiene varias caras. En primer lugar, un aspecto técnico: se señala la inexactitud de las cifras globales manejadas por los organismos multilaterales, porque se basan en la sumatoria de datos de distintos gobiernos que no cuentan a los migrantes de la misma manera. Algunos países, de hecho, ni siquiera llevan estadísticas comprensivas y fiables del número de personas que inmigran o emigran. En general esto da como resultado cifras totales que son poco fiables. Así pues, dado que los datos reportados y las «estimaciones» hechas con frecuencia difieren ampliamente de la realidad de la migración en todo el mundo, la migración tal como la conocemos se mide a menudo de maneras que suelen tener un alcance muy limitado. Por otra parte, los organismos internacionales encargados de gestionar la migración, o de prestar asistencia técnica a los Estados para hacerlo, también tienen sus necesidades de financiamiento y de continuidad de su presencia pública, y con frecuencia emiten mensajes equivocados, que magnifican la dimensión de la migración global actual en términos históricos comparativos. Por ejemplo, Acnur dijo, con la intención de crear conciencia sobre el tema, que en el año 2014 el número de personas desplazadas era de casi 60 millones de personas, y estaba en un nivel nunca visto desde la Segunda Guerra Mundial. Esto fue replicado por la prensa alrededor del mundo con tonos alarmistas, como si se tratara de refugiados abrumando a los países receptores. Pero en realidad, y según el mismo informe, los refugiados globales propiamente dichos eran en ese momento alrededor de 14 millones de personas, y la cifra generalizadora englobaba otras categorías de personas en movimiento, como desplazados internos y solicitantes de asilo. El manejo efectista de las cifras genera más miedo que disposición a manejar el problema. Y, por último, este estudio permite repensar el panorama de la migración global, ya que revela algunas cosas asombrosas si estamos acostumbrados a la imagen del tema migratorio dominante en la opinión pública. Lo que esto significa en la práctica es que gran parte de los titulares que vemos sobre la migración, que sugieren que la migración tiene que ver casi exclusivamente con personas desfavorecidas que se desplazan a Occidente desde países menos ricos, a menudo no están sincronizados con la realidad de la migración en muchas partes del mundo. Si bien es cierto que la migración de este a oeste y de sur a norte tiene lugar, no es en absoluto la forma (o la escala) dominante de la migración en el mundo actual. Más aún, nos dice que los flujos internacionales de migración no se han incrementado en las últimas décadas, sino que se han mantenido relativamente estables, e incluso el porcentaje de la población mundial que se mueve ha descendido; y que los números mayores de personas en movimiento no lo hacen desde países muy pobres hacia países muy ricos, desde África y Asia hacia Europa, ni mucho menos. Esto tiene ramificaciones políticas y sociales concretas, porque cuando los grupos políticos y los gobiernos utilizan las estadísticas sobre la migración para justificar sus políticas (o «venden» sus políticas al público que vota, como ocurrió con el referéndum de Brexit), a menudo utilizan datos limitados y estadísticas bastante restringidas, es decir, no proporcionan una imagen completa y equilibrada de lo que está ocurriendo en realidad.

—Si la migración es, desde hace unos 100.000 años aproximadamente, un dato crucial de la vida humana, ¿por qué todavía es una cuestión tan controvertida y politizada? ¿Por qué los Estados se resisten a reconocer la condición ciudadana de los venidos de otras partes?

—Esta es una gran pregunta, una que probablemente tomaría otro libro entero para responder. Pero básicamente, mientras que algunos dirían que el asunto se reduce realmente a uno de recursos y presiones (recursos limitados y múltiples presiones), en el libro aludimos a que el verdadero problema es la manipulación de la gente que se mueve por razones políticas. Mejor dicho: convertir a los migrantes en rehenes de luchas políticas en las que no participan. Si pensamos en un plano práctico concreto, es cierto que la población del planeta está aumentando a un ritmo sin precedentes, pero el planeta mismo sigue teniendo el mismo tamaño físico. Y sus recursos naturales disponibles no aumentan —de hecho, como la ciencia ha demostrado, están disminuyendo—. Esto significa, claramente: más gente compitiendo por menos recursos, pero esto también tiene que ver con la permanencia de tecnologías tal vez desactualizadas para la extracción y transformación de recursos, y con modelos de producción de energía y alimentos que son insostenibles. Así pues, en un cierto nivel, es comprensible que los dirigentes de los Estados estén preocupados por aceptar que más personas atraviesen sus fronteras para competir por recursos que ya son limitados. Pero, como argumentamos a lo largo del libro, el «problema» de la migración es a menudo el chivo expiatorio de muchos problemas sociales. Y, además —de nuevo, para señalar el caso del Reino Unido posterior al Brexit como ejemplo—, la demonización de los migrantes y las políticas de migración haciéndolos culpables de muchos de los males de la sociedad se convierte en una excusa para que los políticos y los líderes ignoren muchos problemas mayores y más apremiantes que deberían estar abordando, como la creación de programas de educación y salud sólidos y equitativos para los ciudadanos. Si bien los Estados-nación son importantes para la política mundial contemporánea, todo este debate también está ignorando una noción más holística de ver el planeta como un espacio para todos los ciudadanos del planeta, humanos y de otro tipo. Tal vez sea una discusión para otro momento, pero si nuestro libro empuja a la gente a pensar y discutir estos temas habremos logrado algo.

—Por último, una pregunta sobre el caso venezolano. Durante muchas décadas, Venezuela fue un destino abierto —permeable— a distintas migraciones. ¿Qué lo explica? ¿Tiene relación con la capacidad económica o podemos entenderlo como una disposición cultural? 

—Es evidente que la migración en la Venezuela contemporánea está asociada a la modernización del país, y pueden rastrearse, como se ha hecho, distintos eventos de migración relativamente planificada por parte de los gobiernos republicanos, así como una política de apertura ante la necesidad de mano de obra antes de y durante el período democrático, con distintos hitos a lo largo del siglo XX. Estas políticas fueron comunes en otros Estados suramericanos en el período de entreguerras y en la posguerra. Otras cosas podrían decirse de las migraciones coloniales que conformaron la base poblacional de la república o de las migraciones indígenas pobladoras del territorio luego llamado Venezuela —migraciones coloniales en el primer caso, quizá migraciones de difusión “démica”, o expansión demográfica y sustitución tecnológica, según el modelo de Cavalli Sforza, en el segundo caso—. Pero las migraciones asociadas al desarrollo hecho posible por la explotación petrolera, durante el cual Venezuela absorbió parte de los movimientos migratorios europeos ligados a la industrialización global, así como de otras regiones, pueden tipificarse como migraciones económicas dentro de la teoría del push-pull o expulsión-atracción. Según esta, las regiones con excedente de mano de obra y pocas fuentes de trabajo expulsan población hacia regiones con sistemas productivos con gran demanda de mano de obra que no puede ser satisfecha localmente. Luego ha habido, en distintos períodos, migraciones desde otros países latinoamericanos asociadas a la persecución o a la situación política, que hicieron del país un refugio, y ofrecieron a muchos la posibilidad de recomenzar proyectos de vida en una sociedad dinámica y en crecimiento. En estos casos habría que hablar de disposición política para la acogida por parte de las autoridades, no necesariamente de disposición cultural de la sociedad. No se trata de migraciones con el mismo signo, aunque los distintos contingentes —perseguidos políticos y trabajadores manuales, comerciantes, técnicos y profesionales— hayan coincidido y sus condiciones de desarrollo se superpongan y crucen.

Si la pregunta se refiere a ese argumento según el cual la recepción de los migrantes en el siglo XX Venezuela fue cálida e incluyente, y que esto reflejaría una generosidad y apertura del carácter nacional, sospecho que esa es una construcción idealizada a posteriori. Es cierto que los migrantes europeos en Venezuela fueron en general bien recibidos, y que ocuparon distintos nichos de actividad en los cuales sembraron un conocimiento y esfuerzo que cimentó desarrollos importantes en distintos ámbitos, en el marco de una economía en expansión. Pero también sufrieron estigmatización y rechazo, como sucede en casi cualquier lugar del mundo. Y lo mismo puede decirse de los provenientes de las islas del Caribe, de Centroamérica, de los colombianos, de los del cono sur, del medio oriente o de Asia. Sí, hubo apertura a los migrantes e integración en distintos espacios laborales, desde la agricultura, la industria, el comercio y los oficios manuales hasta la academia —y en todos estos ámbitos no solo fueron necesarios, sino que hicieron aportes fundamentales—. Pero la desconfianza, el rechazo por miedo a la competencia, la estigmatización y el racismo, e incluso la criminalización, también han sido componentes de la actitud hacia los de afuera, al menos en los inicios. Pareciera que hoy, cuando una destrucción y una crisis inimaginables expulsan a millones de venezolanos, y pasamos a ser un país emisor de población después de haber sido durante siglos uno de recepción, podemos perder la perspectiva necesaria para ver los claroscuros de nuestro propio pasado reciente.


*Migrantes. Alejandro Reig y Roger Norum. Ediciones Ekaré. Editor responsable: Pablo Larraguibel. Diseño: Irene Savino. España, 2019.


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