José Miguel Roig falleció a principios de mayo a los 89 años de edad / Kira Kariakin

Por KARL KRISPIN 

José Miguel Roig (1930-2020) era un vasco con apellido catalán criado en Filipinas que se hizo arquitecto en los Estados Unidos y escritor en Venezuela. Cornell University le otorgó el título y en Venezuela se impuso en el diseño y la docencia. Perteneció al equipo fundador de la carrera de Arquitectura de la Universidad Simón Bolívar, donde tuvo la cátedra de historia y teoría de la arquitectura. La editorial Equinoccio de esta misma universidad le publicó Renacimiento, Barroco y Churrigueresco en 1987, y ese mismo año, a sus 57, lanza su primera novela bajo el sello Alfadil, Recuerda Schopenhauer.  Publicó varias, algunas de ellas atrevidamente en inglés. Su centro de irradiación fue Caracas, la ciudad aluvional a la que los migrantes le vieron la marca de un futuro incuestionable. Me voy a referir a dos de sus novelas más estimables y que llevan entre sí 20 años de diferencia. La primera es la ya nombrada y la segunda es Réquiem para Goethe, publicada en 2007 por Oscar Todtmann Editores.

Ambas tienen contextos diferentes, pero ufanan una hermandad. La primera se sitúa durante el perezjimenismo, en aquella Venezuela de las cifras incomparables que aseguraban un aparente porvenir. Allí se da un triángulo alrededor de una mujer que tiene todo lo materialmente imaginable: posición, bienes de fortuna, temporadas en Europa, joyas, pieles y demás solvencias de la holganza material. Esta mujer deseada se casa dos veces, primero con un judío rico y déspota y luego con un ministro trepador. Entretanto, un primo graduado en filosofía y seguidor de Schopenhauer, a quien también llaman por el nombre del filósofo, acompaña la trama como el barítono insatisfecho. El Réquiem es la historia de un judío exitoso que recompone su historia desde Leipzig hasta el campo donde perece su familia, Buchenwald en Sajonia. No se trata de una historia común de la Shoah: el protagonista Johann Wolfgang Feldman vive un drama homoerótico con un teniente de las SS que al principio rechaza y a medida que transcurre la narración lo va envolviendo. En ambas hay personajes prósperos, mujeres deseadas, lujo, asesinatos, judíos y alemanes. Y estos dos alemanes se manifiestan en los colores de una familiaridad: Schopenhauer y Goethe. Curiosamente, ambos se conocieron en Weimar cuando el príncipe de los poetas alemanes (como no sin ironía lo llamaba Günther Grass) tenía 66 años y el joven filósofo de 26 años desarrollará su propia teoría de los colores al conocer la del maestro. Los dos eran burgueses y de familias acomodadas, y Schopenhauer siempre mantuvo una devoción por Goethe. José Miguel Roig la tiene por ambos y se vale tanto de Schopenhauer como de Goethe para mantener encendida la correspondencia carnal en las dos novelas, que es lo que mueve al triángulo alrededor de una mujer en la primera y al par en la segunda. Pero Schopenhauer y Goethe tienen cada uno su forma de comportarse. Si para el filósofo prusiano el mundo y sus particularidades se expresan como voluntad y representación, aquí Schopenhauer el personaje se deja guiar por Schopenhauer el filósofo. Se trata de un consejero particular que lo alienta en su afán de seguir a la Graciela del triángulo amoroso sobre que “todo genio es un niño grande que mira al mundo como algo insólito” o que “la valentía no era propio de la inteligencia” o que “lo escrito nunca podía tomar el lugar de la experiencia”. Y continúa Schopenhauer recordando, como lo obliga el nombre de la novela, al predecesor Schopenhauer, el que le dicta las frases, que sus actos nunca serán meritorios si se hacen por deber, conminándolo a resolver una situación que nunca podrá definir, a pesar de que quiera saldar voluntariosamente, con un arma en mano que probablemente nunca accionó, el resultado de su impulso pasional recordando que Schopenhauer también decía que a los héroes les embalsamaban el corazón y nunca el cerebro.

En Réquiem para Goethe, el poeta de Weimar (aunque hubiese nacido en Frankfurt) actúa como un imán referencial. Es el espejo inevitable en el que se asoman los contrarios. El próspero comerciante judío Johann Wolfgang Feldman, migrado a Venezuela, recuerda su juventud desgraciada de dieciséis años en el Lager de Buchenwald donde ha perecido su familia. Allí vive una doble fatalidad que lo condena y lo salva;  el teniente Heinrich von Eckhardt trata de seducir al entonces adolescente y este, para evitar el acoso sexual, recurre a la poesía de su homónimo Johann Wolfgang Goethe (estas dos novelas de Roig encarnan los nombres de idea y realidad entrelazados con el apetito sensual). Johann Wolfgang Feldman se mantiene gracias a la poesía de Johann Wolfgang Goethe de ser abusado por el teniente Eckhardt, pero igualmente por la protección de Johann Wolfgang Goethe, Johann Wolfgang Feldman termina consintiendo su relación con Eckhardt, que lo exime de la muerte. Mientras Feldman recite, Eckhardt lo preserva como una Sherezade. Finalmente, como la princesa que narra para evitar el cadalso, a Feldman lo amparan y sucumben las palabras en la relación prohibida. Estos versos de Goethe dedicados a la actriz Marianne von Willemer dan vida a esta relación situada en los límites del exterminio, con la que Feldman continúa la narración indagando sobre el paradero de su verdugo y salvador:

“Apresúrate, pues, hacia mi amado

habla dulcemente a su corazón

pero guárdate de conturbarlo

y ocúltale mis penas.

Dile, pero suavemente

que su amor es mi vida,

y qué alegre emoción para ambos

habrá de darnos su presencia.”

Estas dos novelas de José Miguel Roig suponen un recorrido de ida y regreso por una pasión conducida y tutelada por la filosofía y la poesía como brújulas del viaje narrativo cimentado en ellas. El autor juega abiertamente con estos recursos de la gran creación humana. En el caso de la poesía, Herder defendía que era la lengua materna de la humanidad, y para que no queden dudas al desencriptar su voluntad al respecto, Roig escoge como epígrafe del Réquiem…, esta frase de Goethe: “El hombre sordo a la voz de la poesía es un bárbaro”, lo que admite que la poesía es un anticipo necesario para toda civilización. En su primera novela, en la que Schopenhauer personaje intenta destruir el triángulo amoroso y afirmar su conquista personal, el protagonista lucha junto al epígrafe determinista de Schopenhauer filósofo que Roig antepone como advertencia y puerta de entrada a su novela: “Si se presupone la libertad de la voluntad, toda acción humana sería un milagro inexplicable”.

Hace unos días, José Miguel Roig se despidió de este universo. La última vez que hablé con él en la presentación de otro libro, me conversó sobre su aspiración de que los libros en general pudieran ser más traficados, tener mayor impacto, estar más en el centro de la atención. Estas dos novelas suyas con las que invoco una relación de aprecio siguen estando allí, sin prisa ni denuedo, para los muchos o pocos lectores (nunca será un tema de mayorías) que se propongan seguir su apetencia de deseo celebrada bajo el espíritu de Weimar con que Roig graduó sus catalejos. Recuerda, Roig, que los libros tienen algo de infinitud. Nunca dejan de existir cada vez que abrimos una de sus páginas.


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