Retrato de Simón Rodríguez, según medallón que se conserva en el Museo Bolivariano de Caracas, Venezuela. El cuadro original se encuentra en el Museo de La Magdalena en Lima, Perú | Autor desconocido

Por JUAN JOSÉ ROSALES SÁNCHEZ

“i en la América hallo las Repúblicas,

que son las que me atormentan”.

En Sociedades Americanas en 1828, edición de Lima (1842), Simón Rodríguez confiesa que lo atormentan las repúblicas hispanoamericanas, es decir, su suerte futura. La elección del término tormento parece obedecer al propósito de expresarse en un tono dramático. Con este recurso expresivo, el filósofo desea comunicar la aflicción que causan en su ánimo los estados económico, social y político de las repúblicas surgidas de las provincias del Imperio español en América.

Amigo de las metáforas, no sólo por el deseo de embellecer el discurso sino para ilustrar a su auditorio, el inquieto andariego elige de entre aquellas algunas que remiten a estructuras orgánicas, particularmente al cuerpo humano y su salud. Escritor culto y elegante, toma prestado del campo de la medicina elementos del discurso de la etiología para pergeñar su examen y diagnóstico de la salud política de las repúblicas hispanoamericanas del siglo XIX. En Crítica de las Providencias del Gobierno, Chile (1843), se lee: “Solo los que estudian la estructura de un cuerpo, i las funciones que ejercen sus partes, pueden dictar remedios oportunos en las enfermedades”. En tanto cuerpo político, Rodríguez elige una relación de estudio y comprensión de la república hispanoamericana desde una perspectiva similar a la de un médico con su paciente.

Como si de un Hipócrates político se tratara, el filósofo venezolano adelanta un primer diagnóstico sobre la salud social de las repúblicas. En Pródromo a Sociedades Americanas en 1828, advierte que las repúblicas establecidas por europeos y africanos en suelo de los indios están afectadas por una decrepitud prematura, un mal presente casi que desde su nacimiento. Adviértase que Pródromo es una obra publicada en 1828, pero cuya redacción es anterior a esa fecha. Así que, desde su desembarco en el puerto de Cartagena de Indias en 1823, el filósofo ha contado con tiempo para realizar un primer examen a las nuevas repúblicas. Un caso clínico impactante, criaturas que desde sus primeros años de vida exhiben achaques y dolencias propios de la vejez.

Republicano convencido y añejo, Rodríguez se interesa por la suerte de las nacientes repúblicas como lo haría un padre devoto con sus hijas. Ante el diagnóstico que ha arrojado su examen, el “Sócrates de Caracas” se ocupará en el seguimiento de la enfermedad y en la prescripción de (re)medios para hacer frente a tan extraña enfermedad. Pero, como profeta en su tierra, no es tomado en serio por los amos del poder en las repúblicas. De 1840 es el Extracto de la introducción á una obra intitulada Sociedades Americanas en 1828, publicado doce años después del Pródromo, allí el filósofo conserva su advertencia sobre la decrepitud de las repúblicas. Pobre Rodríguez, “vox clamantis in deserto”.

Ante tan doloroso cuadro, el profano caerá en la tentación de preguntar cómo ha podido suceder semejante desgracia a tan tiernas criaturas. Pero al filósofo interesará saber en principio si la enfermedad se debe a la influencia de un agente externo o si tiene un asiento genético. En Defensa de Bolívar, obra publicada en 1830 pero completamente redactada y conocida por algunas personas en 1828, Rodríguez presenta el republicanismo en América como una enfermedad. Según el autor, este es un republicanismo mórbido que pasa por tres grados, como toda enfermedad. El primer grado, apunta, “empezó por una indiferencia general, esta degeneró en dudas y perplejidades, hasta poner en cuestión la utilidad de la mudanza”. En el segundo grado “se atacaron abiertamente los principios liberales”. Finalmente, el tercer grado de la enfermedad se caracteriza por un “estado de declinación (…) en el que las fuerzas abandonan al sujeto, la debilidad de la cabeza pasa a los miembros y un trastorno general se manifiesta en la máquina”, y agrega: “Solo en una absoluta inacción espera el pobre Republicano prolongar, por algún tiempo, su efímera existencia”.

Si en este contexto entendemos “republicanismo” y “republicano” desde las simplísimas acepciones de ‘sistema político cuyo centro es la república como forma de gobierno’ y ‘partidario de ese sistema’, no tendríamos manera de entender puntualmente por qué Rodríguez habla de enfermedad. “Indiferencia general” es una expresión que oculta la actitud esencial de los cabecillas de la insurgencia. Nótese bien que el primer grado del enfermizo republicanismo de los hispanoamericanos consiste en el escaso o nulo interés por el bien común, porque la preocupación reinante entre las castas y estamentos principales es la ventaja propia. La consideración de lo apropiado y lo justo no les merece atención alguna. El control de las riquezas sin ninguna competencia es el leitmotiv en el enfrentamiento de los españoles de América contra los de Europa. De allí que Rodríguez señale como uno de los detonantes de las revoluciones hispanoamericanas la “Avaricia del Comercio Peninsular”. Así, pues, res publica no es un concepto que encaje bien en la mentalidad hispanoamericana, porque el apego sin límites a los intereses y posesiones está por encima de todo. Por ello, en general, la res privata lo es todo entre los revolucionarios hispanoamericanos. “Porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón”.

Impulsada por “una sed insaciable de riqueza”, la conquista y mantenimiento del poder político no es más que un objetivo secundario para alcanzar el principal, a saber, el control omnímodo de los recursos económicos de las viejas provincias españolas en América. Luego, el Estado deviene instrumento de poder para una minoría presa de lo que Rodríguez llama en Sociedades Americanas…, edición de 1842,“la enfermedad del siglo”.

Pasados varios siglos, los españoles americanos decidieron no compartir el control y disfrute de los recursos económicos con los españoles europeos. Esta decisión se refleja perfectamente en Carta dirigida a los españoles americanos del jesuita, peruano y expulso Juan Pablo Vizcardo Guzmán. Este escrito con forma epistolar, publicado en Londres en 1799 a instancias de Sebastián Francisco de Miranda, con un pie de imprenta falso, es una reivindicación del derecho sobre los recursos del Nuevo Mundo de los descendientes de los conquistadores. Por razones de espacio es imposible emprender un análisis riguroso de la Carta…, pero algunos fragmentos son ilustrativos. Veamos: “Cuando nuestros antepasados se retiraron a una distancia inmensa de su país natal” y “El gran suceso que coronó los esfuerzos de los conquistadores de América les daba, al parecer, un derecho, que aunque no era el más justo, era al menos mejor que el que tenían los antiguos godos de España…”. El autor se reconoce descendiente de los conquistadores y da por bueno el señorío que ellos y sus herederos han mantenido por siglos. Aunque Vizcardo no deja de mencionar a los antiguos incas y a los indígenas del Perú, es notorio que el centro de la carta es el español americano y sus derechos: “Los intereses de nuestro país, no siendo sino los nuestros, su buena o mala administración recae necesariamente sobre nosotros, y es evidente que a nosotros solos pertenece el derecho de ejercerla, y que solos podemos llenar sus funciones, con ventaja recíproca de la patria, y de nosotros mismos”. Por cierto, un lector atento que compare los contenidos de la Carta dirigida a los españoles americanos con la Carta de Jamaica encontrará muchas similitudes.

Para Simón Rodríguez, el republicanismo de la insurgencia hispanoamericana es algo cuestionable. En el interesante “Paralelo entre la lengua y el gobierno”, en Pródromo, dice de ellos que “se alborotaron, se afracmasonaron y se dividieron en sectas republicanizantes”. En general, el filósofo no valora positivamente los movimientos iniciales del independentismo. Pero, en particular, lo más notorio e importante en este punto es la elección del sustantivo “secta” y del adjetivo “republicanizante”. Elige esta expresión porque ve en los movimientos de independencia comunidades cerradas y excluyentes, empeñadas en una particular implementación del republicanismo. Rodríguez pudo haber escrito movimientos republicanos, pero no lo hizo. Esto es significativo, puesto que se precia de su escrupuloso empleo de los términos, siempre que puede.

¿Por qué se expresa despectivamente de los movimientos independentistas y de su republicanismo? En el mismo “Paralelo”, se encuentra la justificación. Dice el ilustre caraqueño: “Por todas partes se ven Escuelas Políticas enseñando a dar otros nombres a las mismas cosas; y a formular, en otro estilo, las órdenes del otro día. Las voces son nuevas, en efecto, y las cosas parecen serlo; pero en realidad. . . de plan no se ha variado”. Los independentistas, en general, no son republicanos. Son grupos de carácter sectario, ávidos de más riquezas y poder del que han detentado y detentan. Usan los términos república, republicano y republicanismo, pero sus referentes son, con algunas variaciones, el orden y las prácticas de antaño. El plan sigue siendo el mismo de siempre, pero sin el incordio representado por las autoridades metropolitanas.

Con un orden social parcialmente modificado, las élites independentistas pretenden instaurar el republicanismo en las provincias españolas del ultramar. Pero sólo son sectas negadas a compartir el goce de los bienes que una república trae consigo y a concederle derecho alguno a la mayoría de los americanos. Conseguirán todo el poder, pero mantendrán las odiosas instituciones de la esclavitud y del tributo indígena. Y con respecto a estos últimos, implementarán campañas para exterminarlos. En el nuevo orden, las castas y estamentos subalternos serán llevados a una condición peor que en el antiguo régimen: “Antes tenían un Rey Pastor, que los cuidaba como cosa propia —los esquilaba sin maltratarlos, y no se los comía sino después de muertos. Ahora se los come vivos, el primero que llega”, dice el filósofo. El examen de las relaciones sociales soporta el diagnóstico: el de los hispanoamericanos es un republicanismo enfermo, empeñado en hacer “repúblicas sin ciudadanos”.

Para superar las limitaciones y locuras fanáticas de las sectas republicanizantes, el filósofo prescribe cuatro líneas generales de acción: (a) “Educación popular”, esto es, extender la educación a toda la población americana, (b) “Destinación a ejercicios útiles”, es decir, diseño de un sistema para que los habitantes de las repúblicas se incorporen plenamente en la actividad económica (c) “Aspiración a la propiedad fundada”, lo que quiere decir: creación de condiciones para que todos los americanos tengan acceso a la propiedad y (d) colonizar el país con sus propios habitantes. Para Rodríguez, estos son medios que toman en cuenta educación y economía, eficaces para crear las bases de la república, esto es, la ciudadanía. Sin una población educada y propietaria, las repúblicas estarán “Establecidas pero nó Fundadas”. Porque sólo en la ciudadanía se sostiene una república. Rodríguez observa las sociedades americanas de su tiempo y en sus horizonte político-social no columbra nada parecido a lo que él propone. Observa que el poder ha cambiado de dueño, nada más.

Según Carlos H. Jorge, Simón Rodríguez es un optimista. Efectivamente, a pesar de la crítica que despliega en su obra, propone tratamientos para hacer frente y curar las enfermedades que aquejan a las repúblicas. Optimista, ciertamente, pero no ingenuo. Temeroso del destino de la república en Hispanoamérica, sentencia en Luces y virtudes sociales: “Las naciones perecen (como todo cuerpo organizado) por accidentes o de muerte natural… sus enfermedades mortales son siempre civiles, y su muerte… política”. Las enfermedades de las sociedades americanas diagnosticadas por Rodríguez son civiles: codicia, clasismo, crueldad, racismo, sectarismo, etc.

En Carta de Jamaica, Bolívar se afinca en “los vicios (…) de los odiosos españoles” y en que “España es una desnaturalizada madrastra”, sobresaliente en “fiereza, ambición, venganza y codicia”, para defender la vía republicana y separatista. Pero, ‘botellita de jerez’, las sectas republicanizantes encarnan perfectamente esos vicios. Con ánimo fiero y vengativo persiguen y exterminan; con gran ambición y codicia se apoderan de los bienes y recursos de las provincias. En su locura, se creen facultadas para curar los males de la América española. Hacen de médicos y, al modo de Sganarelle, simulan curas valiéndose de artes y fórmulas chapuceras. Así, el postrer estado de las sociedades americanas resulta peor que el primero. A Rodríguez no le engañan. El ínclito filósofo sabe que las sectas republicanizantes, dueñas del poder en América, son la enfermedad.


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