Por ANÍBAL ROMERO

2. Aquiles, el problema del poder y la crítica a la guerra

Las diversas fases del ciclo vital de Aquiles en la Ilíada pueden sintetizarse así: 1) Pugna con Agamenón, “rey de reyes” y jefe de la expedición contra Troya, y retirada del combate por parte de Aquiles, quien decide que la ofensa que se le ha infligido debe ser expiada por todos. Entretanto, él aguardará el momento oportuno para volver a la contienda como salvador de los aqueos (Canto I). 2) Ante la ausencia de Aquiles los troyanos recobran la ofensiva, empujando a los aqueos hacia sus naves, amenazando con incendiarlas y bloquearles la opción de volver a sus tierras de origen. Las negociaciones que intentan apaciguar la cólera de Aquiles para que regrese a la lucha resultan infructuosas. Aquiles mantiene su decisión de no combatir (Cantos VIII y IX). 3) Nuevas batallas causan una crisis extrema y los aqueos se enfrentan a la posibilidad de una derrota total. Patroclo, el más cercano camarada de Aquiles, le suplica intervenir, pero se niega a hacerlo. En su lugar, Aquiles entrega a Patroclo su traje, escudo y armas y este último entra así ataviado al combate. La contienda da un giro y Patroclo, vestido y equipado como su mentor y líder, obliga a los troyanos a replegarse, pero muere a manos de Héctor (Canto XVI). 4) Enterado de ello, Aquiles pone fin a su disputa con Agamenón y retorna a la guerra, decidido a vengarse de Héctor y sembrar el terror entre los troyanos. Aquiles mata a Héctor y ultraja su cadáver. Su violencia no conoce límites (Cantos XVIII, XIX, XXI, XXII). 5) Aquiles recibe en su tienda a Príamo, padre de Héctor, y accede a devolverle el cadáver de su hijo (Canto XXIV). Ninguna de las leyendas sobre la muerte de Aquiles aparece en la Ilíada. Intuimos que muere antes del desenlace del conflicto, pero no sabemos de qué manera (1).

En esta ruta Aquiles cuestiona la autoridad de su superior nominal y la propia guerra en que se halla involucrado; se interroga además acerca del sentido de la vida y la muerte, experimentando los límites del poder y el papel del azar en el drama humano. Sucumbe a la ira y la ambición pero honra la amistad, se conmueve ante el dolor de otros y a la vez llega a convertirse en una especie de implacable asesino. Entretanto, el lazo de amor filial que Homero retrata entre Aquiles y Tetis, su madre-diosa, es uno de los más radiantes en la literatura. Sumado a lo anterior la cercana muerte de Aquiles es profetizada en varios momentos. La convicción alcanzada de que a pesar de ser hijo de una diosa es mortal, hace que Aquiles se reconcilie con esa realidad. Durante su curso atraviesa episodios de honda reflexión, posicionándose con ambigüedad ante la tentación de la paz sin dejar de lado el hechizo de la gloria heroica.

En acentuado contraste con una extendida imagen popular de Aquiles, la Ilíada dibuja con agudos trazos la figura de un individuo complejo, difícil de encasillar, cargado de matices, sujeto a dudas y vaivenes, afectado por las pasiones y también llevado a la cavilación en distintas encrucijadas. Todo ello hasta el punto de preguntarse sobre el significado de la propia ética heroica, es decir, de lo que comúnmente se asume como el eje inamovible en la vida de un individuo de su rango y condición. Esto indica que Aquiles refleja lo humano en diversos aspectos, en su grandeza y miseria, y sugiere que la gama de las decisiones y actos de este personaje fundamental de la Ilíada no debe reducirse a empobrecedores esquemas interpretativos, sino más bien ser estudiada en su fascinante variedad. De allí que sorprenda toparse con opiniones emitidas por destacados intérpretes, que nos dicen –por ejemplo– que “el hombre homérico, siendo objetivo, carece de interioridad… no tiene escondidas profundidades o motivos ocultos…”, pues “no tiene concepto unificado sobre alma o la personalidad”, ya que “el mundo que alimentan los poemas homéricos es… un mundo en el que los seres humanos no existen como individuos y no tienen, por tanto, ningún miedo a decidir y a equivocarse, pues, por así decirlo, los dioses se encargan de todo” (2).

Confieso que estos puntos de vista chocan con mi experiencia como lector de Homero. Sus personajes y las situaciones que experimentan, lejos de parecerme distantes o ajenos me impactan como cercanos, pues son muy humanos. De hecho, considero que podemos disfrutar de la lectura de Homero precisamente porque ingredientes esenciales de nuestros dilemas éticos, de nuestros retos individuales y colectivos, de nuestros deseos, aspiraciones, frustraciones y logros se hallan presentes, expuestos con inusitado vigor, en las páginas de la Ilíada (3). De modo que aseverar que el hombre homérico estaba aislado “del sentimiento de individualidad, y, por tanto, de libertad y responsabilidad” (4) me resulta casi absurdo. Comparto en tal sentido las palabras de Bernard Williams, quien sostiene que cuando los antiguos griegos hablan no solo lo hacen sobre sí mismos, sino también sobre nosotros: “los poemas homéricos contienen personas que toman decisiones y actúan a consecuencia de las mismas… y los propios dioses homéricos deliberan y alcanzan así conclusiones” (5). Basta con seguir el tránsito de Aquiles para captar la complejidad de su experiencia, y apreciar que la entendemos debido a que sigue dirigiéndose a nosotros.

Abordaré la figura de Aquiles en función de tres temas: 1) El poder y sus trampas. 2) El cuestionamiento de la guerra y la ética heroica, es decir, del sentido de la lucha. 3) La tentación de la paz y la ambigüedad de Aquiles ante el desafío planteado.

El Canto I de la Ilíada cubre varios asuntos luego desarrollados en la obra. El primero se refiere a los errores de juicio político y militar de Agamenón. Entre tales errores se cuenta ofender a Aquiles. Otro asunto se refiere a la disputa por la jerarquía y el honor entre Aquiles y su comandante nominal, que se resuelve una vez que la muerte de Patroclo saca a plena luz las trampas del poder y el papel del azar en los enfrentamientos humanos. Tales trampas son, de un lado, el deslizamiento del poder al terreno dominado por áte, término griego que designa el extravío y ceguera del corazón y la mente arrastrados por las pasiones, actuando en paralelo al pecado de orgullo o hubris. De otro lado, el ansia de poder desata la insensata creencia de que somos capaces de controlar los eventos, llevándonos a subestimar la influencia del azar y lo imprevisible.

La trama empieza con un acto de abuso de poder. Agamenón, jefe de la coalición “ya que reina sobre más gente”, es portador del cetro otorgado por Zeus y hermano de Menelao, el agraviado esposo de Helena. De carácter soberbio e impulsivo, ha deshonrado a un sacerdote al no devolverle su hija, a la que había raptado como botín de guerra o “premio de honor”. El dios Apolo, en castigo, desata una peste que asola al ejército aqueo. Las numerosas muertes persuaden a Agamenón para que retorne a la doncella, pero exige inmediata compensación a sus hombres. Ante esto Aquiles se rebela y le impreca con severidad, cuestionando su autoridad y a la vez los motivos de la guerra: “Yo no vine aquí a pelear por causa de los lanceros troyanos, pues para mí no son culpables de nada, jamás se llevaron mis vacas ni mis caballos, ni… devastaron mi cosecha… Antes bien… hemos venido contigo para complacerte, para tratar de recuperar para Menelao y para ti… vuestro honor ante los troyanos” (6).

Aprovecha también para quejarse, pues en su opinión: “Nunca obtengo un lote igual al tuyo cuando los aqueos asaltan cualquier populosa ciudad troyana; y son mis brazos los que sostienen la mayor parte del furioso combate”. Llegado a este punto, Aquiles amenaza con regresar a su tierra, abandonando el combate. Lejos de amedrentarse, Agamenón añade la injuria a la soberbia, anunciando que irá a la tienda de Aquiles y se llevará a otra doncella, la que Aquiles había obtenido como “premio”: “me llevaré a Briseida, de hermosas mejillas… para que tengas bien claro cuánto más poderoso soy yo que tú…”. Aquiles se debate entonces entre agredir a Agamenón y matarle o aplacar su cólera, y es la intervención de una diosa la que le persuade para contenerse y anunciar un fatídico juramento: “¡Llegará el día en que los hijos de los aqueos, todos y cada uno, echarán en falta la presencia de Aquiles! ¡Ese día no podrás socorrerlos por afligido que estés, cuando muchos caigan muertos a manos de Héctor, exterminador de guerreros! En el interior de tu ánimo te desgarrarás lleno de rabia por no haber rendido honor al mejor de los aqueos”. La respuesta de Agamenón es firme; lo que está en juego es su jerarquía y su autoridad, su poder. En su opinión, Aquiles “quiere estar por encima del resto, a todos quiere dominar, sobre todos reinar y a todos dar órdenes…”. Y Aquiles, por su parte, considera que sería prueba de pusilanimidad de su parte ceder ante la ofensa del jefe aqueo. A consecuencia de ello, advierte que no le obedecerá más (7).

Estos pasajes focalizan el tema del poder como uno de los hilos conductores de la personalidad y destino de Aquiles. No se trata de que Aquiles pretenda sustituir a Agamenón en el comando supremo de la expedición. Ese no es su objetivo. Lo que desea no es el mando de las tropas aqueas, sino que se valore su jerarquía y no resten dudas acerca de su primacía como guerrero. Con su retirada, el balance de poder entre estas dos figuras, Agamenón y Aquiles, se desequilibra a favor del segundo. Agamenón tiene el mando nominal, pero la ausencia de Aquiles y sus negativas consecuencias para los aqueos demuestran que el verdadero poder le pertenece. Su madre, Tetis, estimula su cólera “por la mujer de ceñido talle que le habían arrebatado contra su voluntad”, y le pide que mantenga encendida esa furia sin titubeos, garantizándole que contará con el respaldo del propio Zeus en el propósito de demostrar su indispensabilidad (8).

Queda a su vez de manifiesto, en los pasajes citados, que los diversos grupos de aqueos que componían la expedición estaban allí de modo voluntario, y que si bien existía un lazo solidario y la meta de no retornar a sus lugares de origen sin antes acabar con Troya (9), la misma se hallaba sujeta a posibles rupturas. La autoridad de Agamenón no es absoluta, y la actitud de Aquiles ante el agravio sufrido expone un sentido de libertad que es imposible encontrar en otros pueblos del mundo antiguo, el sentido de libertad que constituye sello distintivo de la civilización griega (10). Su cuestionamiento a la guerra en que está involucrado no es un mero acto de insubordinación; es en verdad una toma de posición ética: “¿por qué tienen que combatir los argivos (aqueos) contra los troyanos? ¿Por qué ha reunido el Atrida (Agamenón) un ejército y lo ha guiado hasta aquí? ¿No es acaso por Helena…? ¿Acaso son los Atridas (Agamenón y Menelao) los únicos de entre los mortales que aman a sus mujeres?” (11).

Aquiles usa esta invectiva para aclarar por qué su presencia en la lucha es insustituible: “Mientras yo combatía entre los aqueos, Héctor no deseaba empujar el combate lejos de sus murallas, sino que solo llegaba hasta las puertas Esceas y la encina” (12) (es decir, hasta un límite previo a la llanura que se extendía hasta el mar). Esto indica que los aqueos jamás habían sido capaces de penetrar las murallas troyanas, y que la única opción de victoria era destruir al ejército troyano en batallas a campo abierto. ¿Pero cómo lograr el triunfo si los troyanos resistían la tentación de alejarse demasiado de su ciudad amurallada? Las palabras de Aquiles insinúan por qué la guerra de Troya se estancó durante años, y exponen una paradoja: la presencia de Aquiles en combate no garantizaba la victoria, ya que la cautela troyana obstaculizaba el tipo de batalla campal que habría sido necesaria, quizá repetidas veces, para un desenlace definitivo. De manera paradójica, la retirada de Aquiles conduce la contienda en otra dirección, despertando mayor audacia en el bando troyano, sembrando la desmoralización entre los aqueos, y culminando en una crisis suprema, precisamente la crisis que buscaba Aquiles al jurar venganza. Aquiles era insustituible porque evitaba una derrota aquea, pero a la vez el temor que Aquiles generaba impedía decidir la guerra, convirtiéndose así en uno de los factores que contribuían a su estancamiento. Al abstenerse de combatir Aquiles dará fluidez estratégica a la contienda, pero su pretensión de control sobre los eventos le traicionará, ocasionando la muerte de su más cercano amigo. Aquiles tiene poder, pero su poder luce estéril.

Esta esterilidad se deriva de la naturaleza de su juramento, que depende de una ilusión de control total. Aquiles no se ocupará “del sangriento combate hasta que el hijo del desafiante Príamo, el divino Héctor, no llegue hasta las tiendas y las naves de los mirmidones (pueblo de Aquiles y soldados por él comandados) masacrando a los argivos, y reduzca a cenizas las embarcaciones con el fuego”, añadiendo: “pienso que junto a mi tienda y mi negra nave Héctor habrá de renunciar a la batalla por ansioso que esté de ella” (13). De modo que Aquiles no solo no vuelve a su tierra, como había amenazado hacerlo (14), sino que promete total pasividad hasta que se produzca una matanza de su propia gente, confiando además que los horrores del enfrentamiento no le alcanzarán. Lo que no entra en sus cálculos es que Patroclo morirá.

Se trata de una actitud difícil de entender viniendo de un personaje que es visto como un héroe, pero a la vez se muestra incapaz de reaccionar en momentos críticos de otra manera que con una ciega sed de venganza. Aquiles es un individuo atormentado por lo que siente como un inadecuado reconocimiento a su grandeza, e insiste en que: “De nada me ha aprovechado haber padecido dolores en mi ánimo a fuerza de arriesgar constantemente mi vida en la batalla” (15). ¿Justifica esta presunta carencia, sumada a la injuria de Agamenón, su retirada del combate y el deseo de que el costo sea pagado por su gente? ¿Estamos ante un caso de mera arrogancia, como sugiere Diomedes, destacado guerrero aqueo, al final del Canto IX, o acaso vislumbramos los contornos de un excesivo e irracional orgullo? (16).

Como veremos en la sección siguiente, la retirada y juramento de Aquiles, su aspiración de controlar el curso de la guerra hasta que los aqueos le rindan tributo y lo colmen de honores (17), es el preludio de un drama que culminará con el cuestionamiento del sentido de la lucha y el desenfreno de su capacidad para la violencia.

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Notas

(1) Acerca de la muerte de Aquiles, véase, C. Alexander, La guerra que mató a Aquiles (Barcelona: Alcantilado, 2015), pp. 117, 175-176.

(2) Véase, J.M. Redfield, Nature and Culture in the Iliad (Chicago: Chicago University Press, 1975), p. 20; E.R. Dodds, Los griegos y lo irracional (Madrid, Alianza Editorial, 1985), p. 28; B. Soubirón, Hijos de Homero (Madrid: Alianza Editorial, 2008), pp. 275-276.

(3) Para una crítica de opiniones según las cuales los griegos homéricos tenían ideas primitivas sobre la acción humana, véase: Bernard Williams, Shame and Necessity (Berkeley: University of California Press, 1994), pp. 4-5, 8, 10, 16-20; K. Dover, The Greeks (London: BBC, 1980), p. 5-7.

(4) Soubirón, pp. 90-91.

(5) Williams, pp. 20-21, 31.

(6) Homero, Ilíada (Madrid: Alianza Editorial, 2016), pp. 77, 84.

(7) Ibid., pp. 79, 85.

(8) Ibid., pp. 88-89.

(9) Ibid., p. 108.

(10) Dover, pp. 10, 12.

(11) Ilíada, pp. 282-283.

(12) Ibid., p. 283.

(13) Ibid., p. 294.

(14) Ibid., p. 79.

(15) Ibid., p. 282.

(16) Ibid., p. 296.

(17) Ibid., p. 92.


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