Asdrúbal Baptista / Roberto Mata©

Por RAMÓN PIÑANGO

No es fácil escribir un texto sobre una persona cercana y querida que ha fallecido hace pocos días. Se agolpan percepciones, emociones, recuerdos, experiencias compartidas, difíciles de ordenar y expresar para ser comunicadas, con claridad, a otras personas. En estas líneas hablaré de Asdrúbal Baptista como persona, no de su obra como economista, ni de sus muy merecidos reconocimientos por sus valiosos aportes a la comprensión de la economía rentista, especialmente en el caso de Venezuela.

Conocí a Asdrúbal Baptista en 1980. En aquel tiempo, Henry Gómez —integrante del  grupo de profesores con el cual el IESA comenzó sus labores— era presidente del Instituto. Con Henry formábamos equipo Moisés Naím, como director académico, y yo, como director de investigaciones. Un día Moisés me llamó para conversar con Asdrúbal Baptista, profesor de economía de la Universidad de los Andes, interesado en trabajar en el IESA. Nos reunimos con él y nos causó excelente impresión, impresión por demás respaldada por sus estudios de posgrado y experiencia docente.

En poco tiempo nos convenció plenamente su desempeño académico. En cuanto a su conducta habitual, a unos cuantos nos llamó la atención cierta formalidad en el hablar y el vestir. Decíamos que era un andino, en Mérida sus familiares y amigos lo llamaban Pita. Pita era un andino con rasgos ingleses (estudió en la Universidad de Kent). Siempre con paltó y corbata, cosa acostumbrada por muchos profesionales en los años ochenta, pero no tan frecuente en los últimos años. Paltó y corbata vistió Asdrúbal hasta sus últimos días en el IESA.

Su hablar llamaba la atención por su uso refinado del castellano. En forma alguna, esa manera de hablar caía mal, era un rasgo de su personalidad. «Asdrúbal habla así». Si hubiera hablado de otra manera no hubiese sido Asdrúbal. El hablar era uno de sus rasgos distintivos. Armonizaba con su gentileza de caballero. Dejándome llevar de la mano de Asdrúbal, diría «el estilo es el hombre», Buffon dixit.

Tres proyectos

En varios proyectos trabajé con Asdrúbal. En 1980, cuando Moisés y yo planteamos el proyecto que dio origen a El caso Venezuela: una ilusión de armonía, pensamos en un esquema de 22 capítulos, cada uno de los cuales abordaría un tema de particular interés para el país; por ejemplo, industrialización, empresas privadas, empresa del Estado, sistema político, educación… El tema de economía fue tratado en dos capítulos, uno por Gustavo Escobar y otro por Asdrúbal, quien tituló su trabajo así: “Más allá del optimismo y del pesimismo: las transformaciones fundamentales del país”. El texto de Asdrúbal es, en verdad, un trabajo sobre economía política. Destaco algunos párrafos que reflejan su pensamiento:

El alba de la Venezuela que llena estas páginas despunta hacia 1920… Para ese momento, Venezuela es un país sumido en la más absoluta miseria… En suma, la Venezuela de 1920 no sólo es paupérrima, sino lo que es mucho más significativo a los fines de la historia vivida: es una sociedad inmóvil, detenida, estancada, carente de la vitalidad necesaria para encarar la gran tarea de hacer el progreso material y económico… Sobre el estrado que los hechos descritos sostienen aparece el petróleo. El petróleo son las seis décadas, ya largas, de la Venezuela contemporánea. En la estructura económica del país, cuyos principales rasgos se mantuvieron prácticamente sin modificaciones por años interminables, se hace presente un elemento que habrá de romper rápidamente el equilibrio estático de la pobreza nacional…

En su expresión técnicamente más rigurosa el petróleo no surge de la estructura económica de la Venezuela misérrima: él es externo… en el sentido… en que se expresó Adam Smith… “el trabajo anual de cada nación es el fondo que la surte originalmente de todas las cosas necesarias y útiles para la vida que se consumen anualmente para la vida en ella, y que consisten siempre o en el producto inmediato de aquel trabajo, o en lo que con aquel producto se adquiere de las demás naciones…” Venezuela va a encarar un acontecimiento decisivo… la pérdida progresiva de la capacidad del ingreso petrolero para sostener el desenvolvimiento económico nacional.

Unos años después tuve la oportunidad de participar en dos proyectos promovidos y coordinados por Asdrúbal. Uno, iniciado en setiembre de 1995, como un encuentro semanal, todos los miércoles, en la Fundación Empresas Polar. El propósito de esas reuniones fue fraseado por Asdrúbal de esta manera:

No nos congregó otro propósito distinto que conversar, hablar, comunicarnos, hacernos de un espacio donde pudiéramos oír y ser oídos, sin ventajas ni suficiencias. Sabíamos los unos de los otros, bien por alguna merecida nombradía o por relaciones anteriores: José Luis Vethencourt, José Manuel Briceño Guerrero, Isaac Chocrón, Rafael Cadenas, Maritza Montero, Luis Enrique Pérez Oramas, Ramón Piñango y Asdrúbal Baptista.

Producto de esas conversaciones fue el libro, en tres tomos: Venezuela siglo XX: visiones y testimonios. La obra contiene 58 capítulos sobre una amplia variedad de temas tratados por igual número de autores. Asdrúbal, como coordinador del proyecto, mostró una particular habilidad para estimular el intercambio de los diferentes puntos de vista de quienes integrábamos el grupo. Cierra la introducción de la obra con las siguientes palabras:

Viendo la obra en su conjunto, creo percibir en ella una cierta tesitura, tesitura, por demás, no sólo huidiza, sino también inestable, frágil, volandera. Me refiero a lo que asemejo a un angosto pasadizo que separa y diferencia lo que es la simple evocación de la atinada reconstrucción, el tono subido del recuerdo de la justa ponderación, la mirada complaciente y plegadiza de la actitud desprendida que admite, sin reparos ni hipocresías, la complejidad y natural ambivalencia de los actos que los hombres cumplimos.

El otro proyecto promovido y coordinado por Asdrúbal se inició en abril de 2003. Con Asdrúbal trabajamos José Balza, Simón Alberto Consalvi, Elías Pino Iturrieta, Juan Carlos Rey, Manuel Rodríguez Campos y yo. El proyecto, patrocinado por la Fundación Empresas Polar, dio origen a Suma del pensar venezolano. Cada capítulo de los cuatro tomos de este libro se dedica a un aspecto de la sociedad venezolana tratado por un especialista, cuya tarea consistió en seleccionar unos tres textos (ensayos o documentos formales) que, según su criterio, fueran fundamentales para el tratamiento de ese aspecto. Además, al especialista se le solicitó que escribiera un preámbulo que explicara la importancia de los textos seleccionados.

En la primera reunión del grupo con el cual se inició el proyecto, con la intención de imprimirle «cierta formalidad», Asdrúbal leyó un texto que había preparado para la ocasión. Resalto las siguientes palabras:

Se hace necesario acometer la tarea de revivir el pensamiento en Venezuela, y muy especialmente, el pensamiento sobre Venezuela. Esto es así no sólo por la significación intelectual de la tarea, que es grande y que sirve por sí sola de plena justificación, sino por lo que es más imperativo: la urgencia que impone el futuro, la urgencia de la acción, que a menos que tenga eficaces guías puede errar el blanco y perderse en el vacío…

La circunstancia de que sobre el presente más actual graviten presagios de signos muy diversos, y de que al destino de Venezuela y sus gentes muchos crean prefigurarlo solo cargado de tonos y directrices que juzgan como indeseables, hace que la obra que se entrega pueda cumplir la noble tarea de ayudar a pensar el futuro, que es acaso la única forma de encontrarnos a nosotros mismos.

En la obra publicada, al final de la introducción, hay un detalle, por demás significativo. Asdrúbal presenta como referencias bibliográficas obras de Collingwood, Hegel, Heidegger y Nietzsche.

Sabiduría para el liderazgo 

Asdrúbal decidió ofrecer una materia optativa en la Maestría en Administración del IESA. Si mal no recuerdo, pensó que el título podría ser “El pensamiento de Occidente”. Me comunicó la idea, le dije que me parecía excelente y le sugerí otro título para que fuera más atractiva en una escuela de gerencia: “Sabiduría para el liderazgo”. Lo vi pensativo, pero aceptó la sugerencia. La nueva materia fue muy bien recibida. Asdrúbal presentaba así el objetivo de “Sabiduría para el liderazgo”:

Con la idea, así, de despertar inquietudes entre los cursantes para las tareas creativas que envuelve la gerencia, el curso ofrecido se traza la meta de recorrer la aventura del hombre en la búsqueda de experiencias-guía, que sirvan como emblemas para dar cuenta de posibilidades que el hombre se ha abierto históricamente, y que faciliten el planteamiento de la cuestión elemental de cuánto se puede aprender de lo hecho para los fines de poder dar un paso hacia adelante.

Ernesto Blanco, profesor del Instituto que asistió a esas clases de Asdrúbal, las describe así:

Asdrúbal llevaba a las clases libros en varios idiomas: alemán, inglés y griego. El curso trataba de dar una idea de cómo evolucionó la civilización occidental. En esto era muy claro, no hablaría de la civilización oriental porque no dominaba el tema. Así, empezaba hablando de las civilizaciones de Mesopotamia, Babilonia, pasando por la formación de Europa y, por supuesto, Grecia. Todo esto estaba combinado con ideas enraizadas en la política, la sociología, la antropología y la religión. Al disertar sobre las tres grandes religiones occidentales ya estaba metido en el mundo de la filosofía, centro de su curso, entrelazada con la historia de la humanidad desde el punto de vista del pensamiento. Asdrúbal habló primero de los griegos, Sócrates, Platón y Aristóteles, como centro de la filosofía griega y otros más a quienes llamaba “de autoayuda” como Epicuro. Luego hizo un vuelo rasante por los filósofos católicos e ingleses (básicamente Aquino y Locke) para concentrarse en los alemanes, a los que dedicó la mayor parte de las sesiones de filosofía.

Para el curso nos hizo leer el libro Reflexiones sobre la historia universal de Jacob Burckhardt. Aunque ese libro no era la base de las charlas, quería que lo leyeran para de él, y de sus clases magistrales, los estudiantes elaboraran un ensayo mediante el cual se obtendría la calificación aprobatoria del curso. Los principales temas que trata el libro de Burckhardt son cultura y Estado, cultura y religión, Estado y religión, Estado y cultura, religión y Estado, y religión y cultura.

Felipe Prat, un estudiante que tomó la materia, recuerda lo siguiente:

El profesor Baptista iniciaba su materia con una crítica directa a su título. Decía que ese era un nombre comercial colocado por el IESA para hacerla interesante, pero que, en realidad, se trataba de la historia de Occidente y su devenir filosófico, político y económico, que a la luz de los avances de la humanidad era lo que contaba…

En la materia no había un material de referencia propiamente dicho. Podemos decir que el profesor Baptista era una presentación “autocontenida”. El punto de partida se basaba en lo económico. En una sola y única imagen de una lámina, el profesor de forma maestra resumía el comportamiento económico de Occidente, con reseña en elementos históricos relevantes y sus manifestaciones políticas y filosóficas. ¡Toda la clase en una sola lámina! ¿Para qué más? De esa sesión la conclusión era que el crecimiento económico es un hecho particularmente occidental y de los tiempos modernos. Han sido los valores políticos, filosóficos, legales y hasta religiosos que nos vienen de Grecia y Roma los que han permitido que la sociedad Occidental crezca sostenidamente y que hechos como el decrecimiento o retroceso evidenciados en ejemplos como Venezuela son anomalías que no pueden durar. Ha habido otras experiencias en otras sociedades, pero ninguna logró generar sostenidamente riqueza y crecimiento económico, social y personal como lo conseguido por la civilización Occidental, y Venezuela está en Occidente.

Con este abrebocas, las siguientes sesiones iban desmenuzando el tejido filosófico, político, religioso, etc. Siempre con fundamento en los valores derivados del mundo clásico. En algunas ocasiones se presentaba con algunos textos, muchos de ellos de los autores afamados en los temas que iba a desarrollar. Nos dejaba palparlos y ojearlos. Seguramente él los había leído completamente. Para mí era como un fetiche la proximidad con esos objetos y escuchar las ideas clave y sus relaciones relevantes de la voz pausada y prudente del profesor.

Era un profesor muy sobrio, inspiraba respeto y admiración desde el primer momento. Impecablemente vestido, con puntualidad británica, se paraba cerca de la entrada, a unos tres metros y observaba y saludaba a cada estudiante que iba llegando. Luego, no se podía llegar tarde, había que estar antes que él. En los tiempos en que me tocó ser estudiante las sesiones eran de cuatro horas, con un intermedio. Siempre ese tiempo se hacía corto cuando el profesor tomaba vuelo en sus explicaciones. En general quedábamos con ganas de saber más de lo que estaba tratando… esta era la opinión de todos al salir.

Su estrategia estaba muy basada en la oratoria. Iba construyendo los argumentos, llevando de la mano a la audiencia, con habilidad para no perder el foco, a pesar de las interrupciones y dudas que siempre surgen en estos temas, por demás algunos polémicos. En una ocasión, el profesor afirmó que “Aristóteles era su contemporáneo”. Gran desconcierto. Con increíble maestría, como si de una obra teatral se tratara, el profesor iba dando los argumentos del filósofo griego de hace más de dos mil años, como si se los estuviese diciendo al oído. Luego los amarraba a los hechos y condiciones de la actualidad, en una escena tan contundente que parecía que el griego y el andino hablaban delante de nosotros…

Ese era Asdrúbal, el profesor cuyas inquietudes intelectuales iban mucho más allá de la economía. Soy testigo de su gran interés por dos filósofos: Hegel y Heidegger. Los citaba con frecuencia. A mi parecer, su perspectiva de la economía política refleja un gran interés en el desarrollo de las ideas a lo largo de la historia y su reflejo en los acontecimientos humanos.

Quince metros

Arturo Pérez-Reverte, en una entrevista publicada por el diario La Nación (Buenos Aires, 17 de mayo de 2006), al hablar de la vida y la muerte, hizo una aseveración con la cual suelo concluir las clases de Ética para la acción:

Hay seres humanos que se quedan esperando el fin con resignación, o que buscan congraciarse con el verdugo. Y hay otros, los menos, que intentan echar a correr. Intentan ser libres y vivir durante quince metros. Es muy poco, porque el tiro al final llega igual. Pero durante esos quince metros que corre, el ser humano es libre. Esos quince metros se llaman amor, amistad, dignidad, decencia, caridad, honradez, coraje, compasión, solidaridad. En esos quince metros, aparentemente muy cortos, el ser humano puede hacer muchas cosas importantes. Toda la diferencia entre los hombres para mí reside en cómo corre o no corre esos quince metros. Eso es el libre albedrío posible dentro de las reglas generales de un cosmos que no tiene sentimientos.

El disparo alcanzó a Asdrúbal, como a muchos les ocurre: sin presentirlo al escuchar el zumbido de la bala que se aproxima. Recorrió esos quince metros vitales con el mejor talante de persona proba, de claros valores, como católico fiel a su religión, siempre tratando de que su conducta fuese consistente con su manera de pensar. Cumplió cabalmente con su misión de reflexionar y sembrar reflexión. En quienes lo conocimos todavía retumba en nuestras emociones la noticia del fallecimiento de Asdrúbal. Recordarlo como persona es, para muchos, el mejor homenaje que podemos rendirle.


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