JOSÉ RATTO-CIARLO, REUNIÓN DE LA ASOCIACIÓN VENEZOLANA DE PERIODISTAS, ARCHIVO FAMILIAR

Por NELSON RIVERA

El 20 de febrero de 1973, los periodistas Carlos Rangel y Sofía Ímber reciben a José Ratto-Ciarlo en el estudio de Venezolana de Televisión, desde el que hacían su programa de entrevistas diarias, Buenos días (que había comenzado a transmitirse en 1969). A Ratto-Ciarlo le acompaña Juan Liscano, quien había publicado días antes un artículo en defensa de Ratto-Ciarlo. Decía Liscano que, más allá de sus particularidades, se trataba de un caso de proyección universal, revelador de la hipocresía con que operan los sistemas de censura.

Ratto-Ciarlo —que se había presentado voluntariamente al tribunal— fue finalmente detenido y pasó alrededor de cuatro semanas en el Retén de El Junquito (pero ese dato es solo una aproximación, porque no logré determinar el asunto con la exactitud que sería conveniente). Él mismo lo cuenta durante la entrevista: la de 1973 era la tercera prisión que sufría en Venezuela.

Había sido detenido tras la caída del gobierno del general Medina Angarita, en 1945, porque era parte del equipo del diario fundado por Arturo Uslar Pietri, En Marcha. Junto a Ramón Díaz Sánchez y Alirio Ugarte Pelayo, fueron apresados y encerrados en la Cárcel Modelo. Lo acusaron de ser amigo de Ugarte Pelayo. Después de cuatro o cinco meses de encierro (tampoco logré precisar este dato), las autoridades lo desterraron a Valera, estado Trujillo, ciudad donde vivían sus padres, que habían venido de Perú. En aquellos meses, desde la ciudad andina, comenzó a colaborar con El Nacional, que publicaba sus colaboraciones con los seudónimos de Tito Rojas Lacero y de Peregrino Pérez.

Volvió a ser detenido cinco años después, a consecuencia del episodio, humorístico y grave a un mismo tiempo, conocido como “Los tres cochinitos”. El 19 de abril de 1950, El Nacional publicó una reseña del acto de inicio de la construcción del Estadio Olímpico de la Ciudad Universitaria. En la nota se decía que al acto habían asistido “los tres cochinitos de la Junta”. El autor de la nota, Napoleón Arráiz, firmaba con el seudónimo de El Hermanito (Napoleón Arráiz era hermano de Antonio Arráiz, entonces director de El Nacional). La reacción del gobierno fue inmediata: detuvieron, de forma indiscriminada, a varios miembros de El Nacional (lo que también incluyó a Juan Liscano, director del Papel Literario en aquel tiempo) y cerraron el periódico.

Promotor de la pornografía

Desde que Ramón J. Velázquez lo invitara en 1968, a crearlo y dirigirlo, el Suplemento Cultural del diario Últimas Noticias estaba bajo la sólida conducción de Ratto-Ciarlo, que no tardó en dotar a la publicación de un perfil propio, que lo diferenciaba de los intereses del Papel Literario —el suplemento de El Nacional que, al igual que el periódico, había sido fundado en 1943—. Ratto-Ciarlo se inclinaba por la historia, las ideologías, el universo de las ciencias sociales de América Latina.

Así estaban las cosas cuando en 1972 comenzaron a publicarse las entregas numeradas de las Memorias de Argenis Rodríguez (1935-2000), exguerrillero, narrador, memorialista y articulista. Ratto-Ciarlo narra en el programa a Sofía Ímber y a Carlos Rangel cómo un día tachó con su bolígrafo dos de las secciones del fragmento del diario que iba a publicarse, pertenecientes a la sección titulada “El niño no sabe lo que hace”. Estas tachaduras indicaban al diseñador que esos dos párrafos no podían incluirse en la página. Sin embargo, la precaución falló: el diseñador se equivocó, quitó otros dos fragmentos e incluyó los que habían señalado como no publicables. El suplemento salió a la calle —el 6 de febrero de 1972—. En la narración se describía el encuentro sexual de un niño con la empleada doméstica de su casa. Eran los años del primer gobierno de Rafael Caldera (1969-1974).

Ocurrió lo previsible: un escándalo. De acuerdo con lo que cuenta la investigadora de la Universidad de Los Andes Carmen Díaz Acuña (autora del ensayo académico Bondades y perversiones de la censura literaria en Venezuela), la denuncia la encabezó una entidad llamada el Consejo Nacional Pro-Defensa de la Familia, quien publicó un remitido “respaldado por sectores como: Familia en Marcha; Federación de Asociaciones de Padres, Representantes y Educadores Católicos (Faprec); Asociación Venezolana de Educación Católica (AVEC); Misión Adventista del Séptimo Día; Asociación Femenina de Educación Social; Movimiento de Cursillos de Cristiandad; Movimiento Familiar Cristiano; Movimiento por un Mundo Mejor y Revista de Orientación Familiar”.

No conozco el proceso legal que condujo a la detención de Ratto-Ciarlo (hay un libro colectivo, La pornografía: el caso Ratto-Ciarlo, de 1974, del que Juan Manuel Mayorga es uno de los coautores que, según entiendo, revisa el caso en profundidad). En Buenos días Ratto-Ciarlo explicó que, aunque no había sido su error, decidió asumir la responsabilidad de lo ocurrido. Machacaba en esto: los periodistas no tienen ni deben tener un fuero particular que los haga distintos a cualquier ciudadano ante la ley. Pero, al mismo tiempo, sostenía: el sistema de justicia no podía actuar a partir de prejuicios y debía atenerse a los hechos.

En aquel momento, la reacción de apoyo a favor de Ratto-Ciarlo fue casi unánime. Se publicaron decenas de artículos en su defensa; los partidos políticos emitieron comunicados en los que rechazaban la acción en contra del periodista; personalidades de la vida pública venezolana —Carlos Rangel y Sofía Ímber entre ellos— lo visitaron en El Junquito; Juan Liscano asumió la defensa del acusado, en la que oponía la extraordinaria trayectoria profesional de Ratto-Ciarlo como demostración más que suficiente de que la pretensión de los acusadores era absurda. Un sacerdote le regaló un libro, Camino, de José María Escrivá Balaguer, el fundador de la orden del Opus Dei, donde el periodista preso, en sus horas de lectura, recordaba haber encontrado esta frase: “Cuando un  seglar se erige en maestro de la moral, se equivoca frecuentemente: los seglares solo pueden ser discípulos”.

En el ensayo de Carmen Díaz Acuña se sugiere como hipótesis que, semejante a lo ocurrido con el relato de Salvador Garmendia “El inquieto anacober”, publicado 4 años más tarde en Papel Literario de El Nacional, y que también generó un juicio, el hecho de que uno y otro hubiesen sido publicados en diarios de amplia circulación había sido un factor determinante en la reacción de los denunciantes, por el impacto que las respectivas narraciones causaron o podrían haber causado en “el cuerpo social”.

También, añade Díaz Acuña: “Pero el detonante clave, al menos para el recientemente creado Consejo Pro-defensa de la familia, encargado de dirigir la acusación, fue la respuesta irónica del editor, unos días más tarde, en el mismo diario. Aquí, Ratto-Ciarlo asumía totalmente la responsabilidad del escrito y, al mismo tiempo, ofrecía una justificación del mismo apoyado en su creencia de que la “perfecta blancura espiritual de la obra de arte” era suficiente para borrar toda “pecaminosidad a las palabras soeces”. Por otro lado (provocación imperdonable), hacía alusiones ofensivas al “falso puritanismo” y a la “hipocresía” de las personas e instituciones denunciantes”.


*Bondades y perversiones de la censura literaria en Venezuela. Carmen Díaz Orozco. Universidad de Los Andes, Venezuela.  


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