Por EZIONGEBER CHINO ÁLVAREZ

Estoy pensando sin orden ni concierto

en todo lo que ocurre dentro de las paredes

nosotros, seres hechos de baño, de espejos, de camas, de cocina

invadidos por jarrones y portarretratos que se ocupan de una sola cosa,

de amores encerrados, de música represada y de todo lo mustio

hemos sabido que los niños dormían en su cuarto

cuando Sylvia Plath llevó pan, mantequilla y leche

y después de hacer esa tarea

encendió el horno por última vez

José Pulido

Escribir es un oficio demandante. Extenuante a más no poder. Obsesivo o compulsivo, no sé. Hasta la coma más apartada cuenta y a medida que te adentras en el texto, pareciera que vas entendiendo menos. Eso puede ser un gran problema. Una vez, José Pulido, amigo y hermano, me preguntó que cómo es la cosa mía con la letra. Le respondí con una frase de las tantas. Ojalá le hubiera dicho algo bonito como:

—Mira, Pulido, te cuento: yo sentí un fuerte llamado vocacional y puse cara de santo dolido como en los cuadros de El Greco. Me pasó igual a Saulo, camino de Damasco. Tú sabes, una luz extremadamente refulgente me encegueció de repente y del tiro me caí del caballo.

Pero, qué va. Así no fue. De paso, la Biblia en toda su extensión no señala que existiera algún caballo del cual se cayera el pana. Tampoco garrapatear dos o tres cositas te convierte en escritor o algo parecido. La verdad —le respondí a José— no tuve, no tengo y creo que nunca tendré puta idea de lo que me impulsa a escribir. Lo mío es una urgencia como de tripas hambrientas. Simplemente, tengo que hacerlo. Sin musas que muestren caminos, lo que sí hay es estrategia: no verme tanto el ombligo. A partir de aquí, se va entendiendo que a lo más, llegaré a ser una especie de esclavo mesopotámico de la literatura. Chico, alguien como yo no busca salidas mágico-pendejas. No entiende cómo funcionan. Por tanto, a leer. Porque escribir sin leer es como aquella recordada rima de pestíferos baños escolares que comenzaba con «Amar sin ser amado…». Y porái te vas. Tampoco  puedo escribir decentemente y con orden de 9:00 am a 4:00 pm, brunch mediante. Ni tomarme un jugo de mango al borde de la piscina, justo a las 11 de la mañana. Hablo de la atención desprendida que me obsequiase mi gentil e imaginaria esposa, ahí, embutida en su vestido de flores violetas, que tan bien le queda:

—Venéame el carato, mija.

Tengo añales que no sé de zumos tan particulares. Tampoco de esposas. Lo que sí te digo es que comienzo a ponerle ganas tipo tres de la mañana. Ahí sí, mi compa. Soy como el campesino que pespunta en la noche sus preliminares labores de ordeño escritural. Y tal. Que recoge agua clara, como quien dice. Es que procuro hacer mis cosas en un horario que no colide con el del gallo de al lado y su parafernalia matutina. Fíjate tú que el poeta Efrén Barazarte sostiene que  el gallo es el único ser sobre la Tierra que primero se aplaude, luego piérdese en su lirismo. El puto jefe. Yo la tengo un poquito más difícil. Supongamos que quiera abordar cualquier asunto y termine hablando de otro muy diferente, al menos en apariencia. Por ejemplo, escribir unas notas sobre la gran cárcel que acaban de inaugurar en El Salvador. O acerca de la incipiente desgracia que se cierne sobre Argentina. Y dónde me dejas al Perú, hermano querido. Y a Petro. Y a Boric. Y a Ortega:

—¿Por dónde empiezo, Pulido? Dame luces. Esta situación me pone triste.

—Yo creo que Bukele está obligado a defender a su pueblo. Si hicieran eso en Venezuela, tendrían que apresar a millones. A mí también me entristece, hermano. A mí también. He estado pensando que la tristeza no tiene dueño propiamente dicho, pero cada quién le agrega su experiencia. Échale bolas y más nada.

—Gracias, José. Mira, el maní es así. ¿Qué tal si damos una vuelta por ahí? Emprendamos un breve periplo. Adueñémonos de la maquinita del Túnel del Tiempo y dele que son pasteles.  ¿Recuerdas esa serie televisiva? Con Doug y el otro bróder. Es de la época en que pasaban en la tele a Batman y tal…

—Claro. Emprimera, pues. Con tal de que regresemos temprano… ya sabes, Petra se preocupa. Por cierto, mi único amigo es Batman, con él me escondo y hablo. Quisiera tener un padre como tú, le dije. Y Batman, con las manos en la cintura, me respondió: lo que no se puede, no se puede.

—Bueno, bueno, Pulido. No es para tanto. Nos fuímonos. Cuéntame lo de los tragos con Paco Camino, el torero. O de la entrevista aquella que le hiciste a Daniel Santos. Qué vida, manito.

—A mí me ha gustado mucho vivir. No me quejo. Es lo mejor. Una vez entrevisté a una actriz completamente desnuda. He ayudado a unas cuantas personas cuando morían y atendí en el parto a una mujer en el campo. Lo raro es que tenía dieciocho años y de repente tengo muchos y estoy tratando de explicarme la velocidad invisible.

—La velocidad invisible… eso nos servirá. Eso, y los rayos catódicos, un prodigio de la ciencia ficción de aquellos años. Y como el pensamiento es más rápido que la luz, hénos aquí en la estancia de la esposa de Potifar que tiene una actitud seductora como de tigra. O tigresa. Y allá está el otro José, el profeta. Pulido, dime qué piensas…

—La señora no es como la imaginaba. Se parece a Iris Chacón. Espera, que estoy escribiendo mentalmente este asunto: «Día y noche y madrugada, cama, almohadas y penumbra se anegaron de caricias y descubrieron un pozo desde el fondo de las cosas».

—O sea, que no fue como dice la Biblia, que a José lo denunciaron y luego apresaron…

—Eso sería más tarde. Yo no pelaría ese bonche, querido amigo. Si su boquita fuera de mayonesa, yo me la pasaría besa que besa.

—Claro, tienes razón. Sigamos. Visitemos al rey David, mas no al de la guerra con Saúl, sino al buzo, al que mira salivante a las muchachas mientras toman una ducha. Allá está Betzabeth… Siempre me gustó esa mujer.

—Ah, está muy bien, Ezióngeber. ¿Y cómo harías con Urías?

—Todavía no sé. Supongo que repetiré la historia. Lo mandaré a la guerra para que le den matarile. A ella, haciéndome el desentendido y para consolarla, le diría en medio de los actos fúnebres del interfecto: «Ahora no me atrevo a revelar la enormidad de amor que he estado descubriendo».

—Haces bien, Chino. Dios que se encargue. Ya sabes, Dios es como un niño infinito, que todo lo desarma.

—Ajá. Pulido, pondré proa en otra dirección: 24 de enero de 1475. Agárrate duro.

—Esa fecha me suena y este paisaje también.

—Claro, hoy se celebra en Florencia el torneo de Giuliano. Precisamente, aquel que está en su caballo es Giuliano de Médicis y frente a él, su escudero llevando un bonito estandarte…

—¡Y allá viene Simonetta! ¡La he reconocido por las pinturas de Piero de Cósimo y de Botticelli!

Chino ¿te has dado cuenta de que han pasado mil años desde que cayó el último emperador del imperio romano de occidente? Mil años han tenido que transcurrir para ver llegar a Simonetta a la ciudad de Florenzia. Es más hermosa en persona.  ¡Ay, Simonetta! Con razón alguien escribió sobre el Altísimo: Dios ejerce pasiones en el cuerpo de uno porque Él siempre ha querido conocer a través de estas carnes cómo es querer, cómo es morir, cómo es lanzar plegarias al abismo. ¡Ay, Simonetta!

—Yo sabía que te gustaría estar hoy en la plaza de la Santa Cruz de Florencia, admirando a la grande bellezza de todos los tiempos… Pulido, no te hagas, que eso lo escribiste tú. ¿Te he contado que de niño hacía cuartetos con ese nombre, Simonetta?

—Conociéndote, seguro lo rimabas con pantaleta. Y con bragueta. Así eres tú, querido hermano. Y mira, Simonetta también rima con cuneta, y yo no me quiero quedar encunetado en la Edad Media. Debo volver con Petra, la dueña de mis querencias y de otras tantas demencias, pero te dejo este verso que escribí en otro sentido, aunque eso a ti nunca te ha importado. Ten fe:

«Un anzuelo cae en lo profundo con la carnada de la esperanza»

—Gracias, José.

—Gracias a ti, querido amigo.

Sobre Eziongeber Álvarez Arias

Por MILAGROS MATA GIL

I.

Lo que a mí me impresiona de los relatos y las crónicas de Eziongeber Álvarez Arias, el Chino, es su manejo del lenguaje común de la gente que anda por ahí, pero mezclado con un contenido lleno de seriedades y reflexiones profundas. Cuenta las cosas que suceden en nuestro entorno. Nos pone ante los ojos la realidad circundante que tantas veces percibimos y no ahondamos. Él es un poco, para meterlo en su contexto, como el Conejo de Alicia que va iluminando fragmentos de vida que son, en suma, la vida. El asunto es que lo hace con tesitura de humor, lo que al lector tiende a facilitarle la cosa cuando lo acepta, a veces sin profundizar en un contenido que, por sabido, le parece insignificante. Que por leído así, entre risas, le parece una humorada, algo superficial que, no obstante, se le queda pegado a la conciencia como una mancha de aceite. Al Chino lo llaman humorista. Y lo es. Pero todo humorista, desde Groucho Marx hasta Cantinflas, desde Aristófanes a James Joyce, y todos los que en el mundo han sido y serán: Job Pim, Cabrujas, Padrón, usan la burla, la paradoja, la ironía, el chiste, el chisme, como un Caballo de Troya para penetrar (nos) la mente con la realidad tan dura y escabrosa y reventarla.

II.

Eziongeber Álvarez Arias nació en Caracas en 1964 y luego creció en el Oriente de Venezuela, que, como él dice, tiene otro color. Es abogado desde 1987 y ejerce en el ámbito penal. Entre unas y otras andanzas, aprendió el difícil arte de escuchar e interpretar. Uno de sus grandes méritos es ése: es un hombre que escucha. Otros grandes méritos le vienen de los genes, y de las abundantes lecturas que lo nutren. Tal vez no las exquisitas, ni siempre las que deberían, pero de que son nutritivas, lo son. Y el otro mérito se refiere a la valentía personal con que enfrenta y critica la situación política y social de su entorno y del país. Critica sin cortapisas, sin limitaciones. Suelta la palabra así rompa el cielo. Y eso, sin dudas, le habrá valido conflictos, pero no importa… Como decía Alí Primera, tan injustamente salpicado del excremento ideológico de la tiranía, échala/ tu palabra contra quien sea/ pero dila ya.

III.

Así que allí están las crónicas y los relatos y las décimas poéticas. A algunos les es difícil aceptar las tan fuertes expresiones, tan alejadas de lo académicamente correcto, con las que construye su obra. Y es bueno recordar que esas son las que han dado fuerza y esplendor a la lengua (a las lenguas) a lo largo de los siglos. Yo lo siento a él cercano a Quevedo. La misma irreverencia. La misma sequedad. Por la lengua, digo. Lo siento cercano a la tradición de la Picaresca española. A Cervantes. Al Siglo de Oro. O a Shakespeare, pero el del Sueño de una Noche de Verano. Él se quiere acercar a Lewis Carroll, y está bien. Y dentro de este país, lo veo en el linaje de José Rafael Pocaterra, como ya lo he dicho. Un modernista irónico, característica que comparte con Golcar Rojas. Pero con un lenguaje más económico en términos de la dimensión, del uso de los adjetivos y de cierta eficacia, claro que indiscutiblemente potenciada por las redes sociales donde ha habitado en los últimos años.

IV.

En fin, que estamos ante la presencia de un escritor que vamos descubriendo poco a poco. Y en la medida en que lo descubrimos, entendemos que hay más capas en su escritura de lo que pensamos.


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