Linda Loaiza | Efrén Hernández

Por DANIELA KRAVETZ

El 26 de septiembre de 2018, la Corte Interamericana de Derechos Humanos dictó una sentencia emblemática en el caso López Soto vs Venezuela. Es la primera sentencia que aborda un caso de violencia contra la mujer en Venezuela. En marzo de 2001, Linda Loaiza López Soto fue secuestrada por un particular fuera de su domicilio en la ciudad de Caracas, Venezuela. Por casi cuatro meses fue sometida a violencia física, psicológica y sexual por su agresor en cautiverio. Como consecuencia de los abusos sexuales y los maltratos físicos reiterados y extremos a los que fue sometida, Linda sufrió múltiples traumatismos y lesiones, cuyas secuelas perduran hasta la fecha. La sentencia de la Corte representa un avance importante en materia de justicia de género. Reconoce la responsabilidad internacional del Estado de Venezuela por no haber prevenido los hechos mientras ocurrían y por no haberlos investigado con la debida diligencia tras la liberación de Linda. Califica además por primera vez de esclavitud sexual y de tortura la violencia cometida contra una mujer por un particular.

Pero detrás de este precedente jurídico importante, hay una historia personal. Es una historia de sufrimiento e injusticia. Es también una historia de coraje, determinación, perseverancia y activismo. Este libro relata esa historia y lleva al lector por el camino doloroso que recorrieron Linda y su familia desde su captura hasta la emisión de la sentencia de la Corte, más de 17 años después.

Linda tuvo que recurrir ante la Corte Interamericana porque no pudo obtener justicia en su propio país. En su sentencia, la Corte describió las dificultades que enfrentó su hermana en poner una denuncia ante la policía luego de la desaparición de Linda. Se produjeron graves omisiones e irregularidades reiteradas durante la investigación de los hechos, en particular en relación con la investigación de la violencia sexual. Durante los procesos ante los tribunales venezolanos, Linda y sus familiares sufrieron amenazas y hostigamiento. Las autoridades judiciales nunca judicializaron al agresor por el intento de homicidio, la violencia sexual y la tortura que cometió. Fue condenado solamente por privación ilegítima de libertad y lesiones graves. La Corte expresó su preocupación sobre las consecuencias graves de la discriminación de género en el acceso a la justicia de las mujeres, indicando que estereotipos de género y normas jurídicas discriminatorias contribuyeron a la revictimización de Linda por el sistema judicial venezolano.

El caso de Linda ejemplifica las distintas formas de violencia contra la mujer que continúan siendo una realidad latente y alarmante en la región latinoamericana, tanto en espacios públicos como privados. Según las Naciones Unidas, cada dos horas una mujer es asesinada en Latinoamérica por el mero hecho de ser mujer. Las mujeres y las niñas siguen siendo las víctimas preferenciales de violencia sexual, y sufren distintas formas de acoso y agresión sexual específicas debido a su género. Dicha violencia impide que las mujeres puedan disfrutar de sus derechos y libertades en un pie de igualdad con los hombres. Como lo demuestra el caso de Linda, las construcciones de género también integran la institucionalidad que debe dar respuesta a este tipo de violencia en los procesos de justicia, influenciando las presunciones y el actuar de los operadores de justicia. Si bien ha habido avances formales importantes, como la adopción de la Convención de Belem do Pará y la implementación de reformas legislativas en distintos países, los obstáculos estructurales siguen impidiendo que, en muchos casos, las autoridades den una respuesta efectiva y oportuna frente a esta violencia. La falta de respuesta y la respuesta inadecuada de las autoridades frente a delitos de violencia de género mantienen y alimentan los altos índices de violencia en la región. Reproducen las causas subyacentes a esta violencia e inhiben la denuncia de la misma.

Yo intervine en este caso como experta legal en febrero de 2018, luego de haber sido convocada por la Corte Interamericana para brindar un informe pericial sobre los estándares internacionales en materia de prevención e investigación de violencia de género. En la época, conocía los hechos del caso principalmente a partir de mi lectura de los escritos de las partes. El día de mi comparecencia ante la Corte, tuve que esperar en una sala separada y no pude seguir los testimonios de Linda y de su hermana. Pero una vez en la audiencia, tuve la impresión de que sus testimonios habían impactado a los jueces. Durante mi testimonio, varios jueces me preguntaron sobre las medidas de reparación que serían apropiadas para un caso de tal gravedad. ¿Pero cómo reparar tanto daño y sufrimiento?

En derecho, hablamos de la importancia de que la justicia sea restaurativa y de que las reparaciones sean no sólo restitutivas, pero transformadoras. Deben corregir las causas subyacentes a las violaciones sufridas y contribuir a la no repetición de los hechos. En su sentencia, la Corte ordenó una reparación integral a Linda y a sus familiares. Entre otras cosas, exigió que se les otorgue apoyo psicosocial y becas de estudio, que se sancione por tortura y violencia sexual al autor de los hechos y que se sancione a los operadores de justicia que impidieron la investigación efectiva de los mismos. Ordenó además que el Estado adopte protocolos apropiados para la investigación y la atención integral de mujeres víctimas de violencia. Pero hasta la fecha, el Estado de Venezuela no ha cumplido con estas medidas de reparación.

En diciembre de 2018, me encontré con Linda en un evento internacional en Ginebra, al cual ambas habíamos sido invitadas. El evento se centró en la protección internacional de las mujeres contra la violencia de género. La Corte Interamericana acababa de publicar la sentencia en el caso de Linda, y me tocó exponer sobre los aspectos legales de la sentencia. A continuación, Linda tomó la palabra y relató su historia. El público escuchó su testimonio en silencio, muchos siguiendo la interpretación en inglés. Su testimonio fue claro y poderoso. Varias personas quedaron visiblemente conmovidas (yo entre ellas). Más tarde en el hotel, y ya más relajadas, Linda me contó que estaba trabajando en un proyecto para escribir un libro. Me dijo que quería contar su historia para inspirar a otras mujeres y motivar a otras víctimas a denunciar hechos de violencia. Sentada allí escuchándola, me impresionó cómo ella había logrado transformar su dolor. A pesar de lo vivido, ella decidió forjar su propio camino y optó por tener un impacto positivo en la vida de otras mujeres.

Los avances recientes que se han logrado en materia de violencia de género —sobre todo el hacer pública la violencia que antes estaba en el ámbito privado— se deben a las fuerzas de mujeres como Linda. Ella ha decidido tomarse el espacio público para reivindicar sus derechos y exigir igualdad y un fin a la violencia. Espero que este libro contribuya a generar una mayor conciencia sobre los cambios profundos que son necesarios para poner fin a la violencia contra las mujeres. Espero que contribuya a la no repetición de hechos similares. Y para Linda, espero que esta publicación refuerce el camino transformador que empezó en su lucha por la justicia, el cual sin duda inspirará y ayudará a muchas otras mujeres y a quienes trabajan para erradicar la violencia contra ellas.


*Doble crimen. Luisa Kislinger y Linda Loaiza. Prólogo: Daniela Kravetz. Editorial Dahbar. Caracas, 2021.


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