FRANCESCA FERRANDO. HUMAN FUTURES

Por FRANCESCA FERRANDO

¿Quiénes somos nosotros, los humanos del siglo XXI?

Esta pregunta está en el centro del posthumanismo, que redefine la noción de la humanidad de manera relacional, teniendo en consideración la pluralidad, la ecología y la tecnología como partes integrales del ser humano. Esto abre oportunidades radicales en las posibles evoluciones de individuos y sociedades, los futuros de la especie humana, la dignidad de las entidades no humanas y la salud del planeta Tierra. Las cuestiones en juego son muy importantes. Y, aun así, a menudo, la teoría y la práctica no van de la mano: los teóricos escriben sobre el posthumanismo, pero el posthumanismo no necesariamente afecta las formas en las que vivimos y nos comportamos. El posthumanismo existencial marca un cambio profundo al centrarse, específicamente, en cómo existir como posthumanistas: aquí y ahora.

¿Cuándo surgió el posthumanismo existencial?

El posthumanismo existencial surgió de la profunda crisis existencial y de los despertares generados por la histórica emergencia de la pandemia del COVID-19 a finales de la segunda década del siglo XXI. En última instancia, las millones de muertes humanas reportadas alrededor de miles de países revelaron algo evidente: no hay tiempo que perder. El momento es ahora. La profunda incertidumbre causada por el virus y enraizada en la realización de que frente a la muerte no queda nada por perder también ha permitido grandes transformaciones. A partir de estas reflexiones, el posthumanismo existencial se ha vuelto «viral» al comprometerse plenamente con el impacto de la pandemia y, por lo tanto, aprendiendo de la experiencia de que, para ayudar, las palabras no son suficientes: debemos actuar. El posthumanismo existencial manifiesta la profunda necesidad de desarrollar el giro filosófico posthumanista no solo en la teoría, sino en formas prácticas y aplicadas de existir. La buena noticia es que no tenemos que esperar por futuros hipertecnológicos apocalípticos para ser posthumanos; de hecho, podemos convertirnos en posthumanos ahora mismo: por ejemplo, en las maneras en las que nosotros –la especie humana como totalidad– vivimos; en los modos en los que nosotros, como individuos, nos comportamos; en las formas en las que, como organismos, interactuamos, etcétera. Esta consideración existencial involucra al posthumanismo en todos los niveles: desde lo personal hasta lo social, lo biológico, lo planetario, lo ontológico y más allá. Este mensaje es urgentemente necesario para los seres humanos del siglo XXI, quienes se están reenfocando y reimaginando en la era del Antropoceno, de las pandemias globales y del surgimiento de la inteligencia artificial. También es de vital importancia para todos los agentes no humanos del planeta Tierra.

¿Qué es el posthumanismo existencial?

El posthumanismo existencial es un camino de autoindagación y autodescubrimiento: al atrevernos a embarcarnos completamente en este viaje, nosotros los humanos podemos comprender la extensión de las resonancias, impactos, afectos y efectos de nuestro estar en el mundo. El posthumanismo existencial se refiere a una conciencia existencial plena. En este sentido, no se trata simplemente de una tendencia académica, sino de una realización mucho más profunda. Esta travesía de autoconocimiento comienza por entender la inter-existencia del yo: como individuos, sociedades, especies, planeta, cosmos, y así sucesivamente. El posthumanismo existencial, como filosofía de vida, aborda a los humanos (en todas sus diversidades), los animales no humanos, las entidades tecnológicas y los sistemas ecológicos de manera relacional, investigando la condición humana como una co-emergencia cósmica. El posthumanismo existencial implica un compromiso existencial pleno, trayendo la coexistencia multiespecies y la dignidad existencial que abarca a todos los seres. Este enfoque deconstruye cualquier discriminación basada en clasificaciones indexadas en humanos y en categorizaciones especistas; de manera más general, contrarresta cualquier tipo de construcciones en las que la diferencia es degradada a un término peyorativo a partir de la «norma», asimismo, convertida en lo negativo en el marco de las economías de valores del más/menos y, en consecuencia, considerada como una negación sociopolítica. En última instancia, y de manera asertiva, el posthumanismo existencial reconoce la diversificación como la chispa de la existencia, en el núcleo de la dinámica de las evoluciones biológicas y tecnológicas. Por extensión, la existencia no se aborda de manera competitiva ni jerárquica, sino en términos abiertos de afinidades y co-emergencias. Por ejemplo, el posthumanismo existencial abarca una ecología radical y una tecnología de largo alcance: no es necesario prosperar a expensas de otros. En un enfoque post-darwiniano de la evolución, el posthumanismo existencial no reconoce la supervivencia del más apto como una ley natural, sino que destaca la relevancia fundacional de las colaboraciones simbióticas entre especies diferentes. El giro cyborg, así como la urgente crisis climática del Antropoceno, muestran que la supervivencia duradera se sostiene en el equilibrio planetario.

¿Cómo promulgar el posthumanismo existencial?

El posthumanismo existencial es un acercamiento existencial que nos permite plantearnos no solo macropreguntas ontológicas, sino también micropreguntas prácticas relacionadas con nuestras rutinas diarias. Ambas dimensiones son relevantes en la constitución de nuestras expresiones y manifestaciones existenciales. Es, actualmente, un campo en plena expansión, dedicado a las actualizaciones de modos de existir basados en la praxis posthumanista, postantropocéntrica y postdualista. ¿Qué pasa con los alimentos que comemos? ¿Qué pasa con los pensamientos que tenemos? ¿Qué pasa con las intenciones sociales que informan a nuestras tecnologías y nuestras intra-acciones individuales a través de las tecnologías? ¿Qué pasa con nuestra administración material de la Tierra y la(s) tierra(s) de las que somos fruto? Es hora de hacer una pausa y ser realistas. No hay respuestas absolutas; cada situación debe ser abordada con pluralidad y originalidad, en sintonía con las premisas poiéticas del ser. Todo lo que es forma la constitución sensible de la realidad, informando a los big data del espacio-tiempo. Esta noción extensiva se refiere al recuerdo colectivo consciente –e inconsciente– de formas de ser encarnadas y actualizadas, que pueden recuperarse y reactualizarse sustancialmente en manifestaciones materiales, a través de representaciones y repeticiones. Al realizar nuestra vida, cada uno de nosotros (seres humanos y no humanos) puede reiterar las características de formas ya establecidas; dependiendo de nuestra conciencia existencial, también podemos crear arquetipos originales, la relevancia de cuyo surgimiento podría darse cuenta comunitariamente. En última instancia, el modelado y el despliegue de nuestras existencias (y todas las ramificaciones afines) se revelan como nuestra obra de arte final, resonando coralmente a nivel dimensional. En virtud de la variedad compartida de nuestra agencia, ya no estamos confinados a los cánones establecidos por narrativas pasadas, dominadas por presunciones antropocéntricas y centradas en el ser humano, u otras suposiciones parciales –incluyendo, pero no limitadas por ello, valoraciones monetarias desencantadas del mundo, basadas en negaciones orientadas a las ganancias de cualquier valor intrínseco, y sostenidas por el viejo mito del crecimiento ilimitado (que, per se, no puede considerarse un objetivo final: el cáncer también crece, pero su crecimiento, por ejemplo, no es necesariamente sostenible para el organismo humano). Más extensamente, tales ideologías están desactualizadas porque no reconocen la condición (post)humana en el siglo XXI, ni al ser humano como parte integral del planeta; son específicas de épocas pasadas y no satisfacen la necesidad última de autorrealización. En general, tales ideologías dominantes simplemente restablecen el privilegio de algunos humanos sobre otros seres; aunque todavía puedan ser aceptados acríticamente en algunas sociedades humanas, ya no tenemos que repetirlos, ni seguirlos. Por ejemplo, el humanismo antropocéntrico encajaba en el paradigma ideológico de la revolución industrial; era, simbólicamente hablando, su “máquina de vapor”, sustentando y guiando acciones políticas, innovaciones tecnológicas y devastaciones ecológicas. Esta mentalidad ya no funciona en el siglo XXI. La nuestra no es solo la era del Antropoceno, sino una época antropogénica en la que las características desafiantes de vivir en el Antropoceno se experimentan a diario y globalmente en sus resultados mortales, como lo demostró la pandemia del COVID-19 (debido a la alteración humana de los hábitats naturales y la invasión de la naturaleza, los virus alojados anteriormente por animales no humanos ahora están afectando la supervivencia humana). Ni siquiera necesitamos una revolución: la evolución de la Tierra habla por sí sola. Los polos que se derriten son evidentes: el cambio climático no es una noción, sino algo en lo que nos hemos convertido. Todo está cambiando, y nosotros –que somos parte de este planeta– podemos cambiar ahora mismo, manifestando diferentes formas de existir, representando nuestro propio juego cósmico para comprender quiénes somos. El posthumanismo existencial aborda la pregunta existencial “¿quién soy yo?” en relación con: “¿quiénes somos, como especie?”; “¿qué somos, como organismos?”; “¿cuándo y dónde estamos, como planeta?”, entre otros términos. El posthumanismo existencial se revela como una herramienta preciosa para comprendernos a nosotros mismos; puede expandirse a través de prácticas espirituales, pero no son interdependientes.

¿Cuál es la diferencia entre espiritualidad y posthumanismo existencial?

Mientras la espiritualidad trasciende la experiencia ordinaria, para eventualmente abrirse a lo místico, el posthumanismo existencial es una praxis que puede trabajar dentro de las categorías constituidas de arquetipos sociales y políticos, para deconstruirlos y transformarlos, acercándose a nuestras trayectorias como especie no solo para describir, sino para cambiarlos y actualizarlos. En tal empeño, el posthumanismo existencial puede depender sustancialmente del poder del intelecto, mientras que quien busca el camino espiritual puede transmitir el conocimiento magistral de otros senderos relevantes. El posthumanismo existencial es un punto de referencia para aquellos posthumanistas comprometidos que han invertido en el capital intelectual de la sociedad como fuente confiable de profundas transformaciones sociales e individuales; para aquellos activistas posthumanos que son conscientes de que no hay un principio original para reconstituirse; por tanto, no hay pecado original que purificar. Somos comienzos constantes y finales constantes. El posthumanismo existencial enfatiza que las palabras por sí mismas son solo semillas y no necesariamente florecen; la promulgación requiere otro nivel de compromiso existencial. Esto revela la agencia a nivel planetario, el poder de las especies a nivel del (in)consciente colectivo y la capacidad multifocal de las realizaciones individuales para informar a la comunidad en general. “Posthumano”, en este sentido existencial, significa ser lo suficientemente valiente como para saber que la condición humana no es ni nuestro destino ni nuestra naturaleza, sino una manifestación espacio-temporal de posibilidades ilimitadas (encarnadas y en evolución). Nunca somos simplemente humanos cuando somos, existencialmente: conscientes.

*Francesca Ferrando se desempeña en la New York University.

Nota: este texto fue publicado originalmente en inglés en More Posthuman Glossary (Bloomsbury 2023). Rosi Braidotti (Anthology Editor), Emily Jones (Anthology Editor), Goda Klumbyte (Anthology Editor).


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