Siempre me acompaña una profunda tristeza y me acompaña desde que recuerdo. Espero que esta afirmación no tenga una lectura plana. En mi caso no está mal esta tristeza; de hecho es mi forma de ser y no quiero salir de ella.

Mi trabajo personal es lograr que esa tristeza no me paralice. Aunque a veces he estado cerca de ello, la mayor parte de las veces esa tristeza está detrás de las clases que imparto o de mis trabajos académicos y de investigación en las universidades y en Cedice Libertad, que escribo con la esperanza de aportar un granito de arena para entender los tiempos que me tocó vivir.

De hecho, siempre he pensado en esa tristeza como lo que Sofía Ímber llamaba “perra angustia”, a su constante ansiedad, y que según ella: “comenzó a estar tan presente en mí, comenzó a ser tan invasiva, tan mía, tan indisoluble de mi Yo que se transformó en mi combustible, en mi obsesión para el trabajo, en mi ímpetu, en mi malcriadez también, en mi indomabilidad” (1).

Los tiempos que corren en Venezuela son muy duros. Es muy difícil transformar esa tristeza en algo productivo, pero siempre se encuentran las maneras, con o sin intención. Por ejemplo, tengo un grupo de amigos con los que hice mi doctorado en la Universidad Central de Venezuela. En ese grupo está mi querida Flavia Pesci Feltri, ganadora del Concurso Nacional de Literatura, organizado por la Asociación de Profesores de la Universidad de los Andes (Apula) en 2012.

Flavia nos invitaba siempre a las tertulias organizadas por el Jamming Poético en el Ateneo de Caracas. Se trataba de tertulias que reunían a los mejores poetas de Venezuela para leer poemas inéditos o ya publicados. En el año 2015 tuve oportunidad de ir a una de ellas con una de mis mejores amigas, también del doctorado, Nasly Ustáriz.

Confieso que acudí más por solidaridad que por verdadero disfrute de la poesía. Siempre pensé que no tenía sensibilidad para su lectura y era algo que tendría en deuda sin saber si podría saldarla o no.

Pero me sorprendió. Muchos de los poemas leídos ese domingo en la tarde me gustaron mucho. Y justo los que más me gustaron tenían cierta tristeza.

Flavia tiene ya varias publicaciones. La leía poco y de forma desorganizada. Este fue uno de los poemas que me atrapó en esas primeras lecturas:

funeral

están sangrando las costuras

hay ecos atrapados en los rincones de los labios

no quieren escuchar la fuerza de la inercia ni le temen a la vaguada

de la ira silenciosa

(…)

…no me dejes

en este abismo mío

arropa mi cuerpo que tiembla

a través de la noche de la ciudad traidora

que truene tu voz por mis venas

               cállame” (2).

En el 2014 y en el 2017 estuve en la presentación de sus poemarios Lugar de tránsito en Kalathos y Cuerpo en la orilla en El Buscón, respectivamente. Creo que era inevitable que me gustaran porque ambos libros fueron escritos pasando por momentos similares en nuestras vidas. Me identifiqué mucho con ambos y lo curioso es que ya no todos evocaban tristeza.

Sin darme cuenta, en poco tiempo estaba asistiendo a lecturas de poemas en las librerías de Caracas. Disfruté hermosas tardes de sábado y domingo en Kalathos, El Buscón y la extinta Lugar Común de Altamira.

Otra poeta que me atrajo en estos últimos años fue Jacqueline Goldberg. La conocí también por Flavia.

Flavia se encontraba en el año 2016 en Francia, pero siempre nos mantenía al tanto de los proyectos poéticos que constantemente se desarrollaban (y desarrollan) en Caracas. Uno de ellos fue la presentación del extraordinario libro de poesía Nosotros, los salvados, que es la versificación de testimonios de sobrevivientes del Holocausto que vivían en Venezuela. Imposible olvidar esa tarde de sábado, acompañada de mi fiel amiga Nasly. Uno de los testimonios pertenecía a nuestro admirado profesor Ezra Heymann, quien impartió excepcionalmente una materia en el Doctorado en Derecho sobre Inmanuel Kant.

Desde que la conocí, sigo a Jacqueline Goldberg por las redes sociales. Es muy activa en ellas. A través de ella sufro, lloro y al mismo tiempo disfruto del tiempo que nos tocó vivir a los venezolanos.

Su libro El cuarto de los temblores (2018) también me recuerda a mí. Tiene todos los géneros, si cabe esta apreciación: poesía, ensayo, narrativa. Pero lo que más me acerca a ella es que a través de la palabra se aproxima al sismo constante en sus manos –rara enfermedad diagnosticada desde temprano–. No los rehúye, crea en torno a sus temblores.

Finalmente, otra de las responsables de mi acercamiento a la poesía es Lena Yau. No recuerdo cómo supe de ella, pero la empecé a seguir por redes y me identificaba plenamente con ella, incluso con esa faceta de mujer canalla.

Lo que falta

La experiencia de caminar sobre los pasos propios.

Pisar huellas añejas.

Cazar la sombra cuando no hay sombra.

Volver sobre uno mismo.

Recogerse.

Mirar en silencio la vida que fue.

Sentirse escena.

Saberse instante y fuga.

Regresar para completar” (3).

No llegué hasta Lena Yau por la poesía sino por una reseña que hizo de un libro en El Nacional. Pero me pareció tan original y única la reseña que empecé a seguirla por redes. Fue una grata sorpresa conseguir todo el mundo poético que ofrecía. A través de sus redes expresa su día a día en Madrid, añorando Caracas o el mar de La Guaira, de una forma tan original que es imposible no ir más allá y leer sus libros.

Viaja al menos tres veces al año a Venezuela y tiene una intensa agenda, agenda que también refleja esta vida cultural que se empeña en ofrecer Caracas –y un poco más allá–. No solo recorre las librerías de Caracas sino que también acude a las ferias de libro que se organizan en Caracas, Margarita y Carabobo.

Esta es una pequeña aproximación de todo lo que nos ofrece esta poetisa que nunca olvida su país:

“¿A qué sabría Venezuela ahorita si fuera una comida?

A una piedra de mar.

A algo que lija y esculpe, algo poroso, comunicante, algo que contiene y que ha sido modificado por los cuatro elementos: tierra, mar, aire y fuego.

La Venezuela de estos momentos sabría a un plato hecho de una piedra marina perforada.

Me refiero al plato objeto.

Plato vacío en el que se lee la comida que alguna vez sostuvo y la comida que volverá a sostener.

Plato lleno de huequitos para vernos y para ver al otro.

Plato que resiste embates y que transforma la huella de los golpes en oráculo.

Plato horadado en el que se abre espacio a la palabra, a la identidad re-descubierta, a la re-mirada.

Sabor áspero que aterra y acoge, sabor de ida y de venida, sabor de tránsito difícil hacia un futuro lugar para todos” (4).

No he sido exhaustiva; no era mi intención. Sí me interesa que se vea por qué Caracas –y este país– tiene a Rafael Cadenas, Premio Reina Sofía 2018, o a Yolanda Pantin, Premio Casa de América de Poesía Americana 2017. A través de una visión muy personal he mencionado solo tres poetas contemporáneas y sus actividades en librerías, redes sociales o editoriales. Espero que esto pueda ser el inicio o datos útiles para otras personas.

Pienso que tenemos espacios para la cultura que estamos obligados a preservar porque son los que nos mantienen ciudadanos en un ambiente hecho para convertirnos en esclavos.

Estas líneas no son de alguien que forma parte de la movida cultural (que la hay y todavía en pleno auge, diría yo) y mucho menos de la movida poética, si cabe el término. Estas líneas son de una persona que sí ama la lectura, especialmente la literatura, pero que por cosas de la vida cayó en este maravilloso mundo de la poesía. No estoy en este mundo constantemente. A veces voy un sábado a la sala de lectura de La Poeteca en Las Mercedes o a una charla o conversatorio en una librería.

Verán, así lo veo yo: no tienes que meterte en las lecturas de los clásicos. O recitar los poemas más conocidos. Eso vendrá naturalmente y sin darse cuenta. Lo importante es sentir esa conexión, que en mi caso, primero fue con el poeta y luego con su creación. La poesía sí es para todos y más en momentos tan aciagos.

En tiempos tan oscuros leo poesía; nunca pensé que me gustaría y menos en momentos así, pero resulta que Flavia me dice que justamente en momentos así es cuando tiene más sentido refugiarse en la poesía; Lena se alivia al saber que las palabras son mi luz y Jacqueline me advierte que escribir y leer poesía es ventana, puerta, camino, horas claras.

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Citas

(1) Arroyo Gil, Diego. La señora Ímber. Genio y figura. Caracas: Planeta, 2016, p. 87.

(2) Pesci-Feltri, Flavia. En: 102 poetas. Jamming. Caracas: Oscar Todtmann editores, 2014, p. 135.

(3) Yau, Lena. Lo que contó la mujer canalla. Caracas: Kalathos, 2016, p. 20.

(4) Yau, Lena. Entrevista concedida a ¿Qué libros leer?https://queleerlibros.com/lena-yau-venezuela-sabe-a-una-piedra-de-mar/, consultada el 15/1/2019).


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