María Alejandra Colmenares León / María José Espinoza©

Primer premio: El nocturno, de María Alejandra Colmenares León

Mis pies se curvan

acariciando la amura de babor:

he decidido el abandono

 

esta torre de arena

se arroja contra las aguas oscuras

ha traído consigo tantas voces antiguas

pesa un peso de mundo

agrede las formas de espacio

dobla un espejo de obsidiana

las bestias me halan

se in|corporan

violando mis recodos

susurran cantos de ahogo

lengua muerta de habitantes nocturnos

medusas pulmones de agua palpitan

alejan tenues las palabras de mi niñez

y me entrego al mar

peso un peso de mundo

me hunde como un imán

hacia la cámara hermética

siempre proa

nunca nombre

 

sé llegar a mi origen

abro las puertas que no podré volver a cerrar

cuerpo halado por el agua

por los cuerpos que ahí han muerto conmigo

sonido agudo que presiona mis oídos hasta el vacío

en que mi garganta se abre con el sabor oxidado

y no puedo ver

 

soy pájaro surcando la niebla

abrazo el hostil vientre

arde el delirio

cómo arden

los ojos de vidrio

en la lejanía

sus óculos fruncidos

se rinden cansados ante el mito

mito de ser

escasas luces de la cúpula regente

este mar obsidiano las ha cautivado

las aguardo todas en mi sustancia

las aguardo en el fondo del mundo

las aguardo en mi peso

un peso de mundo rendido

en la frágil llama de agua

en el doliente pliegue de tiempo

me doy a los dioses

sólo así -solo-.


Segundo premio: Tinta corrida, de Andrés Ignacio Torres

josé no entiende de poesía.

 

dice que

los

p

o

e

m

a

s

son tinta corrida

en una hoja,

un papiro

o una roca.

 

dice que no son más

que viento en un desierto,

o arena levantada

sigilosa

lijadora,

que no hay sentimientos

en garabatos vacíos

y analogías sin sentido:

es como si yo dijera, dice él,

que la lluvia cae y difumina

algunas ideas y conceptos

que ni siquiera tú mismo puedes comprender

 

y yo le replico:

sí, josé,

ese misticismo,

farol, luz, misterio, cobija,

esa desaparición,

esa

i n c e r t i d u m b r e:

esa es la poesía.


Tercer premio: Bajé los cuchillos, de Daylin Rojas Otero

Caminando entre las circunstancias que nos envuelven

he moldeado una abstracción como un velo que oculta la inocencia

pero estalla en la frontera que marca el tiempo vencido.

Decorando con risas y nubes dulces

la negrura que con ruido anega la mente… La batalla que se despliega entre las voces.

Ahí el cubito de hielo que quema un poco más abajo del pecho: se expande.

Me escondo.

Solo para pedir conocerte de nuevo.

Es una nueva coyuntura que no busco pero aparece.

Alguien me alertó pero no escuché.

Y la mirada se queda fija en unos recuerdos que hacen que esta sea una de esas noches.


Mención honorífica: Los parásitos también tienen un restaurant, de Yéiber Román

«¿no viven los poetas en sus libros?

¿no son las bibliotecas sus moradas

(o sus tumbas)?»

Guillermo Sucre

Nombre, apellido y foto colgaban del cuello

acompañados por la palabra «Biblioteca».

Mis manos alzaron torres de cajas descoloridas

donde encerré miles de versos ajenos;

historias de ídolos y desconocidos

—varias de ellas signadas

por galardones literarios—;

páginas de disertaciones sobre literatura.

De todo eso quedan nada más que migajas.

 

Nada de aquello era un almacén de biblioteca

ni mi labor era ordenar un cúmulo de obras.

Yo clasificaba comida para los parásitos;

era su sitio para darse un festín.

 

Las horas invertidas por autores noveles

son grandes cultivos para hongos.

El insomnio por encontrar la palabra adecuada

reducido a un montón de hojas carcomidas

en un sótano poco iluminado.

Tinta usada para plasmar un sueño,

gritos de auxilio en celdas con formas de mapas,

antidepresivos clichés en el mundo de los literatos

ahora son digeridos por insectos milimétricos.

 

Contribuí en toda esta injusticia.

Convertí mis manos de universitario

en las de un verdugo

para poder ganar unos cuantos billetes.

Hoy, en la sala de mi casa,

evocando lo ocurrido a inocentes escritores,

escribo este poema, aunque no sirva de nada.

 

Existen restaurantes para perros,

templos para ratas, cafeterías para gatos;

también restaurantes para los parásitos.

En su menú hay gourmet y chatarra

en platos de narrativa, ensayo, poesía,

preparados por moscas recién nacidas

y otras con firmas consolidadas.

 

Quizá eso es la literatura:

narradores, ensayistas, poetas

(sobre todo poetas)

proclamados hace tiempo como ángeles o dioses

condenados a morir en una cárcel de cartón;

convertidos en tierra fértil para el moho;

desmenuzados por parásitos

en un restaurante exclusivo

ubicado debajo de la biblioteca;

algo tan atroz como enterarse

de un nuevo espacio clausurado

donde no hace mucho se hallaban en estantes

las jóvenes promesas literarias,

esperando, así sea por error, un par de ojos lectores;

un nuevo espacio clausurado

donde un librero hacía una humilde recomendación

mientras pensaba en la llegada de su desempleo.

Eso es la literatura, supongo.


Mención honorífica: La traición, al nacer, de Yosmel Araujo V. W.

cansado de ser la mala

recurro a la desidia

parida por vos

casi nada me calca

desgana lo tanto

de esta mentira

la fibra de lo que somos

nos valdrá sombras

cuando degustes

la bilis

que nos hemos

vuelto

la pureza de manos de hombrecito

intrínseca vida de espasmos

mía, casi

si me vieses

con los ojos del homólogo

me darías caza

como si fuese

tanteo próximo

al resquicio

anclo el ruido

de tu néctar

vaginal

madre de una púa

ensangrentada virgen

llevada al desatino

lo interrumpido

de concebir un hijo

nuestro y de todos

madre expiada

de ser solo nombre

carne perenne

.


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