OPHIR ALVIÁREZ, POR CARLOS CALDERÓN

Por OPHIR ALVIÁREZ

Agua, jabón y cabalgata

Tengo las rodillas sucias, frente a la zanja e/ engrudo en las manos revuelca, la idea de ser predecible concibe vocablos. Hace rato que dejamos el umbral, hace rato que pregunto por mi puerta, ¿dónde está, habrá algo que dilate el nivel de exposición? Soy transparente, si ves a través observarás que tengo las rodillas sucias; lo demás es blanco, negro, rojo. El adjetivo si no aviva mata. Ayer fui de shop-ping, ayer remolqué una carretilla en la que quise montarme, surqué las hileras en busca de flores, la flor ganada como la edelweiss, quién pudiera. Quién cerrara los ojos y abriera las piernas, así, como nada, como nada las piernas, como nada la silla, la carretilla en la que quise montarme, montar es un carro en el que dos se aferran al mismo manubrio, montar es la brisa sin que importe el churco, es ser señuelo y arpón de cuando en cuando, transmutar en tenaza, nutcracker y abrazar sabiendo que no es artificio alguna piel. Montar es la vecina que ante la ensalada me ofrece un pepino y me manda a engullirlo, sola. Montar es a lo Pavese el gozo y es también el lujo, morir otro poco es montar, descubrir que lo fácil no vale y valer o volar a veces guardan similitud en cuanto significan: no vales si no vuelas, no vuelas si no vales, si no abres las piernas y montas, si no coges al toro que siempre tendrá cachos y lo azuzas, cual burro, cual vaina de frijol que desvistes para hacer una piscina en la que luego te zambullirás y empapada de granos, la repartición se hará desde la cima, desde las aspas del ventilador en el que giro y soy torrente, cola de caballo, vicio que se degusta desde lo hondo, desde un útero fértil, una vagina que complace, me complace, me desprende y olorosa a tabaco cabalgo una oración, otra, una historia, un sueño, aquel augurio, el guayabo y dos o tres polvos que apenas ensuciaron mis rodillas y mis sábanas.

Geotropismo negativo

Los tonos de las voces me desarman, el siempre de un desconocido, el secreto de otro, la mirada de un gato que persigue mis huellas, la calle oscura, los objetos punzantes, los amores antiguos, las letras de un mismo bolero. Un autógrafo, la sonrisa evidente, la evidencia del que se decide, la sensibilidad del músico, el enigma en las líneas de las manos, el abismo del que se sabe adulado; la necesidad de un cable que me conecte a tierra porque es peligroso deambular, reconocer debilidades me vulnera y presa fácil —débil y devil— me vuelvo migajas, paredes de adobe prontas al aire, a la boca del lechón que sopla, tumba, pasa y se sienta cuando sentir es un verbo tan peligroso como deambular si ya no tienes veinte años y la lengua sigue paladeando cicatrices y memorias porque la saliva sana y esta noche moja mi frente cual agua bendita que nos germina, pero aquí el árbol tiene las raíces expuestas y es indudable que mi geotropismo insiste en ser muy negativo.

Efervescencia

Abro la puerta, el viento pasa y me agasaja. Convertida en el aullido de la perra que me consume, sólo sé de la sangre que brota por orificios convenidos y no añade valor alguno a la esclava. Quiero ser amable y soy furia, rozo los límites de lo perverso, hay malicia, molicie, pegoste en mis cutículas. Abro la puerta, el viento es una ola con mil lenguas: papilas ansiosas del sabor de mis rincones.

Blanco móvil acepto el acierto del guijarro, el abismo de otras bocas, la huella que se mira sin el paso. Vestigio de los miedos de ancestro, de las ganas de hoy, oigo burbujas en la entrepierna, pirañas que escupen la carne y la maldicen. Abstinencia del que la padece porque las comparaciones son injustas y he conocido a un hombre que me poseyó no en sueños, una a una reviento las pompas y el viaje no tiene venida porque no hay retorno cuando me parezco a él y gime el reto en la curvatura de la esfera.

Víspera de eclipse

En las noches los gatos se vuelven mapaches y los sueños tienen patas de palo. Yo bailo en ellos cuando la luna se pone redondota y Leda juega a tirarme piedras. Muy cerca, las vocecitas repiten lo que no creo ser entonces la caricia entra en la jaula y me roza. Escucho los acordes, escucho uno y otro y uno más como cuando tenía diez años y el picó era el instrumento del desvelo. No es lo que pasa, repite alguien, es el impacto de esa memoria que anida en mí. Y los deseos, el ego, las neurosis, el plato que escoges es destino. Abrir la boca y los ojos, arrastrar la experiencia en omóplatos, disponer de mi mejor amiga, hilvanar lo hecho, lo deshecho. No usar dedal, están las huellas raídas, tragar en seco, tragar de una, tragar y no correr, proteínas para la piel, bisel de labios, vistazo desde el hombre, lechazo y aquí viene la apuesta.

Quién da más, quién da más, pesimismo y trauma son sinónimos, decir te quiero, vivirlo, otra convulsión.

La luna sí está llena

Dibujo sombras, esta noche la luna lo permite. Los gatos —revueltos— murmuran las ganas, ellos pasean mientras yo deambulo, el escozor rastrilla mis piernas y el cerebro insiste en que estoy somatizando. La tarde se escurrió en una caja; 4.5 pies cúbicos deben contenerse en años como si pudiera encerrarme en el cartón cual bailarina que se arquea en su cuadrito de música. Intento danzar, doy una vuelta, dos, se resbala el sudor y roza el pecho. Sé que el lugar es común, pero me duele el pecho, me duele como cuando tenía ocho años, los huesos empezaban a estirarse, las carnes se redondeaban y las palabras que no se decían iban a dar a una cesta. Los secretos de ayer no eran secretos, los de hoy tampoco lo son. La metamorfosis que empezó aún no ha concluido, el dolor es eso, ahora lo sé. Rehago sombras, esta noche la luna lo permite, me paro de cabeza, doy una vuelta, dos, tres, crezco; la bailarina sube al escenario, tal vez Leda, el patico feo, quizás Giselle, el final es irrelevante, no hay intermedio, la función concluye, aunque la vida apenas se inicia. Cierro la caja y un par de botellas.

Soliloquio exangüe

Pienso en un rebozo como esos que usan las mujeres de la sierra oaxaqueña para cargar a sus hijos, aunque debería diseñarme una armadura, una pechera dorada y fuerte, tal vez un escudo, pero yo no necesito protegerme de la daga, el sable está adentro, la puya sale entre las piernas por eso tejo mi rebozo, ya no debo resguardarme, debo sólo arrullar a mis entrañas.

Eppur si muove

Despierto, alguien me mira, siento el recorrido, la cama es escasa, las sábanas sangre, el lugar tienta mientras Sabina se pasea por lo que me empeño en tronchar, aunque de a poco, siga conjurándome. Ayer me atreví a ir a la cumbre, ayer caminé hasta lo alto y me dejé caer, de espaldas, con las mechas sueltas. Hay una foto del instante, hay una foto de la libertad, entonces reparo y vuelvo a ser la esclava, aquella que quizás ya no engulla el corazón en pinchos, puedo llevarlo en la cartera, en la bolsa de cosméticos entre máscaras y matices de acuerdo con la ocasión, al lado del perfume, del brillo de los labios que también cambian. Difícil los cambios, complejo desvestirse y plantarse en el azogue, de frente; con los años vividos, las experiencias a rastras, las carnes ganadas, las arrugas que se vuelven seductoras según el cristal. Necesito lentes, necesito la claridad de las letras chiquitas, la caligrafía del día: debo aprovechar el momento, debo aprovechar el momento, debo aprovechar el momento, ya lo aproveché, ahora qué. Ahora todo lo que sube baja, ahora todo lo que empieza se termina porque esto también pasará ya lo dijo Galileo, y sin embargo me muevo.

Cuando escupir se vuelve tarea de señoritas

No sé ser madame, no sé medir la distancia hasta el chófer, no sé estar tranquila ni me sé sentar, doblo las piernas. Alguna vez un loco me dijo que las separara siempre, así mis nervios no se aprisionaban con el peso, así atrapaba todo. Y a todos. Soy buena gente, dicen, y yo me miro, veo a través, soy transparente. Me refracto en la espalda del que me conduce, me pinto los labios, me saco las cejas, me arrimo a la ventana, veo lo que nadie ve de afuera a adentro. Me veo oruga, mantis, agujero negro en tierra negra, cuerpo blanco, cuerpo, extensión ilimitada, vagido, eclipse de fe, eclipse de rostros; rota, roto, la máscara ya no tiene la sonrisa pintada, la boca hendida, la boca, bésame el lugar común, bésame mucho, estoy descalza, me deslío, la playa no abriga el color de mis certezas. Hinco los pies, el agua sucia, el agua, la señal, cuidado, no sigas, la garrafa se rompió, nadan los dioses. Frota la fruta su simiente, frota, hunde las manos, hunde; el eco te devuelve a lo que fui, el eco me devuelve a lo que di. Di, estoy, ya nada asumo, nada. El tiempo es un gato que copula en mi balcón, el tiempo es la espuma que me hace recuerdos, el tiempo es el aquí y el ahora porque para el mañana ya no tengo tiempo y hace tanto calor que con el paso, pedazos de mí mojan a aquella, disecada. Di-se-ca-da. Ado/ido/so/to/cho/ participios, participo yo como la forma no personal del verbo susceptible a las marcas y un hombre levanta la pata y orina, yo escupo braguetas, no hay gratitud.

Rojo prodigio

Día largo, calle, amigos empeñados en memorias, acechanza del pasado, visos de páginas, eco, arritmias, insomnio. Es tarde, pesan los ojos y los años, pasan los días, pisan y como en ese verso de Lezama, paso es el paso del mulo en el abismo. Ganas, ganas de ganas entonces el miedo y recurrencia. Miro el teléfono, imagino la noche azteca, la escocesa, la oriental, me enrollo en un colchón en el que alguien durmió, ayer. Dónde ayer mientras me hice humo, dónde. Debo seguir y el debo y el tengo son piedras en los zapatos, pican poemas, pico aquí, hondo. Qué hacer con los abismos, dónde una caja de besos, full, dónde yo cuando las manzanas parecen guayabas y los gatos se vuelven mapaches. Regresar con un nombre, regresar con el mismo nombre, abrir la puerta, escuchar las paredes, arrancarse la piel, detenerse en los pedazos; tornar al balcón, develar soldados en las luces, el pre y el post que voy siendo, dónde; dónde y una voz me remite a las oriIlas, rapada. Sexto piso, octavo piso, terraza, cuarto antiguo en un hotel antiguo, cortinas rojas, puerta roja, el rojo es un color que no aprendí en la escuela; qué pasó con la escuela, con la misión, sumisión, por qué escribo en los márgenes, por qué de atrás y no adelante, por qué los hombros si el yunque y hay flores y vino. La pantalla roja de la lámpara es reflejo, pero qué hago en la vigilia y los ronquidos, anónima, a dónde voy mientras la cama es luz y es medianoche. Ayer un niño me increpó y una niña que podía ser yo habitaba una botella: a los nueve uno no debería pender de una botella, a los cuarenta uno no debería salir de una botella, pero hay dos manos y caricias, welcome.


*Los poemas aquí publicados pertenecen al libro Rojo prodigio (Editorial Kálathos, España, 2023). Su autora, Ophir Álvarez, vive en Houston, Texas.


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