Mercedes Cebrián / Lisbeth Salas

I- ESTO

Por estas avenidas, que fueron campo e incluso menos

nació, abuela de sí misma, mi voz. La cuna

de la lengua que han mecido, duramente, los años,

hasta dejar, frente a mí, o mejor todavía, en mí,

residuos, astillas, polvo,

casi nada con qué edificar –y de ahí

han de nacer, si es que nacen, como panes, mis piedras.

Juan José Saer, El Arte de narrar.

Muchacha de Castilla

¿Pero qué te has creído, muchacha de Castilla,

que podías desear lo mejor en forma de país?

Te engañaron quienes aseguraban que el castillo en desuso

y la almena mellada le daban hidalguía a tu meseta.

Algo irrumpió hace tiempo y nos quitó

con muy malos modales

el arcabuz, la pica y el palillo atrapado

entre hileras de dientes.

Hoy tu meseta es un erial cuyo horizonte

no voy a describir.

Hay mal diseño en los campos de Castilla

y peor intención: se expanden

a lo ancho igual que tú y en ellos

solo brota, a raudales, la vida sedentaria.

Y mientras tanto, en otras latitudes ya no se dice

Colón descubrió América. Se dice la encontró

porque iba despistado por completo. Los rudos

señores extremeños que llegaron con él

a ese allí tan lejano, ¿a qué se dedicaban?

Entérate, muchacha de Castilla,

observa el disimulo con que esconden

puñados de esmeraldas en sus calzas.

Reconozcamos el valor de esos hombres

al viajar en un barco mugriento durante diez semanas.

Salieron en agosto, llegaron en octubre

y hasta febrero del siguiente año

nadie tuvo noticias de su paradero.¿Habrán

llegado bien nuestros muchachos? ¿O acaso

perecieron por falta de Vitamina C?

Son ellos tus ancestros, tu saliva lo indica. Los celtas

y los íberos te engendraron en un baile de pueblo.

Uno empotró a la otra junto al pozo

o detrás de una tapia: de ahí naciste tú, muchacha de Castilla.

Cuando cantas el himno de tu patria

te veo la campanilla y dos o tres empastes.

Tengo seguro médico, diles a los que muestren reparos

hacia tu anatomía. En España, todo bicho viviente

es atendido si se desploma ante un hospital público, insísteles

en eso.

Ya está bien de pronunciar barrotes, de farfullar tanta

reja oxidada. Yo hablo modernidad: mírenme

mis empastes, son de categoría. La odontóloga

que me los fabricó es más joven que ustedes y este fin de semana

se marcha a Copenhague solo por diversión.

El presidente de mi país nació después

que yo. En medio de un discurso nos pregunta: ¿Qué habría

que evitar, que cierren un quirófano o una biblioteca?

No busca una respuesta: él sabe que un quirófano

no puede convivir con un lote de libros: cualquier

mota de polvo que se encuentre en sus páginas

puede infectar la sangre del paciente.

El presidente de mi país

es más alto que el vuestro.

Ayer y hoy del kiwi

Yo era una niña el día que desembarcaron

los kiwis en España. Yo era una niña española y ellos en cambio

eran calvos y verdes, cansados por el viaje desde Nueva Zelanda.

Probablemente llegaron en un contenedor

de ocho pies por cuarenta al puerto de Algeciras,

Barcelona o Bilbao

(tenemos tantos puertos en los que recibir

especies de otros mundos)

¿Cómo hicieron para evitar los golpes

durante el largo viaje?

Los primeros, recuerdo, estaban siempre duros.

Eran inmadurables, eran como yo ahora.

Para anunciarlos, ampliaban la foto de uno de ellos

partido a la mitad. De un verde extraordinario

y con esas semillas color negro: comérselo requería valor.

(Dicen que hay una foto de Nikita Krushev comiendo un

kiwi en una recepción en los años cincuenta. No he podido encontrarla)

No olvidemos que el kiwi, además de una fruta

es el nombre de un pájaro. Recordemos también que ningún animal

sonríe a los humanos con ganas de intimar. A ver si sois capaces

de leer bien sus gestos: la mueca de ese chimpancé al descubrir la encía

es su preparación para el ataque.

Mientras tanto, los inmigrantes

que llegaron a España desde Pakistán el mismo día que el kiwi

acordaron bajarle el picante a todas sus recetas

y lograr que pasasen por platos de la India.

Tres décadas después, el curry nos parece

un plato regional y hay kiwis españoles

que nacen aquí mismo, bajo plásticos sucios

quemados por el célebre sol de Andalucía.

El kiwi ahora está devaluado, tuvieron que inventar

uno más dulce llamado kiwi Gold y asi reconducir

nuestro deseo de nuevo hacia su pulpa.

Pero si son muñecos

Mamíferos es lo que buscamos, muñecos

de sangre caliente con ojos que miren

y boca que mastique. Que parezca

que algo les late dentro. El exterior, que sea

de pelo suave. La nariz

es quizá lo de menos. Con eso

funcionamos, o incluso con peluches

que hayan estado un rato cerca del radiador.

Qué haremos cuando sólo nos quede un caramelo

de los que dejan la garganta suave.

En esta caja llevo el último: has de saber

usarlo como bálsamo. Pues justo así es la vida

que me queda, o así la siento al menos al chuparla,

como ese caramelo que en la boca

se escurre como un pez.


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