LOREDANA VOLPE, AUTORRETRATO

Por LOREDANA VOLPE

v. primera súplica

supe de los que no tuvieron un lugar

antes de mí, tantos,

como de las horas perdidas en no poder articular

palabra,

no saber decir: «necesito puedo

podría quiero soy un ser aquí ayuda

si alguien oye vibrar las paredes de una casa,

son las lámparas los platos destrozados

los jarrones debajo de los muebles ayuda».

todo parece ajeno artificio dentro de la boca,

la lengua la consciencia diluida torpe:

«ayuda nadie puede escuchar si alguien pudiera

ver más allá de las formaciones rocosas de una prisión

en una calle iluminada las bicicletas

las latas de cerveza apiladas en perfecto equilibrio

las flores muertas en la única ventana

y dentro el golpe queriendo significar

de tanta impotencia queriendo romperse,

la mente cerrada con doble llave

como cada noche la puerta».

pido al cielo rindamos cuentas:

«ayuda

ayuda que el enemigo

acecha».

ix. plomo

del plomo se dice que es el peor de los metales.

según los tratados alquímicos, puede conducir a la locura.

la locura son las noches.

la contaminación del metal en la mente:

«temo que lo que soy

me destruya».

hasta Isaac Newton, después de estudiar a Philalethes,

en sus intentos por convertir los metales en oro,

se expuso a los vapores venenosos

en busca de la salvación.

eso de recurrir a la salvación

parece perseguirnos:

la tierra negra se calienta hasta destruir la naturaleza antigua.

tú entenderás este deseo inherente.

cuando una vida ha sido agostada,

una tierra —y quienes la habitan—

condenada a la aniquilación,

te preguntas, vivo como estás,

cómo puedes seguir respirando,

moviéndote con el peso del plomo

tirando contra el suelo,

despeñado, en picada

hacia el fondo.

y desde allí, cómo volverás a mirar

las estrellas con los ojos limpios.

qué harás con toda esa densidad

que te impide siquiera

abrir un palmo la ventana,

buscar la luz.

xi.

las calles estaban en llamas.

cómo saber que nos enfrentaríamos

a la basura entre las junturas

de lo que debería hallar en sí

su condición de celeste

no era celeste nuestro cielo, no,

a los cuerpos en las alcantarillas,

a la sangre de un cuerpo tras otro

traspasado, en un puente

hecho un ovillo de brazos y piernas aferrado a la existencia,

eso que nos queda,

las placas de zinc agujereadas a los costados

y sigues vivo.

cómo saberlo.

éramos quizá demasiado jóvenes

para nombrar la guerra

y decir del horror «presencia».

el horror cósmico es un género sagrado

atribuido a Lovecraft,

de naturaleza indescriptible: el horror

cuando es nombrado

deja de ser cósmico, atractivo,

pierde para el lector ese carácter deseable

de ensoñación, de andar dormido

mientras camina imaginando

reinos devastados por fuerzas insondables,

mistéricas, aterradoras.

demasiado jóvenes —seguros

de una inmortalidad que jamás nos fue concedida—

para entender que de nuestras vidas

solo cabía esperar la amenaza,

de nuestras vidas solo escapar

del cielo temblor boca negra abierta en llamas:

no era celeste nuestro cielo, no,

para en el fuego de la ciudad

ver algo más que la emoción de la epopeya

atravesando un paisaje que arde salvando

escombros y camiones carbonizados

las explosiones el gas escociendo

los dedos ocultos las balas por encima de la cabeza

para llegar a una sala de ensayo.

y pensar que este fue para nosotros

el comienzo del teatro.

xxiv.

hablar de ejercicios para una curación

cuando todo alrededor

ha sido aniquilado.

desde un no lugar

parece cosa fácil profesar la pérdida,

evaluar los daños.


*Poemas pertenecientes al libro recién publicado Ejercicios de aniquilación. RIL Editores España, 2023. Colección ÆREA, carménère. Serie dirigida por Eleonora Finkelstein y Daniel Calabrese.


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