Por JOY HARJO
Traducción de Beverly Pérez Rego
De She Had Some Horses (1983)
I. Ella tenía unos caballos
Ella tenía unos caballos.
Ella tenía caballos que eran cuerpos de arena.
Ella tenía caballos que eran mapas extraídos de sangre.
Ella tenía caballos que eran pieles de agua del océano.
Ella tenía caballos que eran el aire azul del cielo.
Ella tenía caballos que eran piel y dientes.
Ella tenía caballos que eran de arcilla y se rompían.
Ella tenía caballos que eran astillas de acantilados rojos.
Ella tenía unos caballos.
Ella tenía caballos con ojos de trenes.
Ella tenía caballos con gruesos muslos marrones.
Ella tenía caballos que se reían demasiado.
Ella tenía caballos que lanzaban piedras a las casas de cristal.
Ella tenía caballos que lamían cuchillas de afeitar.
Ella tenía unos caballos.
Ella tenía caballos que bailaban en los brazos de sus madres.
Ella tenía caballos que pensaban que eran el sol y su
cuerpos brillaban y ardía como estrellas.
Ella tenía caballos que bailaban el vals todas las noches en la luna.
Ella tenía caballos que eran demasiado tímidos, y quedaban quietos
en caballerizas de su propia hechura.
Ella tenía unos caballos.
Ella tenía caballos a los que les gustaban las canciones de Creek Stomp Dance.
Ella tenía caballos que lloraban en su cerveza.
Ella tenía caballos que escupían a las reinas masculinas que les hicieron
temerse a sí mismos.
Ella tenía caballos que decían que no tenían miedo.
Ella tenía caballos que mentían.
Ella tenía caballos que decían la verdad, que fueron despojados
de sus lenguas.
Ella tenía unos caballos.
Ella tenía caballos que se llamaban a sí mismos, «caballo».
Ella tenía caballos que se llamaban a sí mismos, «espíritu», y mantenían
sus voces secretas y solo para sí mismos.
Tenía caballos que no tenían nombres.
Tenía caballos que tenían libros de nombres.
Ella tenía unos caballos.
Tenía caballos que susurraban en la oscuridad, que tenían miedo de hablar.
Tenía caballos que gritaban por miedo al silencio, que
portaban cuchillos para protegerse de los fantasmas.
Tenía caballos que esperaban la destrucción.
Tenía caballos que esperaban la resurrección.
Tenía unos caballos.
Tenía caballos que se arrodillaban ante cualquier salvador.
Tenía caballos que pensaban que su alto precio los había salvado.
Tenía caballos que trataron de salvarla, que se subieron a su
cama por la noche y oraron mientras la violaban.
Ella tenía unos caballos.
Tenía unos caballos que amaba.
Tenía unos caballos que odiaba.
Eran los mismos caballos.
***
II. Dos caballos
Pensé que el sol irrumpiendo a través de las Montañas de Sangre
de Cristo era suficiente, y que
salvajes olores almizclados en mi cuerpo después de
largas noches de sueños podrían
desplegarme en mí misma.
Pensé que mi baile, sola a través de mundos,
planetas que nadie conocía, extraños y excéntricos,
me sostendría. Quiero decir
que aprendí a moverme
después de todo
y a reconocer voces que no eran las más familiares.
Pero debes haber surgido de
mil años de sueños
como nunca pude imaginarte.
Debes haber
surgido de otro cielo
al llegar hasta aquí, porque
ahora te veo como parte de millones de
universos que pensé jamás ocurrirían
en esta respiración.
Y te conozco como a mí misma, viajando.
Solo en tus ojos hay colonias de estrellas
y algún otro movimiento planetario circular.
Y luego tus dedos, el dulce olor
del cabello, y
tu vientre suave y duro.
Mi corazón se ha hecho tuyo
y de estas mañanas, ya que soy un caballo corriendo hacia
un cielo agrietado donde hay incontables amaneceres
rompiendo al mismo tiempo.
Hay dos lunas en el horizonte
y por ti
he escapado.
***
III. Caballos que se ahogan
Ella dice que se va a
matar. Estoy a mil millas de distancia.
Escuchando.
Su voz en un océano de
ruido telefónico. Cielo gris
y casi atardecer. No le pregunto cómo.
Ya conozco sus armas:
un restaurante donde no querían servirle,
una risa más escueta, otro trago.
E incluso si no estuviera más cerca
del borde del acantilado del cable
del auricular, seguiría siendo otro espejo,
otro caballo que corre.
Su escape es el mío.
Le digo, sí. Sí. Cabalgamos
para respirar a lo largo de la distancia.
El aire nocturno se acerca, la galopante
otra-vida.
Ningún sonido.
Ningún sonido.
IV. Caballos de hielo
Estos son los que escapan
después de que la última herida se vuelve hacia adentro;
son los más peligrosos.
Estos son los más ardientes,
pero son tan fríos que tu lengua se pega
a ellos y se desgarra porque se
congela en el movimiento de los cascos.
Estos son los que te cortan los muslos,
cuya sangre debes haber visto en los guantes
de las manos de goma del doctor. Son
los caballos que gemían como océanos, y
en uno de ellos gritaba una mujer joven;
ella era la única.
Estos son los que te han encontrado.
Estos son los que saltaron sobre tu barriga.
Persiguieron a los ciervos hasta sacarlos de tu vientre.
Estos son los caballos de hielo, los caballos
que entraron por tu cabeza,
y luego a tu corazón,
tu corazón golpeado.
Estos son los que te amaron.
Son los caballos que te han abrazado
tan fuerte que te has hecho
parte de ellos,
un caballo de hielo
galopando
hacia el fuego.
***
De The Woman Who Fell From the Sky (1994)
Quizás el mundo termine aquí
El mundo comienza en la mesa de la cocina. No importa qué, debemos comer para vivir.
Los dones de la tierra son traídos y preparados, puestos en la mesa. Así ha sido desde la creación, y así seguirá.
Perseguimos a los pollos o perros, los ahuyentamos de ella. Los bebés dientan en las esquinas. Se raspan las rodillas debajo de ella.
Es aquí donde los niños reciben instrucciones sobre lo que significa ser humano. Hacemos hombres en ella, hacemos mujeres.
En esta mesa intrigamos, recordamos enemigos y fantasmas de amantes.
Nuestros sueños beben café con nosotros mientras abrazan a nuestros hijos. Se ríen con nosotros ante nuestras pobres recaídas, mientras de nuevo nos reponemos en la mesa.
Esta mesa ha sido una casa bajo la lluvia, un refugio bajo el sol.
Guerras han comenzado y terminado en esta mesa. Es un lugar para esconderse de la sombra del terror. Un lugar para celebrar la terrible victoria.
Hemos dado a luz en esta mesa, y aquí hemos preparado a nuestros padres para su entierro.
En esta mesa cantamos con alegría, con tristeza. Oramos por el sufrimiento y la contrición.
Damos gracias.
Quizás el mundo terminará en la mesa de la cocina, mientras reímos y lloramos, comiendo el último bocado dulce.
***
De In Mad Love and War (1990)
Gracia
a Darlene Wind y James Welch
Pienso en Viento y en sus modales salvajes el año en que no teníamos nada que perder e igual lo perdimos todo en el maldito país del zorro. Todavía hablamos de ese invierno, cómo el frío congeló a los búfalos imaginarios en el horizonte disecado de los bancos de nieve. Las turbadoras voces de los hambrientos y mutiladas rompieron las cercas, estrellaron nuestros sueños de termostato, y no pudimos soportarlo otra vez. Así que, de nuevo, perdimos un invierno en memoria obstinada, caminamos a través de las paredes de apartamentos baratos, patinamos por campos de fantasmas en una ciudad que nunca nos quiso, en una épica búsqueda de la gracia.
Al igual que Coyote, como Conejo, no pudimos contener nuestro terror y nos abrimos paso, payasos, a través de una estación de falsas medianoches. Tuvimos que tragarnos la ciudad con risas, para que bajara fácil como la miel. Y una mañana, mientras el sol luchaba por romper el hielo, y nuestros sueños nos encontraron con café y panquecas en una parada de camiones en la autopista 80, hallamos la gracia.
Podría decir que la gracia era una mujer con tiempo de sobra, o un búfalo blanco que escapó de la memoria. Pero en esa sórdida luz parecía una promesa de equilibrio. De nuevo comprendimos el habla de los animales, y la primavera fue magra y hambrienta con esperanza de niños y maíz.
Me gustaría decir, con gracia, que nos levantamos y entramos en el deshielo de primavera. No lo hicimos; la siguiente estación fue peor. Fuiste a casa en Leech Lake para trabajar con la tribu y yo fui al sur. Y, Viento, aún estoy loca. Sé que hay algo más grande que la memoria de un pueblo desposeído. Lo hemos visto.
***
Poema de poesía narrada o spoken word, transcrito de Yotube
Lo devuelvo: un poema para deshacerse del miedo
Te libero,
mi bello y terrible miedo.
Te libero.
Eres mi gemelo amado y odiado
pero ahora no te conozco
como parte de mí.
Te libero
con todo el dolor
que sabría
en la hora de la muerte
de mis hijos.
Tú ya no eres
mi sangre.
Te devuelvo a los soldados
que incendiaron mi casa
decapitaron a mis hijos
violaron y sodomizaron a mis hermanos
y hermanas.
Te devuelvo a quienes
robaron la comida de nuestros platos
cuando moríamos de hambre.
Te libero, miedo,
porque tú naciste
y yo nací con ojos
que nunca pueden cerrarse.
Te libero.
Te libero.
Te libero.
No tengo miedo de mi enojo
No tengo miedo de mi alegría
No tengo miedo de mi hambre
No tengo miedo de estar satisfecha
No tengo miedo de ser negra
No tengo miedo de ser blanca
No tengo miedo de ser odiada
No tengo miedo de ser amada
Ser amada.
Ser amada, miedo,
oh, me has ahorcado
pero yo te di la correa.
Me has desentrañado
pero yo te di el cuchillo.
Me has devorado
pero yo me tendí sobre el fuego.
Me reclamo a mí misma, miedo,
ya no eres mi sombra.
No te sostendré en mis manos,
en mis ojos, mis oídos, mi voz, mi vientre,
o en mi corazón, mi corazón, mi corazón, mi corazón, mi corazón …
Ven acá, miedo
¡Estoy viva!
Y tú tienes tanto miedo
de morir.
***
De My House is the Red Earth (The University of Arizona Press, 1989)
Mi casa es la tierra roja
Mi casa es la tierra roja; podría ser el centro del mundo. He oído que a Nueva York, París o Tokio los llaman el centro del mundo, pero digo que es magníficamente humilde. Podrías pasarla en tu auto y no verla. Las ondas de radio pueden ocultarla. Las palabras no pueden construirla, porque algunos sonidos quedan en una forma sagrada y sin palabras. Por ejemplo, ese tonto cuervo, recogiendo la basura cerca del corral, piensa que el centro del mundo está en esas tiras sebosas de grasa. Solo pregúntale. Él no tiene que decir que la tierra se hizo escarlata por feroz creencia, después de siglos de zozobra y risa, él se percha en el tazón azul del cielo, y ríe.
***
De The Woman Who Fell from the Sky: Poems, 1996
El insomnio y los siete pasos para alcanzar la gracia
Al amanecer, la pantera de los cielos se asoma sobre la orilla del mundo.
Ella oye a las estrellas chismorrear con el sol, ve a la luna bañando
su delgada oscuridad con agua electrificada por rezos. En todo el mundo hay
quienes no pueden dormir, y quienes nunca despiertan.
Mi nieta duerme en el pecho de su madre con leche
su boca. Una mosca contempla la dulzura de la lactosa.
Su padre está envuelto en el manto de las pesadillas. Por seguridad, él
se acerca a las colinas rojas cerca de Thoreau. Lo reconocen y cantan por
él.
Su madre tiene negocios pendientes en la casa del caos. Ella es una profeta
disfrazada de joven madre que busca trabajo. Ella aparece en la
puerta de mis sueños y volvemos a armar la casa.
Pantera observa como las almas humanas y animales ascienden a los cielos por
nubes de lluvia para compartir cantos de hermosos truenos.
En las horas de anhelo, otros son conducidos por venados y antílopes a los pueblos
de sus antepasados. Allí comen harina de maíz cocida con bayas,
que manchan sus labios de púrpura mientras el árbol de la vida parpadea al sol.
Es octubre, aunque la temporada antes del amanecer siempre es invierno. En las
calles de esta ciudad desierta iluminada de químicos y amarillos viajeros
buscan su hogar.
Algunos han estado bebiendo e intimando con extraños. Otros son
desertores del turno de la noche, sorben café tibio, cambian de marcha hacia el
otro lado de la oscuridad.
Una mujer se detiene en un semáforo en rojo, voltea una cinta desgastada al último
coro de un blues susurrante. Ella ha decidido vivir otro día.
Las estrellas toman nota, al igual que las flores medio dormidas, la pera erizada y
el árbol del paraíso que beben el humo del escape en sus raíces, en la tierra.
Ella busca destruir la luz que va hacia su hogar, donde sus hijos están dormidos y quizás nunca
sabrán que ella se fue. Que su destino dio un giro hacia el sol en la tierra de
las pesadillas pueden ser un saber intocable.
Es un sonido dulce.
La pariente de la pantera bosteza y pone su cabeza entre sus patas.
Ella sueña con la casa de las panteras y los siete pasos para alcanzar la gracia.