Por FEDOSY SANTAELLA

Call me

Debbie Harry me llama en las madrugadas,

justo al borde del revolver y las luciérnagas.

Me cuenta historias que son espejos rotos,

pasillos de una casa quemada y huérfana.

Suele repetirme que nació de la cabeza

de David Lynch cuando Lynch tenía apenas

un año. También que Marilyn encarnó en ella.

Es decir, en 1945, año en que Debbie Harry

dejó las aguas unánimes del gran bosque,

el apetitoso cuerpo de Marilyn

empezó a andar por el mundo ya sin alma.

Debbie Harry nunca pidió ser famosa.

Si hubiese querido el exiguo reverbero

del boato, habría sido asesino en serie,

o víctima envuelta en plástico y con auge

de quince minutos en Netflix.

Una vez Ted Bundy intentó secuestrarla.

Era guapo el desgraciado, ¿cierto?, me dijo

el día que me contó la historia,

y también: Seguro un mal polvo.

Debbie Harry estaba por el arte

y se dejó fotografiar por Warhol,

que no sé si estaba muy completo

por el arte, pero no es la idea discutirlo.

Debbie Harry, la divina, me llama

en las madrugadas, tal es el asunto.

Me cuenta sus sueños mojados con Anthony Kiedis.

Me cuenta que el Red Hot Chilli Chico

le pidió matrimonio. Del Studio 54

y de los giros en el aire con LSD en la lengua.

De Jim Morrison corriendo desnudo

por los bosques. De ella bruja, sacerdotisa,

ahorcada. Me cuenta que Blondie era arte.

Que la conoció en persona, a Blondie, sí,

que era hermosa, que se fue a la cama

con aquel cuerpo de piernas como pistas

de Indianápolis, de Le Mans, de Suzuka.

Debbie Harry me dice que ella no es más

que un experimento fraguado

por las corrientes subterráneas de la tierra.

Que detesta la palabra revolución.

Debbie Harry es interminable.

La elegancia y el sexo salvaje

en los ojos de una rubia de mirada antártica.

Una nave espacial con alienígenas

secuestrados por ella.

Una pasarela que se va hundiendo

en los abismos a medida que ella avanza.

¿De dónde viene esta mujer

devastadora y devastada?

Me responde que del lugar

donde se esconden los pájaros

cuando la lluvia arrecia.

Debbie Harry me llama en las madrugadas.

Llora al teléfono y ríe a carcajadas,

se masturba y me deja convertido

en polvo interestelar.

Aunque en realidad soy yo quien la llama.

Ella me pidió que lo hiciera.

Pero nunca responde.

¿Por qué habría de hacerlo?

Ella es Debbie Harry,

es el arte y vive ocupada.


Un hombre elegante

God breathes through us so completely.

John Coltrane

Dios y sus salinas ardientes,

el de todas las guerras,

la sed de los espirales,

el agua de las hogueras.

Dios el exterminador,

la boca que lentamente

mastica y lame tu cara,

perro gigante de las cruzadas.

 

Dios que tan sólo te ve dormir.

Y morir. Y calla.

 

Dios que no es fácil.

Dios que te lleva a Dios.

 

Esta elegancia crepuscular,

dolor sordo, suave mentira

después de tanta verdad.

 

Dios, por fin

el Dios

que esperabas.


El susurro

I am from heaven and I am from hell.

Wendy McNeill

¿Por qué no he de temerte?

Más aún, ¿por qué habría

de huir de este miedo

que me lleva hacia ti?

Me quedo en tus ojos de invierno,

me trasvaso en la córnea, en la sangre.

Tus lobos se parecen a mis lobos,

tus bosques a mis bosques,

la luz de tu pradera a la mía.

Venimos de vuelta,

de la cañada profunda venimos,

de ese río revuelto.

Merodean gatos en los árboles.

Te conozco de antes,

ahora lo recuerdo.

No habíamos resucitado.

Pesaba el talego, lleno de guijarros,

nos hundíamos. El agua al cuello.

La verdad (¿cuál verdad?)

se nos iba de las manos,

fuegos fatuos

en el aire.

Te veía bailar.

Éramos altivos y valientes,

del cielo y del infierno,

siempre hermosos.


El mundo no puede ir tan lejos

And I’ll never look behind.

Sixto Rodríguez

 

Habitar la misma casa,

desde siempre,

con la frente en alto,

como esperando

que un día

llamen a la puerta

y te anuncien

que todo fue un error,

mira usted,

qué pena.


El Afronauta de lo Indecible

Yo tenía este jardín.

Este pequeño jardín detrás de la casa,

y me sentaba allí por las noches

con mi mente divagada en el cosmos.

Yo era un charlatán embutido

en mi traje interestelar.

Un mal poeta, un profeta barato,

un gurú de panza sexy

con una pirámide de cristal

debajo de una cama solitaria.

Pero así estaba bien,

mi lúcida locura no le hacía daño a nadie.

Afuera, los ciegos del Señor de la Culpa

andaban a flote sobre cintas insonoras.

Me había desprogramado

y era feliz en mi retiro, en mi condena,

olfateando las puertas del cosmos,

aguardando la llegada.

Vendrían a buscarme.

Se lo dije a todos.

Nadie me siguió, no formé una secta.

Yo era el único chamán

en mi vergel sideral.

Un madrugada

una luz bañó mis orquídeas

y vi bajar al Afronauta de lo Indecible.

Dijo llamarse Sun Ra.

Alguna vez había sido humano, contó,

y músico y místico.

Y también poeta.

Muy mal poeta, por cierto,

tan malo como tú,

agregó para ganar mi confianza.

Luego se sentó a mi lado

y quedó en silencio.

Al cabo se puso de pie,

hizo una reverencia

y partió en la luz nodriza.

Fue hermoso ver

cómo las orquídeas se alzaban

y giraban

tras los pies desnudos del Afronauta.

Me había robado,

sin duda me había robado,

pero también me dejaba

a cambio

aquella distancia prodigiosa,

la felicidad

en la imagen misma

de la distancia.


Nickajack, Tennessee, 1968

El mundo que encuentres allí nunca

será el mismo que el mundo que dejaste.

Johnny Cash

 

Que hay una cierta pasión por la vida

que también mata.

 

Que nadie es dueño de la muerte

y justo al borde, la revelación,

dígase el miedo, rescata.

 

Que luego se predica con voz de desierto

y una vez más se peca con el goce arruinado.

 

Así en las manos con un libro de salmos,

en devoción penitente y aferrados,

a la salida nos vamos llevando.

 

De la caverna, se dice,

no se vuelve intacto.

 

Ahíto, sereno, afuera cegado,

agujero, pero en la luz,

 

pero en la luz.


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