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Por AMARÚ VANEGAS

La pira

Después de los temblores vino la fiebre.

La pira inflamó las cabezas

con su hacha de sabiduría.

 

Los ciudadanos poseídos,

en el hilo de una conciencia colectiva,

enfrentaron el golpe. Todo era misterio.

 

Fue necesario bordear

el camino del último círculo infernal,

arrastrarse en la pornografía del dolor

donde la belleza y el horror se dan la mano.

 

No fue fácil llegar al puente y cruzarlo,

pero solo así

podrían alcanzar el resplandor del horizonte.


Innato

Cada uno llegará

a la mordida inaugural

de su propio desastre.

Entonces

abrirá los ojos

por primera vez.


Vida

Se aprieta dentro del vientre

moviendo los límites a escondidas.

 

La cosa con vida propia

es la    parte-otra    no calculada

en la estadística de anteriores anatomías.

 

Reza quedamente, entre ombligo y costillas,

para que nadie escuche sus murmullos.

Así aprendió con los estímulos externos

del telenoticiero.

 

La criatura abre los ojos de escasas pestañas

pegadas a sus flácidas mejillas.

Entre el amasijo trata de intuir el exterior;

distinguiendo la escena

que se cuela enrojecida a trasluz.

 

Sopesa los silencios,

 los movimientos torpes,

hasta que la    sospecha

se clava en el corazón prematuro.

 

La vida encontrará su suerte.


Rugido

Uno mismo es el trueno

y el relámpago,

pero el trueno

llega después

Hugo Mujica

El trueno acaso llega como un pájaro perdido,

hincado en la memoria de los pueblos.

 

Olfatea las mínimas historias    interceptando

sus secretos.

La revelación del trueno es furia de sonrisa lenta,

su rasgadura

descubre un alivio de voces dentro de cada cabeza.

Él sabe que,

concluida la voluntad,

cada habitante

se enfrentará inevitablemente a su verdadero rostro.

 

Le causa gracia el hallazgo

y en el lugar de los abismos

suple infinitas formas de resurrección.

Se preparan los oídos ante el dios

que magnifica el minúsculo aleteo de los insectos,

despeñando almas vidriosas,

víctimas anteriores de ídolos menos célebres.

Entonces,

ataviado y perfumado para el banquete final,

anuda           las voces del sangrado que otros cuellos le ofrecen.

Aumenta su neurosis y sin comprender su peso

muere

en el más esplendoroso rugido.


El mismo ruido

Mi sueño inicial es la noche,

visión dionisiaca

que tiene a todos sus hijos enmarañados.

Escucho su tormenta.

 

Viene por mí,

es la única fuerza que entiende mi alma.

Somos el mismo ruido.


La suerte de los muertos

Un trébol de 5 hojas nace a la noche

dicen que enciende su propio relámpago

y da suerte a los muertos,

aunque no entendemos para qué la quieren,

pues en la muerte

lo único que importa es el hacha

o la certidumbre del amor.


Marchante

Llueve otra vez sin disculpas

otorgando

pasos en falso a los marchantes.

Quizá, alguno aturdido,

aterido y vacilante

caiga sin conciencia en mi cuerpo.


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