Alfredo Coronil Hartmann en el año 2005 | Foto Archivo

Por ALFREDO CORONIL HARTMANN

Noche de reyes

Los magos

nos obsequiaron la fatiga

los brillantes torsos

el quehacer supremo

la sabiduría de nuestros cuerpos

el jactancioso mástil

repitiéndote toda

gozoso de tus zumos

inéditas fragancias

del portento de tus labios

y tu hospitalaria

ávida

siempre auspiciosa

golosina,

muerdo y golpeo tus nalgas

con un oscuro látigo

y sorbes mis fuerzas

hasta dejarme exangüe

radiante

despiadada.

los reyes cubrieron

con oro, incienso y mirra

nuestra fiesta secreta

el tiempo se fatigó

de desgranar las horas

el alba se acercaba sigilosa

nada alcanzó a burlarnos

hubo aullidos

un crujir de maderas

el alcohol se mezclaba

con las arcanas savias

la locura tensa del orgasmo

el humo lustral de los cigarrillos

en esa orgía sublime

una noche de reyes

en que fuimos

los amos de la sombra.

***

La vigilia emplumada

Dos garzas se vigilan

desde ambas orillas

van y vienen

 en busca de un pretexto

el pez experto

burla la contradanza

de sus estilizadas celadoras

y navega perezoso por el centro del lago,

todo es confianza en él

sabe que ellas saben

que antes de llegar a él

tendrá tiempo de hundirse,

llegar al arenoso fondo,

que habrá un choque en el aire de regias plumas blancas

mezcladas con morenos retazos de la oscura

enemiga.

Todo son cálculos

desde las dos orillas

la hora hace propicia

la codicia del cuerpo

el voluptuoso pez,

se pavonea incitándolas

el juego sube el clímax

del deseo,

de pronto

–para asombro de todos–

se desprenden del cielo

apenas luz y aire

tan solo viento y fuerza

dos garras repentinas

hábiles cirujanas

suspenden el botín,

el pez presea de oro

es sólo sangre y aire

el ave de rapiña selló la historia

 y la inútil vigilia de las garzas.

***

¿Cómo?

Cómo amanecerá cada día

si ya es noche,

no vislumbro el abanico ardiente

ni contemplo el lejano mar

y la verde montaña

las pequeñas aves que dispersó el invierno

ni leo mi periódico

desde la tensa hamaca

se ha perdido el secreto

mi antiguo laberinto ha sido profanado

cayeron las cortinas

todo celaje se hace ya ilusorio

no hay mágicos arcanos

ni hembras anhelables,

he bebido hasta sangre

y la ambrosía perfecta de los glúteos

y flagelado espaldas,

me he sentido adorado

y he amado como un loco

al paso de la luna,

he sido rey

y he implorado clemencia

he destilado oro como sudor inútil

y no me pesa

el idioma

la bestia omnipresente

supo de mi lujuria

y escribí como un dios

con displicencia,

me hastía la liturgia

de la cual tuve que aprender no obstante

cada rito y cada ceremonia.

Tuve los abalorios porque matan los hombres

y los vi arrastrarse como ratas

disfruté el espectáculo,

me acuerdo de Jean Genet y su “Cena de mascarones de proa en París de Francia”.

todo eso tuve o vi o viví

con fruición de amo incuestionado

ahora mi pelo es blanco

y mi paso más lento

–es que no voy a ningún sitio–

los ojos no han perdido el gusto de las curvas

pero el esfuerzo

el tiempo

son excesivos

bebo cada vez que puedo

y leo poetas árabes o persas

y prosistas latinos

o regreso a Antonio Machado

con quien tanto amo

aunque mi equipaje no se parezca al suyo

Himalayas  de cosas, papeles, telas pintadas, maderas y piedras preciosísimas

y guijarros lamidos por el mar u hojas recogidas en cualquier otoño,

poemas que no verán mis ojos

y la espesa fragancia de la muerte

y ¡al carajo!

¿Porque me agoto tanto?

es que queda algo digno de ser probado o algo que probar ¿y a quién?

no

solo queda

este voraz hastío

la muerte, en cada deseo anulado.


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