Por ALEJANDRO OLIVEROS

Ulises

 

¡Me costó tanto regresar a Ítaca!

Nunca imaginé que el ponto estuviera

poblado de criaturas tan extrañas.

Gigantes comedores de un solo ojo,

muchachos inyectándose en los andenes,

aquellas caras pálidas, heladas,

y distraídas, recordando el Hades;

la isla de Caribdis, Sicilia de Etna

y escopeta, abundosa en vino y en mieses.

Tantas veces oré por mi regreso,

pisar esta tierra de naranjales

y bucares, respirar el verdoso

aire del campo y el aroma del mango,

hasta el calor infinito, el bochorno

del verano y la humedad de mosquitos.

La patria en la distancia es tan dorada

como la luz de Florencia en primavera.

Desde la altura despejada de esta

torre contemplo las vinosas corrientes

del océano. Más allá, amenazas

de todo tipo, la hierba acechante

y el dolor de los miembros infectados,

la gangrena y la sangre oscurecida,

los sudores y la fiebre terciaria,

el ávido apetito de Polifemo

y su amenaza de cegar mi vida.

No sé cómo pude escapar

a la muerte empedernida, a sus lazos

y acechanzas, a sus citas y quebrantos.

Cuánto no daría, sin embargo, por

hacerme de nuevo a la mar, alistar

el resbaloso leño y encontrarme

con el cuerpo desnudo de Calipso,

o, en la noche arenosa de Cumboto,

abrevar de Circe en sus blancos senos.

 

(De Magna Grecia, 1999)


Helena

 

Mañana se cumplen diez años de mi llegada

a esta ciudad sin destino. Los señores griegos

no han podido con las torres sin fin y murallas

de la patria de Príamo. Los conozco a todos,

los he atendido en mi casa de Lacedemonia.

Ese es Agamenón, mi poderoso cuñado,

imprudente monarca y matador de hijas,

el más engañado de los aqueos, causará

la ruina de su familia cuando regrese a Argos.

 

Aquel es Odiseo, el hijo astuto de Laertes,

experto en trampas y el primero de los burgueses,

no imagina lo que le falta, lo que le espera

antes de regresar a Ítaca y abrazar a su padre.

El obstinado Aquiles, delicado y efímero,

me da lástima, el único entre ellos que conoce

su destino: no volverá a cruzar el vinoso

ponto que lo condujo a esta tierra de teucros.

 

Así, unos más, otros menos, se han hospedado

en mi palacio. Para no hablar de Ayax y Diomedes.

Nunca pensaron que se iban a demorar tanto,

juraban estar de regreso para diciembre,

adornar el árbol con el tesoro de Príamo,

cada uno con su esclava, que es como llaman

a las concubinas que nos traen a las casas.

 

Pero el fin está cerca. Héctor se despidió

de su pobre esposa. Al consentido de Aquileo,

Patroclo, le cortaron ya el aire y las venas.

Paris pule el afilado dardo que hiere de lejos,

su muerte envenenada se le nota en los ojos,

no me arrepiento de haber sido su amante,

hemos pasado juntos buenos días y noches,

lo volvería a hacer pero sin tanto escándalo.

 

Ahora el fin está cerca. Casandra llora y predice

pero nadie le hace caso. Los cielos de Troya

huelen a muerte y sangre coagulada. Puedo ver

las llamas asomándose al lecho de los niños,

ese olor acre a carne quemada en las chimeneas.

 

Troya VII se prepara a vivir bajo tierra

durante miles de años, el polvo sobre el polvo.

Volveré a Grecia al lado del rubio Menelao

y de nuevo habré de ser seducida y raptada,

no sé por quién ni cuándo, pero sé que será así,

por todos los siglos de los siglos. Amén.

 

   (De Magna Grecia, 1999)


A Isis

 

Bendita seas, esposa del más sacrificado de los dioses,

principio de los elementos, creadora de la naturaleza del trópico,

manto del Orinoco, lluvia de la selva escondida,

las estrellas del eclipse no brillan más que tus ojos

y la luna nunca se oscurece en la lisura de tu frente.

Eres la que reina entre las sombras,

la Virgen Dolorosa de mi infancia en Valencia,

la madre muerta y enterrada, la que descansa en el cielo.

De tus blancos senos brota el alimento más precioso,

leche de música y espumas, blanca leche

de edredones y sedas, blanca leche suficiente y espesa.

En los surcos de tu sexo cultivamos el maíz y los frutos,

los semerucos y anones, los mangos de suave pulpa,

eres dadora del aire y la noche, de la respiración y el reposo.

Sólo tú, bendita entre las mujeres, eres la gran curadora,

la que sana el cuerpo de los operados,

la que cicatriza puntualmente y sin sangre las heridas,

cuidadora de hombres reducidos a la tristeza,

la que me acompaña en estos vacíos tan oscuros del alma,

la que llega con el agua fresca antes de acostarme,

la gran enfermera, la que toma el pulso y me ausculta,

el bálsamo esperado, la puerta del sueño y el descanso.

He vivido el privilegio de dormir en tu seno,

de morir a cada hora en la blancura de tus brazos,

gran enterradora, amiga de muertos y desaparecidos.

Regrésame al día llevado de la mano, oh Virgen

la más grande, la que conoce paciencias y largas esperas,

la comprensible y llena de gracias,

ten piedad de los que responden a tu amor

con la irresponsabilidad y el olvido. No tomes por pecado

mi abandono. Yo que a cada una de tus curas

respondo con nuevas agresiones. No me dejes solo

en esta vida ni en la otra, no te pierdas de vista, no te alejes.

 

(De Magna Grecia, 1999)


Imitación de Arquíloco

 

Corazón, corazón mío, agobiado por tormentos

que no cesan, levántate y enfrenta al enemigo,

no te niegues a un nuevo encuentro cuerpo a cuerpo,

ofrece tus manos y adelanta el más tenaz abrazo.

 

No te importe rodar con tu espalda sobre el lecho helado

o la grama amarillenta de estos trópicos,

vuelve sobre tus pies y doblega lo que te amenaza

con movimientos ceñidos de tus muslos.

 

Si triunfas, en largo y sudoroso combate,

no lo divulgues. No enseñes tu regocijo

a la mirada impropia. Pero si eres vencido

no llegues a casa con lamentos. Disfruta tu alegría

 

sin excesos. Y vive en silencio tu tristeza.

Piensa que la fortuna de los hombres, como olas, va y viene.

(De Poemas del cuerpo, 2005)


Esta selección, propuesta por el poeta y crítico español Santos Domínguez, se ha realizado a partir del volumen Espacios en fuga (Poesía reunida 1974-2010). Edición al cuidado de Antonio López Ortega. Pre-Textos. Valencia, 2012.


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