Por ARTURO USLAR PIETRI
Por más de treinta años de su vida madura, laboriosa y fecunda, ha sido Pedro Grases un insigne servidor de Venezuela. Llegó en 1937, aventado por la tormenta de la tragedia española, a la Venezuela que amanecía a la libertad llena de ansiedad y de impaciencia por reconquistar su alma y su destino.
Con pedagógico tesón, con paciencia secular de forjador o de sembrador, con pasión inagotable por la cultura se entregó a la fascinante y en buena parte incierta empresa de rehacer la historia cultural del país. Toda una biblioteca de libros y de folletos es la cosecha de esa tarea inagotable y sin término. No se podrá escribir sobre las letras y el pensamiento venezolanos sin mencionar a Grases, sin servirse de Grases, sin seguir a Grases en toda la asombrosa variedad de sus pesquisas y hallazgos.
Allí está, antes que todo, su obra de bellista cabal. La inmensa creación de Bello había sido para los venezolanos, prácticamente, una herencia yacente. Grases, más que nadie, se puso al formidable empeño de rescatarla, actualizarla, explicarla y hacerla asequible para todos. Estudió la vida, el tiempo, los escritos, las ideas del gran humanista con una devoción casi religiosa. Rescató del olvido, ordenó y dio efectivamente nueva vida a todo el imponente conjunto de verdad y poesía que dejó el ilustre caraqueño. Su actividad infatigable como Secretario de la Comisión Editora de las Obras de Bello tiene la mayor y mejor parte en el éxito de esa inmensa empresa de rescate.
Nadie ha trabajado con más ahínco y de manera más sistemática en la historia de nuestra imprenta y de nuestro periodismo. Ha ido hasta el fondo de los olvidados archivos, a las ediciones extraviadas en bibliotecas extranjeras, para salvar y presentar la verdadera fisonomía de nuestro pasado cultural. A veces, la tarea se convierte en apasionante pesquisa, casi digna de la novela policíaca, como en el caso de su investigación sobre el famoso libro de Cisneros. Grases no se dio tregua hasta poner en claro el verdadero origen de aquel libro de descripción de Venezuela, que llevaba un enigmático pie de imprenta que hacía pensar que pudo ser impreso en Valencia muchos años antes de la fecha reconocida como la de introducción de la imprenta en Venezuela. Hubo comparaciones de papeles y de tipos, búsqueda en las dobles tapas de las encuadernaciones, hasta que apareció, evidente y sin escape, el objeto de la búsqueda, la prueba irrefutable de la imprenta de Guipúzcoa que editó el libro para la Compañía de Caracas.
Tan grande como sus estudios de erudito ha sido su labor bibliográfica y de editor. Fuera de la ingente y solitaria labor de Manuel Segundo Sánchez, casi nada se había hecho sistemáticamente para formar una verdadera bibliografía venezolana. Ha sido Grases quien con todos los instrumentos de la más rigurosa técnica ha hecho las más completas y fidedignas series bibliográficas con que hoy cuenta nuestro país. Como ha sido también su legendaria capacidad de trabajo la que ha hecho posible convertir en realidad vastos proyectos de difícil ejecución como han sido las publicaciones de obras completas de autores de nuestro pasado o del pensamiento político venezolano en el siglo XIX, que constituyen hoy el mejor y más seguro instrumento para los estudiosos de nuestra historia.
Afortunada ha sido Venezuela en recibir a este hijo de adopción que le nació en aquella Cataluña donde tan bien resuenan las más ricas herencias del pasado cultural del Mediterráneo y que ahora, joven de sesenta años, no mira a la obra hecha sino que se enciende de faenera pasión ante todo lo que se prepara a realizar para él y para nosotros.