blanca baldó
"Adicta al miedo" de Blanca Baldó (ilustración de carátula) / Óscar Molinari

En su poemario La posesión del miedo (1996) Leopoldo Alas escribe, como estrofa clímax del poema homólogo y del libro entero: “Voy a hacer el amor con mi miedo, / a inventarle un cuerpo firme, a penetrarlo, / a hacerle gemir de deseo”. Esta personificación erótica del miedo –el convertirlo en un otro a quien se pueda hacer rendir mediante el deseo– viene a rozar, cual extremos que se tocan la cola, otra concepción del miedo que se me hace peculiar. Me refiero al poemario Adicta al miedo de Blanca Baldó (Caracas: Fundarte, 1991), es decir, al miedo como adicción: quizás la misma forma de seducción pero a la inversa, pues aquí quien doblega al otro es el miedo y no quien lo padece. Igualmente se juega con una imagen de lucha amorosa entre ambas fuerzas, pero es el miedo quien lleva las de ganar en tanto que lo acompaña un ímpetu mucho más poderoso que el del miedo per se: el arrastre de lo que se hace necesario, el juego pendular de lo placentero enfrentado a una carencia que no se tolera. El miedo ante la ausencia de miedo. En los poemas de Baldó se siente una pelea constante, a veces una renuncia al miedo por parte de la poeta: “Me cansé de esconderme. / Prefiero morir” (p. 15), o: “Me aburrí de temblar, / del miedo” (p. 16); pero también un goce masoquista del que no se quiere prescindir: “Tiemblo porque me encanta” (p. 54), o: “Mientras más miedo me da / más me gusta” (p. 58). Hay una voz que fluctúa entre dos polos opuestos, cuyas fuerzas de atracción conforman el campo idóneo para un círculo vicioso que no quiere ser roto por ninguno de sus elementos. “Es un placer / que siempre se te va de las manos” (p. 55).

Así, esta oscilación conlleva muchas muertes sucesivas o repetidas en vida, como una ola de suicidios que se renuevan cotidianamente: “no hablo de mi muerte / porque mi muerte ya fue” (p. 56); o: “Hace años que me suicido / pero no muero. / ¿Cuántas veces he muerto? // Renazco en mi rompecabezas de cada instante” (p. 64). Percibo un eco de esto en Oraciones para un dios ausente (1994) de Martha Kornblith: “estoy harta de esta manía de suicidarme / en cada verso, cada ocaso”, poemario que no solo vincula al miedo con la muerte sino con la falta de un dios que hace que el hombre tenga que asumirse como dios propio. También Baldó maneja esta noción, barajando la imagen del hombre como Pequeño Dios que crea su propio universo por medio de la palabra poética y por ende también “Creo la casa que yo quiera / y muero cuando lo decida” (p. 72). El tópico del desamparo es, así, no solo propio del poeta; del mismo modo, el miedo se retrata también como miasma que se esparce por el universo: “Es un mal que está en el aire. // (…) Es un mal adánico. / ¿Por qué te escondes? / Porque estoy desnudo” (p. 11). Suerte de desamparo original.

Miedo al otro: encierro: liberación en el lenguaje: cero miedo a la palabra, único lugar donde el otro no importa: es el mismo, es el reflejo del mismo en la página. De ahí cierto descalabro verbal, cierta arbitrariedad, incoherencia, libertad plena: cero censura. Se percibe en la falta de corrección, incluso en la falta de preocupación por la sobriedad verbal; la falta de poda en cuanto a las repeticiones (poemas que parecen estar en «versión borrador» y más adelante en «versión corregida»), repetición del alfabeto: afán de incluirlo todo y de no excluir ningún impulso, ninguna palabra, ningún desahogo. La escritura es la “torre de marfil” (p. 73) donde no hay miedo, donde no hay que respetar a los otros: “No quiero continuar presa del respeto por los otros” (p. 16) y donde tampoco se es cerebral si no se quiere: “tu prisión es cerebral” (p. 16) sino impulsiva, demencial – la poesía como desahogo, no como ejercicio estilístico. Destello de imágenes alucinantes y geniales, pero también poemas o trozos de poemas que de haber pasado por la lija literaria hubiesen sido descartados y execrados como virutas verbales. Un poco el caso, quizás, de El circo roto de Hanni Ossott (1993): lo que normalmente no hubiese sido considerado por la propia poeta –en otros momentos de su búsqueda estilística– como poesía, sino como simple desvarío, es reunido para conformar un poemario cuyo valor reside –precisamente– en la expresión espontánea, y sin censura alguna, del extravío interior que se exterioriza por medio de la palabra asumida con desnudez y la temeridad que otorga la desesperación más absoluta.

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Citas bibliográficas

Alas, Leopoldo. La posesión del miedo. Valencia, España: Pre-textos, 1996, p. 20.

Kornblith, Martha. Oraciones para un dios ausente. Caracas: Monte Ávila, 1994, p. 55.

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Esta reseña fue publicada anteriormente en El Salmón, revista de poesía #6 “Desvarío”, 2009.


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