Rafael Arráiz Lucca / Manuel Reverón©

Por MARÍA DOLORES ARA 

“Alma se tiene, espíritu se es”. Esta afirmación, que puede leerse en el Corpus Hermeticum (texto esotérico atribuido al sabio egipcio Hermes Trismegisto y  fechado –en su versión griega− en el siglo II d.c. ) condiciona el centro de nuestra esencia al desarrollo y permanencia del espíritu, como actividad principal de lo humano que nos hace humanos. Añade así una dificultad adicional a este laberinto que es descifrar la vida: ya no es la oposición entre cuerpo y alma lo que precisamos resolver para estar en paz con el pacto que ambas instancias sean capaces de hacer, sino que hay que incorporar al espíritu como energía sagrada que también nos constituye y que demanda atención y cuidado. Nada menos.

El libro de Rafael Arráiz tiende una mano a los que buscan una manera de vivir que dé sentido. Sirve de guía por el legado espiritual de antecesores imprescindibles y logra que nuestro propio laberinto sea menos abstracto, menos errático y estemos bien acompañados en una aventura que nos transforma y nos sacude. La mejor compañía, por cierto, es la del autor que, como un querido amigo al que no vemos hace tiempo, nos confiesa con naturalidad su peripecia tras la huella de aquellos que nos ayudan a buscar y a encontrar. Es casi una conversación íntima, cálida que muestra cómo hizo él ese camino, qué encontró en cada estación, qué fue desechando con el tiempo, qué ha quedado en él imperecederamente. Pedagógico y revelador, es un manual personalizado sobre la literatura filosófica a la que acudir para construirse.

Actuar desde el Ser para el Ser es el hacer que nos ubica en el centro de la creación a la que tan mezquinamente respondemos con otros “haceres” que distraen de la labor principal. La pregunta clave de la vida, la única pregunta a la que hay que responder enteros es: ¿quién soy? Sin que la respuesta señale nuestras habilidades intelectuales, o profesionales, o las emociones y sentimientos que nos dan forma. Sin echar mano del computador central que tenemos en el cerebro. ¿Quién soy? Es un reto para todos. Asusta y estremece. Confunde y hace sudar. Este libro es como un ángel de la guarda en el que confiar y creer para que la respuesta no nos descalabre.

Se responde desde la presencia potente de la consciencia. Quien más, quien menos ha transitado por el camino de ser una consciencia atenta a sí mismo. Atenta a la interioridad asumida y constatada. Somos energía que quiere vivir verdaderamente y tiene que trabajar duro para llegar a esa verdad y entonces, sí, saber ¿quién soy?

Si bien el camino es largo, difícil y exigente, no estamos solos. Y es mucho. La otra búsqueda nos presenta a filósofos, poetas, santos, políticos, ensayistas y demás defensores de la reflexión espiritual, para que conozcamos sus descubrimientos al realizar ese viaje hacia el fondo sin fondo que somos todos.  Ese que también queremos hacer, o ya hemos empezado a hacer, y nos cuesta, nos abruma. Ese que sabemos que es imprescindible.

Este libro nos habla del desperdicio que es la información que no se transforma en conocimiento y no da el salto a la sabiduría. Esa información momificada que resta y no suma. Que empobrece. Que empobrece el Ser.  Esa idea de cultura como un compartimento separado de la vida que late por dentro, y discurre con otro ritmo, y otra vibración, distinta a la del intelecto y termina siendo un fraude que nos deja escindidos e incomunicados con nosotros y  los otros, al excluir el punto de encuentro indispensable: el de lo sagrado interior, el de nuestra verdadera naturaleza, el que pugnamos por alcanzar y merecer. Conquistar, conocer, domesticar ese espacio; vivirlo y ser en él es nuestra única posibilidad de honrar la misión humana que nos compromete.  Ahí podemos decir que estamos vivos, y que estarlo tiene sentido.

Esa conquista pide mucho, sí. Los orientales nos advierten sobre el apego y el deseo como lastres que conducen al dolor y al sufrimiento. En Occidente aprendemos a vivir desde y para el apego y el deseo como formas de sentir sin las cuales creemos que naufragaremos. Y naufragamos. Ya es bastante logro hacernos conscientes de esa condición angustiosa. Por otro lado, y a su favor, Occidente puede mostrar con satisfacción los resultados de sus deseos apasionados, de sus intensos apegos en la belleza de sus manifestaciones artísticas, que atesoran su verdad y su bondad.  Leí, no sé dónde, una frase atribuida a Goethe, en la que afirma que el único espectáculo humano digno de ser mostrado a los dioses era la contemplación de dos seres enamorados. El amor, con todo y su dosis de deseo y apego es una fuerza superior que participa, más que ninguna otra, del espacio sagrado que anhelamos habitar. Oriente nos la debe.

En Otro poema de los dones, J.L. Borges nos acerca a este misterio seductor e implacable de buscarnos: “…Gracias quiero dar al divino / Laberinto de los efectos y de las causas/…/ Por el amor, que nos deja ver a los otros/ Como los ve la divinidad,/…”

Vivir desde el espíritu, saber quiénes somos en esa luz, ser la luz, es el viaje que propone este libro que nos guía por la experiencia sabia de los que nos han antecedido en esa búsqueda que, lejos de ser otra, es de la que derivan todas las demás.


*La otra búsqueda. Autobiografía espiritual. Rafael Arráiz Lucca. Editorial Alfa. Caracas, 2018.


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