Por RAFAEL RONDÓN – NARVÁEZ
Para algunos de los que asistimos el domingo 26 de marzo a la inauguración de Bajo el hilo de la mirada de Annette Turrillo era la primera vez que escuchábamos su nombre y veíamos sus obras (1). Un aviso en sala nos mostraba su trayectoria artística y su formación académica como arquitecta; pero más que leer la información, desde el principio decidí hacer un recorrido de alguna manera detenido por cada pieza de esta propuesta que me impresionó de manera muy grata, más bien admirativa.
Lo primero que percibí en los espacios de la sala de la Galería Beatriz Gil fue una coherente promesa. Y esa coherencia se reflejaba en dos aspectos fundamentales: primero, en la estrecha relación entre las ideas y la realización técnica de las obras. Segundo, en la continuada manera en que medios y materiales se desplegaban de manera consumada, mínima y casi artesanal. En ambos casos, las ideas podían ser percibidas de manera clara por el espectador, pero sin encallar en fáciles formas panfletarias, que, como riesgos, acechan los discursos estéticos sociales y políticos cuando tratan asuntos de género, clase o raza.
Cada material y cada medio fueron cuidados con detalle. Cada pieza revelaba un elaborado compromiso para lograr la finura del acabado. La muestra se refiere entonces a un trabajo que no surge de manera imprevista sino que manifiesta una profunda y prolongada reflexión. Una propuesta nada improvisada, sino madura. Lo cual se percibía en cada objeto y en el diálogo total de los elementos. Esa decantación luego vine a comprobarla en las redes virtuales cuando me enteré de que Turrillo tiene una trayectoria meritoria y un trabajo decantado con años de ejercicio y estudio.
Estéticamente había una invitación icónica para referirse a las formas de lo femenino, donde entrarían las imágenes como tipos seriales y su posible reapropiación. Hablar de los espacios de lo privado y doméstico se convirtió en uno de los tópicos para reflexionar sobre la mujer y su lugar de enunciación dentro del feminismo. Desde hace ya tiempo aprendí a distinguir, gracias a autoras como Helena Béjar o Soledad Murillo (3), que lo privado no es el espacio privilegiado de la mujer. Lo privado tiene una tradición masculina, y se convirtió en un lugar para el hombre apartarse de lo público y así ejercer la libertad, la meditación y la creación.
A la mujer se le dio más bien, el espacio de lo doméstico y allí se priorizaron las prácticas del cuidado y de la crianza. Pero sería muy simple y victimista figurárselo solo desde lo negativo en ese largo trajinar de siglos. Simplificarlo así, sería caer en un discurso victimista, espacio terrible de toda reflexión teórica y también afectación de toda accionar político. Pues durante esas reclusiones también ha habido un historial de performances creativos para la mujer. Específicamente en cuanto al tejido, la historia es larga
Turrillo indaga de manera rica en el entramado textil, donde se traman los hilos y las narrativas. El hilo se extiende de manera recurrente como un motivo en algunas fotos intervenidas. Imágenes de fotógrafos famosos, donde los ojos están tupidos, cosidos, como una forma de ceguera. Y en este caso uno recuerda que la mirada se construyó en un dispositivo recurrente para el discurso patriarcal que convirtió a la mujer en objeto de exhibición y deseo. Sin embargo, aquí en la muestra Turrillo decidió que ella estuviera más en sus objetos que en sus retratos.
El hilo se extiende en diferentes instancias y con variadas funciones. Por ejemplo, en el delicado juego de apliques en formas de crochés o bordados. Algunos de los cuales son rescatados y reapropiados del casi anonimato de costureras de otro tiempo, como la misma artista me lo confesó ese domingo. Son homenajes al largo trabajo de costureras sin nombres que hoy Turrillo coloca en lugares de creación artística.
Manejo textil y de texturas, donde además de dibujar en la tela, crea sutiles atmósferas con transparencias y veladuras. Surgen así espacios sugerentes y sensuales también propensos a asociarse con lo femenino.
“Principios de conexión y de heterogeneidad: cualquier punto del rizoma puede conectado con cualquier otro” (2).
La muestra conecta con una rica tradición de mujeres artistas que la antecedieron, sin embargo uno de los referentes más obvios para mí es Gego, presente en el continuo representar de las líneas en el espacio y a la manera como lo tridimensional se convierte en dibujo sutil. Pero además está en la evidente asociación con lo rizomático de la propuesta. Así varias ramas repetidas muestran la conexiones y los desplazamientos hacia lo diverso, al final, como dirían Deleuze y Guattari, hacia la “desterritorialización”, lo cual para mí es una manera de escapar de todo binarismo, además de burlar el control de la mirada tantas veces repetida en la muestra.
, mientras recorría la exposición recordaba también la propuesta La colmena de Julia Zurilla, la cual obtuvo una mención de honor en el Salón Aragua de 2001. Allí, con mucha sutileza, bordó tambores de costura en una hermosa instalación. Ese trabajo es artesanal y sutil al utilizar la tela como soporte y los hilos como dibujo.
Pero no solo del arte textil vive la muestra de Turrillo, hay interesantes fotografías donde recurrió a hermosas asociaciones entre objetos como zapatos y flores, volviendo de nuevo a imágenes icónicas de la feminidad, pero reapropiándola de una forma un poco paródica. Nos enteramos posteriormente de que en diversas exposiciones ha hecho con anterioridad instalaciones creando formas seriales.
La artista no exponía en el país desde 2016, pero regresa hoy con este trabajo realmente meritorio, uno que nos seguirá habitando cuando pensemos en hilos, tramas y miradas.
1 Béjar. H. (1995). El ámbito de lo íntimo. Privacidad, individualismo y modernidad. Madrid: Alianza.
2 Murillo, S. El mito de la vida privada. De la entrega al tiempo propio. Madrid: Siglo XXI
3 Deleuze, G y F. Guattari. (2002)Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia : Valencia: Pre-textos