Héctor Padula©

Por HÉCTOR A. PADULA S. 

 “La fotografía para mí no es mirar, es sentir. Si no puedes sentir 

lo que estás mirando, entonces nunca lograrás que los demás 

sientan algo cuando miren tus fotos”

-Don McCullin-

¿Que puede haber en el abandono? ¿Enfermo por comer o por no comer? ¿Salir para vivir o encerrarse para morir? Paradojas de existir sin vida y la vergüenza como reproche silencioso de los que voltean hacia otro lado.

Cuatro amigos de la vida callejera, una mujer agraciada por sus padres, desgraciada por la vida “soy adicta a la heroína mi doctor, ayúdame a salir de esto”. Uno de ellos habla, los otros secundan “no hemos conseguido nada, ya la gente no bota ni basura”.

La Habana, 1994: buscando conversar con un taxista le comento: “están muy limpias las calles”. Respuesta salsosa: “aquí no hay basura, por que no hay nada que tirar, me entiende”. “Sí, le entiendo”.

“TA”, abreviatura floja de te amo, lugar poco común —el contenedor de basura— el comedor de los estafados. Alguien ama, no sé si es correspondido, qué angustia; debe ser terrible enfrentarse a ese dilema entre el vaho, compost de materia y corrupción social y, de paso, comer.

“Hechos de Verdad”: si hubiese preparado una escenografía para hacer esta fotografía, no quedaría tan ilusoria, tan irreprochable y arriesgadamente voraz con la realidad que nos consume.

“Venezuela Heroica”, leo al fondo. Mi éter aumenta su proceso de oxidación. Somos el mejor caldo de cultivo para el coronavirus, estamos a las puertas de una calamidad pública, una desgracia en una Venezuela que ya no existe.

Fiesta de San Juan en Naiguatá —caña, tambores y euforia—, hora de vivir al extremo, no importa si al minuto siguiente eres portador sano o enfermas y mueres, lo cual sería tu legítima elección. También puedes ser un asesino en serie y contagiar a inocentes que morirán por tu irresponsabilidad.

Mucho antes del uso del tapabocas, lavarse las manos frecuentemente con jabón o alcohol, evitar aglomeraciones y el distanciamiento social, está el sentido común y la percepción inteligente del problema —asumir nuestra cuarentena individual—. Estas medidas no son órdenes caprichosas o subterfugios bio-políticos de control social —siento que miento con lo anterior—, se trata de la única manera de sobrevivir, y no la tomamos en serio, sufrimos un exceso crónico y terminal de relajación. ¿Que país bendecido? Que si la BCG, el clima, que si comemos tierra de chiquitos y estamos protegidos, que si los hijos de Bolívar, no vale puro “cuento chino”.

“Cuarentena Radical, uso de tapabocas obligatorio”, perifonean sobre un camión, sin tapabocas, mientras se pasan de boca en boca una botella de agua, otrora un refresco de dos litros. Cambian las R por L, hieren mortalmente al español, bailan y se burlan de los transeúntes, así transcurre al ritmo tedioso de Alí Primera, el vehículo que pasa frente a los cuatro amigos de la calle. La heroína, en transformación kafkiana, levanta su brazo y una seria y flagrante “paloma” se dibuja; corre, salta y atraviesa la avenida Urdaneta, retando a la muerte o la muerte a ella; “Venezuela Heroica” —qué coño—, cuánto más podemos soportar. No digo Pandemia, Pandemónium por venir.

Ciudadano nómada, recolector de Ilusiones. No hay clases sociales, mucho menos colores, solo hombre, vida y muerte. Solo eso. Ser prudente contribuirá con vivir y labrarse su bienestar físico y emocional.

El humano enferma, cura o muere individualmente, tal como nació.

La sociedad se hace, se genera o se recoge a sí misma. También puede destruirse.

Parece mentira que la supervivencia individual y colectiva dependa de un tapabocas, el que salva vidas —también el tapabocas del silencio y el de bozal de arepa—. Evitemos entrar en un proceso de apoptosis forzosa y regresar al taparrabo.


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